Villaescusa de Haro - Cuenca

Maquis en las Corralizas
-Tenían la cama en un trigal, al lado nuestro. Lo sabíamos porque había rodales en que el trigo estaba tumbado y no nos acercábamos. Miedo no teníamos. Si nos hubieran querido hacer mal, lo habrían hecho antes. Ayudarles tampoco. Éramos unos chicos.

Y como tales, porque uno no había cumplido los veinte años y el otro rondaba los doce, no eran conscientes del peligro que corrían. Las madres sí. Las madres siempre están temerosas de lo que pueda ocurrirles a los hijos. Aunque las leyes de la vida y de la muerte son tan caprichosas que ni siquiera una madre puede comprenderlas.
Salieron indemnes de aquella aventura. Para uno de ellos, Ángel, sería una historia más que contar en el casino, pero muchos años después, ya de mayor, cuando nadie hablaba ya de los maquis, cuando ya la persecución hacía cesado porque los daban por desaparecidos. El otro chico es el que habla de ello ahora, sesenta años después de que ocurrieran los hechos. Se llama Quintiliano y tiene 87 años. Entonces, los tiempos de que habla, son los años de la postguerra, cuando un sector de los vencidos aún no se había resignado a la derrota y se escondía en los campos, con las armas en la mano.
Ninguno de los dos chicos que guardan el ganado en el aprisco de Las Corralizas había ido a la guerra, eran unos niños en el 36 cuando empezó. Se libraron. A lo mejor por eso estaban vivos.
A pesar de esos cuantos guerrilleros, a los que el Gobierno de Franco llama forajidos, la normalidad había vuelto a los pueblos. La gente volvía a sembrar y a sacar el ganado a los pastos. Quintiliano empezó a trabajar de pastor en casa de Juan Ángel, al que llamaban Pataseca. El “rochano” ( muchacho más joven que ayuda al pastor) tiene unos años menos que él. Es el hijo mayor de la casa. Se llama Ángel.
- Nos decían en el pueblo que había gente por la sierra con escopetas, que tuviéramos cuidado porque robaban el ganado y que eran peligrosos. La Guardia Civil los buscaba para matarlos. Y nos dijeron que si los veíamos teníamos que decírselo.
Los padres, sin embargo, les dijeron otra cosa. Ellos sabían mejor lo que había que hacer: no decir nada a nadie. Que los guardias hicieran su trabajo pero ellos no los iban a ayudar. Porque si hasta ahora no les habían hecho mal ¿por qué iban a querer hacérselo? En cambio si se lo decían a los guardias, iban a ir tras ellos y entonces si que habría tiros... O podían enterarse de que los habían delatado. Eso si que era correr peligro.
La hermana Obdulia nunca levantaba la voz, en la casa se hacía lo que quería el marido, pero que no le tocaran al hijo. YA había perdido dos. Ni uno más. No estaba dispuesta a dejarle a la muerte arrebatarle otro. Aunque tuviera ella que asumir las culpas, aunque la acusaran de ayudar a la insurrección.
-Madre ¿Qué quería la Guardia Civil?
- Nada hijo mío, les he dicho que tú no has visto nada. Si te preguntan, tú no digas que has visto a nadie. Hijo mío, mira, que esto es muy serio.
- ¿Y si se llevan las ovejas?
- Pues que se las lleven. Vosotros no habéis visto nada.
- ¿Y si son del pueblo?
-Entonces me lo dices a mí, pero a nadie más. Ni a tu padre siquiera.
-Pero madre, si nos quitan las ovejas…
- Mejor que nos la quiten a que nos maten ¿Quieres que te maten? ¿O que nos lleven a la cárcel? ¿No sabes lo que le ha pasado al hermano Manuel el del Rayo?
- Que se lo han llevado preso.
- Pues eso. Que dicen que se acostaban en su casilla y mira tú.
- Madre, si duermen entre el trigo.
-¿Y quién te dice a ti que eso no es la cama de algún animal?
-Madre, si los he visto. Eran tres hombres.
-Hijo mío, por Dios, no lo digas. Aunque te pregunten, tú no digas nada.
-Bueno.
- Mira, te he comprado tabaco de liar. Mañana, te lo llevas al campo con el almuerzo. Ya eres un hombre. Y como un hombre tienes que mantener la boca cerrada.
- Sí madre. .
Era el mayor de los hijos que le quedaban. Había tenido cuatro, pero dos se le habían muerto de enfermedades cuando ya eran mocetes. La primera que se murió fue una chica, Pilar. Se fue con todo su conocimiento. “No llores mama. Que te queda el chico” Pero luego también se murió el chico. A los dos años, también por enfermedad y a la misma edad que tenía su hermana. Y siguió teniendo hijos. No para reemplazar a los anteriores, los hijos no se reemplazan nunca y el dolor que dejan sigue estando ahí, pero vienen los otros y traen otras alegrías que tapan un poco las penas…
Los dos que tuvo después, Ángel y Antonio, habían pasado ya la edad más peligrosa. Se habían criado fuertes. No habían estado malos nunca. Y ahora, esto. Este sin vivir con que les pudiera pasar algo…
Vino la Guardia Civil a preguntar si los pastores habían visto algo raro, algún hombre merodeando o si les había faltado ganado.
_ No, hasta ahora no nos ha faltado nada. Descuide usted, que si los chicos ven cualquier cosa, yo misma me acerco a Belmonte, al cuartel, a dar parte.
Luego, los primos de Belmonte le contaron que tuvieran cuidado, que los mismos guardias se disfrazaban de maquis yendo al campo a pedirle a los pastores que les entregaran ovejas y que si se las daban sin oponer resistencia, los denunciaban por haber ayudado a la insurrección y los metían en la cárcel.
¿Qué iba a decirle al chico ahora? Si les pedían las ovejas y no se las daban por las buenas, si como decían eran unos hombres muertos de hambre, lo más normal era que se las quisieran llevar a la fuerza. Lo más sensato era darles lo que pidiesen. Pero ¿y si, como decían los primos de Belmonte, era la Guardia Civil la que venía disfrazada?
- Mira, hijo mío. Tanto Qintiliano como tú, si veis a un hombre que huele mal como de haber estado muchos días sin lavarse y sin haber comido y os pide una oveja, vosotros le decís que coja las que quiera, que a vosotros no os importa porque son del amo. Y que no sepan que tú eres hijo del amo ¿entendido?
- Sí madre.
- Pero si huelen a jabón, están afeitados, o si parece que no tienen hambre, entonces no se las deis. Les decís que la Guardia Civil lo tiene prohibido o que el amo os va a matar si se entera… Que vayan a robarle al amo.

Por la serranía de Cuenca se esconden el Chaqueta Negra, el Pesquera que es del pueblo de Cuenca del que le viene el nombre y alguno más. Son hombres acostumbrados a pasar necesidades. Han sobrevivido a las trincheras, algunos han sido alcanzados por las balas y han sobrevivido a las heridas. A lo que no pueden sobrevivir es a la indiferencia de los paisanos, a la falta de solidaridad del pueblo por el que han luchado y por el que han arriesgado la vida.
Miran entre las mieses a los dos chicos. Los ven sacar y entrar el ganado al corral. Los ven mirar hacia ellos y notan su miedo.
A la hora del almuerzo los ven sacar la talega de cuadros y comerse un cantero de pan sin saber si hay algo en el medio. ¿Un trozo de queso? ¿Una loncha de panceta? Pueden verlos sacar una cebolla o un tomate y partirlos con la navaja en rodajas. Los ven llevárselos a la boca con la mano que sujeta la hoja abierta del arma. ¡Sería tan fácil arrebatársela!
Aguantan su hambre y planean un golpe. Un robo a mano armada en la posada del Facho.
Esperan.
Saben esperar.
Saben aguantar el hambre y la sed.
Llegará su momento. Mientras, es mejor cerrar los ojos, imaginar que el sol también alimenta, que las hierbas que ha masticado son un suculento manjar y que ya está satisfecho.
Darán el golpe por la noche, si es que esa noche hay juego.
Allí estará la gente pudiente. Gente que tiene algo más que cebolla para llevarse a la boca.
Hasta que llegue el momento esperan y se entretienen mirando a los muchachos, escuchando la cháchara del más joven y el silencio del mayor.

Mari Luz le he leído la historia a mi padre, que tiene 83 años, y le ha encantado. Quintiliano tiene uno más que él (no tiene mucha importancia realmente). Me ha pedido que la imprima y se la lea a mi madre. Ya lo he hecho otras veces con vuestras historias, pero esta, sobre todo, le ha gustado mucho. Dice que la has escrito muy bien y que ellos se acuerdan de aquellos tiempos aunque no sabían nada de que los maquis hubieran dormido en Las Corralizas.
Mis padres se emocionan con todas estas historias que evocan sus tiempos de juventud. Pasaron muy malos tiempos, muchos como mi abuelo, fueron encarcelados, pero si tenías suerte de conservar a tus padres y a muchos de tus hermanos, y no pasar hambre, también tienen historias felices que contar, acordes con lo jóvenes que eran.

Hola. ME alegro que guste a tus padres. Es en memoria de los de su generación que escribo. Lo que hacemos con nuestras historias es preservar el patrimonio inmaterial del pueblo, tan importante en mi opinión como el patrimonio material. LA vida de la gente es más importante que las piedras aunque sean monumentos históricos. Por eso está muy bien que desde la ASociación de Mujeres impulsemos que se publiquen.
Ene ste foro una vez leí algo que dijo Comuneros animando a hcer cosas positivas desde las Asociaciones que hay en el pueblo o en la Tertulia en vez de perder energías y tiempo en enfrentamientos inútiles...Supongo que a veces el enfretnameinto es inevitable, pero opino que es mejor dejar que la verdad de los hechos se imponga... como dice Tirititan el tiempo da al razón aunque tarde mucho.
Ánimo y a evitar la tentación de hacer política tan mal como la hacen mcuhos políticos. Aunque las mujeres tengamos derecho a hacerlo tan mal como lo hacen muchos hombros ¡Hay que hacerlo mejor!