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Villaescusa de Haro - Cuenca

Poblacion:
España > Cuenca > Villaescusa de Haro
14-02-08 14:17 #690738
Por:luz gonzalez

Historias. Tarde de invierno. Mi tío Pepe. LA República.




- El pueblo está solitario, estas Navidades ha venido poca gente...
Mi tío Pepe se queja de la soledad que se respira en el pueblo, más acentuada hoy que otras veces. Viene de dar su paseo de después de comer. Cada día, si hace sol, coge su bastón se abriga bien con un jersey encima de otro y recorre los campos cercanos. Primero toma su café en el hogar - llaman así a la sala que se ha acondicionado en la Casa Grande, un edificio señorial que se ha rehabilitado para servicios sociales del pueblo, la biblioteca, la asociación de mujeres, correos, la sala de baile para las fiestas...-. Antes se quedaba allí leyendo el periódico y jugando a las cartas, pero en invierno no hay asistentes bastantes para echar una partida. Unos están pasando los rigores del invierno en Madrid con sus hijos, otros no se atreven a salir de sus casas en este tiempo. A esta edad, los achaques no perdonan.
-Salgo temprano, nada más comer, y a eso de las cinco ya estoy de vuelta antes de que empiece a refrescar- me comenta.
El sol calienta más a estas horas del día. Pero aún así, no invita a sentarse a charlar en alguno de los bancos del paseo como hacemos durante el verano. No hay gente en el pueblo, pero él sigue sus costumbres y yo intento seguir las mías de caminar lentamente a su paso y escuchar sus palabras, el testimonio de una forma de vida que se está acabando con él.
Aunque a todos nos dice el corazón que el pueblo no lo hacen sólo los vivos. El pueblo son los vivos y los muertos, los que se han quedado a vivir en él y los que nos hemos ido, no importa cuantos años haga que lo hayamos hecho. Por eso es bueno que haya gente como mi tío Pepe que conserve viva la memoria de las cosas.
-Esto que te cuento te lo podrían decir otros. Bueno, no. Creo que soy el único que queda de mi edad.
El último testigo. La última vez que vine estuve hablando con don Ángel, el cura, y con otro de mis tíos, mi tío Antonio, que no veía llegar la jubilación para venirse al pueblo. Hoy, los dos están muertos. Eran más jóvenes, pero la muerte tiene esos caprichos. Mi tío Pepe, en cambio, no tiene prisa en irse. Eso fue lo que les contestó a unos familiares que vinieron al último entierro y le dijeron, socarronamente:
-Cuídate hombre, que no tengamos que venir otra vez tan pronto.
-Yo no tengo prisa..

********
Hoy hace frío. Se ha levantado el aire y mi tío Pepe no se decide a dar el paseo. Viene con su bastón y sus dos jerseys de lana hasta nuestra casa. Llama a la puerta a una hora en la que mi madre y yo aún no henos terminado de comer. Se toma un café cono nosotras. Lentamente, bebe pequeños sorbos de su taza, saboreando algo más que el líquido que le he servido. Lo he hecho muy claro para que no le perjudique.
-Se parece al que tomábamos en casa- le dice a mi madre- Con los posos que quedaban del café del casino, mi madre hacía un recuelo. Siempre había un puchero de recuelo en la lumbre. Por la mañana ese era nuestro desayuno, aquel recuelo con leche y unas sopas de pan. Y nos estaba tan rico.

-Molíamos el café y hasta lo tostábamos en el patio. Lo tostábamos con azúcar. El aroma estaba por toda la casa.
-Cuando había azúcar, le interrumpe mi madre.
-Y cuando no había leche, lo tomábamos solo, pero azúcar siempre hemos tenido en casa. Cuando la guerra, nos la traía Paco del Frente. Era una azúcar morena, que se apelmazaba. También nos traía sacos de arroz que mi madre guisaba con palomos. La carne era dulzona, ero daba sabor al guiso. Creo que aborrecí a esos animales para toda mi vida.
Teníamos tantos que mi padre se los escondía entre el mono y se los llevaba a Doña Lola. Los ricos en aquella época lo pasaron peor que los pobres. En las casas de los pobres había caza y se comía lo que fuera. Pero los ricos no tenían nada...y encima les obligaban a trabajar. Se llevaban a segar a las que eran señoras, a las que no habían ido nunca al campo.
Paco era teniente de los rojos. Y mi padre había sido alcalde de la CEDA. Lo eligieron en las elecciones que tuvieron lugar cuando se hubo ido el rey. En las primeras elecciones que ganó la derecha. Antes, durante un tiempo había sido alcalde el Minche...¿te acuerdas tú del Minche?
Le digo que no. Entonces se da cuenta de la fecha de la que está hablando, mucho antes de que yo naciera. Entonces debió ser 1931, año en que se proclamó la República, porque dice que fue después de la dictadura de Primo de Rivera cuando ya se había ido el Rey al extranjero.
- Vino al pueblo una orden de que se eligiera alcalde entre una terna formada por el último estudiante del pueblo, es decir, el estudiante más nuevo, el artesano más joven y el último mozo que se hubiera licenciado de la mili. Ése era el Minche, el padre de la Araceli, la Coneja para entendernos. Los otros eran el maestro Antonio Romeral, que aunque no era de aquí estaba casado con una hija del pueblo, y el artesano Manuel el herrero. Ninguno quería ser y tuvieron que ir a Cuenca a ver al gobernador. Los recibió en su despacho y Manuel no podía estarse quieto, no dejaba de moverse todo el rato. Habló el primero y dijo:
-Mire usted, mi abuelo fue herrero, mi padre herrero y yo herrero, mi abuelo era muy nerviosos, mi padre, usted pregunte, era nervioso también, y yo, brrrr, brre, ya ve usted, más nervioso todavía.
El gobernador debió quedar tan convencido de los nervios de Manuel que nombró al Minche que le pareció más sereno. Además acababa de hacer la mili.
En seguida, en 1933, se celebraron otras elecciones. En otros pueblos se decía que habían roto las urnas, que las habían quemado. Pero aquí todo fue normal. Salió mi padre. Después, en las siguientes, salió el Frente Popular y era Maceo el que mandaba. Por eso se decía que eran enemigos, Maceo y mi padre. Eran enemigos políticos, claro. Pero se respetaban. ¿Ya te conté lo del Cristo?

Sí, me lo había contado. Me lo había contado precisamente un día del Cristo después de la procesión. Lo había visto mirar la imagen como todo el mundo mientras la pasaban a hombros por la puerta. La banda tocaba algún himno ¿el himno nacional? Una música solemne. En esos momentos todos se callan y se emocionan, incluso los más ateos. EL Cristo es un símbolo poderoso. Un símbolo en el que podía verse retratado el más pobre de los pobres y el más injustamente tratado por el poder.
Ahora ya no hay emigrantes, pero entonces, cuando la pobreza obligaba a emigrar a Suiza o a Alemania, o los que tenían más suerte, a Valencia o a Barcelona, cuando llegaba Septiembre, venían a la fiesta, a la procesión, y cuando les iban bien las cosas hasta sacaban un anda, daban dinero por pasar una de las cuatro que tiene la imagen. El Cristo era el símbolo de identidad del pueblo. Los emigrantes, bien podían quedarse durante las vacaciones en sus pueblos de la costa y pasar el verano al lado de la playa, pero preferían venir aquí con tanto calor, a este pueblo de muerte, tan ingrato que no les había dado ni de comer. Porque muchos se habían tenido que ir para no morirse de hambre. Aún así, regresaban. Volvían a seguir siendo del pueblo, para que los vieran. Y se emocionaban cuando veían sacar y entrar al Cristo por la puerta, aunque alguno fuera comunista o ateo...

Me enteré ese día, por mi tío, de que si el Cristo estaba todavía allí, emocionando a todos durante generaciones era gracias a un comunista, Maceo, del que las nuevas generaciones del pueblo ni siquiera habían oído hablar, pero del que en mi época se decían barbaridades. Y también algunas cosas que, cuya veracidad tuve ocasión de confirmar por boca del propio Maceo, en Salamanca (Nunca regresó al pueblo): que había sido un dirigente del bando republicano, el de los rojos, que reclutaba milicianos en el castillos de Belmonte durante la guerra, que si tenía una hija miliciana, etc. Esas cosas que dependiendo el momento y quien te las diga pueden ser malas o buenas. Pero que entonces eran malísimas.
-Pues, sí - sigue contando mi tío – Si no es por Maceo, esa imagen del Cristo se hubiera hecho astillas. Mi hermano Manolo y yo éramos dos chicos. Mi padre estaba muy enfermo, se murió antes de terminar la guerra, y mi hermano mayor estaba en el Frente. Un día vino un camión de milicianos y el brigada mandó buscar al albañil del pueblo. Vino a mi casa y fuimos mi hermano Manolo y yo. Cuando llegamos a la puerta de la iglesia donde estaban ellos, nos mandó que bajáramos el Cristo del altar mayor. Mi hermano y yo nos miramos y nos pasamos adentro. No sabíamos qué hacer. Si se enteraba nuestra madre se iba a disgustar, pero no podíamos hacer otra cosa que obedecer a los milicianos. Le dábamos vueltas al asunto y salimos de la iglesia. No podíamos escaparnos. Volvimos a mi casa a recoger una escalera grande, ni aún con ella llegábamos hasta la imagen, así que atamos dos escaleras con una cuerda. Estábamos tardando mucho y los milicianos esperaban fuera. Vino otro coche y paró en la puerta. Nos subimos a la escalera, no nos quedaba más remedio que obedecer las órdenes de aquellos hombres armados. Estábamos en guerra.
Manolo estaba subido en todo lo alto, con una cuerda enrollada en el brazo para engancharla a la cruz y así poder tirar de ella. Ya casi estaba llegando cuando se abrió la puerta y nos gritó una voz:
-Pero ¿qué hacéis desgraciaos? Tú, mocoso, baja de ahí inmediatamente.
Era Maceo. Manolo, que era un crío - porque le llevo dos años y a mí todavía no me habían llamado a filas - bajó corriendo de la escalera y tiró la cuerda al suelo. Maceo la cogió y seguía gritando:
- Insensatos ¿os dais cuenta de lo que ibais a hacer? ¡Ay, cómo se entere vuestro padre! Cogió la cuerda y nos fue dando correazos hasta que salimos corriendo. Él estaba al mando del gobierno republicano en esta zona de Cuenca, estaba por encima de aquellos milicianos armados. Eso nos salvó. Luego mandó llevar a mi casa las cuerdas y las escaleras y en la puerta de la iglesia puso un cartel para que nadie tocara al Cristo ni a ninguna imagen. Decía : “PUEBLO, RESPETA ESTO, QUE ES TUYO”
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