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El Carpio de Tajo - Toledo

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España > Toledo > El Carpio de Tajo
27-01-11 22:42 #6951651
Por:kalmaera

MISERIA ESPIRITUAL Y MATERIAL 5
Espectáculo como este último, también tenía lugar al anochecer de los días que había sermón, en la novena previa a la fiesta de Cuasimodo. Solía venir un predicador forastero y acudíamos en masa a escuchar su palabra y los muchachos nos sentábamos en los bancos que había debajo de la tribuna. Siempre había alguno que no podía aguantarse la risa, sabe Dios por qué motivo, quizá por la tensión o probablemente por comentar con el de al lado alguna cosa chusca y la gente mayor chistaba para acallarlo, cosa que se conseguía a duras penas. Otras veces, el escandaloso recibía un cogotazo y los demás nos poníamos serios, para repetir la operación después, hasta que echaban a alguno a la calle.

Predicaba con acierto
el cura que hacía el sermón,
pero daba la impresión
de predicar en desierto.

Sí, había pocas cosas y malas y la guerra era la referencia que separaba lo bueno de lo malo como muro infranqueable y así cuando se hablaba de algo se alababan las excelencias de las cosas de antes y denigrando las de la época, fuese lo que fuese.
Recuerdo que durante mucho tiempo hubo un coche solamente que pertenecía al tío Jesús “Varillas”, que era el cartero y le servía para ir a recoger el correo a la estación de Santa Olalla. Luego, ya terminada la guerra, se puso de moda, a la fuerza por la escasez del petróleo, el coche de gasógeno, invento de la Italia de la época, que no era otra cosa que un coche normal, pero propulsado por los gases de la combustión producida por carbón y agua en un aparato adosado generalmente a la parte trasera del mismo y que tardaban una eternidad en ponerse en marcha y no digamos nada sobre los ruidos y humos que desprendía.
No coche, sino una bicicleta algo más pequeña de lo normal tenía Teonás, hijo de Vicente Otero, que había sido alcalde antes de la guerra y que fue donde aprendimos la mayor parte de los muchachos del pueblo, yo desde luego. No era la única, pero en la época de la que hablo no creo hubiese dos más.

Qué martirio era el viajar
en aquellas circunstancias
que parecían las distancias
difíciles de salvar.

Había algo muy pintoresco y era el teléfono, es decir, la centralita telefónica, pues no había teléfonos particulares y necesariamente tenías que recurrir a ella para tratar de hablar y digo bien, tratar, pues era casi imposible conseguirlo y todavía recuerdo oír a la tía Paz, que era la encargada del invento, chillar a grito pelado llamando a Santa Olalla. Al parecer, era a través de dicho pueblo que se conseguía la conexión con el que se deseaba y se la oía decir Santa Olalla, oye, Santa Olalla, no me oyes? y así un montón de veces y cuando conseguía la dichosa conexión, la gente que estaba hablando lo hacía más bien directamente que a través del hilo telefónico, por las voces que daba.

Con los golpes de un tantán
repartidos al tuntún,
los que al otro lado están
oirían más el runrún.

Una parte que me parece muy negativa de aquella época y que no sé bien por qué se me viene a la cabeza de vez en cuando, es la gente que, una minoría desde luego, marcaba el camino a los demás, no ordenando se hiciese o no hiciese tal o cual cosa, sino que por hablar más alto que los demás, tener más que los demás, aparentar saber más que los demás, o lo que fuese, la gente los seguía ciegamente y así se ponderaba a quien ellos querían y se minusvaloraba a quien a ellos les interesaba, no importa el daño que se hiciese. Eran como los legisladores locales y los demás les obedecían, unos a regañadientes y los más sumisos y conformes, sin pensar en nada que les hiciese llegar a unas conclusiones propias. Se llegaba hasta el extremo de que si ponían una película y esos caciques, pues no eran otra cosa, decían que era mala, las gentes se hacían eco de ello y corrían la voz de que la película era mala porque lo habían dicho los oráculos de costumbre y eso iba a misa y en consecuencia no iban a verla. (Ya que he dicho misa, me viene a la memoria un sacerdote que hubo aquí, llamado D. César, bellísima persona y con el cual me llevaba muy bien por cierto, que un domingo en la homilía, o sermón, como siempre se ha dicho, puso como hoja de perejil a los riquillos del pueblo, a los que conminó a que cambiasen sus golpes de pecho por ayuda en especie a los más necesitados. Esto no les gustó nada y comenzaron a oírse improperios contra él y cundió la especie de que era muy bruto y no sé cuántas cosas más, pero puedo asegurar que era cultísimo y hasta me contó que a finales de la década de los años 20 del siglo pasado, le estrenaron una obra de teatro en Madrid) A la gente quizá le resultase muy cómoda esa manera de pensar, porque así no se devanaba los sesos haciéndolo por su cuenta; lo tomaban como artículo de fe y en paz.

Cuando bajes una vez
la cerviz, comprobarás
que muchas veces lo harás
merced a tu insensatez.

He mencionado lo de la película, porque una vez coincidí con Juan Manuel, el hijo mayor de Pablo Bautista, “Cacharro”, hombre éste por el que yo sentía cierta simpatía, aunque hablé muy poco con él, porque hizo cosas buenas por el pueblo, fue pionero en algunas otras y nunca se le vio en la pandilla de los caciques, antes al contrario, era la diana preferida de los dardos que ellos tiraban. Supongo que esto sucedía porque iba creciendo su aceptación entre la gente, a la par que su fortuna, poca o mucha y esto no lo podían ellos admitir de buena gana y tenían que torpedear sus negocios al precio que fuese, aparte de que se fue haciendo muy popular. Juan Manuel, entre unos tragos, me confirmó lo que yo había pensado de esa situación en ambiguo, diciéndome que a su padre le habían tratado de hacerle la vida imposible y que la gente no iba a su cine porque tal y cual persona (los nombres ya me los imaginaba) hacían correr la voz de que la película, la que fuese y todas las veces que fuera menester, era muy mala y la gente se abstenía de asistir al cine, una vez dictado el veredicto.

Ya me dirás las razones
y quién te las ha otorgado,
para haberme excomulgado
por no seguir tus lecciones.

Por contra, entre esa camarilla funcionaba la comunicación muy eficazmente y todo eran parabienes entre ellos, sobrevalorando lo que convenía a sus intereses, aunque fuesen espurios. Esto duró mucho tiempo y siempre estaban arriba, como el aceite y eran todo y lo contrario, aunque metafísicamente no pueda ser.
Bendecían sus propias obras y las de quien se prestase a bajar la cerviz para ser enyugado, yo diría que con todo merecimiento, convirtiéndose en esclavo doble al serlo de otro y esclavo de sí mismo, por no romper las cadenas que le atan a una complacencia servil.
Siempre he sentido aversión por los mandamases y mandarines de salón y de ahí que haya salido a colación lo de los caciques que siempre ha habido y, por desgracia, siempre habrá, aunque cambien de personalidad, pues parece ser que estamos abocados a sufrirlos en este pueblo.
Podría sacar a relucir más casos similares, pero no se merecen tanta tinta y con el de Pablo Bautista basta para hacerse una idea.

Quién te daría las lecciones
que bien has asimilado,
para habernos otorgado
el don de tus bendiciones.

Con esto me entra tal hastío, que voy a cambiar de tema y voy a enumerar las cosas que antes eran habituales y ahora nos causan risa o perplejidad, haciéndolo en un tótum revolútum, pues es indiferente el orden en que se cuenten, ya que para nada afecta a lo que se pretende, que no es otra cosa que hacer de notarios de aquella época.
Había varios oficios o profesiones que han desaparecido por completo o están a punto de desaparecer y es una pena, primero porque podrían haber más puestos de trabajo y después porque los productos que salían de la mano de estos artesanos, que tales eran, tienen más calidad y normalmente son de más duración que los confeccionados por una máquina. Tal era el caso del guarnicionero, del carpintero que hacía un carro que cuando se terminaba era una fiesta como si se botase un buque de gran calado y acudía la gente a verlo y dar sus sabias opiniones de si sonaba bien o no. También el zapatero remendón, que hacía unos zapatos o botas que ya, ya, en comparación con los de ahora, aunque algunos quedan para chapuzas, como vestigios de otra época, que es lo que pasa también con los herreros clásicos, aquellos que aguzaban las rejas y era una delicia ver y oír los golpes acompasados del maestro y los oficiales y espontáneos, aquél con un martillo dirigiendo la faena y éstos dando con un macho a su debido tiempo. Igualmente los herradores, por la escasez de caballerías, etc, así como un montón de vendedores ambulantes que nos llegaban, como el afilador, ya casi en extinción, el mielero, el sartenero, el lañador, etc.

Nos visitaba el mielero,
también el afilador
además del lañador ,
al igual que el sartenero.

Lo que no echamos de menos, antes al contrario, eran los pobres de pedir, lo digo así con toda intención, porque lo que se dice pobres éramos casi todos, si nos atenemos a los parámetros actuales, incluso a los de aquella época. Iban de casa en casa, bien en solitario, bien en procesión, que así parecía cuando caminaban en fila india, cogiendo el centimito o dos céntimos de peseta que les entregaban en algunas de ellas, no en todas, pues a veces les decían “vuelva Vd. mañana”, o “Dios le ampare, hermano”. La forma de pedir era llegar a la puerta de la casa, tocarla con los nudillos, pero suavemente y decir: “Ave María Purísima” y escuchar la respuesta, que era: “sin pecado concebida”, tras lo cual continuaba su cantinela, comenzando “una limosnita, por amor de Dios”, aunque otros lo hacían más largo y continuaban diciendo que tenían hambre, tantos o cuantos hijos, tal o cual enfermedad. Los había locales, que tenían sus días y horas fijos de pedir y los había foráneos, que lo hacían con intermitencia; de éstos, recuerdo al tío Marianito “el tonto”, que venía de no sé dónde a pedir y como estaba varios días tenía por guarida el refugio que había en la Cruz de las Viñas, residuo de tiempos muy lejanos y hoy desaparecido. A este señor le pedían saltase un cinto extendido sobre el suelo, sin ninguna altitud, es decir, descansando sobre el mismo y él lo hacía y le daban una limosna, y el memo que le había pedido saltase decía muy ufano: mirad cuánto ha saltado Marianito y se quedaba tan fresco y satisfecho, mientras una risa malsana acompañaba sus palabras.

Quien se ríe de la desgracia
merece todo el desprecio
que se debe hacer a un necio
que, además, no tiene gracia.

Otra cosa a resaltar eran las campanas, que entonces, no sé si ahora, eran cuatro, la más alegre y que más veces tocaba era la que llamábamos de “señales”, porque era la que marcaba las señales previas a las misas, avisando si era una vez que la misa estaba por celebrarse, cuando eran dos que ya lo había avisado antes y a las tres que comenzaba inmediatamente. Esta campana no era fija y se volteaba tirando de una cuerda, balanceándose tipo péndulo, motivo por el cual nos gustaba tocar a los monaguillos más que las otras y las tres restantes eran fijas y estaban dedicadas a avisar a los parroquianos de que algo iba a acontecer o había acontecido, o estaba aconteciendo en ese momento, como tocar a mediodía, tocar al Ángelus, a las oraciones, a las ánimas, último toque del día y había más ocasiones, en dos de las cuales tocaban todas juntas y sin orden ni concierto. Esto sucedía en momentos muy señalados de las fiestas, como cuando llegaba la Virgen de Ronda a las tres cruces y posteriormente a la Iglesia, procedente de la ermita y menos veces, afortunadamente, cuando tocaban a rebato, por culpa de un incendio. Era curioso que los toques de muerto fuesen diferentes, siendo el dedicado a la muerte de un niño muy rápido y para los adultos había dos toques, uno de ellos que parecía con más empaque era el dedicado a los ricos, decíamos. Fiel reflejo de todo lo que se pasó en aquella época, es la cantidad de niños que morían, pues las campanas tocaban con mucha frecuencia “a niño muerto”, como se decía. El tío Matías fue el campanero durante muchos años.

Me tocaste tú, campana,
cuando yo me cristianaba,
también cuando me casaba
y cuando lo hagas mañana
te pido lo hagas sin gana;
toca quedito ese día
tu más dulce melodía,
que el tañido se oiga apenas
para no agrandar las penas
que sufra la gente mía.

Ahora estamos acostumbrados a que nos cambien la hora según la temporada, pero las primeras veces, ni que decir tiene que la primera, fue, además de un acontecimiento insólito para nosotros, un maremágnun de padre y muy señor mío, porque no nos habituábamos al cambio. La gente mayor se resistía a cambiar la hora de sus relojes y seguían con el pensamiento en la hora solar, la de siempre. Era clásico oírles decir: son las cuatro, que son las tres, que son las dos y no hace falta aclarar que querían decir que en ese momento eran las cuatro oficiales, que así se decía también, pero que eran las dos solares de siempre

Eso de cambiar la hora
no sentó bien a la gente
que veía un inconveniente,
como lo vemos ahora.

Tengo gravado en la memoria lo que para mí es el signo más representativo de la miseria de aquellos tiempos y es el que se refiere a una cosa tan singular como la de tener abierto un ventanuco en la pared medianera de dos habitaciones, para poner en el mismo una bombilla. Con ella se pretendía que alumbrase a ambas y si además de la superficie que se exigía a la pobre bombilla para iluminar, se suma la de que no sería de muchos vatios, ya me contaréis el resultado del invento.

Si vives con pocas luces
buen cuidado has de tener,
pues te puede suceder
que de eso caigas de bruces.

Lo de la división entre las gentes de este pueblo no es de ahora, ni mucho menos, pues siempre se ha observado una cierta animadversión entre dos bandos que se han considerado siempre irreconciliables. No siempre ha sido por el mismo motivo y se ha manifestado algunas veces de la manera más absurda y pintoresca, cuando no incomprensible de todo punto y si no lo creéis a ver que me decís cuando sigáis leyendo.
Todos sabemos lo que es una zanahoria y cuál es su verdadero nombre; pues bien, la gente común la conocía como “cenoria” y lo mismo podía decirse de “cendía” por sandía, “uguas” por uvas y así tantas y tantas cosas y consideraba “señorito” y hasta “mariquita” a los que llamaban a las cosas por su nombre. A propósito de nombres, es curioso cómo se extiende la equivocación de una palabra mal dicha, como puede comprobarse en que la inmensa mayoría (ya sé que algunos o muchos, si queréis, no, que nadie se incomode, es que hay que decirlo así) al perito le convierte en “périto” y a un aspersor de los que se usan para el riego aéreo le llaman espresor (o expresor, vaya Vd. a saber cómo hay que poner esto). También es corriente decir bastear, que no significa otra cosa que echar bastas por bastardear, que es lo correcto, cuando hay que referirse a la degeneración progresiva de las semillas, que es a lo que se refieren con ese “basteo”.

Jugaban con el lenguaje
mezclando perito y périto;
la verdad es que tiene mérito
hacer este maridaje.

Cristino Vidal Benavente.
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