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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
18-05-14 22:16 #12048919
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 29ª Sección
Combatido me hallo de las violentas olas que por mis sentidos han llegado a herir mi corazón. Yo me entregué seguro a la esposa que recibí de vuestra mano. De su grande santidad he confiado y los testigos de la novedad que en ella veo me ponen en cuestión de dolor y temor de frustrarse mis esperanzas. Nadie que hasta hoy la ha conocido, pudo poner duda en su recato y excelentes virtudes, pero tampoco puedo negar que está embarazada. Juzgar que ha sido infiel y que os ha ofendido, será temeridad a la vista de tan peregrina pureza y santidad; negar lo que la vista me asegura, es imposible; mas no lo será morir a fuerza de esta pena, si aquí no hay encerrado algún misterio que yo no alcanzo. La razón la disculpa, el sentido la condena. Ella me oculta la causa del embarazo, que yo le veo; ¿qué he de hacer? Conferimos al principio los votos de castidad que ambos prometimos para vuestra gloria, y si fuera posible que hubiera violado vuestra fe y la mía, yo defendiera vuestra honra y por vuestro amor depusiera la mía. Pero ¿cómo tal pureza y santidad en todo lo demás se puede conservar, si hubiera cometido tan grave crimen? ¿Y cómo siendo santa y tan prudente me cela este suceso? Suspendo el juicio y me detengo, ignorando la causa de lo que mis ojos ven. Derramo en vuestra presencia mi afligido espíritu, oh Dios de Abrahán, de Isaac y Jacob. Recibid mis lágrimas en acepto sacrificio, y si mis culpas merecieron vuestra indignación, obligaos, Señor, de vuestra propia clemencia y benignidad y no despreciéis tan vivas penas. No juzgo que María os ha ofendido, pero tampoco, siendo yo su esposo, puedo presumir misterio alguno de que no puedo ser digno. Gobernad mi entendimiento y corazón con vuestra luz Divina, para que yo conozca y ejecute lo más acertado a vuestro beneplácito.-

Perseveró en esta oración José con muchos más afectos y peticiones; porque si bien se le representó que había algún misterio que él ignoraba en el embarazo de María, pero no se aseguraba en esto, porque no tenía más razones de las que por mayor se le ofrecían y para dar salida al juicio de que tenía culpa en el embarazo, respetando la santidad de la divina Señora; y así no llegó al pensamiento de José, que podía ser la Madre del Mesías. Suspendía las sospechas algunas veces, y otras se las aumentaban y arrastraban las evidencias, y así fluctuando padecía impetuosas olas por una y otra parte; y de mareado y rendido solía quedarse en una penosa calma, sin determinarse a creer cosa alguna con que vencer la duda y inquietarse el corazón y obrar conforme la certeza que de una parte u otra tuviera para gobernarse. Por esto fue tan grande el tormento de José, que pudo ser evidente prueba de su incomparable prudencia y santidad, y merecer con este trabajo que le hiciera Dios idóneo para el singular beneficio que le prevenía.-

Todo lo que pasaba por el corazón de José en secreto era manifestado a la Princesa del cielo, que lo estaba mirando con ciencia Divina y luz que tenía; y aunque su santísimo corazón estaba lleno de ternura y compasión de lo que padecía su esposo, no le hablaba palabra ninguna de ello, pero le servía con sumo rendimiento y cuidado. Y el varón de Dios al descuido la miraba con mayor cuidado que otro hombre jamás ha tenido; y como sirviéndole a la mesa y en otras ocupaciones domésticas la gran Señora, pero el embarazo aunque no era grave ni penoso, hacía algunas acciones y movimientos con que era forzoso descubrirse más, atendía a todo José y se certificaba más de la verdad con mayor aflicción de su alma. Y no obstante José que era santo y recto, después que se desposó con María, se dejaba respetar y servir de ella, guardando en todo la autoridad de cabeza y varón, aunque lo templaba con rara humildad y prudencia. Pero mientras ignoró el misterio de su esposa juzgó que debía mostrarse siempre superior con la templanza conveniente, a imitación de los padres antiguos y patriarcas, de quienes no debía degenerar, para que las mujeres fuesen obedientes y rendidas a sus maridos.-
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Y tenía razón en este modo de gobernarse, si María, fuera como las demás mujeres. Mas aunque era tan diferente, ninguna hubo ni habrá jamás tan obediente, humilde y sujeta a su marido como lo estuvo María, de su esposo. Le servía con incomparable respeto y puntualidad; y aunque conocía sus cuidados y atención a su embarazo, no por eso se excusó de hacer todas las acciones que le tocaban, ni cuidó de disimular ni excusar la novedad de su divino vientre; porque este rodeo y artificio o duplicidad no se compadecía con la verdad y candidez angélica que tenía, ni con la generosidad y grandeza de su nobilísimo corazón.-

Bien pudiera María, alegar en su abonado vientre, la verdad de su inocencia inculpable y la testificación de su prima Isabel y Zacarías, porque en aquel tiempo era cuando José, si sospechara culpa en ella, se la podía mejor atribuir; y por este modo, o por otros, aunque no le manifestara el misterio, se podía disculpar y sacar de esta preocupación a José. Pero nada hizo la Maestra de la prudencia y de la humildad, porque no se compadecía con estas virtudes volver por sí y fiar la satisfacción de tan misteriosa verdad de su propio testimonio; todo lo remitió con gran sabiduría a la disposición divina. Y aunque la compasión de su esposo y el amor que le tenía la inclinaban a consolarle y despenarle, no lo hizo disculpándose ni ocultando su embarazo, sino sirviéndole con mayores demostraciones y procurando regalarle y preguntándole lo que deseaba y quería que ella hiciese y otras demostraciones de rendimiento y amor. Muchas veces le servía de rodillas, y aunque algo consolaba esto a José, por otra parte le daba mayores motivos de afligirse, considerando las muchas causas que tenía para amar y estimar a quien no sabía si le había ofendido. Hacía María continua oración por él y pedía al Altísimo le mirase y consolase; y se remitía toda ella a la voluntad de Su Majestad.-

No podía José ocultar del todo su certísima pena, y así estaba muchas veces pensativo, triste, suspenso; y llevado de este dolor, hablaba a su divina esposa con alguna severidad más que antes, porque éste era como efecto inseparable de su afligido corazón y no por indignación ni venganza; que esto nunca llegó a su pensamiento. Pero la prudentísima María, no mudó su semblante ni hizo demostración alguna de sentimiento, antes por esto cuidaba más del alivio de su esposo. María le servía en la mesa, le cedía el asiento, le traía la comida, le administraba la bebida, y después de todo esto, que hacía con incomparable gracia, la mandaba José que se sentase y cada hora se iba asegurando más en la certeza del embarazo. No hay duda que fue esta ocasión una de las que más ejercitaron no sólo a José, pero a la Princesa del cielo, y que en ella se manifestó mucho la profundísima humildad y sabiduría de su alma, le dio lugar el Señor a ejercitar y probar todas sus virtudes; porque no sólo no le mandó callar el sacramento de su embarazo, pero no le manifestó su voluntad divina tan expresamente como en otros sucesos. Todo lo remitió Dios y lo fió de la ciencia y virtudes divinas de su escogida esposa, dejándola obrar con ellas sin otra especial ilustración o favor. Daba ocasión a María y a su esposo José, para que respectivamente cada uno ejercitase con heroicos actos las virtudes y dones que les había infundido, y se deleitaban con la fe, esperanza y amor, con la humildad, con la paciencia, con la inquietud y la serenidad de aquellos cándidos corazones en medio de tan dolorosa aflicción, y para engrandecer su gloria y dar al mundo este ejemplar de santidad y prudencia y oír los clamores dulces de la Madre y su esposo, que le eran gratos y agradables; y que se hacía como sordo, para que los repitiesen, y disimulaba el responderles hasta el tiempo oportuno y conveniente. Llegado el tiempo, Dios le dice a María: Paloma y amiga mía, yo acudiré con presteza al consuelo de mi siervo José y, declarándole yo por medio de mi Ángel el sacramento que ignora, le podrás hablar en él con claridad todo lo que contigo he obrado, sin que para adelante guardes en esto más silencio. Yo le llenaré de mi espíritu y le haré capaz de lo que debe hacer en estos misterios. Y él te ayudará en ellos y te asistirá a todo lo que te sucediere.- Quedando María, con esta promesa del Señor confortada y consolada, dando rendidas gracias al mismo Señor que con tan admirable orden disponía todas las cosas en medida y peso; porque a más del consuelo que tuvo la gran Señora, quedando sin aquel cuidado, conoció cuan conveniente era para su esposo José haber padecido aquella tribulación en que se probase y dilatase su espíritu para las cosas grandes que se habían de fiar de él.-
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Al mismo tiempo estaba José confiriendo sus dudas consigo mismo, habiendo ya pasado dos meses en esta gran tribulación; y vencido de la dificultad, dijo: Yo no hallo medio más oportuno a mi dolor que ausentarme. Mi esposa confieso que es perfectísima, y nada veo en ella que no la acredite por santa, pero al fin está embarazada y no alcanzo a entender ni comprender este misterio. No quiero ofender su virtud con entregarla a la ejecución de la ley, pero tampoco puedo aguardar al suceso del embarazo. Partiré luego y me dejaré llevar por la providencia del Señor para que me gobierne.-

José, determinó partir aquella noche siguiente y huir del propio hogar, y para la jornada previno un vestido que tenía con alguna ropa que mudarse, y todo lo juntó en un fardelillo. Había cobrado un poco de dinero que de su trabajo le debían y con esta recámara dispuso partir a media noche. Pero por la novedad del caso, y por la costumbre, habiéndose recogido con este intento, hizo oración al Señor, y le dijo: Altísimo Dios eterno de nuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob, verdadero y único amparo de los pobres y afligidos, manifiesto es a vuestra clemencia el dolor y aflicción de que mi corazón que está poseído, y también, Señor, conocéis, aunque soy indigno, mi inocencia en la causa de mi pena y la infamia y peligro que me amenaza del estado y embarazo de mi esposa María. No la juzgo por adúltera, porque conozco en ella grandes virtudes y perfección, pero con certeza veo que está embarazada. La causa y el modo del suceso yo lo ignoro, mas no le hallo salida para la inquietud que padezco. Determinando por menor daño, el alejarme de ella a donde nadie me conozca y entregado a vuestra providencia acabaré mi vida en un desierto. No me desamparéis, Señor mío y Dios eterno, porque sólo deseo vuestra mayor honra y servicio para vos.-

José se postró en tierra, haciendo voto de llevar al templo de Jerusalén a ofrecer parte de aquel poco dinero que tenía para su viaje; y esto era porque Dios amparase y defendiese a su esposa María de las calumnias de los hombres y la librase de todo mal. Tanta era la rectitud del varón de Dios y el aprecio que hacía de María. Después de esta oración se recogió a dormir un poco, para salir de su casa y partir a media noche, por la excusa de su esposa.-

El Ángel del Señor, habla a José en sueños.-
El dolor de los celos es tan vigilante despertador a quien los tiene, que repetidas veces, en lugar de despertarle, le desvela y le quita el reposo y sueño. Nadie padeció esta dolencia como José, aunque en la verdad ninguno tuvo menos causa para ellos, si entonces la conociera, era dotada de grande ciencia y luz para penetrar y ver la santidad y condiciones de su divina esposa, que eran inestimables. Y encontrándose en esta noticia las razones que le obligaban a dejar la posesión de tanto bien, era forzoso que añadiendo ciencia de lo que pedía, se añadiese el dolor de dejarla. Por esta razón excedió el dolor de José a todo lo que en esta materia han padecido los hombres, porque ninguno hizo mayor concepto de su pérdida, ni nadie pudo conocerla ni estimarla como él.-
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Pero junto con esto hubo una gran diferencia entre los celos o recelos de este fiel siervo y los demás que suelen padecer este trabajo. Porque los celos añaden al vehemente y ferviente amor un gran cuidado de no perder y conservar lo que se ama, y a este afecto, por natural necesidad, le sigue el dolor de perderlo e imaginar que alguno se lo puede quitar; y este dolor o dolencia es la que comúnmente llaman celos, y en los sujetos que tienen las pasiones desordenadas, por falta de prudencia y de otras virtudes, suele causar la pena y dolor efectos desiguales de ira, furor, envidia contra la misma persona amada, o contra el consorte que impide el retorno del amor, ahora sea mal o bien ordenado; y se levantan las tempestades de imaginaciones y sospechas adelantadas, que las mismas pasiones engendran, de que se originan las veleidades de querer y aborrecer, de amar y arrepentirse, y la ira y la ética, andan en continua lucha, sin haber razón ni prudencia que las sujete e impere, porque este linaje de dolencia oscurece el entendimiento, pervierte la razón y arroja de sí a la prudencia.-

Pero en José no hubo estos desórdenes viciosos, ni pudo tenerlos, no sólo por su insigne santidad, sino por la de su esposa, porque en ella no conocía ni había culpa que le indignase, ni hizo concepto José, de que tenía empleado su amor en otro hombre, contra quien o de quien tuviese envidia para repelerle con ira. Y sólo consintieron los celos de José en la grandeza de su amor una duda o sospecha condicionada de que si su castísima esposa le había correspondido en el amor; porque no hallaba cómo vencer esta duda con la razón determinada como lo eran los indicios del recelo. Y no fue menester más certeza de su cuidado para que el dolor fuese tan vehemente, porque en prenda tan propia como la esposa justo es no admitir consorte, y para que las experiencias obrasen tal dolencia bastaba que el amor vehemente y casto de José poseyera todo el corazón a la vista del menor indicio de infidelidad y de perder el más perfecto, hermoso y agradable objeto de su entendimiento y voluntad. Que cuando el amor tiene tan justos motivos, grandes y eficaces son los lazos y coyundas que le detienen, fortísimas las prisiones, y más, no habiendo contrarios de imperfecciones que las rompan. Que María, en lo divino, ni en lo natural, no tenía cosa que moderase y templase el amor de José, sino que le fomentase por repetidos títulos y causas.-

Con todas estas inquietudes y con es dolor, José no dejaba de dar vueltas en su lecho, hasta que el mismo cansancio y su misma tristeza, lo venció y se quedó un poco dormido, seguro en si mismo, que se despertaría a su tiempo para salir de su casa a media noche, sin que le pidiese consentimiento a su esposa María, para esta determinación que ya tenía.-

Mientras tanto, estaba María aguardando el remedio y solicitando con sus humildes peticiones el reparo, porque conocía que, llegando la tribulación de su turbado esposo a tal punto y a lo sumo del dolor, se acercaba el tiempo de la misericordia y del alivio de tan afligido corazón. Envió el Altísimo al Arcángel Gabriel para que, estando José durmiendo, le manifestase por divina revelación el misterio del embarazo de su esposa María. Y esto es tan ordinario, que por mucho que esté mereciendo la criatura con la tribulación y padeciendo aflicciones, cual estaba el esposo de María, con todo eso, impide aquella alteración, porque en el padecer hay trabajo y conflicto con las tinieblas y el gozar es descansar en paz, en la posesión de la luz, y no es compatible con ella estar a la vista de las tinieblas aunque sea para desterrarlas.-

Pero en medio del conflicto y pelea de las tentaciones, que es como en sueños o de noche, se suele sentir y percibir la voz del Señor por medio de los Ángeles, como sucedió a José, que oyó y entendió todo lo que decía el Arcángel Gabriel cuando le dijo: Que no temiese estar con su esposa María, porque era obra del Espíritu Santo lo que tenía en su vientre, y pariría a un hijo, a quien llamaría Jesús, y sería Salvador de su pueblo, y en todo este misterio se cumpliría la profecía de Isaías, que dijo cómo concebiría una Virgen y pariría un hijo que se llamaría Emmanuel, que significa Dios con nosotros.-
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No vio José al Arcángel con especies imaginarias, sólo oyó la voz interior y en ella entendió el misterio. De las palabras que le dijo se corrige, que ya José en su determinación había dejado a María, pues el Arcángel Gabriel le mandó que sin temor de nuevo la recibiese. Y el Arcángel Gabriel, le declaró todo el misterio de la encarnación y redención, habló a José en sueños y no en vela, pues el misterio era tan alto y no fácil de entender, y más en la disposición de José, tan turbada y afligida, y a otros se les manifestó el mismo sacramento, no durmiendo, sino estando despiertos.-

Despertó José, con el Misterio de la Encarnación revelado, y que su esposa era Madre verdadera del mismo Dios. Y entre el mismo gozo de su dicha y no pensada suerte y el nuevo dolor de lo que había hecho, José se postró en tierra y con otra humilde turbación, temeroso y alegre, hizo actos heroicos de humildad y reconocimiento. Dio gracias al Señor por el misterio que le había revelado y por haberle hecho Su Majestad esposo de la que escogió por Madre suya, no mereciendo él ser esclavo suyo. Con este conocimiento y acciones de las virtudes, quedó sereno el espíritu de José y dispuesto para recibir nuevos efectos del Espíritu Santo.-

Y con la duda y turbación pasada se asentaron en él los fundamentos muy profundos de la humildad, que había de tener a quien se fiaba la dispensación de los más altos consejos del Señor; y la memoria de este suceso fue un magisterio que le duró toda la vida. Hecha esta oración a Dios, comenzó el santo varón a reprenderse a sí mismo a solas, diciendo: Oh esposa mía divina y mansísima paloma, escogida por el Muy Alto para morada y Madre suya, ¿cómo este indigno esclavo tuvo osadía para poner en duda tu fidelidad? ¿Cómo el polvo y ceniza dio lugar a que le sirviese la que es Reina y Señora del Cielo y de la Tierra y Señora de todo lo creado? ¿Cómo no he besado el suelo que tocaron tus plantas? ¿Cómo no he puesto todo el cuidado en servirte de rodillas? ¿Cómo levantaré mis ojos a tu presencia y me atreveré a estar en tu compañía y desplegar mis labios para hablarte? Señor y Dios eterno, dadme gracia y fuerzas para pedirla que me perdone, y poned en su corazón que use de misericordia y no desprecie a este reconocido siervo, como lo merezco. ¡Ay de mí, que como estaba llena de luz y gracia, y en sí encierra el autor de la luz, le serían patentes todos mis pensamientos y, habiéndolos tenido de dejarla con efecto, atrevimiento será parecer delante de sus ojos! Conozco mi grosero proceder y pesado engaño, pues a vista de tanta santidad admití indignos pensamientos y dudas de la fidelísima correspondencia que yo merecía. Y si en castigo mío permitiera vuestra justicia que yo ejecutara mi errada determinación, ¿cuál fuera ahora mi desdicha? Eternamente agradeceré, altísimo Señor, tan incomparable beneficio. Dadme, Rey poderosísimo, con qué volver alguna digna retribución. Iré a mi señora y esposa, confiado en la dulzura de su clemencia, y postrado a sus pies le pediré perdón, para que por ella, vos, mi Dios y Señor eterno, me miréis como Padre y perdonéis mi desacierto.-

Con esta nueva mudanza, salió José de su pobre aposento, hallándose despierto tan diferente, como dichoso, de cual se había recogido al sueño. Y como María, estaba siempre retirada, no quiso despertarla de la dulzura de su contemplación, hasta que ella quisiese. En este tiempo, deslió el varón de Dios el fardillo que había prevenido.
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