Historias. La primera mujer que llevó pantalones en Villaescusa La primera mujer que llevó pantalones en Villaescusa Se llama Aurora, tiene más de noventa años y goza de buena salud. Las noches de verano podéis verla tomando el fresco en su puerta, unas veces fuera sentada en una silla y otras dentro, con la luz apagada detrás de la cortina, para ver pasar a la gente. Porque le gusta la gente. Habrá a quien le guste quedarse metida en su casa sin ver a nadie, pero a ella no. Y es que está acostumbrada al bullicio de la gente. De pequeña, su casa estaba siempre llena de familiares y amigos de sus hermanos. De ellos eran los pantalones que se ponía, los que a éstos les quedaban pequeños se los arreglaba y los usaba para trabajar en el campo. Y para montar en bicicleta. Seguramente, también fue ella la primera que montó en bici en el pueblo. Se la compró su padre para ir a la aldea de Casablanca donde tenían el ganado. Iba allí todos los días a traerse la leche y el queso. Le puso unas cestas atrás, una a cada lado de la rueda, que parecían unas agüaeras para la borrica. - Todavía debe estar por ahí - dice señalando algún rincón del corral. Le gusta hablar de su infancia, ese periodo anterior a la guerra en que su casa estaba poblada de gente, los amigos de su padre, el hermano Amparo. - ¿Te acuerdas tú del tío Quimeras? Así le llamaban. Pues no sé por qué le llamarían eso, pero todo el mundo lo llamaba así. Entonces cada uno tenía un mote. A tu abuelo le decían el tío Pataseca, que tampoco sé por qué le dirían eso, a otro el Chistorras, o el Chinarra, o el Rey, ¿no te acuerdas tú del Rey y de su mujer la Reina? Luego eran los amigos de sus hermanos los que venían. Y la familia, solo con la familia ya se llenaba la casa. Ni siquiera durante el periodo de la guerra, disminuyó el bullicio: - Para mí la guerra no fue muy mala. Estaba acostumbrada a trabajar en el campo. Lo malo fue para las que no estaban acostumbradas. Se dio la orden de que nos repartiera alimentos entre la gente que no participase en las tareas de la cosecha. Sería por eso que se pusieron a trabajar las señoritas y la gente que no lo había hecho nunca. Bah, para ellas fue una diversión. Pa las chicas, digo. Venían tus tías, la Pilar, la Anita, y le decían a mi padre con una guasa: “Venga amo, ¿dónde vamos a trabajar hoy?” Mi padre era el mayoral de Girón. Las mandaba aquí o allí, donde fuera. No sabían ni coger la hoz. Cogían las espigas así, con una mano, hacían un ramo y lo cortaban como si estuvieran cogiendo flores en vez de estar segando. Después del paréntesis de la guerra, los hermanos regresaron al pueblo y ella otra vez pasó a ser la chica de la casa, la única de cinco hermanos. Siguió llevando pantalones y haciendo las mismas labores que antes antes. Trabajaba mucho, pero cuando llegaban las fiestas dejaba el hato de faena y se ponía su vestido de falda estrecha, con encajes en las mangas y en el escote, sus zapatos de tacón y su bolso a juego. -Bueno lo del bolso es sólo para la Feria. Mujer, ¡como iba a ir por el pueblo con el bolso! Esta foto es en Belmonte. Íbamos todos los años. Bajábamos en la tartana. Entonces ir en tartana era como un ir en un Mercedes ahora, un lujo. Era como un carro pero más elegante que un carro. Las ruedas eran más grandes y tenía unos muelles para que la carga no diera botes. A un lado se abría una puertecilla y salía un escalón para apoyar el pie al subir. Cerrabas la puerta y el escalón se metía adentro, ya no se veía. Tenía su techo y todo, como un coche de caballos pero con un caballo solo. Cuando venía alguien importante, al que había que ir a buscar a otro pueblo, le pedían a mi padre: “Amparo, déjanos la tartana”. A las chicas nos gustaba más que la galera o el carro porque así no nos daba el sol en la cara. Entonces nos tapábamos todo lo que podíamos para no ponernos morenas y se nos estropeara el cutis. Lo moderno era tener la piel blanca, había hasta la que se daba polvos de arroz en la cara. Me enseña fotos antiguas que sus nietas han ido colocando en un álbum. Fotos de su padre delante de una plaza de toros con sus amigos, Tomás Pinedo, el tío Quimeras, rostros de gentes que han muerto hace mucho tiempo. - Ea, todo esto, lo guardo para que me lo echen en la tumba cuando muera. ¿Para qué lo van a querer mis nietas si no saben quien es quien? Hay una foto de ella con otra mujer de su misma edad, las dos jóvenes, con unos chicos delante, sus hijos. - Esta es la Filo, la hija de Maceo. - ¿La miliciana? -Sí, la miliciana. Ella también debió llevar pantalones, pero se los puso más tarde que la Aurora. Las milicianas llevaban pantalones de tirantes o un mono de arriba abajo con correajes, La imagino con pañuelo rojo al cuello y su gorro de miliciana. Pero Aurora no recuerda haber visto a su amiga así vestida. En los pueblos las milicianas no querían llevar el uniforme porque les llamaban “tionas” . Lo que sí hay en el álbum es una foto de otra mujer con un uniforme distinto, el de la Falange. Pero no lleva pantalones sino una larga falda azul y una camisa del mismo color con el yugo y las flechas bordados en le pecho y eso sí, correajes en la cintura con una gran hebilla, seguramente otro emblema falangista. Es otra amiga suya con la que fue a ver el féretro de José Antonio cuando pasó por El Pedernoso. -Eso fue al terminar la guerra. Fuimos mucha gente de los pueblos de alrededor. Me acuerdo que hacía mucho frío y tuvimos que esperar allí helados hasta que viniera. Lo traían a hombros desde el otro pueblo, El Provencio, sería. Encendimos lumbres para calentarnos, del frío que hacía. Había tanta gente que yo ni si siquiera vi la caja, pero la Ascensión se fue colando y llegó hasta ella. A la vuelta le pregunté que cómo era y me dijo que muy bonita, con muchas letras de oro, pero que no sabía lo que querían decir porque estaban en latín. Éste es el uniforme que llevaba entonces, la camisa y la falda de Falange.
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