Muelas de los Caballeros - Zamora

Hace muchos años, en los albores de mi iniciación profesional, conocí a alguien que, desde su modestia económica, luchaba para abrirse un camino en la vida. Lo que pasa es que en el campo de la promoción inmobiliaria, que era el suyo, casi todos los caminos conducen a la Roma del inminente beneficio antes que a la Arcadia de la profesionalidad o la satisfacción por el trabajo bien hecho.

Tengo que decir que sus beneficios han sido tan grandes que le han llevado a un absoluto reconocimiento social, es decir, al éxito.

Y ahora, paseando la mirada por encima de un rebaño de aduladores, va por la vida con una marcha pausada y autocomplaciente que le ha dejado en la cara el gesto grandioso de la suficiencia, constriñéndole, de forma lastimosa, a la pobre condición de un señor con dinero. Sólo con dinero. Lo que no sería importante si no fuera porque una gran parte de los jóvenes de nuestra sociedad aspira exactamente a lo mismo.

Un abrazo

EL RICTUS

Percibo que los hombres
se inclinan ante ti, como si fueras
la tabla de su salvación,
un dios visualizable
que se ha elevado al trono
de los honores: ese cielo
de estrellas al alcance
presunto de la mano.

En fin, las torres levantadas
donde se erguían antes los almendros,
y, sobre todo, los afectos
colaterales, derivados
de su comercialización,
te han hecho acreedor
de estas ofrendas populosas
con venales inclinaciones
de la cerviz.

Y nada hay que objetar, si prescindimos
de la especulación,
a la que tú, por exigencias
del guión y de los mercados,
te has entregado en cuerpo y en espíritu.

Pero quizás debas saber
que, como todo lo que hacemos
en este breve tránsito
de lunas, que es la vida,
termina modelándonos
a su desnuda semejanza,
se te ha puesto un semblante
de lobo santurrón, en cuyos ojos
se matiza la luz hasta volverse
placidez y benevolencia.

Que viene a ser un rictus
de mimetización
con los valores fatuos de la pompa.

Mariano Estrada
De A este lado del Paraíso

Gracias por el sabio poema, Mariano; una vez más, de tu cosecha propia. Sobre lo que aquí denuncias, recordar el excelente libro de Erich Fromm: ¿Tener o ser?(FCE). Es una pregunta radical que uno debe plantearse en su existencia: ¿Queremos tener o más bien ser? ¿O una mezcla de ambas, que no estaría mal? El problema es que, como en el caso de tu amigo, los jóvenes apuestan por el tener, y relegan el ser a la pobre metafísica. Peor se pone el asunto cuando se descubre que encima de que sólo quieren tener, les gustaría conquistar tal condición sentados en el sofá. Claro, tampoco sorprende: conquistar el ser un tarea de guerrero; también para el tener, salvo que es mucho más fácil consumir que reconstruir cada uno su propia vida, esto es, responder a las preguntas del millón: ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? y ¿A dónde voy? Éstas preguntas engloban otras que también son radicales: ¿Qué es la felicidad?, ¿Qué es la muerte?, ¿Qué es la justicia y la solidaridad?

Saludos,

Agustín

Hola, Agustín:

Estos días estoy que vivo sin vivir en mí, a consecuencia de unas obligaciones que no son precisamente del tesoro, por las que voy de mi corazón a mis asuntos y apenas tengo tiempo de leer los nuevos hilos que vais poniendo en el Foro, muy interesantes, por cierto.

Pero no quiero que pase desapercibido este apunte que haces, tan acertado, en relación a un buen número de jóvenes que quisieran hacerse ricos desde la cómoda postura de su sofá, que es una forma de dimitir no sólo de la actividad física, sino de la actividad de la mente, o sea del pensamiento: ése que nos lleva a las preguntas y al esfuerzo y al análisis y a las conclusiones.

Menos mal que hay otros, jóvenes y no tan jóvenes, para los que la actividad de la mente seguirá siendo la savia de la vida. Son ellos los que responderán a las preguntas que nos vaya haciendo el futuro.

Un abrazo

Gracias, Mariano. A ver si es cierto que la juventud, aunque sean los menos, nos responde a las preguntas cruciales, y nos apaña los entuertos y remendos del maldito Estatut y la irritante e irritada sociedad catalana. Nosotros los senectos ya poco podemos hacer.

Abrazos,

Agustín Siglo XV