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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
29-06-14 21:53 #12118792
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 64ª Sección
Esta visión de Prócula la mujer de Poncio Pilatos, la recibió con gran espanto y temor, y cuando entendió lo que pasaba entre los judíos y su marido Poncio Pilatos, Prócula le envió el recado, para que no condenase a muerte al que miraba y tenía por justo.-

Le puso también Lucifer, otros temores semejantes en la imaginación al mismo Poncio Pilatos, y con el aviso de su mujer que fueron mayores; pero como todos ellos, eran mundanos y políticos no duró más este miedo. Y entonces Poncio Pilatos, insistió por tercera vez con los judíos, defendiendo a Jesús como no culpable y testificando que no hallaba en él crimen alguno ni causa de muerte, diciéndoles, que le castigaría y más tarde a Jesús lo soltaría.-

Conociendo Pilatos la porfiada indignación de los judíos contra Jesús Nazareno y deseando no condenarle a muerte porque le conocía inocente, le pareció que mandándole azotar con rigor aplacaría el furor de aquel ingratísimo pueblo y la envidia de los pontífices y escribas, para que dejasen de perseguirle y pedir su muerte, y si acaso en algo hubiese faltado Jesús a las ceremonias y ritos judaicos quedaría bastantemente castigado.-

Y de hecho Poncio Pilatos ordeno que azotaran a Jesús, para ver si con este castigo, los judíos quedaban satisfechos. Pero los judíos, dando voces, respondieron que le crucificase. Entonces Pilatos pidió que le trajesen agua y mandó soltar a Barrabás como así se lo pedían. Se lavó las manos en presencia de todos, diciendo: Yo no tengo parte en la muerte de ese hombre justo al que vosotros le condenáis. Mirad lo que hacéis, que en testimonio de esto lavo mis manos, para que se entienda, que mis manos no quedan manchadas con la sangre de este inocente.- A Pilatos le pareció que con aquella ceremonia y acción, se disculpaba con todos y trasladaba la muerte de Jesús hacia los príncipes de los judíos y a todo el pueblo que pedía la muerte para Jesús. Y fue tan loca y ciega la indignación de los judíos que, a grandes voces le pidieron ver crucificado a Jesús, condescendieron con Pilatos y cargaron sobre sí el delito, pronunciando aquella formidable sentencia, diciendo aquellos malos Judíos: Su sangre venga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.-

María, la Señora y Reina del Cielo, fue informada de todo lo que ocurría con su amado Hijo, siendo informada por medio de sus Ángeles, la cual la dijeron de las altercaciones y contradicciones que tenía Poncio Pilatos con los escribas y los pontífices sobre la inocencia de Jesús, proponiendo Poncio Pilatos a Barrabás para procurar con esta acción, la liberación de Jesús. Y María con algunas mujeres la acompañaron hasta la casa de Poncio Pilatos donde estaba su Hijo y ser testigo ella misma de todos los clamores y de aquellos inhumanos tigres los cuales les oyó con silencio y admirable mansedumbre, como estampa viva de su Hijo. Pero aunque su honestísima modestia era inmutable, todas las voces de los judíos penetraban como cuchillos de dos filos a su lastimado corazón cuando estos pedían que liberarán a Barrabas y sentencia de muerte para Jesús. Mas los clamores de su doloroso silencio resonaban en el pecho del Eterno Padre con mayor agrado y dulzura que los llantos de la hermosa Raquel, con que lloraba a sus hijos sin consuelo, porque no los pudo restaurar; que Raquel y María, no pedían venganza, sino perdón para los enemigos que le quitaban el Unigénito del Padre y suyo. Y en todos los actos que hacía Jesús, el alma de María le imitaba y acompañaba, obrando con tanta plenitud de santidad y perfección, que ni la pena suspendía sus potencias, ni el dolor impedía la caridad, ni la tristeza remitía su fervor, ni el bullicio distraía su atención, ni las injurias y tumulto de la gente le eran embarazo para estar recogida dentro de sí misma, porque a todo daba María el lleno de las virtudes en grado eminentísimo.-
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Luego estos ministros del demonio con otros muchos llevaron a Jesús al lugar de aquel suplicio, que era un patio de la casa donde solían dar tormento a otros delincuentes para que confesaran sus delitos. Este patio era de un edificio no muy alto y rodeado de columnas, unas de estas columnas, sustentaban las cubiertas del edificio y otras estaban descubiertas y eran más bajas. A una columna de éstas, que era de mármol, ataron fuertemente a Jesús, porque siempre le juzgaban por mago y temían no se les fuese de entre las manos. María, cuando llevaron a Jesús al lugar de los azotes, se retiró a un rincón, en compañía de las otras mujeres y con Juan Evangelista, que la asistían y acompañaban en su dolor. Desnudaron a Jesús, primero de la vestidura blanca, no con menor ignominia que en casa del adúltero y homicida Herodes donde se la habían vestido. Y para desatarle las sogas y cadenas que debajo tenía desde la prisión del huerto. Le maltrataron impíamente, rompiéndole las llagas que las mismas sogas por estar tan apretadas su cuerpo ya tenía, y que se le habían abierto en los brazos y muñecas. Y dejándole sueltas las manos, le mandaron con ignominioso imperio y blasfemias que el mismo Jesús se despojase de la túnica con la que iba vestido. Esta era la misma que su Madre le había vestido en Egipto, cuando el dulce Jesús niño se puso en pie por primera vez. María, retirada en aquel puesto, vio por visión clarísima todos los azotes y tormentos que padecía Jesús, y aunque no los vio con los ojos del cuerpo, nada le fue oculto a la dolorosa Madre María, y sentía en su cuerpo todos los dolores con las heridas que recibía su Hijo. Sintiéndolos en todas las partes de su cuerpo, donde se los daban a Jesús. Y aunque no derramó sangre, la vertía con las lágrimas. Juan viendo que María no estaba sola, sino acompañada de sus intimas amigas, se acercó como espectador para ver lo que hacían con su Maestro, los verdugos que había puesto Poncio Pilatos, para ejecutar el castigo sobre su Maestro y Señor. Y estos mismos verdugos, mandaron a Jesús que se quitase la túnica que tenía entonces Jesús, porque en el huerto, cuando le prendieron, le quitaron el manto que solía traer sobre la túnica.-

Azotan a Jesús con crueldad.-
En esta forma quedó Jesús desnudo en presencia de mucha gente, y los seis verdugos le ataron crudamente a una columna de aquel edificio para castigarle. Luego por el orden de dos en dos, le azotaron con crueldad tan inaudita, que no pudo caer en condición humana, si el mismo Lucifer no se hubiera revestido en el impío corazón de aquellos sus ministros.-

Los dos primeros azotaron al inocentísimo Señor con unos ramales de cordeles muy retorcidos, endurecidos y gruesos, descargando sobre el cuerpo desnudo de Jesús, todo el furor de su indignación, con todas las fuerzas de sus potentes brazos. Y con estos primeros azotes, levantaron en el cuerpo de Jesús grandes cardenales quedando entumecido y desfigurado por todas partes, reventando la piel y comenzando a sangrar por las heridas.-

Pero cansados estos verdugos que eran los Primeros, entraron de nuevo a azotar a Jesús otros dos que eran los segundos verdugos, y con los segundos ramales de correas como riendas durísimas le azotaron sobre las primeras heridas, rompiendo todas las ronchas y cardenales que los primeros habían hecho, derramando la sangre que bañó todo el cuerpo de Jesús salpicando las vestiduras de los ministros sacrílegos que le atormentaban y corrió la sangre por su cuerpo hasta caer en la tierra.-

Con esto se retiraron los segundos verdugos y comenzaron los terceros, con nuevos instrumentos de tortura, unos ramales hechos de nervios de animales, casi duros como mimbres ya secas. Estos azotaron al Señor con mayor crueldad, no sólo porque ya no herían a su cuerpo sino a las mismas heridas que los primeros y los segundos verdugos habían dejado en su cuerpo, sino también porque de nuevo fueron ocultamente irritados por los demonios, que por la paciencia de Cristo, estaban cada vez más enfurecidos.-
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Cuando en el cuerpo de Jesús estaban rotas las venas por los latigazos, y todo él era una llaga continuada, no hallaron estos terceros verdugos parte sana, y se abrieron de nuevo. Y repitiendo los inhumanos golpes rompieron las carnes de Jesús, derribando al suelo muchos pedazos de piel y de carne y descubriendo los huesos en muchas partes de la espalda, donde se manifestaban patentes con la sangre, y en algunas se descubría más espacio del hueso que el de una palma de la mano.-

Estos verdugos, le azotaron en su rostro, en los pies y en las manos, sin dejar lugar que no hubiesen herido con los golpes, fueron de incomparable dolor, por ser estas partes más nerviosas, sensibles y delicadas.-

La cara de Jesús quedó entumecida y llena de llagas hasta cegarle los ojos con la sangre y cardenales que en su rostro hicieron.-

Los judíos allí presentes, llenaron el rostro de Jesús de salivas, que a un mismo tiempo le arrojaban mientras era azotado por los verdugos.-

El número de azotes que dieron a Jesús, fue total en todas las partes de su Glorioso Cuerpo, desde las plantas de los pies hasta la cabeza.-

Ejecutada la sentencia de los azotes, los mismos verdugos desataron a Jesús de la columna y renovando las blasfemias, mandaron se vistiese con su túnica que le habían quitado. Pero uno de aquellos ministros, incitado por el demonio, mientras le azotaban, este había escondido sus vestiduras, para que no apareciesen y perseverase su desnudez para mayor afrenta de su persona.-
Terminado este martirio, el Apóstol Juan acercándose con dolor y lleno de pena, le dijo estas palabras a María: ¡Oh Señora mía, qué afligido queda nuestro Divino Maestro! No es posible mirarle sin romper el corazón de quien le viere, porque de las bofetadas, golpes y salivas está su hermosísimo rostro desfigurado, y azotado todo su cuerpo, que si lo vierais con vuestros ojos, apenas le conoceríais. Oyó la prudentísima Madre esta relación con tanta espera, como si estuviera ignorante del suceso, pero estaba toda convertida en llanto y transformada en amargura y dolor. También de Juan escucharon estas palabras, las mujeres que acompañaban a María, y todas quedaron traspasados sus corazones de dolor y asombro.-

A la vista de tan desmedida crueldad creció la compasión y sentimiento de la dolorosa y amorosa Madre y dirigiéndose a los Ángeles que la asistían les dijo: Recoger la piel y la carne desgarrada del cuerpo de Jesús y la sangre que derramo mi Hijo y la que derrame por las calles, para que no sea pisoteada por los pecadores; Así lo hicieron los Ángeles que asistían a María Mandándoles también, que si otra vez cayera en tierra su Hijo y Dios verdadero, le sirviesen, impidiendo a los obradores de la maldad para que no le pegasen más, ni pisaran su Divina persona. Y porque en todo era prudentísima, no quiso que este obsequio ejecutasen los Ángeles sin voluntad del mismo Señor y así les ordenó que de su parte se lo propusiesen y le pidiesen licencia y le representasen las angustias que como Madre padecía, viéndole tratar con aquel linaje de irreverencia entre los pies inmundos de aquellos pecadores.-
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María, testigo de la Pasión de su hijo Jesús.-
Salió María de la casa de Poncio Pilatos para seguir a su Hijo Jesús y acompañarle en los pasos que le restaban hasta llegar a la cruz. Y no hubiese sido posible que la gran Señora siguiera este camino a vista de su Amado, si los Ángeles no lo dispusieran como Su Alteza e Hijo querían, de manera que siempre fuese tan cerca de su Hijo, para que pudiese gozar de su presencia. Y todo lo consiguió con su ardentísimo amor, porque caminando por las calles a la vista de Jesús, oía juntamente los oprobios que los ministros le decían, los golpes que le daban y las murmuraciones del pueblo, con los pareceres que cada cual tenía o referían. Mandó la Reina del Cielo al Apóstol Juan que fuese acompañándolas junto con las devotas mujeres, y hablando María con todas ellas las dijo: Apresuremos el paso, para que vean mis ojos al Hijo del Eterno Padre, que tomó la forma humana en mis entrañas; y veréis, carísimas, lo que con mi Señor y Dios ama a los hombres, y lo que le cuesta redimirlos del pecado y de la muerte para abrirles las puertas del Cielo. Salió María, por las calles de Jerusalén acompañada de Juan Evangelista y otras mujeres, aunque no todas la asistieron siempre, fuera de las tres Marías y algunas otras muy piadosas, y los Ángeles de su guarda, a los cuales pidió que obrasen de manera que el tropel de la gente no la impidiese para llegar a donde estaba su Hijo santísimo. Obedeciéndola los Ángeles, le fueron abriendo paso por las calles donde pasaba, y la fueron guardando.-

Los más piadosos se lamentaban, y éstos eran los menos, otros decían cómo le querían crucificar, otros contaban dónde iba y que le llevaban preso como hombre facineroso, otros que iba maltratado; otros preguntaban qué maldades había cometido este hombre, que tan cruel castigo le daban. Y finalmente muchos con admiración o con poca fe decían: ¿En esto han venido a parar sus milagros?. Otros decían, que sus milagros y palabras, sin duda alguna que todos ellos eran embustes, pues no se ha sabido defender ni librar. Y todas las calles y plazas estaban llenas de corrillos y murmuraciones. Pero en medio de tanta turbación de los hombres estaba la Madre de Jesús, la Señora y Reina de los Cielos, aunque llena de incomparable amargura y llena de dolor, pidiendo por los incrédulos y malhechores, como si no tuviera otro cuidado más que solicitarles la gracia y el perdón de sus pecados, y los amaba con tan íntima caridad, como si recibiera de ellos grandes favores y beneficios. No se indignó ni airó contra aquellos sacrílegos por la pasión y muerte de su amantísimo Hijo, ni tuvo señal de enojo. A todos miraba con caridad y al mismo tiempo con lástima. Algunos de los que la encontraban por las calles la conocían por Madre de Jesús Nazareno y movidos de natural compasión la decían: ¡Oh triste Madre! ¿Qué desdicha te ha sucedido? ¡Qué lastimado y herido de dolor estará tu corazón! ¿Qué mala cuenta has dado de tu Hijo? ¿Por qué le consentías que intentase tantas novedades en el pueblo? Mejor fuera haberle recogido y detenido; pero será escarmiento para otras madres, que aprendan en tu desdicha cómo han de enseñar a sus hijos.-

Estas razones y otras más terribles oía María, y a todas daba en su ardiente caridad el lugar que convenía admitiendo la compasión de los piadosos y sufriendo la impiedad de los incrédulos, no maravillándose de los ignorantes y rogando respectivamente al Muy Alto por los unos y por los otros. María, a la vuelta de una de las calles, se encontró con su Hijo, y con profunda reverencia se postró ante su Real persona y le adoró y con la más alta y fervorosa veneración que jamás le dieron ni le darán todas las criaturas. María acto seguido se levantó, y con incomparable ternura se miraron el Hijo y la Madre; se hablaron con el interior de sus corazones traspasados de inefable dolor.
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Luego la Madre se retiró un poco hacia atrás, y fue siguiendo a su Hijo Jesús, hablando con Su Majestad en su secreto corazón y con el Eterno Padre, sobre los acontecimientos y las razones. Y María desde su corazón le decía al Padre: Dios altísimo e Hijo mío, conozco el amoroso fuego de vuestra caridad para con los hombres, que os obliga a ocultar el infinito poder de vuestra Divinidad en la carne y forma pasible que de mis entrañas habéis recibido. Confieso vuestra sabiduría incomprensible en admitir tales afrentas y tormentos y en entregaros a Vos mismo, que sois el Señor de todo lo creado, para el rescate de la humanidad, que es siervo, polvo y ceniza. Digno sois de que todas las criaturas Os alaben y bendigan, confiesen y engrandezcan vuestra bondad inmensa; pero yo, que soy Vuestra Madre, ¿cómo dejaré de querer que sola en mí se ejecutaran Vuestros oprobios y no en Vuestra Divina Persona, que sois hermosura de los Ángeles y resplandor de la Gloria de Vuestro Padre Eterno? ¿Cómo no desearé Vuestros alivios en tales penas? ¿Cómo sufrirá mi corazón veros tan afligido, y afeado vuestro hermosísimo rostro, y que sólo con el Creador y Redentor falte la compasión y la piedad en tan amarga pasión? Pero si no es posible que yo os alivie como Madre, recibid mi dolor y sacrificio de no hacerlo, como Hijo y Dios verdadero. Quedando en mi interior, la estampa e imagen de mi Hijo, así de lastimado y afeado, encadenado y preso, y que jamás en lo que me resto de vida terrenal, nunca se me borraron de la imaginación, aquellas heridas y dolores, que en el cuerpo de mi Hijo yo misma vi.-

Judas Iscariote.-
Más tarde a Judas Iscariote le aumentó la tristeza y despechos y no pudiendo más, pensó en quitarse la vida. Y saliendo Judas Iscariote de la ciudad, se colgó de un árbol seco, haciéndose homicida de sí mismo, esto ocurrió el Viernes a las doce del medio día. Los Demonios, Recibieron luego el alma de Judas Iscariote y la llevaron al infierno, pero su cuerpo carnal, quedó colgado y reventadas sus entrañas con admiración y asombro de todos los que le contemplaron. Su cuerpo ahorcado permaneció tres días a la vista de todos, y en este tiempo intentaron los judíos quitarle del árbol y ocultamente enterrarle, porque de aquel espectáculo redundaba grande confusión contra los sacerdotes y fariseos que no podían contradecir aquel testimonio de su maldad. Pero no pudieron con herramienta alguna derribar el árbol ni quitar el cuerpo de Judas Iscariote, donde se había colgado, hasta pasados tres días, por dispensación de la Justicia Divina. Los mismos demonios más tarde, quitaron el cuerpo de la horca y se lo llevaron junto con su alma, para que en lo profundo del infierno pagase en cuerpo y alma eternamente su pecado.-

Entre todas las oscuras cavernas de los calabozos infernales, estaba desocupada una muy grande y de mayores tormentos que las demás porque los demonios no habían podido arrojar en aquel lago a ninguna otra alma. Aunque la crueldad de estos enemigos lo había procurado desde Caín hasta aquel día. Esta imposibilidad admiraba al infierno, ignorante del secreto, hasta que llegó el Alma de Judas Iscariote y más tarde su cuerpo mortal, a quien fácilmente arrojaron y sumergieron en aquel calabozo nunca antes ocupado por ningún otro condenado. Y la razón era, porque desde la creación del mundo quedó señalada aquella caverna de mayores tormentos y fuego, del resto de las demás cavernas, ya que unas difieren de las otras, según las maldades cometidas por los condenados. Lo restante de las diferentes cavernas del infierno, son para los cristianos que habiendo recibido el bautismo, se condenasen por no haberse aprovechado de los sacramentos, Doctrina, Pasión y muerte del Redentor y no haberse aprovechado de la intercesión de su Madre María.
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