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San Esteban del Molar - Zamora

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España > Zamora > San Esteban del Molar
01-03-14 23:49 #11888938
Por:Marceloo

Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 221 Marzo 2014

¡Peligro! Acuerdo Transatlántico
Ignacio Ramonet

País: Estados Unidos, Unión Europea
Tema: Librecambio, Comercio, Comercio internacional

Dentro de dos meses, el 25 de mayo, los electores españoles elegirán a sus 54 diputados europeos. Es importante que, esta vez, a la hora de votar se sepa con claridad lo que está en juego. Hasta ahora, por razones históricas y psicológicas, la mayoría de los españoles –jubilosos de ser, por fin, “europeos”– no se molestaban en leer los programas y votaban a ciegas en las elecciones al Parlamento Europeo. La brutalidad de la crisis y las despiadadas políticas de austeridad exigidas por la Unión Europea (UE) les han obligado a abrir los ojos. Ahora saben que es principalmente en Bruselas donde se decide su destino.

Entre los temas que, en esta ocasión, habrá que seguir con mayor atención está el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (ATCI) (1). Este convenio se está negociando con la mayor discreción y sin ninguna transparencia democrática entre la Unión Europea y Estados Unidos (EEUU). Su objetivo es crear la mayor zona de libre comercio del planeta, con cerca de 800 millones de consumidores, y que representará casi la mitad del Producto Interior Bruto (PIB) mundial y un tercio del comercio global.

La UE es la principal economía del mundo: sus quinientos millones de habitantes disponen, en promedio, de unos ingresos anuales per cápita de 25.000 euros. Eso significa que la UE es el mayor mercado mundial y el principal importador de bienes manufacturados y de servicios, dispone del mayor volumen de inversión en el extranjero, y es el principal receptor planetario de inversiones extranjeras. La UE es también el primer inversor en EEUU, el segundo destino de las exportaciones de bienes estadounidenses y el mayor mercado para las exportaciones estadounidenses de servicios. La balanza comercial de bienes arroja, para la UE, un superávit de 76.300 millones de euros; y la de servicios, un déficit de 3.400 millones. La inversión directa de la UE en EEUU, y viceversa, ronda los 1,2 billones de euros.

Washington y Bruselas quisieran cerrar el tratado ATCI en menos de dos años, antes de que finalice el mandato del presidente Barack Obama. ¿Por qué tanta prisa? Porque, para Washington, este acuerdo tiene un carácter geoestratégico. Constituye un arma decisiva frente a la irresistible subida en poderío de China; y, más allá de China, de las demás potencias emergentes del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, Sudáfrica). Hay que precisar que, entre los años 2000 y 2008, el comercio internacional de China creció más de cuatro veces: sus exportaciones aumentaron un 474% y las importaciones un 403%. ¿Consecuencia? Estados Unidos perdió su liderato de primera potencia comercial del mundo que ostentaba desde hacía un siglo... Antes de la crisis financiera global de 2008, EEUU era el socio comercial más importante para 127 Estados del mundo; China sólo lo era para 70 países. Ese balance se ha invertido. Hoy, China es el socio comercial más importante para 124 Estados; mientras que EEUU sólo lo es para 76.

¿Qué significa eso? Que Pekín, en un plazo máximo de diez años, podría hacer de su moneda, el yuan (2), la otra gran divisa de intercambio internacional (3), y amenazar la supremacía del dólar. También está cada vez más claro que las exportaciones chinas ya no sólo son productos de baja calidad a precios asequibles por su mano de obra barata. El objetivo de Pekín es elevar el nivel tecnológico de su producción (y de sus servicios) para ser mañana líder también en sectores (informática, finanzas, aeronáutica, telefonía, ecología, etc.) que EEUU y otras potencias tecnológicas occidentales pensaban poder preservar. Por todas estas razones, y esencialmente para evitar que China se convierta en la primera potencia mundial, Washington desea blindar grandes zonas de libre cambio a las que los productos de Pekín tendrían difícil acceso. En este mismo momento, EEUU está negociando, con sus socios del Pacífico (4), un Acuerdo Transpacífico de Libre Cambio (Trans-Pacific Partnership, TPP, en inglés), gemelo asiático del Acuerdo Transatlántico (ATCI).

Aunque el ATCI empezó a gestarse en los años 1990, Washington ha presionado para acelerar las cosas. Y las negociaciones concretas se iniciaron inmediatamente después de que, en el Parlamento Europeo, la derecha y la socialdemocracia aprobaran un mandato para negociar (aceptado también, en España, en la proposición presentada conjuntamente, en el Congreso de los Diputados, por el PP y el PSOE...). Un informe, elaborado por el Grupo de Trabajo de Alto Nivel sobre Empleo y Crecimiento, creado en noviembre de 2011 por la UE y EEUU, recomendó el inicio inmediato de las negociaciones.

La primera reunión tuvo lugar en julio de 2013 en Washington, seguida de otras dos en octubre y diciembre (5). Y aunque las negociaciones están actualmente suspendidas debido a desacuerdos en el seno de la mayoría demócrata en el Senado de Estados Unidos (6), las dos partes están decididas a firmar lo antes posible el ATCI. De todo esto, los grandes medios de comunicación dominantes han hablado poco, con la esperanza de que la opinión pública no tome conciencia de lo que está en juego, y de que los burócratas de Bruselas puedan decidir sobre nuestras vidas con toda tranquilidad y en plena opacidad democrática.

Mediante ese acuerdo de marcado carácter neoliberal, EEUU y la UE desean eliminar aranceles y abrir sus respectivos mercados a la inversión, los servicios y la contratación pública, pero sobre todo intentan homogeneizar los estándares, las normas y los requisitos para comercializar bienes y servicios. Según los defensores de este proyecto librecambista, uno de sus objetivos será “acercarse lo más posible a una eliminación total de todos los aranceles del comercio transatlántico en bienes industriales y agrícolas”. En cuanto a los servicios, la idea es “abrir el sector servicios, como mínimo, tanto como se ha logrado en otros acuerdos comerciales hasta la fecha” y expandirlo a otras áreas, como el transporte. Sobre la inversión financiera, las dos partes aspiran a “alcanzar los niveles más altos de liberalización y protección de las inversiones”. Y sobre los contratos públicos, el acuerdo pretende que las empresas privadas tengan acceso a todos los sectores de la economía (incluso a las industrias de defensa), sin discriminación alguna.

Aunque los medios de comunicación dominantes apoyan sin restricción este acuerdo neoliberal, las críticas se han multiplicado sobre todo en el seno de algunos partidos políticos (7), de numerosas ONG y de organizaciones ecologistas o de defensa de los consumidores. Por ejemplo, Pia Eberhardt, miembro de la ONG Corporate Europe Observatory, denuncia que las negociaciones se han llevado a cabo sin transparencia democrática y sin que las organizaciones civiles hayan tenido conocimiento en detalle de lo que se ha acordado hasta ahora: “Hay documentos internos de la Comisión Europea –declara la activista– que indican que esta se reunió, en la fase más importante, exclusivamente con empresarios y sus lobbys. No hubo un solo encuentro con organizaciones ecologistas, con sindicatos, ni con organizaciones protectoras del consumidor” (Chulillo. Eberhardt observa con inquietud una posible disminución de las exigencias para la industria alimentaria. “El peligro –comenta– lo conforman los alimentos no seguros importados de EEUU que podrían contener más transgénicos, o los pollos desinfectados con cloro, procedimiento prohibido en Europa”. Añade que la industria agrícola-ganadera estadounidense exige la supresión de los obstáculos europeos a ese tipo de exportaciones.

Otros críticos temen las consecuencias del ATCI en materia de educación y de conocimiento científico, pues podría extenderse a los derechos intelectuales. En este sentido, Francia, para proteger su importante sector audiovisual, ya impuso una “excepción cultural”. El ATCI no abarcará las industrias culturales.

Varias organizaciones sindicales denuncian que, sin ninguna duda, el Acuerdo Transatlántico ahondará en los recortes sociales, en la reducción de los salarios, y destruirá empleo en varios sectores industriales (electrónica, comunicación, equipos de transporte, metalúrgica, papel, servicios a las empresas) y agrarios (ganadería, agrocombustibles, azúcar).

Los ecologistas europeos y los defensores del comercio justo explican además que el ATCI, al suprimir el principio de precaución, podría facilitar la supresión de regulaciones medioambientales o de seguridad alimentaria y sanitaria, a la vez que puede suponer una merma de las libertades digitales. Algunas ONG ambientalistas temen que se comience también a introducir en Europa el fracking, o sea el uso de sustancias químicas peligrosas para los acuíferos, con el fin de explotar el gas y el petróleo de esquisto (9).

Pero uno de los principales peligros del ATCI es que incorpora un capítulo sobre “protección de las inversiones”, lo que podría abrir las puertas a demandas multimillonarias de empresas privadas en tribunales internacionales de arbitraje (al servicio de las grandes corporaciones multinacionales) contra los Estados por querer estos proteger el interés público, lo cual puede suponer una “limitación de los beneficios de los inversores extranjeros”. Aquí lo que está en juego es sencillamente la soberanía de los Estados y el derecho de estos para llevar a cabo políticas públicas en favor de sus ciudadanos. Para el ATCI, los ciudadanos no existen; sólo hay consumidores, y estos pertenecen a las empresas privadas que controlan los mercados.

El desafío es inmenso. Y la voluntad cívica de parar el ATCI no debe ser menor.
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08-04-14 00:03 #11969600 -> 11888938
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº:222 Abril 2014

EL LABORATORIO GRIEGO
Bernard Cassen

Hay que ser muy ingenuo para creer que el encarnizamiento de la troika contra Grecia obedece únicamente a consideraciones de estricta gestión de fondos europeos. Cuando los representantes de las tres instituciones que la conforman -Banco Central Europeo (BCE), Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional (FMI)- multiplican, como ocurre actualmente, las exigencias previas para liberar el tramo de préstamo de 8,5 mil millones de euros que se le prometio al Gobierno de Atenas, están dando continuidad de forma implacable al experimento iniciado hace seis años.

Este experimento tiene una ambición de alcance histórico: la desintegración del Estado social, fruto de décadas de luchas, primero en el país mas vulnerable de la Unión Europea, y posteriormente, poco a poco, en los demás países de la “periferia” (España, Chipre, lrlanda, Portugal), antes de extender dicho proyecto, con la complicidad de sus Gobiernos, a ciertos países del “centro”, entre ellos, la Francia de Francois Hollande. Este proyecto es multidimensional, a un mismo tiempo económico, político y social. El presidente del BCE, Mario Draghi, así lo pregonó a los cuatro vientos al declarar al Wall Street Journal que “el modelo social europeo estaba muerto”.
Ya estamos sobre aviso …

El caso griego es la prefiguración del futuro de la mayoría de los países de la UE y, mas particularmente, de aquellos de la zona euro. Por consiguiente hay que estudiarlo en detalle. Disponemos para ello de una obra notable en la cual Noélle Burgi, investigadora del Centro Nacional de investigación Científica (CNRS) de Francia, le da la palabra a nueve profesores universitarios y especialistas griegos de diversas disciplinas, entre ellos un psicólogo y un psiquiatra.

Hay que reconocer que la historia de Grecia -dictaduras, intervenciones extranjeras, represión de las izquierdas, retraso de la sociedad en constituirse en comunidad política, instrumentalización de lo que corresponde al Estado por parte de las élites para perpetuar sus privilegios, clientelismo, corrupción- hizo de este un país particularmente frágil, lo cual en gran parte ha facilitado la tarea de las instituciones europeas y del FMI, así como de su policía especializada, la troika.

Los resultados de las medidas de “rescate” de Grecia (de hecho el rescate de los bancos y del euro ) se conocen bien: explosión de la pobreza (36% de la población en 2012), bajada del 40% del ingreso de las personas que todavía tienen un empleo y de los jubilados; abandono de los desempleados; desmantelamiento del derecho laboral y del sistema de salud pública; privatización (o mas exactamente, subasta) de los bienes público, etc. Menos conocidas, pero quizás mas importantes a largo plazo, son las consecuencias sobre la propia supervivencia de la sociedad en Grecia: instalación del partido neonazi Amanecer Dorado en el paisaje político, aumento vertiginoso de las adicciones, transformación de los sujetos sociales vulnerables en ciudadanos “peligrosos” considerados a partir de ahora como bocas “inútiles”.

Leyendo esta obra, se mide mejor el carácter criminal del fundamentalismo de mercado que sirve de brújula a las políticas llevadas a cabo por Bruselas, Francfort y Berlín con el respaldo de todos los Gobiernos europeos. Y hay quien se asombra, incluso entre los que las ponen en práctica, de que las mismas no hayan -o aún no hayan- provocado una insurrección cívica generalizada. Las elecciones europeas del mes de mayo, y en particular los votos obtenidos por la coalición de la izquierda radical Syriza en Grecia, nos dirán si esta es una calma engañosa.
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07-05-14 16:41 #12010564 -> 11969600
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique

Nº: 223 Mayo 2.014

¿Por qué sube la extrema derecha en Europa?

Ignacio Ramonet

Una cosa es segura: las elecciones europeas de finales de mayo se traducirán en un aumento notable del voto de extrema derecha. Y por la incorporación al Parlamento Europeo de un número considerable de nuevos diputados ultraderechistas. Actualmente, estos se concentran en dos grupos: el Movimiento por la Europa de las Libertades y de la Democracia (MELD) y la Alianza Europea de los Movimientos Nacionales (AEMN). Entre ambos suman 47 eurodiputados, apenas el 6% de los 766 euroescaños. ¿Cuántos serán después del 25 de mayo? ¿El doble? ¿Suficientes para bloquear las decisiones del Parlamento Europeo y, por consiguiente, el funcionamiento de la Unión Europea (UE)?.

Lo cierto es que, desde hace varios años y en particular desde que se agudizaron la crisis de la democracia participativa, el desastre social y la desconfianza hacia la UE, casi todas las elecciones en los Estados de la UE se traducen en una irresistible subida de las extremas derechas. Las recientes encuestas de opinión confirman que, en los comicios europeos que se avecinan, podría aumentar considerablemente el número de los representantes de los partidos ultras: Partido por la Independencia del Reino Unido, UKIP (Reino Unido); Partido de la Libertad, FPÖ (Austria); Jobbik (Hungría); Amanecer Dorado (Grecia); Liga Norte (Italia); Verdaderos Finlandeses (Finlandia); Vlaams Belang (Bélgica); Partido de la Libertad, PVV (Países Bajos); Partido del Pueblo Danés, DF (Dinamarca); Demócratas de Suecia, DS (Suecia); Partido Nacional Eslovaco, SNS (Eslovaquia); Partido del Orden y la Justicia, TT (Lituania); Ataka (Bulgaria); Partido de la Gran Rumanía, PRM (Rumanía); y Partido Nacional-Demócrata, NPD (Alemania).

En España, donde la extrema derecha estuvo en el poder más tiempo que en ningún otro país europeo (de 1939 a 1975), esta corriente tiene hoy poca representatividad. En las elecciones de 2009 al Parlamento Europeo sólo obtuvo 69.164 votos (0,43% de los sufragios válidos). Aunque, normalmente, alrededor del 2% de los españoles se declara de extrema derecha, lo cual equivale a unos 650.000 ciudadanos. En enero pasado, unos disidentes del Partido Popular (PP, conservador) fundaron Vox, un partido situado a “la derecha de la derecha” que, con jerga franquista, rechaza el “Estado partitocrático”, defiende el patriotismo y exige “el fin del Estado de las autonomías” y la prohibición del aborto.

Herederas de la extrema derecha tradicional, cuatro otras formaciones ultras –Democracia Nacional, La Falange, Alianza Nacional y Nudo Patriota Español– reunidas en la plataforma “La España en Marcha”, firmaron un acuerdo, en diciembre de 2013, para presentarse a las elecciones europeas. Aspiran a conseguir un eurodiputado.

Pero el movimiento de extrema derecha más importante de España es Plataforma per Catalunya (PxC), que cuenta con 67 concejales. Su líder, Josep Anglada, define a PxC como “un partido identitario, transversal y de fuerte ­contenido social” pero con una dura posición antiinmigrantes: “En España –afirma Anglada– aumenta día a día la inseguridad ciudadana, y gran parte de ese aumento de la inseguridad y del crimen es culpa de los inmigrantes. Defendemos que cada pueblo tiene el derecho a vivir según sus costumbres e identidad en sus propios países. Precisamente por eso, nos oponemos a la llegada de inmigración islámica o de cualquier otro lugar extraeuropeo.”

En cuanto a Francia, en los comicios municipales de marzo pasado, el Frente Nacional (FN), presidido por Marine Le Pen, ganó las alcadías de una docena de grandes ciudades (entre ellas Béziers, Hénin-Beaumont y Fréjus). Y, a escala nacional, consiguió más de 1.600 escaños de concejales. Un hecho sin precedentes. Aunque lo más insólito está quizás por venir. Las encuestas indican que, en los comicios del 25 de mayo, el FN obtendría entre el 20% y el 25% de los votos. Lo cual, de confirmarse, lo convertiría en el primer partido de Francia, por delante de la conservadora Unión por un Movimiento Popular (UMP), y muy por delante del Partido Socialista del presidente François Hollande. Una auténtica bomba.

El rechazo de la UE y la salida del euro son dos de los grandes temas comunes de las extremas derechas europeas. Y, en este momento, encuentran un eco muy favorable en el ánimo de tantos europeos violentamente golpeados por la crisis. Una crisis que Bruselas ha agravado con el Pacto de Estabilidad y sus crueles políticas de austeridad y de recortes, causa de enormes desastres sociales. Hay 26 millones de desempleados, y el porcentaje de jóvenes de menos de 25 años en paro alcanza cifras espeluznantes (61,5% en Grecia, 56% en España, 52% en Portugal). Exasperados, muchos ciudadanos repudian la UE (6). Crece el euroescepticismo, la eurofobia. Y eso conduce en muchos casos a la convergencia con los partidos ultras.

Pero hay que decir también que la extrema derecha europea ha cambiado. Durante mucho tiempo se prevalió de las ideologías nazi-fascistas de los años 1930, con su parafernalia nostálgica y siniestra (uniformes paramilitares, saludo romano, odio antisemita, violencia racista...). Esos aspectos –que aún persisten, por ejemplo, en el Jobbik húngaro y el Amanecer Dorado griego– han ido desapareciendo progresivamente. En su lugar han ido surgiendo movimientos menos “infrecuentables” porque han aprendido a disimular esas facetas detestables, responsables de sus constantes fracasos electorales. Atrás quedó el antisemitismo que caracterizaba a la extrema derecha. En su lugar, los nuevos ultras han puesto el énfasis en la cultura, la identidad y los valores, de cara al incremento de la inmigración y la “amenaza” percibida del islam.

Con la intención de “desdiabolizar” su imagen, ahora abandonan también la ideo logía del odio y adoptan un discurso variopinto y radical de rechazo del sistema, de crítica (más o menos) argumentada de la inmigración (en particular musulmana y rumano-gitana) y de defensa de los “blancos pobres”. Su objetivo declarado es alcanzar el poder. Usan intensivamente Internet y las redes sociales para convocar manifestaciones y reclutar nuevos miembros. Y sus argumentos, como hemos dicho, cada vez encuentran mayor eco en los millones de europeos destrozados por el paro masivo y las políticas de austeridad.

En Francia, por ejemplo, Marine Le Pen ataca con mayor radicalidad que cualquier dirigente político de la izquierda al “capitalismo salvaje”, a la “Europa ultraliberal”, a los “destrozos de la globalización” y al “imperialismo económico de Estados Unidos”. Sus discursos seducen a amplios fragmentos de las clases sociales trabajadoras azotadas por la desindustrialización y las deslocalizaciones, que aplauden a la líder del FN cuando declara, citando a un ex secretario general del Partido Comunista francés, que “hay que detener la inmigración; si no, se condenará a más trabajadores al paro”. O cuando defiende el “proteccionismo selectivo” y exige que se ponga freno al libre cambio porque este “obliga a competir a los trabajadores franceses con todos los trabajadores del planeta”. O cuando reclama la “pertenencia nacional” en materia de acceso a los servicios de la seguridad social que, según ella, “deben estar reservados a las familias en las cuales por lo menos uno de los padres sea francés o europeo”. Todos estos argumentos encuentran apoyo y simpatía en las áreas sociales más castigadas por el desastre industrial, donde durante decenios el voto a las izquierdas era la norma .

Pero el nuevo discurso de la extrema derecha tiene un alcance que va más allá de las víctimas directas de la crisis. Toca de alguna manera ese “desarraigo identitario” que muchos europeos sienten confusamente. Responde al sentimiento de “desestabilización existencial” de innumerables ciudadanos golpeados por el doble mazazo de la globalización y de una UE que no cesa de ampliarse.

Tantas certidumbres (en materia de familia, de sociedad, de nación, de religión, de trabajo) han vacilado estos últimos tiempos, que mucha gente pierde pie. En particular las clases medias, garantes hasta ahora del equilibrio político de las sociedades europeas, las cuales están viendo cómo su situación se desmorona sin remedio. Corren peligro de desclasamiento. De caer en el tobogán que las conduce a reintegrar las clases pobres, de donde pensaban (por el credo en el Progreso) haber salido para siempre. Viven en estado de pánico.

Ni la derecha liberal ni las izquierdas han sabido responder a todas estas nuevas angustias. Y el vacío lo han llenado las extremas derechas. Como afirma Dominique Reynié, especialista de los nuevos populismos en Europa: “Las extremas derechas han sido las únicas que han tomado en cuenta el desarraigo de las poblaciones afectadas por la erosión de su patrimonio material –paro, poder adquisitivo– y de su patrimonio inmaterial, es decir su estilo de vida amenazado por la globalización, la inmigración y la Unión Europea” .

Mientras las izquierdas europeas consagraban, en los últimos dos decenios, toda su atención y su energía a –legítimas– cuestiones societales (divorcio, matrimonio homosexual, aborto, derechos de los inmigrantes, ecología), al mismo tiempo unas capas de la población trabajadora y campesina eran abandonadas a su –mala– suerte. Sin tan siquiera unas palabras de compasión. Sacrificadas en nombre de los “imperativos” de la construcción europea y de la globalización. A esas capas huérfanas, la extrema derecha ha sabido hablarles, identificar sus desdichas y prometerles soluciones. No sin demagogia. Pero con eficacia.

Consecuencia: la Unión Europea se dispone a lidiar con la extrema derecha más poderosa que el Viejo Continente haya conocido desde la década de 1930. Sabemos cómo acabó aquello. ¿Qué esperan los demócratas para despertar?
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11-12-14 20:11 #12367353 -> 12010564
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
"¿Qué pasará cuando los sacrificios no acaben con la crisis?"

Director de la edición española de 'Le Monde Diplomatique'. Alerta del "golpe de estado financiero" que vive Europa.

La mundialización financiera ha creado su propio Estado. Un poder sin sociedad. Este rol es ejercido por los mercados (...). Las sociedades realmente existentes son sociedades sin poder. Y todo esto no deja de agravarse". Este texto tiene 14 años. En diciembre de 1997, Le Monde Diplomatique publicaba el editoral del director de su versión en español, Ignacio Ramonet, Desarmad los mercados financieros. Una alerta que sería germen del movimiento Attac, hoy presente en 40 países, que lucha por la creación de una tasa a las transac-ciones financieras mundiales (inspirada en la Tasa Tobin) para ir echando "granos de arena" en el engranaje de la especulación.

14 años después, dos países del Viejo Continente han visto cómo sus gobiernos elegidos en las urnas eran sustituidos por unos gestores de quiebras mientras el resto atribuye al mercado decisiones y recortes.

Es un momento extremadamente delicado. Da la sensación de que no hay a la cabeza una generación política a la altura de la crisis apocalíptica que estamos viviendo. Y no nos hemos sorprendido lo suficiente de que, en los últimos meses, Alemania y Francia hayan asumido un poder que nadie les ha dado. Hemos leído: Rajoy habla con Merkel'. ¿Lo primero que hace el vencedor de unas elecciones con un resultado abrumador es llamar al jefe? No estamos en un Estado federal. España no es Dakota ni Berlín, Washington. Pero manda Merkel con Sarkozy de coartada.

Si Merkel es quien está pilotando la crisis, el resultado es muy malo. Grecia va cada vez peor. Su PIB es el 3% de la zona del euro. Cuando estalló la crisis, se podía haber solucionado con un pequeño esfuerzo económico. Ahora, la gangrena ha subido. Austria y Francia tienen triple A (máxima calificación en su deuda) y las atacan. No se sabe si el euro será capaz de resistir. A Portugal se le ha impuesto una cura de caballo, se le ha impuesto la recesión y como resultado, le acaban de volver a bajar el rating. Esto no funciona.

Los alemanes se van a despertar dentro de poco constatando que la mayoría de los países europeos no compran. Y que ellos no exportan.

Están aplicando recortes de manual a situaciones que no se corresponden. Están alentando a los mercados a seguir ejerciendo presión. Los mercados están desbocados porque durante años ha habido una desregulación que les dejó hacer lo que querían. Los políticos prometieron cambiarla en el G-20. Sarkozy prometió la tasa a las transacciones. Pero los mercados no quieren y no se adopta.

Si seguimos así, la primera amenaza es que no estamos seguros de que el euro vaya a resistir. Nadie puede afirmar que seguirá siendo lo que es dentro de tres meses o de un año. Mucha gente apuesta por que desaparecerá o quedará restringido al área de influencia de Alemania.

La crisis de la deuda europea puede tener incidencia a escala global. Muchos se han olvidado, entre ellos Alemania, de que la globalización es la articulación de todos los mercados. Si la zona euro entra en congelación por la austeridad, no se potenciará el consumo. Ya hay en Europa 23 millones de desempleados cinco millones en España y 80 millones de pobres, personas que no consumen. El mundo funciona con dos motores, dos grandes centros de consumo: EEUU y la Unión Europea, ambos amenazados por la recesión. Si se paran, China va a fabricar menos. De hecho, el ritmo de crecimiento chino ya ha bajado. Si China deja de importar, dejará de comprar también materias primas, los minerales que compra a Perú y Chile y los productos agrícolas que compra a Brasil y Argentina. Esos países dejarán de crecer. Y en 2013 o 2014 podemos encontrarnos con una recesión internacional.

La pregunta es, si la recesión se prolonga en Europa, hasta dónde soportarán las sociedades europeas la purga a la que se está sometiendo a la población. Cuánto va a crecer la extrema derecha, cuánto la protesta social. La historia no se detiene y esto es un golpe de Estado financiero. Los mercados han decidido tomar el poder. En Grecia e Italia, la evidencia es total. Se han colocado personas que han trabajado de uno u otro modo con Goldman Sachs, especialista en colocar a su gente en puestos de poder, pero ahora al frente de países.

La sociedad debe reflexionar para seguir defendiendo que otras soluciones son posibles. Hay que volver a planteamientos keynesianos (estimular el crecimiento económico inyectando dinero público). No lo digo yo. Lo dicen (Paul) Krugman y (Joseph) Stiglitz. Hay que hacer políticas anticíclicas, encontrar soluciones para salir de la situación. Veo difícil que se adopten en el contexto actual pero, si los gobiernos no se deciden, vamos a la catástrofe. Quizás si Francia pierde la triple A, Alemania verá que se hunde la última barrera que los protege. Los eurobonos podrían ser una solución a la crisis de la deuda, pero por otro lado habría que prohibir los hedge funds (fondos de alto riesgo), implantar la tasa a las transacciones, no operar con bancos que utilicen paraísos fiscales. Quién lo va a hacer si no hay autoridad. El euro es la única moneda que no está respaldada por una autoridad política, no tiene Gobierno y los mercados se han dado cuenta, han visto que se podían enriquecer fácilmente.

Es posible que una parte de la sociedad, teniendo en cuenta que muchos medios de comunicación dominantes insisten en que la línea de la ortodoxia es la única, acepten la idea de los recortes. El pánico a que el euro desaparezca genera mucha disciplina. Se ha visto en Catalunya en estas elecciones. Una parte del electorado piensa que es o recortes o caos, y votan recortes. El problema es qué pasará cuando no pase nada. Cuando los sacrificios no hayan puesto fin a la situación de crisis. Esa es la preocupación.

Los mercados no saben lo que quieren. No hay un objetivo concreto. Buscan ganar dinero. Pero es posible que la especulación acabe por destruir el sistema.
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02-02-15 16:53 #12453891 -> 12367353
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique

Nº: 232 Febrero 2015

Sobre el terror en París

Ignacio Ramonet

Un mes después de los odiosos atentados yihadistas en París cometidos por tres terroristas que causaron 17 muertos (entre ellos casi todo el equipo de redacción del semanario satírico Charlie Hebdo) ¿qué lecciones se pueden sacar de esa brutal agresión?

Como siempre, la irrupción del terrorismo y su violencia arrolladora obligan a una sociedad a interrogarse sobre sí misma. Igual que Estados Unidos después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 (o España después de las explosiones de Atocha, en Madrid, el 11 de marzo del 2004; o el Reino Unido después de las bombas en el metro de Londres, el 7 de julio de 2005; o Noruega después de los atentados de Oslo y Utoya el 22 de julio de 2011), Francia se sintió en “estado de shock”.

Y mil interrogantes han surgido de repente. En torno, por ejemplo, a la cohesión nacional. ¿Qué ocurrió para que tres jóvenes nacidos en Francia y educados en las escuelas de la República, hayan sido seducidos por ideas oscurantistas y medievales, y se hayan tornado en verdugos de sus propios conciudadanos? ¿En qué medida la crisis económica y las medidas de restricción del gasto público han acentuado la marginalización de las periferias urbanas y la segregación de sus habitantes, esencialmente inmigrantes, de donde surgieron los tres terroristas? ¿Cómo ha podido la República, que únicamente reconoce a ciudadanos iguales, permitir que se constituyan en su seno comunidades por afinidades religiosas, y que cada vez más se hable de “comunidad musulmana” o “comunidad judía” o “comunidad cristiana”?

Obviamente, en los minutos que siguieron a los atentados, en torno a François Hollande (hasta entonces el presidente más impopular de la V República) se constituyó una suerte de “unión sagrada” de todos los partidos del abanico parlamentario (con la excepción del Front National, extremista de derechas). Y, de inmediato, casi cinco millones de ciudadanos se lanzaron a las calles por todo el país para expresar –en la manifestación más multitudinaria jamás vista– su repugnancia contra la barbarie.

De hecho, las autoridades barruntaban que una acción yihadista estaba en preparación en territorio francés. Desde la víspera de las festividades de fin de año, el nivel de alerta antiatentados había sido alzado a casi el máximo nivel. Se temían represalias. Porque Francia está interviniendo militarmente contra el islamismo radical en por lo menos tres frentes: Malí (“operación Serval”, iniciada el 11 de enero de 2013), República Centroafricana (“operación Sangaris”, lanzada el 5 de diciembre de 2013), e Irak (“operación Chammal”, comenzada el 19 de septiembre de 2014, contra las fuerzas de la organización Estado Islámico, en el marco de una coalición internacional de unos cuarenta países liderada por Estados Unidos). Además, la red yihadista Al Qaeda, y en particular su rama yemenita Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) (1) lanza desde 2009 llamamientos para “castigar a los franceses por combatir a Alá, su mensaje y sus creyentes”. Algo iba pues a ocurrir.

El semanario Charlie Hebdo llevaba años amenazado. En particular desde que, el 8 de febrero de 2006, reprodujo las caricaturas de Mahoma publicadas el 30 de septiembre de 2005 por el diario danés Jyllands-Posten (una de ellas representaba al profeta del islam con un turbante en forma de bomba con una mecha encendida) y que habían desencadenado en todo el mundo musulmán decenas de manifestaciones de repudio, algunas de ellas muy violentas, y amenazas de muerte contra el diario danés y los dibujantes de las caricaturas. Charlie Hebdo no sólo reprodujo las ilustraciones danesas sino que, para mayor inri, añadió sus propias imágenes irreverentes realizadas por su equipo de dibujantes.

El objetivo del semanario –que acabó costándole la vida a buena parte de la redacción– era reafirmar la libertad de expresión y la libertad de creación. Obviamente un objetivo muy noble, y que se ha comentado mucho, en Francia y en el mundo, en los innumerables debates de después de los atentados. Como lo han subrayado varios participantes, si bien es cierto que, en las democracias occidentales, la libertad de expresión es una conquista irrenunciable y un derecho fundamental, también es cierto que esa libertad, en esas mismas democracias, no es ilimitada ni infinita, está acotada, circunscrita y restringida por la ley o las costumbres (2).
En cuanto a la blasfemia (ofensa contra la majestad divina), hay que recordar que ha sido la piedra de toque central en el enfrentamiento entre razón y religión en Occidente desde finales del siglo XVIII. En esa época, los autores racionalistas de la Ilustración, y muy particularmente Voltaire, osaron denunciar ese pretendido delito y, arriesgando su vida, combatir la religión como una mera superstición. En los países occidentales, la lucha –esencialmente contra el cristianismo y sus poderosas instituciones– ha sido larga y dolorosa, jalonada de disputas, de juicios, de enfrentamientos, de violencias... téngase en cuenta que, en España, el delito de blasfemia no fue abolido hasta 1988...

Dos siglos han tenido que pasar, en Occidente y entre personas que comparten la cultura (si no la religión) cristiana, para alcanzar el frágil consenso actual (3) en torno a la cuestión de la blasfemia. Por eso, como también se ha subrayado estos días en Francia, puede resultar a la vez ingenuo y presuntuoso, por parte de algunos caricaturistas occidentales, querer hacer aceptar sin más ni más, así de repente, a los musulmanes la blasfemia anti-islam en nombre de una idealizada “libertad de expresión”. En cierta medida y salvando las distancias, es el dilema de las “guerras napoleónicas”. A principios del siglo XIX, Napoleón se propuso exportar las generosas y avanzadas ideas de la Revolución Francesa. Pero lo hizo a base de cruentas guerras y violencias, arrasando las estructuras jerárquicas (feudalismo, caudillismo) y espirituales (cristianismo) de las sociedades invadidas que no podían entender que semejantes destrucciones fuesen un “progreso”. Resultado: en las más retrógradas de esas sociedades (España, Rusia), los potenciales beneficiarios del nuevo orden napoleónico (campesinos y siervos) se aferraron a sus opresores ancestrales (aristocracia, latifundistas, Iglesias católica y ortodoxa) para defender (con éxito en ambos casos) lo que consideraban ser sus “tradiciones”. Tanto España como Rusia quedaron traumatizadas por esa violenta penetración del progreso en el marco de una invasión extranjera. En ambos casos, la consecuencia fue que las fuerzas más reaccionarias se afianzaron largo tiempo en el poder.

Los colonialismos del siglo XIX resultaron otra suerte de “guerras napoleónicas”, se justificaban pretendiendo “llevar el progreso a sociedades arcaicas”. Fracasaron. Y más cerca de nosotros, los conflictos de George W. Bush en Afganistán y en Irak también fueron, a su manera, “guerras napoleónicas” que pretendían imponer, a base de despiadados bombardeos, “las luces de la democracia a sociedades oscurantistas”. Naufragaron.

Las mentalidades cambian, no cabe duda. Pero cambian más lentamente de lo que se cree. Y el ritmo del cambio no se decreta. Querer acelerarlo a base de provocaciones es, en algunas circunstancias, el mejor modo de ralentizarlo. Lo que llamamos islamismo, o sea el integrismo islámico (y más aún el islamismo radical o yihadismo), no es sino una reacción agónica de defensa frente a la marcha ineluctable de la modernidad. Muy violenta a veces porque sabe que tiene los días contados. Los adelantos de la ciencia y de la técnica van a seguir provocando mutaciones que también afectarán a las religiones, incluido el islam. Ni siquiera unos atentados, por criminales y abyectos que sean, podrán detener duraderamente esa evolución.
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02-03-15 23:54 #12494365 -> 12453891
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique

Nº: 233 Marzo 2015

Intentona golpista contra Venezuela

Ignacio Ramonet

Simpática ave de la fauna amazónica, el tucano es bien conocido por su espectacular pico de vistoso color. Pero también es el nombre de un agresivo “pájaro de acero” fabricado por el constructor brasileño Embraer, cuya denominación militar es EMB 312, y cuyos dos modelos más vendidos son: el T-27 en su versión de entrenamiento, y el AT-27 armado para ataques a tierra. Es una de las aeronaves de entrenamiento más vendidas en el mundo. La aviación militar de Venezuela, por ejemplo, posee una treintena de Tucanos.

Y precisamente uno de esos Tucanos militares, artillado para atacar, debía bombardear el Palacio de Miraflores, en Caracas, el pasado 12 de febrero. Y matar al Presidente Nicolás Maduro. Tenía asimismo por misión atacar el Ministerio de Defensa, destruir el edificio que alberga los estudios del canal de televisión internacional TeleSUR para sembrar el caos y la confusión.

Según reveló el propio presidente Maduro, la intentona de golpe fue desarticulada gracias a la habilidad de los organismos de inteligencia bolivarianos. Ello permitió el arresto de un grupo de oficiales de la aviación y de civiles uniformados. “Se trata –declaró el mandatario venezolano– de un intento de utilizar a un grupo de oficiales de la aviación para provocar un ataque y un atentado golpista contra la democracia y la estabilidad de nuestra patria; es un coletazo del llamado ‘Golpe azul’ de hace un año, en febrero-marzo de 2014”.

Nicolás Maduro contó que uno de los oficiales involucrados estaba “comprometido”, desde el año pasado, con grupos de la ultraderecha venezolana que buscaban generar de nuevo disturbios violentos en el país. El presidente reveló que, después de una serie de investigaciones, las autoridades militares exigieron que ese oficial fuera cesado de las Fuerzas Armadas. “Pero hace unas semanas –explicó el mandatario– varios opositores lo contactaron de nuevo, le pagaron una suma importante en dólares y le confiaron varias misiones. Al mismo tiempo, la Embajada de Estados Unidos le concedía un visado con fecha del 3 de febrero, y le garantizaba que, ‘si eso falla, ya sabes, tienes el visado para entrar en EE.UU. por cualquiera de nuestras fronteras’”.

A partir de ese momento –siguió relatando Nicolás Maduro– ese oficial contactó con cuatro compañeros más para ejecutar las misiones “trazadas desde Washington”. Una de ellas consistía en grabar en vídeo unas declaraciones del general de aviación Oswaldo Hernández Sánchez en la cárcel en la que se halla detenido por haber intentado ya dar un golpe de Estado en 2014.

“La orden era grabar un vídeo de este general a quien apodan ‘El Oso’ y, el 12 de febrero, en los actos de conmemoración hacer despegar un avión Tucano y atacar el Palacio de Miraflores, y otros ‘objetivos tácticos’ como el Ministerio de Defensa, el Consejo Nacional Electoral (CNE) y la sede del canal TeleSUR. La orden de iniciar la acción putschista se disparaba en el momento en que un diario de la oposición publicase lo que ellos llamaban el ‘programa de gobierno de transición’”.

Por su parte, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional venezolana, y Jorge Rodríguez, alcalde del municipio Libertador de la capital, aportaron en Caracas, el 13 de febrero pasado, más detalles de la intentona golpista. Ambos dirigentes chavistas confirmaron que los oficiales detenidos habían admitido que la publicación de un “Manifiesto” en la prensa era una de las señales para lanzar la tentativa, cuyo nombre de código era: “Operación Jericó”.

Ambos revelaron que, según las declaraciones de los detenidos, los golpistas tenían la intención de “liquidar” desde el primer instante, además de al presidente Nicolás Maduro, a los propios Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez, y a dos personalidades bolivarianas: Tibisay Lucena, presidenta del CNE, y Tareck El Aissami, ex ministro del Interior y actual gobernador del Estado Aragua.

Por otra parte, identificaron, además de al general Oswaldo Hernández, alias ‘El Oso’, a los otros presuntos cabecillas de la conspiración, a saber: el capitán Héctor José Noguera Figueroa; el coronel José Suárez Rómulo; el primer teniente Ricardo Antich Zapata (presuntamente encargado de los contactos con la Embajada de Estados Unidos), y el primer teniente Luis Hernando Lugo Calderón. También mostraron parte del arsenal incautado, en particular armas de alto calibre como fusiles semi-automáticos AR-15, ametralladoras y granadas. Asimismo revelaron que se habían descubierto mapas de la ciudad de Caracas con varios “objetivos tácticos” marcados: el Palacio de Miraflores, los Ministerios de Defensa, del Interior y de Justicia y Paz; el Consejo Nacional Electoral, la Dirección de Contrainteligencia Militar y el canal TeleSUR.

Cabello y Rodríguez designaron como “autores intelectuales” de la intentona golpista y del proyecto de magnicidio a dos personalidades de la oposición: Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas (detenido el pasado 19 de febrero), y Julio Borges, diputado opositor. También afirmaron tener pruebas de la participación de personal de la embajada estadounidense: “Una funcionaria de la embajada llamaba a las esposas de los generales venezolanos y les decía que el nombre de su esposo estaba en la lista de personas sancionadas por el Congreso de los EE. UU. Y que el visado de toda su familia para ingresar en territorio estadounidense había sido invalidado. Buscando crear zozobra en las familias de los oficiales”, explicó Jorge Rodríguez.

El presidente Maduro dijo, por su parte, tener en su posesión el “plan de gobierno” redactado por los golpistas, en el que se eliminaban los poderes públicos y se amenazaba a los cubanos de las misiones de servicio social (salud, educación, deporte). “También hablan –dijo Maduro– de privatizar PDVSA (Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima), de disolver todos los poderes públicos, de suspender las garantías democráticas, de liberalizar el sistema de cambio y de regalar los dólares otra vez a la oligarquía”. El Presidente añadió que, en ese “Plan de gobierno”, los golpistas “lanzan una amenaza contra lo que ellos llaman ‘los colectivos’ –que nosotros sabemos que es el pueblo venezolano–, anunciando que, cuando lleguen al poder, actuarán contra ellos con toda la fuerza militar. Y a los cubanos de las misiones en Venezuela, les dan veinticuatro horas para presentarse ante las oficinas del nuevo gobierno de facto o ‘se enfrentarán a las consecuencias’(...)”

A pesar de todos estos detalles y pruebas aportados por las máximas autoridades venezolanas, los medios de comunicación internacionales (incluso en América Latina) han dado poco crédito a este anuncio de intento de golpe de Estado. Esta ‘incredulidad’ forma parte –desde hace quince años– de la estrategia de los grandes medios de comunicación dominantes en guerra contra la revolución bolivariana, para desacreditar a las autoridades bolivarianas. Indiferente a esa hostil actitud, el presidente Nicolás Maduro ha seguido explicando, con perseverancia pedagógica y con toda clase de pruebas, cómo, desde el fallecimiento de Hugo Chávez (hace exactamente dos años), y desde su elección (el 14 de abril de 2014), un “golpe lento” está en marcha para intentar derrocarlo.

Esta vez, el golpe se iba a ejecutar en cuatro fases. La primera comenzó a principios del mes de enero de 2015, cuando el presidente Maduro realizaba una larga gira por el extranjero (China, Irán, Qatar, Arabia Saudí, Argelia y Rusia). Esta fase se realizó con el apoyo de sectores del empresariado que impulsaron campañas de acaparamiento de alimentos básicos y productos de primera necesidad, con el fin de crear escasez y malestar, preparando las condiciones para que los ciudadanos salieran a las calles a protestar y a saquear supermercados. Lo cual no se produjo.

En la segunda fase, los grandes medios de comunicación internacionales intensificaron la difusión de reportajes, noticias y artículos que daban una imagen distorsionada de la realidad venezolana. Haciendo creer que, en el país del “socialismo del siglo XXI”, se estaba produciendo una auténtica “crisis humanitaria”. El presidente Maduro denunció, en esta ocasión, el detestable papel desempeñado, en esa fase de la “operación Jericó”, por varios periódicos españoles (El País, ABC).

La tercera etapa debía estar protagonizada por un “traidor”, que, en la televisión y en los grandes medios de comunicación, haría un llamamiento solemne a la rebelión. Aunque el presidente no aclaró quién sería ese “traidor”, alertó a los ciudadanos: “No quiero alarmar a nadie pero estoy obligado a decir la verdad (...) Están buscando a un traidor y pido al pueblo que esté alerta”.

La cuarta fase del golpe es la que se desveló el 12 de febrero, con la participación de un grupo de oficiales putchistas de la aviación militar, financiados desde el extranjero. Entonces se anunciaría el “Programa de gobierno de transición”. Y se enterraría la revolución de Chávez.

Pero incluso en cuatro fases, el golpe fracasó. Y la revolución bolivariana sigue viva.
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03-03-15 11:29 #12494683 -> 12494365
Por:Soitu

RE: Panorama del Mundo Actual
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03-07-15 19:15 #12750663 -> 12494683
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique

Nº: 237 Julio 2015

Comprender cómo nos manipulan

Ignacio Ramonet

Se cumplen ochenta años de la primera edición (1935) en lengua española de la gran novela rupturista Un mundo feliz (1) (se había publicado tres años antes en inglés) del visionario filósofo y escritor Aldous Huxley.

Y, ante tanta “felicidad artificial” en nuestros días, tantas manipulaciones y tantos condicionamientos contemporáneos cabe preguntarse: ¿será útil releer hoy Un mundo feliz? ¿Es acaso necesario retomar un libro publicado hace más de 80 años, en una época tan lejana a nosotros que Internet no existía e incluso la televisión aún no había sido inventada? ¿Es esta novela algo más que una curiosidad sociológica, un best seller ordinario y efímero del que se vendieron, en inglés, más de un millón de ejemplares en el año de su publicación?

Estas cuestiones parecen tanto más pertinentes cuanto que el género al que pertenece la obra –la distopía, la fábula de anticipación, la utopía científico-técnica, la ciencia ficción social– posee un grado muy elevado de obsolescencia. Pues nada envejece con mayor rapidez que el futuro. Sobre todo en literatura.

Sin embargo, si alguien, superando estas reticencias, se vuelve a sumergir en las páginas de esa novela se quedará estupefacto por su sorprendente actualidad. Constatando que, por una vez, el pasado ha atrapado al presente. Recordemos que el autor, Aldous Huxley (1894-1963), narra una historia que transcurre en un futuro muy lejano, hacia el año 2500, o, con mayor precisión, “hacia el año 600 de la era fordiana”, en alusión satírica a Henry Ford (1863-1947), el pionero estadounidense de la industria automovilística (de la que una célebre marca de coches sigue llevando su nombre) e inventor de un método de organización del trabajo para la fabricación en serie y de estandarización de las piezas. Método –el fordismo– que transformó a los trabajadores en poco menos que autómatas o en robots que repiten a lo largo de la jornada un único y mismo gesto. Lo cual suscitó, ya en la época, violentas críticas; pensemos, a este respecto, por ejemplo, en las películas Metrópolis (1926) de Fritz Lang o Tiempos modernos (1935) de Charles Chaplin.

Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, visión pesimista del porvenir y crítica feroz del culto positivista a la ciencia, en un momento en el que las consecuencias sociales de la gran crisis de 1929 afectaban de lleno a las sociedades occidentales y en el que la credibilidad en el progreso y en los regímenes democráticos capitalistas parecía vacilar.

Publicado en inglés antes de la llegada de Adolf Hitler al poder en Alemania (1933), Un mundo feliz denuncia la perspectiva “pesadillesca” de una sociedad totalitaria fascinada por el progreso científico y convencida de poder brindar a sus ciudadanos una felicidad obligatoria. Presenta una visión alucinada de una humanidad deshumanizada por el condicionamiento a lo Pavlov (2) y por el placer al alcance de una píldora (“el soma”). En un mundo horriblemente perfecto, la sociedad decide totalmente, con fines eugenésicos y productivistas, la sexualidad de la procreación.

Una situación no tan alejada de la que conocen hoy en día algunos países donde los efectos de la crisis de 2008 están provocando (en Europa sobre todo) el ascenso de partidos de extrema derecha, xenófobos y racistas. Donde las píldoras anticonceptivas permiten ya un amplio control de la natalidad. Y donde nuevas píldoras (Viagra, Lybrido) dopan el deseo sexual y lo prolongan hasta más allá de la tercera edad. Por otra parte, las manipulaciones genéticas permiten cada vez más a los padres la selección de embriones para engendrar hijos en función de criterios predeterminados, estéticos, entre otros.

Otra sorprendente relación con la actualidad es que la novela de Huxley presenta un mundo donde el control social no da cabida al azar, donde, formadas con el mismo molde, las personas son “clónicas”, pues se producen en serie, la mayoría tiene garantizado el confort y la satisfacción de los únicos deseos que está condicionada a experimentar, pero donde se ha perdido, como diría Mercedes Sosa, la razón de vivir.

En Un mundo feliz, la americanización del planeta ha culminado, la historia ha terminado (como lo afirmará más tarde Francis Fukuyama) (4), todo ha sido estandarizado y “fordizado”, tanto la producción de los seres humanos, resultado de puras manipulaciones genético-químicas, como la identidad de las personas, producida durante el sueño por hipnosis auditiva: la “hipnopedia”, calificada por un personaje del libro como “la mayor fuerza socializante y moralizante de todos los tiempos”.

Se “producen” seres humanos, en el sentido industrial del término, en fábricas especializadas –los “centros de incubación y condicionamiento”– según modelos variados que dependen de las tareas muy especializadas que serán asignadas a cada uno y que son indispensables para una sociedad obsesionada con la estabilidad.

Desde su nacimiento, cada ser humano es, además, educado en unos “centros de condicionamiento del Estado” en función de los valores específicos de su grupo mediante el recurso masivo a la hipnopedia para manipular el espíritu, crear en él “reflejos condicionados definitivos” y hacerle aceptar su destino.

Aldous Huxley ilustraba así en esa obra los riesgos implícitos en la tesis que venía formulando desde 1924 John B. Watson (5), el padre del “conductismo”, esa supuesta “ciencia de la observación y del control del comportamiento”. Watson afirmaba con frialdad que podía elegir en la calle a un niño saludable al azar y convertirlo, a su gusto, en doctor, abogado, artista, mendigo o ladrón, independientemente de su talento, sus inclinaciones, sus capacidades, sus gustos y el origen de sus ancestros.

En Un mundo feliz, que es fundamentalmente un manifiesto humanista, algunos vieron también, con razón, una crítica ácida a la sociedad estalinista, a la utopía soviética construida con mano de hierro. Pero también hay, claramente, una sátira a la nueva sociedad mecanizada, estandarizada, automatizada que se creaba en esa época en Estados Unidos en nombre de la modernidad técnica.

Sumamente inteligente y admirador de la ciencia, Huxley expresa en esta novela, sin embargo, un profundo escepticismo con respecto a la idea de progreso y desconfianza hacia la razón. Frente a la invasión del materialismo, el autor entabla una interpelación feroz a las amenazas del cientificismo, del maquinismo y del desprecio a la dignidad individual. Claro que la técnica asegurará a los seres humanos un confort exterior total, de notable perfección, estima Huxley con desesperada lucidez. Todo deseo, en la medida en que pueda ser expresado y sentido, será satisfecho. Los seres humanos habrán perdido su razón de ser. Se habrán transformado a sí mismos en máquinas. Ya no se podrá hablar en sentido estricto de “condición humana”.

Pero sí de “condicionamiento”, que no ha cesado de intensificarse desde la época en que Huxley publicó este libro y anunció que, en el futuro, seríamos manipulados sin que nos diésemos cuenta de ello. En particular, por la publicidad. Mediante el recurso a mecanismos psicológicos y gracias a técnicas muy experimentadas, los Mad Men de la publicidad consiguen que compremos, ya sea un producto, un servicio o una idea. De ese modo nos convertimos en personas previsibles, casi teledirigidas. Y felices.

Confirmando esas tesis de Huxley, Vance Packard publicó The Hidden Persuaders (La persuasión clandestina) a mediados de la década de 1950 y Ernest Dichter y Louis Cheskin denunciaron que las agencias de publicidad intentaban manipular el inconsciente de los consumidores. Sobre todo mediante el uso de “publicidad subliminal” en los medios de comunicación de masas. El 30 de octubre de 1962 se llevó a cabo una auténtica prueba que demostraba la eficacia de la publicidad subliminal: durante una película, se lanzaban mensajes “invisibles” sobre unos productos cada cierto tiempo. Las ventas de dichos productos aumentaron.

Actualmente, la “publicidad subliminal” ha avanzado y existen técnicas más sofisticadas y hasta más perversas para manipular la mente del ser humano (6). Por ejemplo, mediante los colores que modifican nuestras percepciones e influyen en nuestras decisiones. Los especialistas en marketing lo saben y utilizan sus efectos para orientar nuestras compras.

En un conocido experimento de finales de los años 1960, Louis Cheskin, director del Color Research Institute, pidió a un grupo de amas de casa que probaran tres cajas de detergentes y que decidieran cuál de ellas daba mejor resultado con las prendas delicadas. Una era amarilla, la otra azul y la tercera, azul con puntos amarillos. A pesar de que las tres contenían el mismo producto, las reacciones fueron distintas. El detergente de la caja amarilla se juzgó “demasiado fuerte”, el de la azul se consideró que “no tenía fuerza para limpiar”. Ganó la caja bicolor.

En otra prueba se dieron dos muestras de cremas de belleza a un grupo de mujeres, una en un recipiente rosa y otra, en uno de color azul. Casi el 80% de las mujeres declararon que la crema del bote rosa era más fina y efectiva que la del bote azul. Nadie sabía que la composición de las cremas era idéntica. “No es una exageración decir que la gente no sólo compra el producto per se, sino también por los colores que lo acompañan. El color penetra en la psique del consumidor y puede convertirse en un estímulo directo para la venta”, escribe el publicista Luc Dupont en su libro 1001 trucos publicitarios (7).

Cuando la empresa productora del jabón Lux empezó a vender su producto en color rosa, verde, turquesa, sustituyendo la pastilla de jabón habitual de color amarillo, se convirtió en número uno de jabones de belleza en el mercado. Los nuevos colores sugerían delicadeza y cuidado, intimidad y cariño, y los consumidores se mostraron entusiasmados. Recientemente, McDonald’s dejó su mítico color rojo (una tonalidad apreciada por los más pequeños y que suele estimular el hambre) a favor del verde en un intento de reconducir su marca hacia la comida saludable y hacia un estilo de vida sostenible (Chulillo.

La lectura de Un mundo feliz nos alerta contra todas estas agresiones (9). Sin olvidarse de las manipulaciones mediáticas (10). Esta novela también puede verse como una sátira muy pertinente de la nueva sociedad delirante que se está contruyendo hoy día en nombre de la “modernidad” ultraliberal. Pesimista y sombrío, el futuro visto por Aldous Huxley nos sirve de advertencia y nos alienta, en la época de las manipulaciones genéticas, de la clonación y la revolución de lo viviente, a vigilar de cerca los progresos científicos actuales y sus potenciales efectos destructivos.

Un mundo feliz nos ayuda a comprender mejor el alcance de los riesgos y los peligros que se presentan ante nosotros cuando, de nuevo y por todas partes, “progresos científicos y técnicos” nos enfrentan a desafíos ecológicos que hacen peligrar el futuro del planeta (11). Y de la especie humana.
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31-07-15 17:00 #12780830 -> 12494683
Por:No Registrado
RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique

Nº:238 Agosto 2015

El diktado de Alemania

Ignacio Ramonet

Sólo en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania, Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su pueblo mediante referéndum.

Exhibido por los vencedores como un trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar también tantos sapos y culebras que el propio semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...

Cuando la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes, la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas” (1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.

La gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para los pueblos.

Al presentar a las muchedumbres a un Tsipras con la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande, Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de otros frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados definidos una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.

Lo más perverso es que, al igual que en un juicio estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que lo elogie y que lo suplique.

Los que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya estamos en un momento que podríamos calificar de “postdemocrático” o de “postpolítico”, ya que lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el desgaste del funcionamiento democrático y del funcionamiento político. Además, muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.

La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?

Lo que Angela Merkel ha querido demostrar de manera muy clara es que, hoy en día, no existe lo que llamamos alternativa económica, representando ésta una opción contraria a la política neoliberal de recortes y de austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo nuevo alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país, ese equipo de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, descubre que, en realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de economía, de finanzas y de presupuestos no dispone de ningún tipo de margen de maniobra porque, además, están los acuerdos internacionales, que “no se pueden tocar”; los mercados financieros, que amenazan con sanciones si se toman ciertas decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay espacio.

Todo esto significa, simplemente, que el gobierno de un Estado de la zona euro, por mucha legitimidad democrática que posea y aunque haya sido apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no tiene las manos libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas para modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a voto de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea reformar la economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, se encuentra con que no puede hacerlo. Sus márgenes de maniobra aquí son prácticamente inexistentes, no sólo por la presión de los mercados financieros internacionales sino también, sencillamente, porque su pertenencia a la zona euro le obliga a someterse a los imperativos del Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa, del Pacto fiscal (que exige que el presupuesto nacional no puede tener un déficit superior al 0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los países que necesitan un crédito), etc.

Como consecuencia, se ha creado, efectivamente, en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los Estados que han pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de manera “soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”). No obstante, todo lo que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda, con la banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está gestionado por una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir, Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido rebajado al grado de protectorado.

Dicho con otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de largas y, a veces, sangrientas luchas.

Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que hay que pasar. Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban? ¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la educación?

La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo que hemos perdido es irreversible. “Lasciate ogni speranza” (3). Ése fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una bandeja...
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31-07-15 20:45 #12781047 -> 12494683
Por:No Registrado
RE: Panorama del Mundo Actual
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01-09-15 22:55 #12815701 -> 12494683
Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 239 Septiembre 2015


Las primarias de los multimillonarios

Serge Halimi
Director de 'Le Monde Diplomatique'.




En 2012, Barack Obama y Willard Mitt Romney destinaron, cada uno, alrededor de 1.000 millones de dólares para la financiación de su propia campaña presidencial. El multimillonario neoyorquino Donald Trump, en lugar de entregar su óbolo a un candidato, ha decidido entrar él mismo en el juego: “Gana 400 millones de dólares al año, así que ¿cuál es la diferencia?”. Ya en 1992, otro multimillonario, Ross Perot, prometía “comprar la Casa Blanca para entregársela a los estadounidenses que ya no se pueden pagar una”.

Probablemente, Trump también va a fracasar, pero no sin haber explicado, a su manera, el funcionamiento del sistema político estadounidense: “Soy un businessman. Cuando [los candidatos] me llaman, yo hago donaciones. Si dos o tres años más tarde necesito algo, los llamo y ellos están ahí para mí”. Hillary Clinton, ex senadora de Nueva York y candidata para las primarias demócratas, también estuvo “ahí”: “Le dije que viniera a mi boda y lo hizo. ¿Saben por qué? Yo había donado dinero a su fundación”. Para conseguir un presidente incorruptible, sugiere Trump, hay que elegirlo de la lista de los grandes corruptos.

En 2010, una sentencia del Tribunal Supremo eliminó la mayoría de las restricciones a las donaciones políticas. Desde entonces, las grandes fortunas exhiben sin pudor sus favores. Para explicar la cantidad, sin precedentes, de candidatos republicanos a la Casa Blanca (diecisiete), The New York Times señala que casi todos pueden contar “con el apoyo de un multimillonario, lo que significa que su campaña ya no está relacionada realmente con su capacidad para recaudar fondos dirigiéndose a los electores”. John Ellis (“Jeb”) Bush ya ha redefinido la naturaleza de los “pequeños donativos”. Para la mayoría de los candidatos, es menos de 200 dólares; para él, menos de 25.000 dólares…

Así, tres multimillonarios –Charles y David Koch, y Sheldon Adelson– se han convertido en los padrinos del Partido Republicano. Los hermanos Koch, que aborrecen a los sindicatos, quieren destinar 889 millones de dólares a las elecciones del próximo año, más o menos la misma cantidad que cada uno de los dos grandes partidos. El gobernador de Wisconsin, Scott Walker, parece ser su favorito, pero tres de sus competidores republicanos han cedido ante su convocatoria con la esperanza de obtener, ellos también, algún óbolo.

Walker también intenta seducir a Sheldon Adelson, octava fortuna del país y adorador del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu . Aunque tampoco es el único que mima al octogenario multimillonario. Hace dos años, Adelson consideraba que Estados Unidos debería lanzar misiles nucleares sobre Irán antes que negociar con sus dirigentes. Puede que los diecisiete candidatos republicanos tuvieran en mente esta apreciación cuando debatieron entre ellos el pasado 6 de agosto. En todo caso, todos se opusieron al acuerdo firmado recientemente entre Washington y Teherán.
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Por:Marceloo

RE: Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 240 Octubre 2015

Los nuevos Estados de vigilancia
Ignacio Ramonet

La idea de un mundo situado bajo “vigilancia total” ha parecido durante mucho tiempo un delirio utópico o paranoico, fruto de la imaginación más o menos alucinada de los obsesos de la conspiración. Sin embargo, hay que reconocer la evidencia: vivimos, aquí y ahora, bajo la mirada de una especie de imperio de la vigilancia. Sin que lo sepamos, cada vez más nos observan, nos espían, nos vigilan, nos controlan, nos fichan. Cada día, nuevas tecnologías se refinan en el seguimiento de nuestro rastro. Empresas comerciales y agencias publicitarias registran nuestra vida. Pero, sobre todo, bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo o contra otras plagas (pornografía infantil, blanqueo de dinero, narcotráfico), los Gobiernos –incluidos los más democráticos– se erigen en Gran Hermano y ya no dudan en infringir sus propias leyes para espiarnos mejor. En secreto, los nuevos Estados orwellianos buscan establecer ficheros exhaustivos de nuestros contactos y de nuestros datos personales tal y como figuran en diferentes soportes electrónicos.

Tras la ola de ataques terroristas que ha golpeado, desde hace algunos años, ciudades como Nueva York, París, Boston, Ottawa, Londres o Madrid, las autoridades no han dudado en utilizar el gran pavor de las sociedades conmocionadas para intensificar la vigilancia y para reducir más la protección de nuestra vida privada.

Entendámonos: el problema no es la vigilancia en general, es la vigilancia masiva clandestina. Es evidente que, en un Estado democrático, las autoridades cuentan con toda la legitimidad, basándose en la ley y con la autorización previa de un juez, para poner bajo vigilancia a cualquier persona que consideren sospechosa. Como dice Edward Snowden: “No hay ningún problema si se trata de poner bajo escucha a Osama Bin Laden. Siempre que los investigadores tengan que disponer del permiso de un juez –un juez independiente, un juez auténtico, no un juez secreto–, y puedan probar que existe una buena razón para emitir una orden, entonces pueden llevar a cabo ese trabajo. El problema se plantea cuando nos controlan a todos, en masa, todo el tiempo y sin ninguna justificación” (1).

Con ayuda de algoritmos cada vez más perfeccionados, miles de investigadores, de ingenieros, de matemáticos, de estadistas y de informáticos buscan y clasifican la información que generamos sobre nosotros mismos. Satélites y drones de mirada penetrante nos siguen desde el espacio. En las terminales de los aeropuertos, escáneres biométricos analizan nuestros andares, “leen” nuestro iris y nuestras huellas digitales. Cámaras de infrarrojos miden nuestra temperatura. Las pupilas silenciosas de las cámaras de vídeo nos escrutan en las aceras de las ciudades o en los pasillos de los hipermercados. También siguen nuestra pista en el trabajo, en las calles, en el autobús, en el banco, en el metro, en el estadio, en los aparcamientos, en los ascensores, en los centros comerciales, en las carreteras, en las estaciones, en los aeropuertos...

Cabe señalar que la inimaginable revolución digital que vivimos, que ya ha transformado tantas actividades y profesiones, también ha trastornado totalmente el ámbito de los servicios de información y de la vigilancia. En la época de Internet, la vigilancia ha pasado a ser algo omnipresente y perfectamente inmaterial, imperceptible, “indetectable”, invisible. Además, se caracteriza técnicamente por una simplicidad pasmosa. Se acabaron los trabajos de albañilería para instalar cables y micrófonos, como en la célebre película La Conversación (2), donde podíamos ver cómo un grupo de “fontaneros” presentaba, en un Feria consagrada a las técnicas de vigilancia, ‘chivatos’ más o menos elaborados equipados con cajas rebosantes de cables eléctricos que había que esconder en los muros o en el suelo...

Varios estrepitosos escándalos de esa época –el caso Watergate en Estados Unidos, el de los “fontaneros de Le Canard enchaîné” en Francia–, fracasos humillantes para las oficinas de los servicios de información, demostraron los límites de estos antiguos métodos mecánicos, fácilmente detectables y localizables.

Hoy en día, poner a alguien bajo escucha ha pasado a ser algo de una facilidad desconcertante. Al alcance del primero que llega. Una persona normal y corriente que quiera espiar a alguien de su entorno puede encontrar en venta libre en el comercio un amplio abanico de opciones: nada menos que media docena de programas informáticos para espiar (mSpy, GsmSpy, FlexiSpy, Spyera, EasySpy) que “leen” sin problemas los contenidos de los teléfonos móviles: mensajes de texto, correos electrónicos, cuentas en Facebook, Whatsapp, Twitter, etc. Con el auge del consumo en línea, la vigilancia de tipo comercial también se ha desarrollado enormemente, dando lugar a un gigantesco mercado de nuestros datos personales, que se han convertido en mercancías. Durante cada una de nuestras conexiones a una página web, las cookies guardan el conjunto de las búsquedas realizadas y permiten establecer nuestro perfil de consumidor. En menos de veinte milésimas de segundo, el editor de la página visitada vende a los posibles anunciantes la información que nos concierne revelada por las cookies. Apenas unas milésimas de segundo más tarde, la publicidad que se supone que causa más impacto en nosotros aparece en nuestra pantalla. Y así quedamos ya fichados definitivamente.

De alguna manera, la vigilancia se ha “privatizado” y “democratizado”. Ya no es un asunto reservado sólo a los servicios estatales de información. Pero, a la vez, la capacidad de los Estados en materia de espionaje masivo ha crecido de modo exponencial. Y esto también se debe a la estrecha complicidad entablada con las grandes empresas privadas que dominan las industrias de la informática y de las telecomunicaciones. Julian Assange lo afirma: “Las nuevas sociedades como Google, Apple, Amazon y, más recientemente, Facebook han tejido estrechos vínculos con el aparato de Estado en Washington, en particular con los responsables de Asuntos Exteriores” (3). Este Complejo de la seguridad y de lo digital –Estado + aparato militar de seguridad + industrias gigantes de la Web– constituye un auténtico imperio de la vigilancia cuyo objetivo, muy concreto y muy claro, es poner Internet, todo Internet y a todos los internautas bajo escucha. Para controlar la sociedad.

Para las generaciones de menos de cuarenta años, la Red es, simplemente, el ecosistema en el que han pulido su mente, su curiosidad, sus gustos y su personalidad. Desde su punto de vista, Internet no es sólo una herramienta autónoma que se utilizaría para tareas concretas. Es una inmensa esfera intelectual donde se aprende a explorar libremente todos los saberes. Y, de forma simultánea, un ágora sin límites, un foro donde las personas se reúnen, dialogan, intercambian y adquieren, a menudo de forma compartida, una cultura, conocimientos, valores.

Internet representa, a ojos de estas nuevas generaciones, lo que era para sus mayores, de forma simultánea, la escuela y la biblioteca, el arte y la enciclopedia, la polis y el templo, el mercado y la cooperativa, el estadio y el escenario, el viaje y los juegos, el circo y el burdel... Es tan fabuloso que “el individuo, en su placer por evolucionar en un universo tecnológico, no se preocupa por saber, y menos aún por comprender, que las máquinas gestionan su día a día. Que cada uno de sus actos y gestos es grabado, filtrado, analizado y, eventualmente, vigilado. Que, lejos de liberarlo de sus obstáculos físicos, la informática de la comunicación constituye sin duda la herramienta de vigilancia y de control más increíble que el ser humano haya podido crear jamás” (4).

Este intento de control total de Internet representa un peligro inédito para nuestras sociedades democráticas: “Permitir la vigilancia de Internet –afirma Glenn Greenwald, el periodista estadounidense que difundió las revelaciones de Edward Snowden– viene a ser lo mismo que someter a un control estatal exhaustivo prácticamente todas las formas de interacción humana, incluido el pensamiento propiamente dicho” (5).

Ésta es la gran diferencia con los sistemas de vigilancia que existían antes. Sabemos, desde Michel Foucault, que la vigilancia ocupa una posición central en la organización de las sociedades modernas. Éstas son “sociedades disciplinarias” donde el poder, por medio de técnicas y de estrategias complejas de vigilancia, busca ejercer el mayor control social posible (6).

Esta voluntad por parte del Estado de saberlo todo sobre los ciudadanos está legitimada políticamente por la promesa de una mayor eficacia en la administración burocrática de la sociedad. Así, el Estado afirma que será más competitivo y, por lo tanto, servirá mejor a los ciudadanos si los conoce mejor, de la forma más profunda posible. Sin embargo, al haber pasado a ser cada vez más invasiva, la intrusión del Estado ha terminado provocando, desde hace tiempo, un creciente rechazo entre los ciudadanos que aprecian el santuario de la vida privada. Desde 1835, Alexis de Tocqueville señalaba ya que las democracias modernas de masas producen ciudadanos privados cuya principal preocupación es la protección de sus derechos. Y que esto hace que sean particularmente quisquillosos y belicosos contra las pretensiones intrusivas y abusivas del Estado (7).

Esta tradición se prolonga en la actualidad en la persona de los “lanzadores de alertas”, como Julian Assange y Edward Snowden, ambos perseguidos ferozmente por Estados Unidos. Y, en defensa de ellos, el gran intelectual estadounidense Noam Chomsky afirma: “Para estos ‘lanzadores de alertas’, su lucha por una información libre y transparente es una lucha casi natural. ¿Tendrán éxito? Depende de la gente. Si Snowden, Assange y otros hacen lo que hacen, lo hacen en su calidad de ciudadanos. Están ayudando al público a descubrir lo que hacen sus propios Gobiernos. ¿Existe acaso una tarea más noble para un ciudadano libre? Y se los castiga severamente. Si Washington pudiera echarles el guante, sería peor aún. En Estados Unidos existe una ley de espionaje que data de la Primera Guerra Mundial; Obama la ha usado para evitar que la información difundida por Assange y Snowden llegue al público. El Gobierno va a intentarlo todo, incluso lo indecible, para protegerse de su ‘enemigo principal’. Y el ‘enemigo principal’ de cualquier Gobierno es su propia población” (Chulillo.

En la era de Internet, el control del Estado alcanza dimensiones alucinantes, ya que, de una manera o de otra, como ya se ha dicho, confiamos a Internet nuestros pensamientos más personales e íntimos, tanto profesionales como emocionales. Así, cuando el Estado, con ayuda de tecnologías súper poderosas, decide pasar a escanear nuestro uso de Internet, no sólo rebasa sus funciones, sino que, además, profana nuestra intimidad, deshuesa literalmente nuestro espíritu y saquea el refugio de nuestra vida privada.

Sin saberlo, a ojos de los nuevos “Estados de vigilancia”, nos convertimos en clones del héroe de la película El Show de Truman (9), expuestos en directo a la mirada de miles de cámaras y a la escucha de miles de micrófonos que exponen nuestra vida privada a la curiosidad planetaria de los servicios de información.

A este respecto, Vince Cerf, uno de los inventores de la Web, considera que “en la época de las tecnologías digitales modernas, la vida privada es una anomalía...”(10). Leonard Kleinroc, uno de los pioneros de Internet, es aún más pesimista: “Básicamente –considera–, nuestra vida privada se ha acabado y, por así decirlo, es imposible recuperarla” (11).


Por una parte, muchos ciudadanos se resignan, como si de una especie de fatalidad de la época se tratara, al fin de nuestro derecho al anonimato. Por otra parte, esta preocupación de defender nuestra vida privada puede parecer reaccionaria o “sospechosa” porque sólo aquellos que tienen algo que esconder intentan esquivar el control público. Por lo tanto, las personas que consideran que no tienen nada que reprocharse ni nada que ocultar, no son hostiles a la vigilancia del Estado. Sobre todo si ésta, tal y como lo prometen y lo repiten las autoridades, está acompañada por una ganancia sustancial en materia de seguridad. Sin embargo, este discurso –“Dadme un poco de vuestra libertad, os la devuelvo centuplicada en garantía de seguridad.”– es una estafa. La seguridad total no existe, no puede existir. Es un engaño. Sin embargo, la “vigilancia total” se ha convertido en una realidad indiscutible.

Contra la estafa de la seguridad, cantinela constante de todos los poderes, recordemos la lúcida advertencia lanzada por Benjamin Franklin, uno de los autores de la Constitución estadounidense: “Un pueblo dispuesto a sacrificar un poco de libertad por un poco de seguridad no merece ni lo primero ni lo segundo. Y acaba perdiendo las dos”.

Una sentencia de perfecta actualidad y que debería animarnos a defender nuestro derecho a la vida privada, cuya principal función no es otra que proteger nuestra intimidad. Jean-Jacques Rousseau, filósofo de la Ilustración y primer pensador que “descubrió” la intimidad, nos dio el ejemplo. ¿No fue él también el primero en rebelarse contra la sociedad de su tiempo y contra su voluntad inquisidora de querer controlar la conciencia de los individuos?

“El fin de la vida privada sería una auténtica calamidad existencial”, ha subrayado igualmente la filósofa contemporánea Hanna Arendt en su libro La condición humana (12). Con una formidable clarividencia, en su obra señala los peligros para la democracia de una sociedad donde la distinción entre la vida privada y la vida pública estaría establecida de forma insuficiente, lo que, según Arendt, significaría el fin del hombre libre. Y arrastraría a nuestras sociedades, de manera implacable, hacia nuevas formas de totalitarismo.
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