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Villalba de Guardo - Palencia

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España > Palencia > Villalba de Guardo
04-12-09 20:48 #4047910
Por:delaheraluis

CUARTA HISTORIA " RETO EN LA FRAGUA"
RETO EN LA FRAGUA

La tormenta en tiempo de verano era un regalo para el cuerpo que se agradecía sobremanera.
Algunas veces, cuando se presentía, hacía que el esfuerzo fuese mayor. Pero la mayoría de las veces como nada se podía hacer contra los elementos, era un día o días de descanso además de encuentros y recuerdos.
Ya lo decía el refrán “ Nubes para arriba, labradores a la cocina. Nubes para abajo labradores al trabajo.” En esos días cundía y afloraba la ayuda al vecino apurado y como no hacia para otra cosa, los mayores nos contaban a los jóvenes las anécdotas e historias del pueblo que tanto nos gustaba oír , y no solo por el interés de conocer nuestra historia, sino porque algunas eran realmente divertidas.
Tenía además Villalba, como casi todos los pueblos una fragua y un herrero a su cargo. Cuyo contrato con los vecinos la firmaba el Ayuntamiento, era anual y se ajustaba con acuerdo de ambas partes en un Concejo.
Solía ser la fragua lugar donde los juramentos, palabrotas y narración de aventuras mociles se daban en demasía a veces mezcla de sueño y realidad , y no era por tanto lugar del que el cura hablase bien, ni a los niños les dejasen ir mucho por allí. Es más, se les echaba, a no ser, que necesitasen calentar sus cuerpos con aquel rojo vino porque se había
acabado el que tenía el garrafón. Parecía como si fuese un lugar solo para hombres libertarios o libertinos y de una moral poco fiable. Como si fuese el único lugar del pueblo donde se daba rienda suelta a opiniones y críticas que no podían hacerse en otros sitios.
El caso es, que en estos días de lluvia había otro refrán en el pueblo que decía “Día de agua, día de fragua “. Y como para dar razón al dicho, muchos pasos de los mozos del pueblo se encaminaban a dicho lugar. Gentes aburridas que no sabían que hacer o que simplemente buscaban pasar el rato. Allí en la fragua se daban cita, casi por instinto, sin que nadie les llamase y la charla se animaba y afluían las aventuras y experiencias, reales o inventadas, porque ante todo muchas veces había que lucirse y exagerar un poco más que el otro y ser un poco fanfarrón.
Debió de ser en un día de estos, cuando estando animada y concurrida la tertulia surgió el reto.
Eran el tío “Juanón” y el tío Pedro “El Peludo” los mozos más ruferos y valentones del pueblo y ambos, se povoneaban de ser más fuertes que los demás. Pero aún no había quedado claro quién de los dos podía más. Parecía pues llegado el momento de demostrarlo y ver la verdad.
Estaba tan animada la tertulia que el tío “Juanón” tuvo que elevar la voz para decir, después del juramento que parecía preceptivo: Si hay algún valiente que me ponga el yunque en la espalda, yo lo llevo hasta la esquina.
Algunos no se enteraron bien, pero cuando se repitió el reto por segunda vez, se hizo un silencio espeso y expectante porque el yunque se las traía y porque todos sabían a quién iba destinado aquel desafío.
Sobre aquel viejísimo tronco de roble de la Majadilla, de ni se sabía los años, con dos anchos cinchos de hierro abrazando su metro de alto, estaba, el no menos viejo yunque que no era “ moco de pavo” . Hasta el herrero, que no era un don nadie en lo que a levantar peso se refiere, pedía a alguien que le ayudase si tenía que moverlo, y ahora había un reto. Levantarlo hasta una espalda para que el otro lo llevase.
Más de cien negros kilos y pico de hierro esperaban ser izados.
No sabremos nunca si el tío “Juanón” lo hizo por fanfarronear y querer quedar como el más fuerte sin necesidad de demostrarlo, porque: ¿A ver quién era el valiente que se lo iba a poner encima? Ni tampoco sabremos, si el vino que corría siempre generoso en la fragua tenía algo que ver. El caso, es que los ojos de los concurrentes por un momento se fijaron en el herrero y sin saber porque, en el tío Pedro. Éste, en un principio no se dio por enterado, quizás no fuese su día y el cuerpo no estaba para fatigas o con el ánimo entonado o quizás no estaba, como se decía “muy caliente”. La verdad es que en un principio no reaccionó. Pero fue aquella mirada de gallito de corral del oponente al cruzarse con la suya lo que encendió la chispa y le picó su amor propio. Debieron de agolparse en su cabeza todos aquellos comentarios sobre quién era el más fuerte, aquellas risas ante apuestas no logradas o hazañas del otro que se contaban, lo que hizo que Pedro, que estaba sentado sobre un arado romano se levantase y dijese: “Yo te lo pondré encima”.
Rápidamente se hizo un corro y la expectación aumentó inusitadamente. Se cortaba el aire, sólo el susurro chisporroteante del hogar de la fragua rompía el silencio y parecía reírse de los dos contrincantes. Se puso erguido el tío Pedro, cual chopa de ribera,
Se pegó un trago de vino. Se ajustó el pantalón con su viejo cinto lleno de monedas de realíes y con paso lento se encaminó al rincón donde se hallaba el yunque. Lleno sus pulmones, resoplando como toro en celo y se abrazó a aquella pesada y fría carga como si fuese un tesoro que no se puede perder. Lo fue levantando lentamente del tajo ayudado por gritos de ánimo y caras de asombro, envidia y sorpresa. Se veía en su rostro que el esfuerzo era máximo, casi sobrehumano y de un fuerte resoplido lo colocó sobre la ancha espalda de “Juanón”.
La primera parte del reto estaba cumplida. A Juanón, la cara le había ido cambiando de color y de gesto desde el momento en que encontró retador. Había pasado de la fanfarronada y la alegría a la seriedad y al gesto contrariado. No esperaba, al parecer, que alguien aceptase su reto y lo que ahora se le venía encima, no era solamente el yunque y su peso, sino el de demostrar su hombría que podía quedar en entredicho. Ahora le pesaba tanto el yunque como la ligereza de sus palabras.
El caso es, que su cara comenzó a cambiar a medida que su cuerpo iba sintiendo aquel enorme peso sobre sus espaldas. Ya no había fanfarrias, era la hora de demostrar lo que dijo.....
Y no había andado siete pasos cuando con un juramento, arrojó el yunque al suelo y se dio por vencido.
No hubo abucheos, ni exclamaciones, ni apenas nada. Más silencio que otra cosa, mientras la gente comenzaba a marcharse a sus casas o quizás a dejar la noticia en cada esquina o en cada rincón del pueblo.
El herrero y Pedro colocaron el yunque en su sitio y cada cual se fue a lo suyo.
Había comenzado a clarear por peña Corada y la tarde ponía en el cielo todos sus arreboles antes de despedir al día. El sol se recataba con burlona sonrisa. Mañana hará bueno, musito el herrero, al último acompañante que le quedaba.
Seguro, que hasta las paredes de las casas del pueblo sabrán ya lo ocurrido en la fragua.





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