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29-04-10 18:33 #5202269
Por:Marceloo

Altermundismo:otro mundo mejor es posible
LA HORA DE LA JUSTICIA FISCAL
Francisco Morote Costa
ATTAC-CANARIAS

¿ Es posible remontar la crisis del sistema sin un cambio de mentalidad sobre la urgencia de restaurar una verdadera justicia fiscal global y nacional?

El concepto de justicia fiscal no es tan difícil de entender. Se trata, sencillamente, de que paguen más, a escala mundial y nacional, quienes más tienen y ese objetivo sólo se puede lograr sobre la base de regular los flujos internacionales de capital y de priorizar los impuestos directos, los que gravan al capital y al trabajo mejor remunerado, sobre los impuestos indirectos, sobre el consumo, que por ser universales afectan por igual a los enriquecidos y a los empobrecidos, favoreciendo claramente a los primeros y perjudicando significativamente a los segundos.

Si el concepto de justicia fiscal está claro y es inteligible para todos, ¿ cómo es posible que haya soportado décadas de incomprensión, impopularidad y desapego general?

Merced a una campaña permanente de descalificación y deslegitimación emprendida y mantenida, por los círculos económicos y políticos del pensamiento neoliberal y sus medios exclusivos, desde los años setenta del siglo pasado hasta la actualidad.

A esa campaña no le faltaron argumentos tramposos. Establecido el imperio de la mano invisible del mercado y el dejar hacer dejar pasar del estado, fue fácil proclamar que si se quería que los dueños del capital invirtieran creando así riqueza y puestos de trabajo no se les debía castigar con políticas fiscales que detrajeran parte de su patrimonio de la inversión productiva. Además, para reforzar la idea de que las grandes fortunas, los grandes capitales, no debían ser sancionados con una fiscalidad severa que desanimara la inversión, se recordaba " oportunamente" la existencia de los paraísos fiscales, donde las grandes fortunas por procedimientos más o menos lícitos podían poner a buen recaudo, bajo el manto protector del secreto bancario, sus capitales.

Es así, como por cierto proliferaron los paraísos fiscales que poco a poco fueron ampliando el círculo "selecto" de sus clientes desde los simples evasores de capital, a los gobernantes corruptos, los traficantes de armas, de drogas, de blancas, etcétera y ,por si fuera poco, además de no mover ni un dedo contra los paraísos fiscales, los estados y los gobiernos, paralizados por la ideología neoliberal, se entregaron a diseñar políticas tributarias con las que premiar a los grandes capitales que rehusaran poner a salvo sus fortunas en los acogedores y seguros paraísos fiscales creando, como sucedió en España con las SICAV ( Sociedades de Inversión de Capital Variable), consideradas " paraísos fiscales sin salir de casa", auténticos privilegiados fiscales.

Sin embargo, el anuncio de que la reducción de la presión fiscal sobre los grandes capitales llevaría aparejado, necesariamente, una mayor inversión en la economía productiva resultó ser, en muchos casos, radicalmente falso. Con una tasa de beneficio cada vez menor la economía capitalista fue transitando cada vez más del campo de la producción al campo de la especulación que, al fin y al cabo, sólo acaba creando riqueza para una minoría de especuladores profesionales y sus clientes y no crea o apenas crea puestos de trabajo.

En fin, una consecuencia más de la injusticia fiscal universal imperante en los años de la globalización neoliberal, fue que la creciente desigualdad en la distribución de la renta del capital y el trabajo a favor del primero, no fue corregida por los estados redistribuyendo, mediante políticas tributarias progresivas y a través del estado de bienestar, una parte de la riqueza acumulada por el capital en beneficio de las depauperadas clases trabajadoras.

De ese modo, llevados por la invisible mano del mercado llegó la crisis financiera de 2008, cuando el sector bancario de la mayor parte del mundo occidental tuvo que ser rescatado de la bancarrota por la mano visible del estado, con el dinero de todos los contribuyentes. Pero lo peregrino, sino fuera por los tintes cada día más dramáticos e intolerables de la situación, es que una vez salvado el irresponsable sector financiero especulador - Wall Street, la City y los bancos estadounidenses, británicos, etcétera - y consecuentemente el gran capital, el estado tiene que reponer los desembolsos multimillonarios del rescate del sector financiero pidiendo prestado, precisamente a los mercados financieros que en gran parte contribuyó a salvar, el dinero que invirtió en socorro de los banqueros especuladores.

Es así como después del rescate del sector financiero los estados, en medio de una crisis que ahora golpea ya a los sectores productivos y genera un desempleo creciente, en lugar de sacar las lecciones pertinentes sobre la contumacia de los poderes financieros, para empezar a revertir el peso de la salida de la crisis sobre ellos, la carga sobre las espaldas de los ciudadanos corrientes y,especialmente, sobre las de los trabajadores. Atrapados por un sistema financiero hecho a la medida de la globalización neoliberal, desregulado, complacientes con los inaceptables paraísos fiscales, pusilánimes a la hora de corregir la injusticia de los modelos fiscales nacionales, los gobiernos neoliberales o socioliberales del mundo occidental, han optado por compensar la pérdida de las grandes sumas de los rescates bancarios y la caída de los ingresos fiscales mediante la emisión de deuda pública, la subida de impuestos indirectos, la congelación salarial, el recurso a reformas laborales lesivas para los intereses económicos y laborales de los trabajadores, etcétera.

Todo eso en lugar de proceder de una vez a una reforma profunda del sistema financiero internacional, regulando las transacciones, estableciendo impuestos internacionales solidarios con los que reequilibrar los maltrechos presupuestos nacionales y con los que reunir los recursos para combatir el hambre y la pobreza extremas de los países empobrecidos, suprimiendo los paraísos fiscales, talón de Aquiles de cualquier sistema financiero que pretenda alcanzar un mínimo de eficiencia y equidad y, en el caso de los estados, la vuelta a un modelo fiscal progresivo, del estilo de los que aún hoy hacen posible sociedades con una cohesión social envidiable y que sin ir más lejos están en el norte de Europa.

Es la hora de la justicia fiscal global y nacional y si los ciudadanos y muy especialmente los trabajadores no se movilizan y presionan a las instituciones internacionales, el FMI, el BM el G-7 y el G-20, y a los gobiernos para conseguirla, los banqueros y los grandes empresarios, la élite de los de arriba, empleando su enorme poder sobre los gobiernos impondrán salidas a la crisis que sólo contemplarán sacrificios y sufrimientos para los simples ciudadanos y trabajadores, es decir, para la inmensa mayoría que formamos nosotros, los de abajo.

En definitiva, ¿ por qué no acabar con el déficit público no mediante el pago de una injusta deuda pública, sino mediante el cobro de una gran deuda privada que los grandes bancos, las compañías transnacionales y los megamillonarios capitalistas han contraido con toda la humanidad y el planeta mismo?
Puntos:
01-05-10 13:12 #5213381 -> 5202269
Por:Marceloo

RE: Altermundismo:otro mundo mejor es posible
¿Tienen ganas de meterse con alguien sin temer su respuesta? Si les pide el cuerpo desahogarse un rato, insultar o humillar a alguien y que el humillado se limite a agachar la cabeza y asentir, búsquense un griego. A ser posible un ministro. Llámenle tramposo y vago, acúsenle de engañar con las cifras, de trabajar poco; pídanle que venda sus preciosas islas, que reforme sus pensiones, que privatice todo lo que tenga.

Hay que ver cómo se las gastan los hermanos europeos, qué bonita es la solidaridad continental. Lo saben los griegos, tratados como apestados, sometidos a la incertidumbre de si les ayudaremos, los dejaremos en manos del fraternal FMI o los abandonaremos a su ruina; y obligados a pasar por todos los aros que les pongan delante. Lo llaman “rescate”, pero en realidad nos rescatamos a nosotros mismos, para proteger la zona euro. Sólo por eso ayudamos a los griegos, y lo hacemos prestando dinero que devolverán con intereses, aunque sean algo más bajos de los que hoy pagan por su disparada deuda. Lo anunció nuestro presidente hace unos días: la ayuda a Grecia nos hará ganar 110 millones de euros. Toma solidaridad.
¿SALVAR GRECIA?¡NI QUE FUERA UN BANCO!

Lo llaman rescate, sí. ¿Dónde he oído yo esa palabra antes? Ah, sí, cuando entre todos rescatamos al sector financiero, fundiendo billones de los Estados. Qué diferencia de rescate: a los bancos se les dio el dinero sin exigir nada a cambio, mientras que Grecia va a sudar cada euro que reciba, con duros planes de ajuste para varias generaciones. Grecia se ha portado mal, dicen, pero ¿lo ha hecho peor que los bancos rescatados? Claro que éstos eran “demasiado grandes para caer”, frente a la pequeña Grecia.

Lo mejor de todo es que el rescate, a quien de verdad rescata, es a los “mercados”, a los poseedores de deuda griega -que con el plan europeo verán asegurada su ganancia y a intereses cada vez más altos-, y a quienes están jugando con el riesgo griego como en una casa de apuestas. Tras ser rescatado, el sector financiero está haciendo negocio con la deuda pública. Y quiere más.
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02-05-10 11:54 #5218060 -> 5213381
Por:Marceloo

RE: Altermundismo:otro mundo mejor es posible
PARA QUE LOS PUEBLOS NO PAGUEN LA CRISIS
Archipiélago Noticias
Por Francisco Morote Costa

La crisis ni siquiera la provocó el pueblo estadounidense, ni los pueblos de los distintas naciones europeas – los islandeses, los griegos, etcétera, tan denostados-, y aún menos los pueblos de Asia, Latinoamérica y África, es decir, la crisis no la provocamos “nosotros”, los pueblos –trabajadores, contribuyentes sufridos, consumidores modestos -, la crisis la provocaron “ellos”, los grandes dueños, administradores y gestores del capital, y algunos grandes especuladores de Estados Unidos y sus congéneres europeos. Quebró el capitalismo neoliberal y para evitar una depresión económica similar o peor a la de los años 30 del siglo pasado los Estados y sus bancos centrales, bancos públicos, de todos, acudieron al rescate de los grandes bancos privados e, incluso, de algunas grandes empresas privadas (General Motors, en EE UU ), inyectando billones de dólares, libras, euros, etcétera, que anestesiando la crisis salvaron de la ruina precisamente a las élites financieras y empresariales que la habían provocado.

¿Qué precio pagaremos los pueblos por el casino burbujeante en el que convirtieron la economía los más ricos del planeta? Lo estamos empezando a ver. Después de acudir con sumas de vértigo al rescate de los bancos y de los negocios privados y de invertir en la economía productiva para lograr una recuperación que superase lo más rápidamente posible la recesión económica y frenase la pérdida masiva de empleo, los Estados, esquilmados, necesitan, como se dice vulgarmente, ahorrar y sacar dinero hasta de debajo de las piedras. ¿Cómo lo van a hacer? Ahí estriba el quid de la cuestión. ¿Quién debe pagar los platos rotos del desaguisado neoliberal? La respuesta parece obvia, deben pagar “ellos”, las élites financieras y empresariales que provocaron el desastre sin pagar ningún precio y no “nosotros”, los pueblos, que muy poco tuvimos que ver con las orgías especulativas del casino financiero mundial. Pero no, las apariencias engañan, la llamada salida de la crisis exigirá muchos más sacrificios a los pueblos, a “nosotros” que a las élites, a “ellos”. ¿Hay pruebas de esa injusticia? Las hay. Sin ir más lejos en España se habla de reforma laboral y la CEOE propone para los jóvenes menores de treinta años contratos de trabajo propios no del siglo XXI, sino del siglo XIX, se habla de reducciones y congelaciones salariales, o se ataca al sistema público de pensiones con propuestas como el retraso en la edad de jubilación a los 67 años e, incluso, aumentar de 15 a 25 los años de servicio utilizados para el cálculo de la pensión de jubilación, lo que redundaría en un menor importe aún de dichas pensiones. Y el caso de España no es un caso aislado. Recientemente Charles Dallara, director gerente del Instituto de Finanzas Internacionales, la asociación de bancos mas grande del mundo, nada menos (¡Menuda autoridad moral para impartir doctrina!) manifestaba que para que América Latina pudiera tener una economía competitiva frente a Asia, debía “flexibilizar” su mercado laboral para facilitar el despido de trabajadores y de esta manera reducir costos de las empresas. En fin, estas políticas de ajustes ¿de cuentas?, son las recetas que en el colmo de la desvergüenza y la desfachatez pretenden imponer a los pueblos las mismas élites neoliberales que provocaron la crisis. Y se pueden salir con la suya, si los gobiernos y los Estados acatan y siguen sus dictados (dictadura de los mercados, la llamó Ignacio Ramonet), y si “nosotros”, los pueblos, permanecemos pasivos y cruzados de brazos dejándoles hacer a “ellos”.

¿Qué hacer, entonces, para que no seamos “nosotros”, los pueblos, los que paguemos la crisis?

Ante todo meter en cintura a los banqueros y grandes empresarios. Eso requiere, en primer lugar, a escala global una profunda reforma del sistema financiero internacional, reforma que comprenda no sólo la reglamentación de toda clase de transacciones financieras y el establecimiento de impuestos solidarios a dichas transacciones, como un imperativo de justicia fiscal global, sino también la supresión de los paraísos fiscales y la reforma del FMI y el BM puestos bajo la tutela de la Asamblea General de las Naciones Unidas o su supresión y la creación de organismos dependientes de dicha Asamblea; y a escala estatal o nacional, la creación de bancos públicos sin ánimo de lucro, capaces de estimular con el crédito la actividad de las pequeñas y medianas empresas y políticas fiscales progresivas que hagan pagar más a quienes más riqueza tienen, tal y como sucede, por ejemplo, en los países del norte de Europa. Sólo así, como demuestra el ejemplo citado, será posible conservar y mejorar el estado de bienestar que asegura un futuro sin zozobras al conjunto de la población.

En segundo lugar, un orden y un sistema económico internacional más justo no puede gestarse ni gestionarse desde el G-7 o el G-20, sólo puede ser impulsado desde el G-192, es decir, desde la Asamblea General de las NN UU, que podría establecer como proponía el Premio Nobel de economía J. Stiglitz, un Consejo Económico Mundial vinculado a dicha Asamblea, que coordinase las políticas económicas de todos los Estados del planeta.

Y, en tercer lugar, habría que definir los objetivos de las políticas económicas mundiales. Por un lado, poniendo fin gradualmente a la destrucción de la biosfera, de la biodiversidad y al pillaje y despilfarro de los recursos naturales, y, por el otro, satisfaciendo las verdaderas e indispensables necesidades materiales y espirituales de la población mundial y reduciendo paulatinamente las enormes desigualdades nacionales y sociales provocadas por el sistema.

La consecución de esos objetivos pasa, naturalmente, por el cambio hacia un modelo energético e industrial cada vez menos contaminante y por profundas reformas que pongan el acento en la construcción de economías mixtas, públicas-privadas, en el sentido que propone el historiador E.J.Hobsbawm y que no cifre el éxito en el mero e imposible crecimiento económico ilimitado, sino en la satisfacción de las necesidades vitales, materiales y espirituales, de los seres humanos.

¿Es posible articular ese discurso altermundista en medio de una crisis en la que a la mayoría de los pueblos la dimensión local les impide ver la naturaleza global del problema? A mi juicio hay oportunidades que no se pueden desaprovechar. Una de ellas es la cita propuesta por el presidente boliviano Evo Morales convocando a una cumbre mundial sobre el cambio climático en Cochabamba, cumbre que desde una nueva ética de la vida debería dar fe del compromiso de los pueblos en la defensa de la biosfera y la biodiversidad del planeta Tierra. ¿Estarán, estaremos, a la altura de las circunstancias?
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