Historias. Maceo Maceo Conocí a Maceo en Salamanca. Era uno de los personajes de nuestro pueblo a quien Luis Pinedo me llevó a ver en nuestros paseos por la ciudad y sus alrededores. Para ir a su casa había que cruzar el río. Desde dónde yo vivía, al lado de la catedral, suponía bajar hasta el toro de piedra, cruzar el puente romano y luego subir a la barriada moderna que creo que llamaban de las Trescientas, o Quinientas, consistente en un número tal de casitas de dos plantas de construcción muy parecida. Maceo era una persona muy especial y no sólo por su ceguera. Hablar con él era recibir lecciones de historia viva y para mí, admiradora de los personajes de Valle Inclán, tener la posibilidad de conocer a un Max Estrella viviente. Así de noble y solemne me parecía su semblante. Yo no sabía apenas nada de la guerra. En las clases de Historia, en aquellos años sólo llegábamos a la guerra de la Independencia y gracias. Con él, con Maceo, me enteré de lo que había sido la República y de que esos hechos estaban ahí a la vuelta de la esquina, o mejor dicho, a dos cuadras de donde yo vivía. Tan cerca que muchas tardes de domingo después de aquella primera vez que me llevó a verlo Luis, caminaba yo sola hasta allí y me quedaba hablando con él hasta poco antes de que empezara a oscurecer. Entonces cogía mi camino de vuelta andando hasta la residencia. Siempre que iba, la familia me recibía encantada, creo que se alegraban de que el anciano tuviera alguien con quien hablar de “sus cosas”, esos recuerdos del pueblo y de la guerra que ya debían estar hartos de escuchar miles de veces. Nos ponían unas tazas con el café con leche y las pastas y luego nos dejaban hablando mientras ellas, su mujer y su hija charlaban de lo suyo o veían la televisión en otra parte de la sala. Los días que hacía bueno dábamos algún paseo por los alrededores, pero las más de las veces, recuerdo que nos quedábamos sentados en la mesa camilla sobre la que ponía su transistor, del que no se separaba ni un momento. (Ni siquiera mientras paseaba, entonces lo llevaba colgado delante, pendiente de una correa que le colgaba del cuello). Creo recordar también que tenía una herida una mano y la llevaba envuelta en una especie de guante de cuero. En mi imaginación relacioné aquellas heridas con la guerra. Pero a lo mejor no tenían nada que ver. Pasaba lo mismo que con su ceguera. Su radio era otra fuente de interés para mí porque no era una radio cualquiera. Tardaba un poco en coger la emisora, además tenía que hacerlo cuando no hubiera nadie porque, según decía, era peligroso. No escuchábamos las emisoras convencionales, sino una que estaba prohibida. Si bien, las más de las veces hablaba él y su conversación, para mí era tan interesante o más que lo de la de la radio. Desde luego mucho más cercanas que lo que estaba pasando en Rusia, lo que decían los exiliados de Francia o lo que pensaban los gobiernos extranjeros de la dictadura de Franco. A mí me gustaba más que me contase cosas que habían pasado en nuestro pueblo. Me habló de mi abuelo Pepe, su enemigo político, de mis tíos, algunos de su bando. Y me abrió los ojos sobre otra gente con la que luego tuve oportunidad de hablar cuando vine al pueblo. Los domingos cuando llegaba a la Residencia de estudiantes donde estaba y me preguntaban: “¿qué tal la tarde?” Callaba como si viniera de una reunión política clandestina. En estas reuniones se leían y se hablaba de teorías bastante indigestas porque eran copias de traducciones malhechas de textos de Marx, Engels o Lenin mientras que yo tenía el privilegio de escuchar a un testigo viviente que había puesto en acción esas ideas. La pena es que muy pocas veces tomaba nota de aquellas conversaciones y ahora es difícil reproducirlas en toda su riqueza. La que viene a continuación es nuestra conversación de una de aquellas tardes: - No nos hemos repuesto de la guerra- se quejaba - Ahora estoy bien. Tengo mi casa, mi familia, los chicos han ido a la escuela aquí, y ya tengo a todos trabajando. Vivimos bien, pero las hemos pasado muy estrechas. Todo el país lo ha pasado muy mal. Ha habido años de hambre, porque con la sequía y la falta de mano de obra que trabajase el campo se han cultivado la mitad de cereales de los que se cultivaban antes de la guerra. Tú imagínate, toda la población que tenía que estar trabajando la tierra y la industria, creando riqueza para el pueblo, estaba en los frentes matándose unos a otros. ¡Como no íbamos a pasar hambre después! El capital no, el capital vive de la sangre del obrero. Vivía bien antes de la guerra y vive bien después. Pero los obreros tanto los de izquierdas como los de derechas, que también los había, (mira tu abuelo sin ir más lejos), esos, salimos perdiendo todos. Bueno, y el capital también sufrió en la guerra, pero no el gran capital que se había escapado con todo lo que pudo, digo las pobres gentes que tenía tierras y no tenía para comer. Sí, es verdad que los nuestros hicieron muchas cosas malas. Pero ¿qué quieres?, era una guerra, en una guerra se hacen barbaridades. Mira, que yo evité algunas. Si no es por mí habían matado a mucha más gente en el pueblo y en toda la comarca de Belmonte. Y me la jugaba. Cuando yo sabía que iban a venir los milicianos al pueblo me adelantaba si podía, y si no, avisaba de que iban a venir. Claro, eran chicos muy jóvenes que no sabían nada más que lo que le habían dicho, que había fascistas conspirando por los pueblos y que había que acabar con ellos para ganar la guerra cuanto antes. ¿qué iban a hacer? Pues registrar para buscar al enemigo escondido y requisar comida para alimentar a los soldados del Frente que pasaban tanta hambre como los demás. No se puede ganar una guerra con el estómago vacío. Yo creía en unos ideales. Y todavía creo en la igualdad y en los derechos del pueblo. Pero las guerras son malas. En la guerra pierde más el pobre y el más inocente. Yo salvé a muchos de derechas, buena gente. Y me están muy agradecidos. Luego, eso, me ha salvado. Tuve que presentar avales al terminar la guerra ellos me avalaron. Los frailes de Belmonte vinieron al hospital en el que estaba herido en una cama y vigilado por los militares para que no me escapara. Vinieron a verme y testificaron que les había salvado la vida. Y por eso me salvé yo de la cárcel o de ser fusilado como fusilaron a otros, porque fusilaron a muchos. En Uclés hubo sacas, en Alcázar hay una fosa con más de 400 cadáveres. Pero bueno, no vamos a hablar de eso. A lo mejor eso no os lo enseñan aquí, pero la gente de fuera lo sabe. Y se sabrá, más pronto o más tarde, se sabrá todo lo que pasó. Mira, esta radio pequeña la llevo siempre conmigo. Tiene onda media para poder coger emisoras del extranjero. Así estoy informado. A la familia le gusta ver la televisión. Yo con esto me apaño. La llevo en el bolsillo. Por la mañana me bajo hasta el río, me siento ahí en un banco y oigo las noticias. Por la noche oigo Radio Pirinaica. Mi mujer no se entera. Por la radio me enteré del desfile de los nuestros en París. Fue en Agosto de 1944, había caído Hitler y lo aliados desfilaron bajo el arco de triunfo en las calles de Paris, Sí, sí, los nuestros, los republicanos españoles que estaban con la resistencia francesa. Varios de Villaescusa, entre ellos Deogracias Mena, un hijo del Lobo, Lopezosa de apellido, otro hijo de la hermana Tomasa….muchos que no han vuelto luego. Desfilaron con carros de combate que llevaban los nombres de los Frentes de nuestra guerra: Belchite, Guadalajara, Jarama, Madrid. Para mí fue una esperanza. Creí como muchos que Franco iba a durar poco, y ya ves, de esto hace más de veinte años y Franco sigue, va a durar hasta que me muera a este paso. Claro que yo ya no lo voy a ver, mejor estar ciego, pa lo que hay que ver. La radio también hablaba de los maquis, los republicanos a los que no habían podido coger y que todavía estaban en el monte escondidos, entonces, empezaron la lucha. También ellos oían la radio y tenían sus enlaces que les informaban. Dieron la noticia de que habían matado a varios enlaces y a la gente sospechosa de ayudarles. Ni los periódicos, ni las noticias de la radio, ni los telediarios dijeron nada. Pero se oían rumores, la gente hablaba de haberlos visto en tal o cual sitio. Y luego salía la noticia de cuando los detenían. Maceo había sido un dirigente comunista con un alto cargo, creo que el de jefe comarcal del partido de Belmonte. Entonces, en los años sesenta que era cuando tuvieron lugar estas conversaciones, el Partido Comunista, el Partido Socialista, todos los partidos de izquierda seguían prohibidos, si bien actuaban en el extranjero sobre todo en el sur de Francia donde había muchos exiliados españoles y clandestinamente en el interior, sobre todo entre los estudiantes de las universidades y menos entre los obreros de algunas fábricas. Pero la mayoría de la gente no se enteraba de estas actividades. No se daban en las noticias. De ahí el atractivo de escuchar aquellas cosas en boca de Maceo: - Después de la guerra todavía hubo unos años en que se creyó que las cosas podían cambiar. Cuando empezó la Operación Reconquista el 19 de octubre de 1944 todavía había esperanza de que diera la vuelta la tortilla. Nos enteramos por Radio Pirinaica porque ni la radio ni los periódicos de aquí decían nada. Luego sí, pero dijeron lo que les convino, para hacer propaganda del Régimen y diciendo que habían acabado con unos cuantos criminales que habían pasado por Francia. Ya digo, sólo la radio clandestina informó de la acción. Pasaron unos tres mil hombres por el valle de Aran. Trajeron hasta carros de combate, ametralladoras y un cañón. Ocuparon varios pueblos y llegaron hasta Viella, un pueblo del Pirineo. Pero Franco mandó a toda la tropa. Desplazó a medio ejército, unos desde Barcelona, otros por Lérida y por Burgos. Asesinaron a los que no pudieron huir. Una matanza. ¡Qué desperdicio de vidas! Y Francia no hizo nada por ayudarnos. Nosotros les ayudamos a echar a los nazis pero ellos nos dejan que tengamos Franco toda la vida
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