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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
24-01-11 00:19 #6925860
Por:kalmaera

MISERIA ESPIRITUAL Y MATERIAL 1



MISERIA ESPIRITUAL Y MATERIAL

Voy a tratar de reflejar las calamidades por las que pasé y sobre todo vi pasar a mucha gente cuando era pequeño hasta donde me acuerde, pero siempre con ecuanimidad y tratando de no herir susceptibilidades en ninguna persona ni grupo, cualquiera que sea su manera de pensar. Si no lo consigo en algún caso particular, pido perdón por anticipado, que ni ahora ni nunca ha albergado en mí el propósito de ofender, ni siquiera en el remoto caso de devolver un agravio.

No recurras a la ofensa
que es un pecado cobarde
y no sufrirás más tarde
otra como recompensa.

Las cosas fueron como fueron porque quizá tenían que ser así, ya que vistas desde esta época por la gente que no las vivió, aparecen de una manera diferente a como las juzgamos los que las vivimos. Disponíamos nosotros de una variable de mucho peso que es la de haber estado en el tiempo y lugar de lo que se juzga, por lo que nuestra perspectiva es más completa y si se es objetivo, más exacta.
Pasamos mucha hambre durante la guerra civil y mucho más después de acabada la contienda, que sufrimos todos casi sin excepción y hambre de todo, no sólo de comer, sino también en el vestir y calzar, en la escasez de medios para calentarnos, transportarnos, curar nuestras enfermedades y un largo etcétera. Nos marcó tanto, que durante muchos años lo mencionábamos con mucha frecuencia y todavía nos viene a la memoria como regüeldo que no podemos contener y todo ello es más que suficiente para tratar de acercar diferencias y limar las asperezas que lo impidan, a todos los niveles.

En esta guerra intervino
una facción y otra igual;
lo que opine cada cual
a mí me importa un comino.

Si comenzamos con la comida, baste decir que hasta se llegó a utilizar como moneda de cambio un simple coscurro y siguiendo con el pan, que estaba racionado, recuerdo que hubo una época, no muy larga, afortunadamente, que nos daban en las panaderías un pan de maíz, amarillento y que se desmenuzaba, teniendo tan mal sabor como peor presencia, pues debían confeccionarlo en un cuenco ya que tenía forma de tal. Al decir moneda, se me viene a la memoria la temporada en que la moneda de curso legal eran sellos de correos, no billetes de banco, los cuales servían para franquear las cartas y también para pagar las mercancías o servicios que comprábamos. Como el sello es tan pequeño y además era de un papel no muy bueno y más los de aquella época, se ponían enseguida arrugados y con eso levantaban sospechas en los que tenían que cobrar, pues corrían el riesgo de que no se lo admitiesen a ellos. Ello se debía a que era frecuente que los sellos que venían en las cartas si estaban poco tintados con el matasellos, solía borrarlos con habilidad y astucia la gente y se pasaban como nuevos. Hasta se recurría a lavarlos con mucho cuidado para que así parecieran. Muchas veces, más que al sello se miraba a la cara de quien pagaba con él, que solía reflejar perfectamente los pensamientos del dador y por su aplomo o nervios se sabía o creía saberse la bondad o no de ese sucedáneo de moneda.

Al parecer, la moneda,
no conviene que circule,
pues circulando se pule
y en casi nada se queda

El pan de cebada, casi tan malo como el de maíz, estaba a la orden del día y mucha gente, particularmente los agricultores que la cultivaban y otras personas que disponían de dinero u otra ventaja para comprarlo o cambiarlo, lo hacían por su cuenta, al margen de las panaderías. Posiblemente lo confeccionaban en rústicos hornos hechos a propósito, habiéndola molturado en molinos casi clandestinos, generalmente por la noche y en cualquier lugar donde corrían el riesgo de que se lo incautasen, en el pueblo o en otro cercano. Añadiré que este dichoso pan de cebada era horrible a la vista, negruzco y sobre todo duro de roer, pero de verdad, sin retórica, tal como suena.

Duro era el pan de cebada
y más duro de roer
cuando no podías comer
ni una triste rebanada.

Se conseguía el pan, como tantas otras cosas, mediante una cartilla de racionamiento que te entregaban en el Ayuntamiento, la cual disponía de cupones para los distintos artículos de comer y así entregaban en las tiendas el arroz, las patatas, los garbanzos, el azúcar y demás comestibles, a razón de equis gramos por persona. La cartilla estaba a nombre del cabeza de familia y de acuerdo al número total de la misma se podían comprar los alimentos, pudiendo sacar más las familias que tenían mayor número de componentes.
Se hicieron muchas trampas, pues a pesar del control férreo que en apariencia existía, también había muchas rendijas por las que aquéllas se colaban.

No sólo para leer
se utilizaba cartilla,
ya que alguna gentecilla
la impuso para comer.

Los protagonistas de las trampas eran, en primer lugar, algunos de los que estaban en puestos decisivos y decisorios en los Ayuntamientos, pues eran los encargados de informar de las cantidades que se necesitaban de cada artículo para repartirlo entre la población y así encargaban más de las necesarias para disponer personalmente de más de lo que les hubiera correspondido en buena ley. Otros eran algunos tenderos, que, además de robar en el peso cuando y cuanto podían, se quedaban con la diferencia entre lo recibido para repartir y lo realmente repartido, conchabados a veces por los que hemos colocado en primer lugar del protagonismo. Luego lo vendían al precio que querían, que compradores no les habrían de faltar.

Hubieron muchos corruptos
como también estraperlo,
habrá que reconocerlo
y además sin exabruptos.

Algunos panaderos fueron de los más corruptos, aprovechados y beneficiados, contándome mi hermano, que estuvo trabajando en el Ayuntamiento en aquella época, que se llegó a vender un pan de 1 kg de peso en 8 pesetas de la época. Si se tiene en cuenta que un salario medio diario oscilaba entre las 6 y 8 pesetas, se llega a la conclusión de que un pan equivalía a un día de trabajo. A mí me parece un tanto exagerado, pero así lo hago constar.

Si ocho pesetas por kilo
de pan se llegó a pagar
a nadie puede extrañar
que la gente vivió en vilo.

Con el azúcar también traficaron mucho, pues era a todas luces insuficiente el que daban y así los tenderos trataban de cambiarlo a la gente que, por hambre, hacían el trueque gustosos por patatas, garbanzos, arroz u otros artículos más indispensables, para luego revenderlo a la gente que podía pagarlo a precios más que abusivos.
Las gentes que se desprendían del azúcar por necesidad, utilizaban como sucedáneo caramelos, que no deberían endulzar demasiado por razones obvias, y hasta con lo que aquí llamamos arazul , esto es, regaliz.
También algunos agricultores son dignos de meter en este saco, pues se les dejaba no recuerdo si un 20% o algo más de libre disposición, que aprovechaban para ponerse las botas y algo más, vendiéndolo a la pobre gente que no tenía más remedio que comprarlo para no morirse de hambre.

En aquella España, el hambre
estuvo a la orden del día
y a esta distancia diría
que llegó a tener raigambre
y más que legión, enjambre
de personas la tuvieron
y por su culpa murieron
y los que no con estigma
quedaron y es un enigma
saber qué milagro hicieron.

El tabaco tenía tratamiento aparte, pues él solito se despachaba con una cartilla especial y no sé por qué habrá tenido tanta trascendencia en todas las épocas, desde que lo introdujimos en Europa, llegando desde América con todas las bendiciones, para estigmatizarlo en la actualidad. Se ponen cada vez más trabas a su consumo, hasta el extremo de prohibirlo, como se ha hecho recientemente, en los lugares de trabajo y reducir su consumo en los públicos, salvo excepciones, pretendiendo acabar con él. Ojalá lo logren, pues es el vicio más absurdo que tenemos a mano, por tantas razones que no voy a enumerar por ser suficientemente conocidas por todos, no disimulemos. Se lo dice un ex fumador, que llegó a consumir hasta entre dos y tres cajetillas diarias y afortunadamente lo dejó a tiempo.

Prohibamos el prohibir
que es mejor recomendar,
mas, si vamos a mirar,
claro podemos decir
que mucho mejor que herir,
sale más cuenta matar
si nos vamos a jugar
la salud de todo el mundo,
por un vicio nauseabundo
que es preciso erradicar.

Volvamos a lo nuestro, es decir, a lo que aconteció con este producto en aquella época y decía que el tabaco lo podías adquirir gracias a la cartilla y era tal el ansia que había de él por parte de los fumadores, que los había que compraban la cartilla a los que no fumaban. Cosa que si bien se mira no tiene nada de particular, pero sí el que recurrieran también a coger las colillas que se encontraban por la calle. Ciertamente, eran muy pocas por la avidez que ponían los fumadores en encontrarlas y cuando esto sucedía y más si eran de buen tamaño y no digamos si eran de cigarro puro, por las caras que ponían era como si les hubiese tocado la lotería. Naturalmente, no todos los fumadores obraban de esa manera, pero sí un buen porcentaje de ellos.

Se necesita ser guarro
para colillas buscar
y así poder completar
para fumar un cigarro.

De nuevo nos encontramos con los desaprensivos chupatintas y similares del Ayuntamiento, que extendían cartillas a nombres de personas ya fallecidas. Las entregaban a quien fuera de su onda, unas veces graciosamente y otras a cambio de algún favor, de los muchos que estábamos todos necesitados, por quien pudiese hacerlos. No eran precisamente los más desafortunados por la fortuna, valga esta redundancia para redundar, de nuevo la tenemos aquí a propósito, en los de siempre, los irredentos de ayer, de hoy y seguramente también, de mañana.

Todo el mundo va a ensalzarlos,
todos hablan en su nombre,
pero al final ningún hombre
consiguió jamás salvarlos,
pero sí el utilizarlos
para conseguir sus fines,
pues nunca fueron afines
entre el que sube a la cima
y el pueblo, al que sólo estima
por que coloque pasquines..

Ya hemos visto que la gente recurría a sucedáneos, pero no sólo con relación al azúcar, sino que también sucedía con otros artículos de consumo y así a la cebada tostada por el café, a las hojas de patata u hojas de una planta llamada romanza, cuando no a los puros de “andarrío”, que así se llamaba a las raíces secas de los árboles en las riberas de los arroyos y el río, por el tabaco. También se recurría a la sustitución de cosas que se habían hecho de una manera toda la vida y hubo que cambiarlas o manipularlas para que cumplieran un cometido que era el que se precisaba en ese momento. Tal era el utilizar el tocino en el cocido más de una vez, metiéndolo atado y sacándolo cuando se consideraba había impregnado los garbanzos con su grasa, para darle la consistencia propia de ese plato. También a comer cosas que nunca se habían comido, como las habas de las Indias que daban a los caballos los soldados de caballería que estuvieron estacionados durante un tiempo en el pueblo y que nos daban a los niños, viéndonos esqueléticos, a lo que sumábamos nuestra insistencia, y gachas con harina de almortas, etc.

Estaba uno tan delgado
y tan exento de grasa
que a nuestro lado, una pasa
parecía un globo hinchado.

Se recurrió al estraperlo en aquella época, que no es otra cosa que la venta fraudulenta de productos intervenidos, considerada ilegal por tanto y se hacía con el aceite, jabón, legumbres y cuantos artículos de primera necesidad escaseaban. Era una especie de reventa, para intentar comprenderlo a esta distancia, yendo a ofrecer a los que quieren y no tienen lo que tú has conseguido tener, muchas veces de manera no muy clara.
Los estraperlistas, más mujeres que hombres, al menos en este pueblo, llevaban a Madrid artículos de consumo cotidiano (entonces no tan cotidiano, desgraciadamente) y tenían su clientela fija, a la que dejaban su mercancía, generalmente huevos, garbanzos, chacina y cosas por el estilo, que era lo que se producía en nuestros campos y se traían a cambio azúcar, arroz, ropa y cosas que no existían por aquí.

La gente del estraperlo,
como cualquier ser humano,
era un héroe o un villano
según quisiéramos verlo,
pero voy a defenderlo
porque el riesgo que corría
burlando a la policía,
nunca estuvo en consonancia
con la muy flaca ganancia
que en su bolsillo metía.

Solían llevar escondida la mercancía en cestas que llevaban otras cosas arriba y algún producto debajo de su ropaje, pues, por pudor, algunas se escapaban del registro de la policía, siendo ésta la causa de que hubiese más mujeres que hombres.
Esta pobre gente llegaba hasta la estación de Santa Olalla como podía, incluso andando y allí cogía el tren hasta Madrid, escondiendo en algún lugar de los vagones, incluso fuera de ellos, sus mercancías. Si la policía las encontraba, las requisaba sin más y no preguntaban de quién eran, porque sabían de sobra que si lo hacían nadie iba a contestar, ya que se hubiesen expuesto a la multa correspondiente y posiblemente a la cárcel.

Cuánta miseria,
triste memoria,
que en vez de historia
parece histeria.

Cristino Vidal Benavente.
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