El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 57ª Sección Jesús y su Madre, mutuamente se despiden en Betania.- Jesús, el salvador del mundo, después que volvió del triunfo de Jerusalén, acompañado de sus Apóstoles, regresaron a Betania, donde María asistió y sirvió a su Hijo aquellos tres días que pasaron desde el domingo de Ramos hasta el jueves. Todo este tiempo gastó el Autor de la vida con su Divina Madre, salvo el que ocupó en volver a Jerusalén y enseñar en el Templo los dos días lunes y martes; porque el miércoles no subió a Jerusalén. En estos últimos viajes informó a sus discípulos con más abundancia y claridad de los misterios de su pasión y redención humana. Pero con todo esto, y aunque oían la doctrina y avisos de su Dios y Maestro, respondían cada uno según la disposición con que la oían y recibían, y según los efectos que en ellos causaba y los afectos que movía; siempre estaban algo tardos, y como flacos y débiles, no cumplieron en la pasión lo que antes ofrecieron.- Con su Madre María, comunicó y trató Jesús aquellos días inmediatos a su pasión tan altos sacramentos y misterios de la redención humana y de la nueva ley de gracia, que muchos de ellos estarán ocultos hasta la vista del Señor en la Patria Celestial. Pero en el prudentísimo pecho de María, depositó a su Hijo santísimo todo lo que llamó Santo Rey David incierto y oculto de su sabiduría, que fue el mayor de los negocios que el mismo Dios tenía por su cuenta en las obras, cual fue nuestra reparación, glorificación de los predestinados, y en ella la exaltación de su santo nombre. Le ordenó Su Majestad todo lo que había de hacer la prudentísima Madre en el discurso de la pasión y muerte que por nosotros iba a recibir y la previno de nueva luz y enseñanza. Y en todas estas conferencias la habló el Hijo con nueva majestad y grandiosa severidad de Rey, conforme la importancia de lo que trataban, porque entonces de todo punto cesaron los regalos y las caricias de Hijo y Esposo. Pero como el amor natural de la dulcísima Madre y la caridad encendida de su alma purísima había llegado a tan alto grado sobre toda ponderación creada y se acercaba el término de la conversación y trato que había tenido con el mismo Dios e Hijo suyo, no hay lengua que pueda manifestar los afectos tiernos y dolorosos de aquel cándido corazón de la Madre y los gemidos que de lo más íntimo de él despedía. María como tórtola misteriosa ya comenzaba a sentir su soledad, en todo lo restante al Cielo y a la tierra de lo que gozaba mientras estuvo su Hijo en su hogar y entre todas las criaturas no podían recompensar esta soledad y anuncia de su Hijo.- Llegó el Jueves, día señalado para la Redención Humana.- Jesús, antes de amanecer, llamó a su Madre y ella respondió postrada a sus pies, como lo hacía de costumbre y le dijo: Hablad, Señor y Dueño mío, que vuestra sierva oye. Jesús la levantó del suelo donde estaba postrada y hablándola con grande amor y serenidad la dijo: Madre mía, llegada es la hora determinada por la eterna sabiduría de mi Padre para obrar la salvación y la redención para la humanidad, que me encomendó su voluntad santa y agradable; razón es que se ejecute el sacrificio de nuestra vida, que tantas veces la hemos ofrecido. Madre dadme licencia para irme a padecer y morir por la humanidad y tened por bien, como verdadera madre, que me entregue a mis enemigos para cumplir con la obediencia de mi Eterno Padre, y por ella misma cooperad Madre junto conmigo en la obra de la salvación Eterna, pues recibí de vuestro virginal vientre la forma de hombre pasible y mortal, en que se ha de redimir el mundo para satisfacer a la Divina Justicia. Y como vuestra voluntad dio el consentimiento para mi encarnación, quiero que me la deis ahora también para mi pasión y muerte en la cruz; y el sacrificarme de vuestra voluntad a mi Eterno Padre será el retorno de haberos hecho Madre mía, pues Él me envió para que por medio de la pasibilidad de mi carne recobrase las ovejas perdidas de su casa, que son los hijos de Adán.- 281 María le contestó a su Hijo Jesús: Señor y Dios altísimo, autor de todo lo que tiene ser, esclava vuestra soy, aunque sois hijo de mis entrañas, porque vuestra dignación de inefable amor me levantó del polvo a la dignidad de Madre vuestra; razón es que este vil gusanillo sea reconocido y agradecido a vuestra liberal clemencia y obedezca a la voluntad del Eterno Padre y Vuestra. Yo me ofrezco y me resigno en su divino beneplácito, para que en mí como en Vos, Hijo y Señor mío, se cumpla y ejecute su voluntad eterna y agradable. El mayor sacrificio que puedo yo ofrecer, será el no morir con Vos y que no se truequen estas suertes, porque el padecer en vuestra imitación y compañía será grande alivio de mis penas, y todas dulces a la vista de las Vuestras. Me Bastara por dolor el no poderos aliviar en los tormentos que por la salvación humana habéis de padecer. Hijo de mis entrañas, recibid el sacrificio de mis deseos y que Os vea yo morir quedando con la vida siendo Vos cordero inocentísimo y figura de la sustancia de Vuestro Eterno Padre. Recibid también el dolor de que yo vea la inhumana crueldad de la culpa del linaje humano ejecutada por mano de vuestros crueles enemigos en vuestra dignísima persona.- ¡Oh cielos y elementos con todas las criaturas que estáis en ellos, espíritus soberanos, Santos Patriarcas y Profetas, ayudadme todos a llorar la muerte de mi Amado que os dio el ser y llorad conmigo la infeliz miseria de los hombres, que serán la causa de esta muerte y perderán después la eterna vida, la cual les ha de merecer, y ellos no se aprovecharán de tan gran beneficio! ¡Oh infelices prescitos y dichosos los predestinados, que se lavaron vuestras estolas en la sangre del Cordero!. Vosotros, que supisteis aprovecharos de este bien, alabad al Todopoderoso. Oh Hijo mío y bien infinito de mi alma, dad fortaleza y virtud a Vuestra afligida Madre y admitidla por Vuestra discípula y compañera, para que participe de Vuestra pasión y cruz y con Vuestro sacrificio reciba el Eterno Padre el mío como Madre vuestra. María se ofreció a su Hijo, para imitarlo y participación de su pasión, como cooperadora y coadjutora de nuestra Redención. Y luego le pidió licencia para proponerle otro deseo y petición, prevenida muy de lejos con la ciencia que tenía de todos los misterios que el Maestro de la vida había de obrar en el fin de ella; y dándole licencia Su Majestad añadió la Madre y dijo: Amado de mi alma y lumbre de mis ojos, no soy digna, Hijo mío, de lo que anhela mi corazón al pediros, pero Vos, Señor, sois aliento de mi esperanza y en esta FE os suplico me hagáis participante, si sois servido, del inefable sacramento de vuestro sagrado cuerpo y sangre, como tenéis determinado de instituirle por prenda de Vuestra gloria, y para que volviendo a recibiros en mi pecho se me comuniquen los efectos de tan admirable y nuevo Sacramento. Bien conozco, Señor mío, que ninguna de las criaturas puede dignamente merecer tan excesivo beneficio, prevenido sobre Vuestras obras por sola Vuestra magnificencia, y para obligarla ahora, sólo tengo que ofreceros a Vos mismo con Vuestros merecimientos infinitos. Y si la humanidad santísima en que los vinculáis por haberla recibido de mis entrañas induce algún derecho, éste no será tanto en mí para que seáis mío en este Sacramento, como para que yo sea Vuestra con la nueva posesión de recibiros, en que puedo restituirme a Vuestra dulce compañía. Mis obras y deseos dediqué a esta dignísima y Divina comunión desde la hora que Vuestra dignación me dio noticia de ella, y de la voluntad y decreto de quedaros en vuestra Iglesia, mediante las especies del Pan y del Vino Consagrados. Volved, pues, Señor y bien mío, a la primera y antigua habitación de Vuestra Madre, de Vuestra amiga y Vuestra esclava, a quien para recibiros en su vientre hicisteis libre y exenta del común contagio. En mi pecho recibiré ahora la humanidad que de mi sangre os comuniqué y en él estaremos juntos con estrecho y nuevo abrazo que aliente mi corazón y encienda mis afectos, para no estar de Vos jamás ausente, que sois infinito bien y amor de mi alma.- 282 Jesús le respondió a su Madre: Con más caricia, y la ofreció que la daría el favor y beneficio de la comunión que le pedía, en que llegando la hora de celebrar su institución. Desde luego la purísima Madre con nuevo rendimiento hizo grandiosos actos de humildad, agradecimiento, reverencia y viva fe, para estar dispuesta y preparada para la deseada Comunión de la Eucaristía. Acto seguido, Jesús mando a los Ángeles de su Madre que la asistiesen desde entonces en forma visible para ella y la sirviesen y consolasen en su dolor y soledad, como en efecto así o cumplieron. Le ordenó también a María, que partiendo para Jerusalén con sus discípulos, ella le siguiese por algún breve espacio con las mujeres que venían acompañándolos desde Galilea y que las informase y animase, para que no desfalleciesen con el escándalo que tendrían, viéndole padecer y morir con tantas ignominias y sufriendo la muerte de cruz afrentosa. Y dando fin a esta conferencia el Hijo del Eterno Padre, dio su bendición a su Madre, despidiéndose para la última jornada en la que había de padecer y morir terrenalmente como humano que también era El Hijo de Dios.- Despedido Jesús, de su amantísima Madre y dolorosa Esposa, salió de Betania. A los primeros pasos que dio Su Majestad en este viaje, que ya era el último de su peregrinación, levantó los ojos al Eterno Padre y, confesándole con alabanza y agradecimiento de gracia, se ofreció de nuevo a sí mismo con lo ardentísimo de su amor y obediencia para morir y padecer por la Redención de todo el linaje humano. Esta oración y ofrecimiento hizo nuestro Salvador y Maestro desde lo más profundo de su corazón a su Padre diciéndole: Eterno Padre y Dios mío, voy por vuestra voluntad y amor a padecer y morir por la libertad de los hombres, que son mis hermanos y hechura de Vuestras manos. Voy a entregarme para su remedio y a congregar en uno los que están derramados y divisos por la culpa de Adán. Voy a disponer los tesoros con que las almas criadas a Vuestra imagen y semejanza han de ser adornadas y enriquecidas, para que sea restituida a la Dignidad de Vuestra amistad y felicidad eterna y para que Vuestro Santo Nombre sea conocido y engrandecido por todas las criaturas. Cuanto es de Vuestra parte y de la mía, ninguna de las almas quedará sin remedio abundante, y Vuestra inviolable equidad quedará justificada en los que despreciaren esta copiosa Redención, si consumida la misma, miran para el otro lado.- Siguiendo al autor de la vida, partió luego de Betania la Madre, acompañada de María Magdalena y de las otras mujeres que asistían y seguían a Jesús desde Galilea. Y como el Divino Maestro iba informando a sus Apóstoles y previniéndolos con la Doctrina y FE de su pasión, para que no desfalleciesen en ella por las ignominias que le viesen padecer, ni por las tentaciones ocultas de Satanás, así también, María iba consolando y previniendo a su congregación de discípulas, para que no se turbasen cuando viesen morir a su Hijo y a su Maestro y ser azotado afrentosamente. Y aunque en la condición femenina eran estas mujeres de naturaleza más enferma y frágil que los Apóstoles, con todo eso fueron más fuertes que algunos de ellos en conservar la Doctrina y documentos de su gran Maestra y Señora. Y quien más se adelantó en todo esto, fue María Magdalena, como los Evangelistas enseñan, porque la llama de su amor la llevaba toda enardecida y por su misma condición natural era magnánima, esforzada y varonil, de buena ley y respetos. Y entre todos los del apostolado María Magdalena, tomó por su cuenta acompañar a la Madre de Jesús y asistirla sin desviarse de ella todo el tiempo de la pasión, y así lo hizo como amante fidelísima de la Doctrina de Jesús.- 283 En la oración y ofrecimiento que hizo nuestro Salvador en esta ocasión, le imitó y siguió también su Madre, porque todas las obras de su Hijo iba mirando en el espejo claro de aquella luz Divina con que las conocía, para imitarlas María lo mismo que lo hacía su Hijo.- Y a la gran Señora iban sirviendo y acompañando los Ángeles que la guardaban, manifestándosele en forma humana visible solo a su Madre, como el mismo Señor se lo había mandado. Con estos Espíritus soberanos iba confiriendo el gran sacramento de su santísimo Hijo, que no podían percibir sus compañeras, ni todas las criaturas humanas. Ellos conocían y ponderaban dignamente el incendio de amor que sin modo ni medida ardía en el corazón purísimo de la Madre de Dios y la fuerza con que llevaban tras de sí los ungüentos olorosos del amor recíproco de Cristo, su Hijo, Esposo y Redentor de la humanidad.- Ellos presentaban al Eterno Padre, el sacrificio de alabanza y expiación que le ofrecía su Hija única y primogénita entre las criaturas. Y porque todos los mortales ignoraban este beneficio y de la deuda en que los ponía el amor de Cristo y de su Madre. María, mandaba la Reina a los Ángeles que le diesen gloria, bendición y honra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y todo lo cumplían conforme a la voluntad de su gran Princesa y Señora.- Última Cena de Jesús con los Apóstoles.- Jesús, el jueves por la tarde que precedió a su pasión y muerte del Redentor de la Humanidad, y en las conferencias que tenía con sus discípulos sobre los misterios de que los iba informando, los Apóstoles, le preguntaron a Jesús sobre algunas dudas en lo que no entendían y a todas respondió como Maestro de la sabiduría y Padre amoroso con palabras llenas de dulcísima, luz que penetraba en los corazones de los Apóstoles, porque habiéndolos amado siempre, ya en aquellas horas últimas de su vida, como cisne divino, manifestaba con más fuerza la suavidad de su voz y la dulzura de su amor. Y no sólo no le impedía para esto lo inmediato de su pasión y la ciencia prevista de tantos tormentos, sino que, como el calor reconcentrado con la oposición del frío vuelve a salir con toda su eficacia, de este modo el incendio del divino amor, que sin límite ardía en el corazón de nuestro amoroso Jesús, salía con mayores finezas y actividad a inflamar a los mismos que le querían extinguir, comenzando a herir a los más cercanos con la eficacia de su incendio. A los demás hijos de Adán, fuera de Cristo y de su Madre, de ordinario sucede que la persecución nos impacienta, las injurias nos irritan, las penas nos destemplan y todo lo adverso nos conturba, desmaya y desazona con quien nos ofende y tenemos por grande hazaña no tomar venganza de contado; pero el amor de nuestro Divino Maestro no se estragó con las injurias que miraban en su pasión, no se cansó con las ignorancias de sus discípulos y con la deslealtad que luego había de experimentar con algunos de ellos.- Los Apóstoles de Jesús, le preguntaron a dónde quería celebrar la Pascua del cordero. Que aquella noche cenaban los judíos como fiesta muy célebre y solemne en aquel pueblo y era la figura más expresa en su ley del mismo Señor de los misterios que él mismo y por él se habían de obrar, aunque entonces no estaban los Apóstoles harto capaces para conocerlos.- Y Jesús les respondió, enviando a Pedro y a Juan que se adelantasen a Jerusalén y preparasen la cena del Cordero de la Pascual en la casa de un hombre donde viesen entrar un criado con un cántaro de agua, pidiéndole al dueño de la casa que le previniese aposento para cenar con sus discípulos.- 284 Este hombre, era vecino de Jerusalén y hombre rico, principal y devoto de Jesús y de los que habían creído en su Doctrina y Milagros, y con su piadosa devoción mereció que el autor de la vida eligiera su casa para santificarla con los misterios que obró en ella, dejándola consagrada en el templo santo para otros que después sucedieron. Fueron luego los dos Apóstoles y con las señas que llevaban pidieron al dueño de la casa que admitiese en ella al Maestro de la vida y tuviese por su huésped para celebrar la gran solemnidad de los Ázimos, que así se llamaba aquella Pascua.- Fue ilustrado con especial gracia el corazón de aquel padre de familia y que liberalmente ofreció su casa con todo lo necesario para la cena legal, y luego señaló para celebrar la Pascua, una cuadra muy grande, adornada con mucha decencia, cual convenía, aunque él y los doce apóstoles lo ignoraban, para los misterios tan venerables que en ella quería obrar Jesús. Prevenido todo esto, llegó Su Majestad a la posada con los demás discípulos y en breve espacio fue también su Madre con su congregación de las mujeres que la seguían.- María, postrada en tierra adoró a su Hijo santísimo, como acostumbraba, y le pidió la bendición y que la mandase lo que debía hacer.- La ordeno su Majestad, que se retirase a un aposento de la casa, que para todo era capa, y allí estuviese a la vista de lo que la Divina Providencia había determinado hacer en aquella noche y que confortase y diese luz a las mujeres que la acompañaban de lo que convenía advertirlas. Obedeció María, y se retiró con su compañía de mujeres. Las ordenó que todas perseverasen en fe y oración, y continuando ella sus afectos fervorosos para esperar la comunión, que sabía se acercaba la hora, y atendiendo siempre con la vista interior a todas las obras que su Hijo iba ejecutando.- Nuestro Salvador y Maestro Jesús, habiéndose retirado su Madre, entró en el aposento prevenido para la cena con todos los doce apóstoles y otros discípulos y con ellos celebró la cena del cordero, guardando todas las ceremonias de la ley, sin faltar a cosa alguna de los ritos que él mismo había ordenado por medio de Moisés, Profeta y Legislador. Y en esta última cena, Jesús dio inteligencia a los Apóstoles de todas las ceremonias de aquella ley figurativa, como se las habían dado a los antiguos Padres y Profetas, para significar la verdad de lo que el mismo Señor iba cumpliendo y había de obrar como Reparador del mundo, y que la ley antigua de Moisés y sus figuras quedarían evacuadas con la verdad figurada, y no podían durar más las sombras llegando en él la luz y principio de la Nueva Ley de gracia con el Nuevo testamento, en la cual sólo quedarían permanentes los preceptos de la Ley Natural, que era perpetua; aunque éstos quedarían más realzados y perfeccionados con otros preceptos Divinos y Consejos que él mismo enseñaba y con la eficacia que daría a los nuevos Sacramentos de su Nueva Ley del Nuevo Testamento, y todos los antiguos cesarían, como ineficaces y sólo figurativos, y que para todo esto celebraba con ellos aquella cena, con que daba fin y término a sus ritos y obligación de la Ley, pues toda se había encaminado a prevenir y representar lo que Su Majestad estaba obrando, y conseguido el fin cesaba el uso de los medios.- Con esta nueva Doctrina entendieron los Apóstoles grandes secretos de los profundos misterios que su Divino Maestro iba obrando, pero los discípulos que allí estaban no entendieron tantas cosas de las obras del Señor como los Apóstoles. Judas Iscariote fue quien entendió menos, o nada de ellas, porque estaba poseído de la avaricia y sólo atendía a la traición alevosa que tenía fraguada y le ocupaba el cuidado de ejecutarla con secreto. 285 |