Expresiones Propias (Poeminos de amor) Queridos amigos: El poeta Ángel González tiene un libro cuyo título, Prosemas o menos, rebaja un tanto la gravedad que transmitiría el mismo libro con un título aparentemente más serio o riguroso, es decir, un título sin concesiones al juego, a la gracia, al humor o a la ironía, elementos con los que, a mi modo de ver, Ángel González tiene una cordial relación. Pues bien, a las nuevas “Expresiones propias” que dejo hoy aquí con el romano nº VII, les he añadido el subtítulo “Poeminos de amor”, pero su significado lo dejo a la libre interpretación de los lectores, de cuyas inteligencias no dudo. Lo que sí quiero aclarar es que la época en la que fueron escritos, los unos por los otros, no está muy lejos de la época en la que escribí El cielo se hizo de amor, en los lejanos años ochenta. El hecho de publicarlos ahora es una cuestión de oportunidad. Digamos que el título “Expresiones propias” es un cajón de sastre en el que he encontrado una buena disculpa. Un abrazo Expresiones propias VII Poeminos de amor Transfiguración Caído de una lluvia artificiosa, irrumpo en el amor, junto a la rosa. Y en esta luz plagada de colores, me siento natural, como las flores. Así, transfigurado, mis anhelos están con las alondras, en los cielos. Abrazo Mi mano tiene tomada la dimensión de tu pecho, mi boca la de tu boca, mi cuerpo la de tu cuerpo. Y vengo a abrirte la arteria por donde va el pensamiento, para caer con el alma alrededor de los sueños. Que en este abrazo gigante, alzado en barro y en viento, mi sangre es tanto tu sangre como mi aliento tu aliento. El corazón de los hombres El corazón de los hombres tiene una arteria obstruida: la de la sangre más densa, la del amor y la vida. La que en los tragos amargos curaba siempre la herida. Y estaba abierta a los sueños y estaba abierta a la risa. El corazón de los hombres es una víscera esquiva, quizá una fuente de mármol con una arteria obstruida. La del amor y la sangre, la de la sangre y la vida. La mano Se me ha encogido esa mano que tuve siempre tendida, pues si la fe no me falta me va faltando la vida. Espero con los que esperan una inminente partida, sereno, sin hacer sombra y con la mano encogida. La mano que estuvo llena de corazón y caricias, la que regando las flores se fue quedando marchita. La orilla Desde esta orilla del verso quiero volver a la vida, para meterme en tus ojos que son dos fuerzas que tiran. Yo soy la leña del árbol, la cicatriz de la herida, la voz ahogada del alma, la parte en sombra del día. Pero a esta orilla del verso es el amor quien me guía. Mi libertad, que fue fiera, está a tu puerta rendida. Camino hacia las flores Yo voy andando a la dicha por un camino de amores: espinas, rosas, dolores… La noche tiene los sueños, el corazón los temblores. Sonad, tambores, salid al paso, guijarros, adversidades, rigores… Ensangrentad un camino que tiene el fin en las flores. El viaje 1 Me subí a las alas de mis pensamientos para ir, sin rumbo, donde fueran ellos. Y ellos me llevaron, en gozoso vuelo, por llanuras anchas del color del cielo. Y por hondos valles de arbolado denso, y montañas altas y un camino extenso. El camino largo que hay detrás de un beso, con amor constante, con abrazo eterno. 2 Para andar, al pairo, por la mar del tiempo, me subí a las alas de mis pensamientos. Ellos me llevaron a tus ojos negros, tú los has cerrado, yo he quedado dentro. ¿Qué les digo ahora si se van de nuevo? ¡Que regresen solos, porque yo no vuelvo! Me ha mordido el barro y, a la vez, el viento. Para el amor Para el amor he vivido. Y para el verso. Para prender con las manos los alamares del viento. Para la vida. Porque la vida es aliento: Abrazo, palma con palma, y corazón y requiebro. Para el amor he vivido, para el amor estoy hecho. Para agotar con los labios el hontanar de los besos. Esa niña Esa niña, la que se viste de espejos y no sabe que es un espejo ella misma. La que canta, la que ríe, la que llora, la que grita. La que se enfada y protesta, la que perdona y olvida. Esa niña, esa. La que se mete en las sombras y enciende allí sus cerillas, sus palmatorias, sus hálitos y sus luciérnagas íntimas. Esa misma. La que cabalga en el llanto montada sobre sus bridas. Sobre el ronzal de los aires y las brisas. Esa, esa, la que brilla… La que se asoma a la aurora sin sobresaltos, sin prisas. Como una flor, como un brote que se está abriendo a la vida. Esa niña, esa. Ninguna otra: Patricia. Continuará… Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios Blog: https://aisajes.blogcindario.com
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