El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 62ª Sección María sintió así misma todos los dolores de las heridas y tormentos que su Hijo sufría, y en las mismas partes de su virginal cuerpo, donde el Señor era lastimado. Y cuando Su Majestad fue atado con las sogas y cadenas sintió ella en las muñecas los mismos dolores, y la sangre le salía por las uñas de sus manos, y lo mismo sucedió con las demás heridas que sufría su Hijo. Como si a un mismo tiempo aquella mano sacrílega hubiera herido al Hijo y a la Madre al mismo tiempo. Y en esta injuriosa contumelia y en las blasfemias y desacatos llamó María a los Ángeles para que con ella engrandecieran y adoraran a su Creador en recompensa de los oprobios que recibía de los pecadores, y confería con los mismos Ángeles la causa de su amarga compasión y llanto.- Jesús es trasladado de la casa de Anas, a la de Caifás.- Luego que Jesús salió de la casa de Anas, tras haber sido calumniado y abofeteado, este pontífice lo remitió atado como estaba, al Pontífice Caifás, que era su suegro y aquel año hacía el oficio de Príncipe y Sumo Sacerdote; y con él estaban congregados los escribas y señores del pueblo, para justificar la causa del proceso. Jesús, con la invencible paciencia y mansedumbre que mostraba en las injurias que recibía, estaban como atónitos los demonios y llenos de confusión y furor, porque no pueden explicar con palabras; el porque no podían penetrar en las obras interiores de la humanidad de Jesús, ni en las exteriores, por donde en los demás hombres rastreaban el corazón, pero en el de Jesús, no hallaban movimiento alguno, ni daba desigual, ni el mansísimo Jesús se quejaba, ni suspiraba este pequeño alivio a su humanidad. De toda esta grandeza de ánimo se admiraba y se atormentaba Lucifer como cosa nueva y nunca vista entre los hombres de condición pasible y flaca. Y con este furor irritaba el enemigo a todos los príncipes, escribas y ministros de los sacerdotes, para que ofendiesen y maltratasen a Jesús con abominables, oprobios, y en todo lo que Lucifer les administraba, estaban prestos para ejecutarlo, si la Divina voluntad lo permitía.- Jesús en la casa del Pontífice Caifás.- Llevaron a Jesús por las calles en dirección a la casa de Caifás, tratándole con implacable crueldad. Y entrando con escandaloso tumulto en casa del Sumo Sacerdote, él y todo el concilio recibieron al Creador y Señor de todo el Universo con grandes risas y mofa de verle sujeto y rendido al poder y jurisdicción de Caifás. El pontífice Caifás estaba sentado en su silla sacerdotal, lleno de envidia y furor contra el Maestro de la vida. A Caifás, también le asistía Lucifer con todos los demonios que vinieron de la casa de Anas, invisibles al ojo humano, y solo Jesús los podía ver. Y los escribas y fariseos estaban como sangrientos lobos con la presa del manso corderillo, y todos juntos se alegraban como lo hace el envidioso cuando ve deshecho y confundido a quien se le adelanta. Y de común acuerdo buscaron testigos que sobornados con dádivas y promesas, para que testificasen con falso testimonio contra Jesús.- Trajeron dos testigos falsos que depusieron contra Jesús, testificando haberle oído decir que él era poderoso para destruir aquel Templo de Dios hecho por manos de hombres y edificar otro en tres días, que no fuese fabricado por ellas. Pero el testimonio era falso, porque no había dicho el Señor las palabras como los testigos las referían, entendiéndolas del templo material de Dios; y lo que había dicho en cierta ocasión sobre el templo a los compradores y vendedores, preguntándole ellos en qué virtud lo hacía y decía. Jesús en aquella ocasión y en el Templo respondió diciéndoles que desatasen aquel templo, el de su humanidad, y que al tercero día resucitaría.- No respondió Jesús palabra alguna a todas las calumnias y falsedades que contra su inocencia testificaban. Y viendo Caifás el silencio y la paciencia del Señor, se levantó de la silla y le dijo: ¿Cómo no respondes a lo que tantos testifican contra ti? Tampoco a esta pregunta respondió Jesús. Y Lucifer, que movía a Caifás y a todos los demás, estaba muy atento a todo lo que el Salvador del mundo obraba y decía.- 306 Con este intento Lucifer movió la imaginación de Caifás para que con grande saña e imperio hiciese a Jesús una nueva pregunta: Yo te conjuro por Dios vivo, que nos digas si tú eres Cristo el Hijo de Dios. Esta pregunta de parte del Pontífice fue arrojada y llena de temeridad; porque el dudaba si Jesús era o no el Dios verdadero. Tenerle preso como reo en su presencia, era formidable crimen y temeridad, pues aquel examen se debiera hacer de otro modo, conforme a la razón y a la Justicia. Y en virtud de esta reverencia Jesús respondió y dijo: Tú lo dijiste, y yo lo soy. Pero yo os aseguro que desde ahora veréis al Hijo del Hombre, que soy yo, sentado a la diestra del mismo Dios y que vendrá sobre las nubes del cielo.- Con esta respuesta se turbaron Lucifer y los demonios y los hombres con diversos accidentes. Porque Lucifer y sus ministros no la pudieron sufrir, antes bien sintieron una fuerza en ella que los arrojó hasta lo más profundo del Infierno, sintiendo gravísimos tormentos de aquella verdad que los oprimía. Y no se atrevían a volver a la presencia de Jesús, si no dispusiera su altísima providencia que Lucifer volviera a dudar si aquel Hombre Jesús había dicho la verdad o no la había dicho para librarse de los judíos. Y con esta duda se esforzaron de nuevo y salieron otra vez a la plaza.- El Pontífice Caifás, indignado con la respuesta del Señor se levantó otra vez y, rompiendo sus vestiduras en testimonio de que celaba la honra de Dios, dijo a voces: Ha Blasfemado, ¿qué necesidad hay de más testigos? ¿No habéis oído la blasfemia que ha dicho? ¿Qué os parece de esto?, y respondiendo a Caifás dijeron en altas voces: Digno es de muerte, muera, muera. Y a un mismo tiempo irritados por el demonio arremetieron contra Jesús, descargando sobre él su furor diabólico: unos le dieron de bofetadas, otros le hirieron con patadas, otros le tiraban de los cabellos, otros le escupieron en su rostro, otros le daban golpes en el cuello, que era un linaje de afrenta vil con que los judíos trataban a los hombres que eran malvados.- Jamás entre los hombres se intentaron ignominias tan afrentosas y desmedidas como las que en esta ocasión se hicieron contra el Redentor del Mundo. Más le cubrieron el rostro y así cubierto le decían: Profetiza ahora, profetízanos, pues eres profeta, di quién es el que te hirió.- Pedro que había seguido a Jesús desde la casa de Anas a la de Caifás, aunque lo hacía desde lejos, porque siempre le tenía acobardado el miedo de los judíos, pero vencido en parte por el amor que a su Maestro tenía. Y entre la multitud que entraba y salía de la casa de Caifás, no fue dificultoso introducirse el Apóstol, abrigado también de la oscuridad de la noche. En las puertas de la casa, le miró otra criada, que era portera como la de la casa de Anás, y acercándose a los soldados que también allí estaban al fuego, les dijo: Este hombre es uno de los que acompañaban a Jesús Nazareno. Y uno de los circunstantes le dijo: Tú verdaderamente eres Galileo y uno de ellos.- Pedro, afirmando con juramento que no era discípulo de Jesús, se desvió del fuego y de la conversación. Pero aunque salió fuera del patio, no se fue ni se pudo apartar hasta ver el fin del Salvador, porque lo detenía el amor y compasión natural de los trabajos en que le dejaba. Y andando el Apóstol Pedro rodeando y acechando por espacio de una hora en la casa de Caifás, le conoció un pariente de Malco, a quien él había cortado la oreja, y le dijo: Tú eres Galileo y discípulo de Jesús, yo te vi con él en el huerto. Entonces Pedro cobró mayor miedo y viéndose conocido comenzó a negar y maldecir de que no conocía aquel Hombre. Luego cantó el gallo por tercera vez y se cumplió puntualmente la sentencia y prevención que su Divino Maestro que le había hecho, de que le negaría aquella noche tres veces antes que cantase el gallo dos. Pedro, cuando salió de la casa de Caifás, rompiendo su corazón con íntimo dolor y lágrimas por su caída, y para llorar con amargura se fue a una cueva para que no lo viera nadie lloroso. Esta cueva ahora se llama la cueva del Gallicanto, donde Pedro lloró con confusión y dolor vivo. Después de tres horas volvió la gracia a Pedro y alcanzó perdón para sus delitos, aunque los impulsos e inspiraciones continuaron siempre.- 307 La Señora y Reina del Cielo y la tierra, envió a sus Ángeles, para que ocultamente le consolase y con esperanza le otorgase el perdón. Fue el Ángel y todo lo ejecutó sin que Pedro le viese, y quedó el gran penitente confortado y consolado con las inspiraciones del Ángel y con el perdón alcanzado por la intercesión de María.- Con los oprobios que recibió Jesús en presencia de Caifás quedó la envidia del ambicioso pontífice y la ira de sus ministros muy cansada aunque no saciada. Pero, como ya era pasada la media noche, determinaron los del concilio, que mientras dormían quedase Jesús a buen recaudo y seguro, para que no pudiese huir. Para esto le mandaron encerrar atado como estaba en un sótano que servía de calabozo para los ladrones y facinerosos de la república. Era esta cárcel tan oscura que casi no tenía luz y tan inmunda y de mal olor que pudiera infestar la casa, si no estuviera tan tapada y cubierta, porque hacía muchos años que no la habían limpiado ni purificado, así por estar muy profunda porque a veces servía para encerrar los malos hombres, no reparaban en meterlos en aquel horrible calabozo, como a gente indigna de toda piedad y bestias indómitas y fieras. Se ejecutó lo que mandó el concilio de maldad, y los ministros llevaron y encarcelaron al Creador del Cielo y de la tierra en aquel inmundo y profundo calabozo.- En un ángulo de lo profundo de este sótano, sobresalía del suelo una peña que no se había podido romper. En esta peña, ataron a Jesús con los extremos de las sogas, y lo hicieron despiadadamente; dejándole de pie, le pusieron de manera que estuviese amarrado y inclinado su cuerpo, sin que pudiera estar sentado, ni tampoco levantado y derecho el cuerpo para aliviarse, de manera que la postura vino a ser nuevo tormento y en extremo penoso. En esta prisión le dejaron y le cerraron las puertas con llave, entregándola a uno de aquellos pésimos ministros para que cuidase de esta celda. Pero Lucifer infernal en su antigua soberbia no sosegaba y siempre deseando saber quién era Jesús, e irritando su inmutable paciencia, Puso en la imaginación del que tenía la llave del Divino preso y del mayor tesoro que posee el Cielo y la tierra, que convidase a otros de sus amigos de semejantes costumbres que él, para que todos juntos bajasen al calabozo donde estaba Jesús para tener con él un rato de entretenimiento, obligándole a que hablase y profetizase, o hiciese alguna cosa inaudita, porque tenían a Jesús, por mago y por adivino Y con esta diabólica sugestión convidó a otros soldados y ministros, para que determinaran ejecutarlo. Pero en el tiempo que se juntaron, sucedió que la multitud de Los Ángeles que asistían a Jesús en su pasión, cuando le vieron amarrado en aquella postura tan dolorosa y en lugar tan indigno e inmundo, se postraron ante su acatamiento, y le cantaron himnos de alabanza. Y todos los espíritus Celestiales le pidieron en nombre de la misma Señora y Madre de Jesús, les diese a ellos licencia para desatarle para alivio de aquel tormento y les diese permiso para defenderlo de aquella cuadrilla de ministros que instigados por Lucifer se prevenían para ofenderle de nuevo.- 308 María, queriendo aliviar el sufrimiento de su Hijo, envió a sus Ángeles para que le aliviasen y limpiasen su rostro, pero Jesús no admitió este obsequio de los Ángeles y les respondió diciendo: Espíritus y Ministros de mi Eterno Padre, no es mi voluntad recibir ahora alivio en mi pasión, quiero padecer estos oprobios y tormentos, para satisfacer a la caridad ardiente con que amo a los hombres y dejar a mis escogidos y amigos este ejemplo, para que me imiten y en la tribulación no desfallezcan, y para que todos estimen los tesoros de la gracia, que les merece con abundancia por medio de estas penas. Y quiero asimismo justificar mi causa, para que el día de mi indignación sea patente a los réprobos de la justicia con que son condenados por haber despreciado mi pasión, que recibí para buscarles el remedio. A mi Madre diréis que se consuele en esta tribulación, mientras llega el día de la alegría y descanso, que me acompañe ahora en el obrar y padecer por los hombres, que de su afecto compasivo y de todo lo que hace recibo con agrado y complacencia. Con esta respuesta que Jesús les dio, fueron los Ángeles de Dios hacia María, para comunicárselo a su gran Reina y Señora del Cielo.- Al amanecer, entraron en el calabozo aquellos ministros del pecado, solemnizando con blasfemias la fiesta que se prometían con las ilusiones y escarnios que determinaban ejecutar contra el Señor de las criaturas. Y llegándose a él comenzaron a escupirle asquerosamente y darle de bofetadas con increíble mofa y desacato. No respondió Su Majestad ni abrió su boca, no alzó sus soberanos ojos, guardando siempre humilde serenidad en su semblante. Deseaban aquellos ministros sacrílegos obligarle a que hablase o hiciese alguna acción ridícula o extraordinaria, para tener más ocasión de acusarle de hechicero y poder seguir burlarse de él. Y como vieron aquella mansedumbre inmutable se dejaron irritar más de los demonios que invisibles asistían con ellos. Desataron al Divino Maestro de la peña donde estaba amarrado y le pusieron en medio del calabozo, vendándole los sagrados ojos con un paño, y puesto en medio de todos, le herían con puñetazos, pescozones y bofetadas, uno a uno, cada cual, con mayor escarnio y blasfemia, mandándole que adivinase y dijese quién era el que le daba. Esta clase de blasfemias repitieron los ministros en otra ocasión, cuando Jesús se encontraba en presencia de Anas.- Jesús, callaba a esta lluvia de oprobios y blasfemias, y Lucifer, que estaba sediento de que hiciese algún movimiento contra la paciencia, se atormentaba de ver tan inmutable a Jesús, y con infernal consejo puso en la imaginación de aquellos sus esclavos y amigos que le desnudasen de todas sus vestiduras y le tratasen con palabras y acciones fraguadas en el pecho de tan execrable demonio. Los soldados, no resistiendo a esta sugestión de Lucifer, la ejecutaron.- Viernes de Pasión.- El viernes por la mañana en cuanto amaneció, se juntaron los más ancianos del gobierno con los príncipes de los sacerdotes y escribas, que por la doctrina de la Ley eran más respetados del pueblo, para que de común acuerdo se confirmara la causa de Jesús y fuera condenado a muerte como todos ellos deseaban, dándole así, algún color de Justicia para cumplir con el pueblo. Este concilio se hizo en casa del Pontífice Caifás, donde Jesús estaba preso. Y para examinarle de nuevo mandaron que le subiesen del calabozo a la sala del concilio. Bajaron luego y le soltaron de aquel peñasco, y lo trajeron atado aquellos ministros de la Justicia, y llegando ante Caifás, le dijeron con gran risa y escarnio: E a, Jesús Nazareno, qué poco te han valido tus milagros para defenderte. No fueran buenos ahora para escaparte, cuando decías que en tres días edificarías el templo, mas aquí pagarás ahora tus vanidades, y se humillarán tus altos pensamientos; ven, ven, que te aguardan los príncipes de los sacerdotes y escribas para dar fin a tus embustes y entregarte a Pilatos, para que acabe de una vez contigo. Jesús no despegó sus labios, y de los tormentos, bofetadas y salivas que había sufrido, ni siquiera pudo limpiarse, porque estaban atadas sus manos. Estaba tan desfigurado y flaco, que causó espanto, pero no compasión, a los del concilio. Tal era la ira que contra Jesús habían contraído y concebido. 309 Preguntándole de nuevo a Jesús, si él era Cristo, que quiere decir el Ungido. Esta segunda pregunta fue con intención maliciosa, como las demás, no para oír la verdad y admitirla, sino para calumniarla y ponérsela por acusación. Pero Jesús, que así quería morir por la verdad, no quiso negarla, ni tampoco confesarla de manera que la despreciasen y tomase la calumnia algún color aparente, porque aun éste no podía caber en su inocencia y sabiduría. Así que Jesús templó la respuesta de tal suerte, que si tuvieran los fariseos alguna piedad tuvieran también ocasión de inquirir con buen celo el sacramento escondido en sus razones, y si no la tenían se entendiese que la culpa estaba en su mala intención y no en la respuesta de Jesús. Así que respondiendo les dijo Jesús: Si yo afirmo que soy el que me preguntáis, no daréis crédito a lo que dijere, y si os preguntare algo tampoco me responderéis ni me soltaréis. Pero así os digo que el Hijo del Hombre, después de esto, se sentará a la diestra de la virtud de Dios.- Replicaron los pontífices: ¿Luego tú eres Hijo de Dios?. Respondió Jesús: Vosotros decís que yo soy.- Y fue lo mismo que decirles: Muy legítima es la consecuencia que habéis hecho, que yo soy Hijo de Dios, porque mis obras y doctrina y vuestras Escrituras y todo lo que ahora hacéis conmigo testifican que yo soy Cristo, el prometido en la ley.- Pero como aquel concilio de maleantes no estaba dispuesto a dar crédito a la verdad Divina, aunque ellos mismos la conocían por buenas consecuencias y la podían creer, ni la entendieron ni le dieron crédito, antes la juzgaron por blasfemia digna de muerte.- Y viendo que se ratificaba el Señor en lo que antes había confesado, respondieron todos: ¿Qué necesidad tenemos de más testigos, pues él mismo nos lo confiesa por su boca?. Y luego de común acuerdo decretaron, que como digno de muerte, fuese llevado y presentado a Poncio Pilatos, que gobernaba la provincia de Judea en nombre del emperador romano, como Señor de Palestina. Y según las leyes del imperio romano, las causas de sangre o de muerte, estaban reservadas al senado o emperador, o a sus ministros que gobernaban las provincias remotas, y no se las dejaban a los mismos naturales; porque negocios tan graves, como quitar la vida, requerían que se mirase con mayor atención y que ningún reo fuese condenado sin ser oído y darle tiempo y lugar para su defensa y descargo, porque en este orden de justicia se ajustaban los romanos más que las otras naciones, que lo hacían sobre la ley natural de la razón.- Y en la causa de Jesús, que hicieron los pontífices y escribas, fue de la muerte que deseaban darle, y que fuese confirmada por la sentencia de Poncio Pilatos, que era gentil, para cumplir con el pueblo con decir que el gobernador romano le había condenado y que no lo hiciera si no fuera digno de muerte. Tanto como esto les oscurecía el pecado y la hipocresía, como si ellos no fueran los autores de toda la maldad y más sacrílegos que el juez de los gentiles.- 310 |