El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 30ª Sección Derramando abundantes lágrimas con afectos muy contrarios de los que antes había sentido y llorado. Y comenzando a reverenciar a su divina esposa, previno la casa, limpió el suelo que habían de hollar las sagradas plantas y preparó otras hacenderas que solía remitir a María cuando no conocía su dignidad, y determinó mudar de intento y estilo en el proceder con ella, aplicándose a sí mismo el oficio de siervo y a ella de Señora. Y sobre esto desde aquel día tuvieron entre los dos admirables contiendas sobre quién había de servir y mostrarse más humilde. Todo lo que pasaba por José, lo estaba mirando María, aunque José, trataba de esconder todos sus pensamientos, por lo indigno que se había sentido.- Y cuando José creyó que era la hora, abrió la puerta del pobre aposento donde habitaba María, al verla, José se arrojó a sus pies y con profunda humildad y veneración la dijo: Señora y esposa mía, Madre verdadera del eterno Verbo, aquí está vuestro siervo postrado a los pies de vuestra clemencia. Por el mismo Dios y Señor vuestro, que tenéis en vuestro virginal vientre, os pido perdonéis mi atrevimiento. Seguro estoy, Señora, que ninguno de mis pensamientos es oculto a vuestra sabiduría y luz divina. Grande fue mi osadía en intentar dejaros y no ha sido menor la grosería con que hasta ahora os he tratado como a mi inferior, sin haberos servido como a la Madre de mi Señor y Dios. Pero también sabéis que lo hice todo por ignorancia, porque no sabía el sacramento del Rey Celestial y la grandeza de vuestra dignidad, aunque veneraba en vos otros dones del Altísimo. No atendáis, Señora mía, a las ignorancias de una vil criatura como soy yo, que ya reconocida ofrece el corazón y la vida a vuestro obsequio y servicio. No me levantaré de vuestros pies, sin saber que estoy en vuestra gracia y perdonado de mi desorden, alcanzada vuestra benevolencia y bendición.- Oyendo María las humildes razones de José su esposo, sintió diversos efectos; porque con gran ternura se alegró en el Señor, de verle capaz de los misterios de la encarnación, que los confesaba y veneraba con tan alta fe y humildad. Pero la afligió un poco la determinación, que vio en el mismo esposo, de tratarla en adelante con el respeto y rendimiento que ofrecía, porque con esta novedad se le representó José a la humilde Señora que se le iba de las manos la ocasión de obedecer y humillarse como sierva de su esposo. Y como el que de repente se halla sin alguna joya o tesoro que grandemente estimaba, así María se contristó con aprehender que José no la trataría como a inferior y sujeta en todo, por haberla reconocido como la Madre del Señor. Levantó de sus pies a José, y María se puso a los suyos, y aunque procuró impedirla, no pudo, porque en humildad era invencible, y respondiendo a José le dijo: Yo, señor y esposo mío, soy la que debo pediros que me perdonéis, y vos quien ha de remitir las penas y amarguras que de mí habéis recibido, y así os lo suplico puesta a vuestros pies, y que olvidéis vuestros cuidados, pues el Altísimo admitió vuestros deseos y las aflicciones que en ellos padecisteis.- Le pareció a María consolar a su esposo, y para esto y no para disculparse, añadió y le dijo: Del oculto sacramento que en mí tiene encerrado el brazo del Altísimo, no pudo mi deseo daros noticia alguna por sola mi inclinación, porque como esclava de Su Alteza era justo aguardar su voluntad perfecta y santa. No callé porque no os estimo como a mi señor y esposo; siempre soy y seré fiel sierva vuestra, correspondo a vuestros deseos y afectos santos. Pero lo que con lo íntimo de mi corazón os pido por el Señor que tengo en mis entrañas, es que en vuestra conversación y trato no mudéis el orden y estilo que hasta ahora. No me hizo el Señor Madre suya para ser servida y ser Señora en esta vida, sino para ser de todos sierva y de vos esclava, obedeciendo a vuestra voluntad.- 146 Este es señor mi oficio, y sin él viviré afligida y sin consuelo. Justo es que me le deis, pues así lo ordenó el Altísimo, dándome vuestro amparo y solicitud, para que yo a vuestra sombra esté segura y con vuestra ayuda pueda criar el fruto de mi vientre, criar a mi Dios y Señor. Con estas razones y otras llenas de suavidad eficacísima consoló y sosegó María a José y le levantó del suelo para conferir todo lo que era necesario. Y para esto, como María, no sólo estaba llena de Espíritu Santo, sino que tenía consigo, como Madre, al Verbo divino de quien procede con el Padre. Obró María, con especial modo en la ilustración de José, y recibió José gran plenitud de las divinas influencias. Y renovado todo en fervor y espíritu dijo José: Bendita sois, Señora, entre todas las mujeres, dichosa y bienaventurada en todas las naciones y generaciones. Sea engrandecido con alabanza eterna el Creador del Cielo y de la tierra, porque de lo supremo de su real trono os miró y eligió para su habitación y en vos sola nos cumplió las antiguas promesas que hizo a nuestros padres y profetas. Todas las generaciones le bendigan, porque con ninguna se magnificó tanto como lo hizo con vuestra humildad, y a mí, el más vil de los vivientes, por su divina dignación me eligió por vuestro siervo. En estas bendiciones y palabras que habló José, estuvo ilustrado por el Espíritu Divino, al modo que Isabel cuando respondió a la salutación de María, aunque la luz y ciencia que recibió José fue admirable, como para su dignidad y ministerio convenía. María, oyendo las palabras de José, respondió también con el cántico de Magnificar, que repitiéndolo como lo había dicho Isabel, añadió otros nuevos y terminados los mismos, María fue elevada en un éxtasis altísimo y levantada corporalmente de la tierra en un Globo de resplandeciente luz que la rodeaba, y toda ella quedó transformada con dotes de gloria.- José, a la vista de tan Divino Globo resplandeciente y lleno de luz, se quedó José admirado y lleno de incomparable júbilo, porque nunca había visto a su bendita esposa subida a semejante gloria y eminente excelencia. Era la primera vez, que José contemplaba el ser y cuerpo interno de María toda ella llena de luminosidad, ya que esta luz sobrepasaba lo natural de la carne de María. Y entonces la conoció con gran claridad y plenitud, porque se le manifestó juntamente la integridad y pureza de la Reina y Señora del Cielo, y el misterio de su dignidad, y vio y conoció en su virginal tálamo a la humanidad santísima del niño Dios y la unión de las dos naturalezas, la Espiritual y la Humana, en la persona del Verbo; y con profunda humildad y reverencia le adoró y reconoció por su verdadero Redentor y con heroicos actos de amor se ofreció a Su Majestad. Y el Señor le miró con benignidad y clemencia, cual a ninguna otra criatura, porque le aceptó y dio título de Padre PUTATIVO, y para corresponder a tan nuevo renombre le dio a José, plenitud de ciencia y dones Celestiales. Como la piedad Cristiana puede y debe conocer.- De estos grandes sacramentos y otros muchos que sucedieron a nuestra Reina y Señora del Cielo, y a su esposo José, no se hizo memoria de los mismos en los Evangelios de la BIBLIA, no sólo porque los Apóstoles los guardaron en su pecho, sino que así se les decretó por la Divina Trinidad, sin que la humilde María y José, a nadie los manifestasen, hasta llegado el tiempo de darlos a conocer, pero también porque no fue necesario introducir estas maravillas en la vida de Jesucristo, y que estos Evangelistas escribieron sobre el Señor, para que con su fe se defendiese a la nueva Iglesia y a la nueva Ley de Gracia; No era prudente ni conveniente para la gentilidad en su primera conversión y entendimiento de las gentes. Ahora si ha llegado el tiempo de darlo a conocer.- 147 Y la admirable providencia con sus ocultos juicios, secretos inescrutables, reservó estas cosas para sacarlas de sus tesoros, en las que son nuevas y antiguas, en el tiempo más oportuno previsto con su divina sabiduría, cuando, fundada ya la Iglesia Evangélica y asentada la fe en la Iglesia Cristiana, se hallasen todos los fieles necesitados de la intercesión, amparo y protección de su Reina y Señora del Cielo. Y conociendo con nueva luz cuán amorosa madre y poderosa abogada tienen en los Cielos con su Hijo, a quien el Padre tiene dada a María, como madre del Dios Humanizado en la persona de Jesucristo, la potestad de juzgar, acudiesen a ella por el remedio como a único refugio y sagrado de los pecadores. Si ya han llegado estos afligidos tiempos a la Iglesia Evangélica y Cristiana, díganlo con sus lágrimas y tribulaciones, pues nunca fueron mayores que cuando sus mismos hijos, criados en sus pechos, ésos la afligen, la destruyen y disipan los tesoros de la sangre de su Esposo, y esto con mayor crueldad que los más conjurados enemigos.- Pues cuando clama la necesidad, cuando da voces la sangre de los hijos derramada y mucho mayores las de la sangre de nuestro pontífice Jesucristo conculcada y poluta con varios pretextos de justicia, ¿qué hacen los más fieles, los más cristianos y constantes hijos de esta afligida Madre? ¿Cómo callan tanto? ¿Cómo no claman a María? ¿Cómo no la invocan y no la obligan? ¿Qué por mucho que el remedio tarde, si nos detenemos en buscarle y en reconocer a esta Señora por Madre verdadera del mismo Dios? y con fe viva y confesión los predicamos. Son tantos, que su mayor noticia queda reservada para después de la general resurrección y los santos los conocerán en el Altísimo. Pero en el tiempo atiendan los corazones píos y fieles a la dignación de esta su Reina y Señora del Cielo y de la Tierra, en desplegar algunos de tantos y tan ocultos sacramentos por un vivísimo instrumento, que en su debilidad y encogimiento sólo pudiera alentarle el mandato y beneplácito de la Madre de piedad intimado repetidas veces.- Quedó el fidelísimo esposo José con tan alto y digno concepto de su esposa María, después que le fue revelada su dignidad y el sacramento de la encarnación, que le mudó en nuevo hombre, aunque siempre había sido muy santo y perfecto; con que determinó proceder con la Divina Señora con nuevo estilo y reverencia. Era esto conforme a la sabiduría del santo y debido a la excelencia de su esposa, pues él era siervo y ella Reina Señora del Cielo y de la Tierra, y así lo conoció José con divina luz. Y para satisfacer a su afecto y obligación, honrando y venerando a la que conocía por Madre del mismo Dios, cuando a solas hablaba o pasaba por delante de ella la hincaba la rodilla con grande reverencia, y no quería consentir que ella le sirviese, ni administrase, ni se ocupase en otros ministerios humildes, como eran limpiar la casa y los platos y otras cosas semejantes, porque todas quería hacerlas el felicísimo esposo, por no derogar a la dignidad de la Reina.- Pero María, que entre los humildes fue humildísima y nadie la podía vencer en humildad, dispuso las cosas de manera que siempre quedase en sus manos la palma de todas las virtudes. Pidió a José que no la diese aquella reverencia de hincar la rodilla en su presencia, porque aunque aquella veneración se la debía al Señor que traía en su vientre, pero que mientras estaba en ella y no se manifestara, no se podía distinguir en aquella acción la persona de Cristo de la suya. Y por esta persuasión José se ajustó al gusto de la Reina y Señora del Cielo, y sólo cuando ella no lo percibía daba aquel culto al Señor que tenía en sus entrañas, y a ella como a Madre suya respectivamente, según a cada uno se le debía. Sobre ejercitar las demás acciones y obras serviles que a cada uno le correspondía.- 148 José y María: Tuvieron humildes contiendas, porque José no admitía, en consentir que la gran Reina y Señora las hiciese, y por esto procuraba anticiparse. Lo mismo hacía la divina esposa, ganándole por la mano en cuanto podía. Pero como en el tiempo que ella estaba recogida tenía lugar José de prevenir muchas de estas obras serviles, le frustraba sus anhelos continuados de ser sierva y que como a tal le perteneciese obrar lo poco y mucho doméstico de su casa.- María, herida de estos afectos acudió la divina Señora a Dios con humildes querellas y le pidió que con efecto obligase a su esposo para que no la impidiese el ejercitar como deseaba la humildad. Y como esta virtud es tan poderosa en el tribunal divino y tiene franca entrada, no hay súplica pequeña acompañada con ella, porque todas las hace grandes e inclina al ser inmutable de Dios a la clemencia. Oyó esta petición y dispuso que el santo ángel custodio del bendito esposo le hablase interiormente, y le dijese lo siguiente: No frustres los deseos humildes de la que es superior a todas las criaturas del Cielo y la Tierra. En lo exterior da lugar a que te sirva y en lo interior guárdale suma reverencia, y en todo tiempo y lugar da culto al Verbo humanizado, cuya voluntad es, con su divina Madre, venir a servir y no a ser servidos, para enseñar al mundo la ciencia de la vida y la excelencia de la humildad. En algunas cosas de trabajo puedes aliviarla, y siempre en ella reverencia al Señor de todo lo creado.- Con esta instrucción y mandato del Altísimo, dio lugar José a los ejercicios humildes de la divina Princesa, y ambos tuvieron ocasión de ofrecer a Dios sacrificio acepto de su voluntad: María, logrando siempre su profundísima humildad y obediencia a su esposo en todos los actos de estas virtudes, que con heroica perfección obraba sin omitir alguno que pudiese hacer; y José, obedeciendo al Altísimo con prudente y santa confusión, que le ocasionaba verse administrado y servido de la que reconocía por Señora suya y de todo lo creado y Madre del mismo Dios y Creador. Y con este motivo recompensaba el prudente José la humildad que no podía ejercitar en otros actos que remitía a su esposa, porque esto le humillaba más y le obligaba a abatirse en su estimación con mayor temor reverencial, y como él miraba a María, y en ella al Señor que portaba en su virginal tálamo, donde le adoraba, dándole magnificencia y gloria, a José, algunas veces en premio de su santidad y reverencia, o para mayor motivo de todo, se le manifestaba el niño Dios humanizado por admirable modo, y le miraba en el vientre de su Madre purísima como por un viril cristalino. Y la soberana Reina trataba y confería más familiarmente con el glorioso José los misterios de la encarnación, porque no se recelaba tanto de estas divinas pláticas después que el dichosísimo José fue ilustrado e informado de los magníficos sacramentos de la unión hipostática de las dos naturalezas, la Divina e Espiritual y la Humana en el virgíneo tálamo de su esposa María.- Los Habitáculos de la Casa de José.- La humilde pero dichosa casa de José estaba distribuida en tres aposentos, en que casi toda ella se resolvía, para la ordinaria habitación de los dos esposos; porque no tuvieron criado ni criada alguna. En un aposento dormía José, en otro trabajaba y tenía los instrumentos de su oficio de carpintero, en el tercero asistía de ordinario y dormía María, y en él tenía para esto una tarima hecha por mano de José; y este orden guardaron desde el principio que se desposaron y vinieron a su casa. Antes de saber el santo esposo la dignidad de su soberana esposa y Señora, iba muy raras veces a verla, porque mientras no salía de su retiro, acudía él en sus labores, si no era en algún negocio que era muy necesario consultarla. Pero después que fue informado de la causa de su felicidad, estaba el santo varón más cuidadoso y, por renovar su consuelo, acudía muy de ordinario a la habitación de la soberana Señora, para visitarla y saber qué le mandaba. Pero llegaba siempre con extremada humildad y reverencial temor, y antes de hablarla reconocía con silencio la ocupación que tenía la divina Reina; y muchas veces la veía en éxtasis elevada de la tierra y llena de resplandeciente luz, otras veces, la veía acompañada de sus Ángeles en divinos coloquios con ellos, otras la hallaba postrada en tierra en forma de cruz y hablando con el Señor.- 149 De todos estos favores fue participante el felicísimo esposo José. Pero cuando la gran Señora estaba en esta disposición y ocupaciones, no se atrevía más que a mirarla con profunda reverencia, y merecía tal vez oír suavísima armonía de la música celestial que los Ángeles daban a su Reina y una fragancia admirable que le confortaba, y todo lo llenaba de júbilo y alegría espiritual.- Vivían solos en su casa los dos esposos, no sólo por su profunda humildad, mas también fue conveniente, porque no hubiese testigos de tantas visibles maravillas como sucedían entre ellos, de que no debían participar los de fuera. Tampoco la Princesa del cielo salía de su casa, si no es con urgentísima causa del servicio de Dios y para beneficio de los prójimos; porque si otra cosa era necesaria, acudía a traerla aquella dichosa mujer su vecina, que sirvió a José mientras María estuvo en casa de Zacarías; y de estos servicios recibió tan buen retorno, que no sólo ella fue santa y perfecta, pero toda su casa y familia fue bien afortunada con el amparo de la Reina y Señora del mundo, que cuidó mucho de esta mujer, y por estar vecina la acudió a curar en algunas enfermedades, y al fin a ella y a todos sus familiares los llenó de bendiciones del cielo.- Nunca José vio dormir a María, ni supo con experiencia si dormía, aunque se lo suplicaba el santo para que tomase algún alivio, y más en el tiempo de su sagrado embarazo. El descanso de la Princesa era la tarima, hecha por mano del mismo José, y en ella tenía dos mantas entre las cuales se recogía para tomar algún breve y santo sueño. Su vestido interior era una túnica o camisa de tela como de algodón, más suave que el paño común y ordinario. Y esta túnica jamás se la mudó después que salió del templo, ni se envejeció, ni manchó, ni la vio persona alguna, ni José supo si la traía, porque sólo vio el vestido exterior que a todos los demás era manifiesto.- Este vestido era de color de ceniza, y sólo éste y las tocas mudaba alguna vez la gran Señora del cielo, no porque estuviese nada manchado, antes porque siendo visible a todos excusase la advertencia de verle siempre en un estado. Porque ninguna cosa de las que llevaba en su purísimo y virginal cuerpo, se manchó ni ensució, porque ni sudaba, ni tenía las tensiones que en esto padecen los cuerpos sujetos a pecado de los hijos de Adán, antes era en todo purísima, y las labores de sus manos eran con sumo aliño y limpieza, y con el mismo administraba la ropa y lo demás necesario a José.- La comida de María, era escasa y limitada, pero cada día, María, nunca comió carne, aunque José la comiese y ella la aderezase. Su sustento era fruta, pescado, y lo ordinario como el pan y yerbas cocidas, pero de todo tomaba en medida y peso, sólo aquello que pedía precisamente el alimento de la naturaleza y el calor natural, sin que sobrase cosa alguna que pasase a exceso y corrupción dañosa; y lo mismo era de la bebida, aunque de los actos fervorosos le redundaba algún ardor preternatural. Este orden de la comida, en la cantidad siempre le guardó respectivamente, aunque en la calidad, con los varios sucesos de su vida, se mudó y varió.- 150 |