Miseria espiritual y material 8 Era la oveja guisada el manjar de aquellos días, que en toda boda comías y por todos alabada. Después continuaba la fiesta con el baile y éste finalizaba haciendo el bestia y así lo digo de claro, pues consistía en ir por parejas o en grupo unos contra otros entre risotadas estúpidas. Posiblemente en alguna boda se hizo accidentalmente y, por mimetismo, se repetía ya siempre y cuantas más barbaridades se hacían, más era recordada la boda, estableciéndose un ranking absurdo. Sin que tenga nada que ver con esto último y sin saber el porqué de tenerlo archivado en la memoria, recuerdo que la boda de Angel “Ilusiones” duró 3 días, más que la del príncipe y doña Leticia, como se ve. Cada uno se divierta como quiera cada uno, pero si se daña a alguno hay que cerrar esa puerta. Hubo una época de bonanza económica cuando construyeron el canal del río, pues mucha gente trabajó en él, pero yo no puedo hablar de ello, debido a que me encontraba fuera del pueblo y no puedo aportar muchos datos, sólo hacer constar que la gente habla bien de aquellos momentos, por lo que supuso para sus haciendas. Después hubo una emigración en dos direcciones, una al extranjero, preferentemente a Alemania y Francia y otra a las grandes ciudades españolas, particularmente a Madrid y también a las obras de construcciones grandes como la central nuclear de Zorita, pongamos por caso. La gente empezó a cambiar de mentalidad y el dinero que se ganaba trabajando no sólo satisfacía holgadamente sus necesidades, sino que vino a democratizar las relaciones, derribando barreras que antes eran insalvables para las gentes más estigmatizadas por la pobreza y el número de la clase media baja aumentó sensiblemente. Si la clase media asciende eso es muy buena señal, pues es la más principal como todo el mundo entiende. . Los paisanos que se iban a trabajar fuera, si era cerca, como por ejemplo Madrid, llegaban los fines de semana y en las tabernas exhibían un billete de veinte duros para pagar una simple ronda que importaba menos de 2 o 3 pesetas y hablaban de los lugares en que estaban trabajando como si fuesen los ingenieros jefes de las obras. Solían traer trajes pret a porter, con un bolígrafo bien visible en el bolsillo superior de la chaqueta y unas horribles gafas de sol. No digamos cuando el coche se puso al alcance, aunque fuese con muchas letras por delante, de mucha gente que antes ni se atrevía a soñarlo. Llegaban hasta la plaza y lo exhibían, llevando la llave del mismo muy a la vista, pero lo que a mí particularmente me sorprendía era su velocidad en carretera. En la barra del bar alardeaban de tardar una hora desde Madrid y como yo tardaba alrededor de dos me hacían coger complejo; incluso alguno se permitió rebajar esas marcas, al menos de boquilla, asegurando haber tardado de 50 a 55 minutos solamente. Hay que tener presente que había carretera de doble dirección entre Madrid y Santa Olalla, carretera terriza en bastante mal estado entre Santa Olalla y el pueblo y contar con la salida de Madrid, que desde la capital a Alcorcón era una carrera de obstáculos. Algunos hay que adolecen por mucho riesgo que asumen y de lo que más presumen es de lo que más carecen. Me voy a referir ahora a las cosas que antes eran habituales y ya se perdieron para siempre, como, por ejemplo, el “guarrito” S. Antón, al que soltaba alguien, se le cortaban un poco las orejas y el rabo y ya estaba listo para deambular por todo el pueblo. Contaba con las simpatías de todos, habiendo algunos que le echaban de comer e iba creciendo hasta llegar a ponerse como un apetitoso cerdo y se rifaba. La persona que tenía la fortuna de poseer el número premiado, terminaba con el cebo del animal, que al final quedaba hecho chacina. Las muletas o mulas jóvenes, llegaban y se estabulaban en un lugar muy espacioso que había en lo que conocíamos como “callejón de las muletas”. Es la calle donde está ahora la residencia y allí permanecían un tiempo, hasta que sus dueños, unos gallegos, que así les llamábamos, conseguían vender algunas y quienes las compraban, para la labor de sus tierras, las exhibían orgullosos. Hay que recordar que entonces no había tractores y el trabajo duro lo hacían las caballerías y de ahí su importancia. El “guarrito” S, Antón que por el pueblo corría, tuvo nuestra simpatía además de aceptación. Una cosa que me llamaba la atención era la manera de apuntar que tenían los panaderos los panes que se llevaban algunos clientes que pagaban a crédito. Era que en una caña de unos 20 centímetros, la partían en sentido longitudinal en dos mitades, quedándose una en la panadería y la otra la tenía el cliente. Cuando éste se llevaba su pan de cada día, el panadero juntaba las dos mitades, que coincidían perfectamente, como es de suponer, dando la apariencia de que estaban unidas y hacía una muesca (a este hecho se le llama tarjar y a las dos cañas partidas, tarja) que hería a ambas. Estaba “apuntando” en cada una de ellas cada operación diaria y posteriormente, no sé si cada semana o cada mes, el cliente pagaba su deuda y a empezar otra vez. De este modo, no había posible equivocación, debiendo aclarar que la mitad de la caña que se quedaba el panadero tenía el nombre del cliente como identificación. Ya que hablamos de panadería, era clásico entre alguna gente recurrir a las cochuras, es decir, hacer sus propios panes, pero eso sí, en la panadería. De este modo disponían de ello durante bastantes días, poniéndolos en las casas entre cereales o metiéndolos en pequeñas tinajas para su conservación y para tenerlo más reciente se cambiaban los panes unas personas a otras, con ventajas para todas. Este pan solía estar correoso, pero se conservaba bastante bien y además ahora tendría éxito, por tener la fibra del salvado, muy solicitada. Además de pan, en las cochuras solían hacerse algunas variedades comestibles, como la empanada, que solía ser de sardina arenque, muy sabrosa y el arrocaique, con un nombre que parece reminiscencia árabe. Ese modo de apuntar no permite los errores posibles de vendedores, ni del que vaya a comprar. En la época en que se hacía el queso, vendían suero, que es una especie de aguachirle, que ibas a comprar y te daban una lechera de buen tamaño por apenas unos céntimos de peseta. Al mismo tiempo, vendían también názulas, producto parecido al requesón, que estaban riquísimas con azúcar, todo ello ocasionado por la confección del queso. Las medidas que se empleaban para vender determinados productos u otras situaciones, también pasaron a la historia y jamás levantarán cabeza y ni siquiera serán conocidas por esta generación y las venideras y entre ellas podemos hacer mención de la arroba. Si era para pesar tenía la equivalencia de 11.50 kgs y si era para medir líquidos la de 12 para el aceite y 16 para el resto, la vara para medir longitudes pequeñas, pues es más pequeña que el metro y para longitudes grandes había la legua, que equivalía a algo más de cinco kms y medio; para los áridos teníamos la fanega y su cuarta parte, la cuartilla. Para líquidos y pequeñas cantidades, usadas cotidianamente, teníamos el cuartillo, que es la mitad del litro, utilizado mucho para la leche y el vino, la libra, algo menos de medio kilo y la onza, su dieciseisava parte, para el peso. Como están muy cercanas en el tiempo, no menciono las denominaciones de moneda y sus valores, tales como el duro, el real, etc., de sobra conocidos. No le importa al comprador la medida que se use; tan sólo que no se abuse por parte del vendedor. Cuando algún viudo o mozo viejo se casaba o arrejuntaba, había la costumbre de dar a la pareja una “galdarrá” (cencerrada) a la ventana de su dormitorio. En las noches de los veranos, la gente salía al fresco, con su correspondiente silla, a contarse los quehaceres del día y a comentar algún sucedido curioso o considerado grave del pueblo y también a criticar y todo esto mismo se hacía también por el día, cuando el calor había remitido, o a la sombra de alguna pared. Las mujeres, si era de día, cosían o tejían al tiempo que platicaban, mientras que en la noche todo el tiempo se empleaba en hablar. Los quintos colocaban el chopo o álamo más alto que encontrasen en medio de la plaza y cuando se tallaban se ponían sus mejores ropas para la ocasión y los de la siguiente quinta se solían poner lo más cochambroso, para acentuar la diferencia entre ambos. Iban por las calles con una garrafa de vino, ofreciéndolo a los viandantes, a los que solicitaban un aguinaldo y con el importe de éste hacían sus bailes y comilonas. Las canciones que interpretaban, se referían casi todas a algunos sucedidos chuscos que hubiesen ocurrido recientemente. El día que te tallaban te veías más responsable y te mostrabas afable cuando te felicitaban. Recuerdo que siempre se dijo que a los mozos que viniesen de otro pueblo a ennoviarse con alguna chica de aquí se les solicitaba la ronda y si no la daban se les echaba al pilón, que es el que hay en la fuente que llamamos bomba. Todos debieron ser obedientes y desprenderse de lo solicitado, pues no sé que eso llegase a suceder. Recuerdo que estaba extendida la idea de que los puebleños, los habitantes de La Puebla de Montalbán, tenían una expresión a flor de labios y era “ajo leche” y no te los imaginabas sin decir semejante bobada y en cuanto a los de La Mata se decía aquí que parecían “guarros canos”, no sé por qué. A propósito de ese pueblo, diré que hubo un tiempo que había tal rivalidad entre su gente y la de aquí, que hasta los autobuses de línea tenían que desviarse por caminos vecinales, para no pasar por el centro de La Mata, ante el temor de que fueran apedreados. ¿Con quién sino con vecinos nos vamos a pelear? No vamos a ir a buscar pelea contra los chinos. Las canciones que se cantaban en las bodas lo eran por la práctica totalidad de los participantes y comenzaban en vísperas y terminaban cuando la boda y en cuanto a las que se cantaban en las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes son de lo mejor (para mí lo mejor, sin duda, culturalmente hablando) por su belleza y oportunidad en la música y en la letra y no digamos en la cantidad y variedad de las canciones, como no creo haya en muchos lugares de España, no sólo de la provincia o región. Sobre esto, he pensado si algunas no serán prestadas y a veces me asalta la idea de que pudieran haber llegado por la cañada (la “colá”), vía pecuaria que pasa no demasiado lejos del río, transitada por pastores trashumantes, pues si no a qué viene eso de “Salamanca la blanca…” , o de cuando la guerra de Cuba o Filipinas, que parecen reflejarse en la que dice, entre otras cosas, “pólvora en la arena, agua de la mar” y quizá alguna más que no recuerdo. Que circule y no se atore lo que es propio de nosotros para ofrecérselo a otros: nuestro sin igual folklore. Seguro que se me han olvidado muchas cosas, pero no se puede acordar uno de todo y menos yo, que estuve muchos años fuera del pueblo y venía a él esporádicamente, además de que cada uno juzga subjetivamente y lo que es destacable para uno puede ser una nadería para otro y por tanto habrá quien diga que no habría merecido la pena poner tal o cual cosa y, por el contrario, también los habrá que piensen que habría cabido también algún sucedido que se me haya escapado. Se verá claramente que he pasado de puntillas sobre la guerra y las heridas que ocasionó antes y después de ella, pero como todos las sufrimos, mejor será recurrir a esa frase tan usada y tópica de “corramos un tupido velo” sobre ello. Para terminar, usar una expresión muy carpeña, al menos entre los muchachos de mi época, que empleábamos para dar a conocer a nuestro rival del momento que lo suyo no nos apabullaba y no era más grande, alto, bajo o lo que fuese que lo nuestro y que también se puede aplicar aquí: “quisiera medías”, frase que cualquiera, seguramente, podría esgrimir con toda razón. Cristino Vidal Benavente. |