El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 46ª Sección Lucifer les decía a sus aliados: Con todo eso me recelo que ya se acercan los tiempos de venir del cielo a la tierra; y así conviene que todos nos esforcemos con grande saña para destruirle a él y a la mujer que escogiere por su Madre, y a quien más en esto trabajare le daré mayor premio de agradecimiento. Hasta ahora en todos los hombres hallo culpas y efectos de ellas y ninguno descubre la majestad y grandeza que traerá el Verbo humanizado para manifestarse a los hombres y obligará a todos los mortales que le adoren y ofrezcan sacrificios y reverencia. Y ésta será la señal infalible de su venida al mundo terrenal y natural, en que reconoceremos su persona y en que no le tocará la culpa ni los efectos que causan los pecados en los mortales hijos de Adán.- Por estas razones, prosiguió Lucifer diciendo: Es mayor mi confusión; porque si no ha bajado al mundo terrenal el Verbo Eterno, no puedo alcanzar la causa de estas novedades que sentimos, ni conozco de quién sale esta virtud y fuerza que a todos nos quebranta. ¿Quién nos desterró y arrojó de todo Egipto? ¿Quién derribó aquellos templos y arruinó a los ídolos de aquella tierra donde estábamos siendo adorados por sus moradores? ¿Quién ahora nos oprime en la tierra de Galilea y sus confines y nos impide que no lleguemos a pervertir muchos hombres a la hora de su muerte? ¿Quién levanta del pecado a tantos como se salen de nuestra jurisdicción y hace que otros mejoren sus vidas y hablen de la existencia del Cielo y del Reino de Dios? Si este daño persevera para nosotros, gran ruina y tormento se nos puede seguir de esta causa que no alcanzamos. Necesario es atajarle y reconocer de nuevo si en el mundo hay algún gran Profeta o Santo que nos comienza a destruir; pero yo no he descubierto alguno a quien atribuir tanta virtud; sólo con aquella mujer nuestra enemiga tengo un mortal odio, y más después que la perseguimos en el templo y después en su casa de Nazaret, porque siempre hemos quedado vencidos y aterrados de la virtud que la guarnece y con ella, se nos ha resistido invencible y superior a nuestra malicia y jamás he podido rastrear su interior ni tocarla en su persona. Esta tiene un hijo, y los dos asistieron a la muerte de su padre y no pudimos todos nosotros llegar adonde ellos estaban. Gente pobre es y desechada y ella es una mujercilla escondida y desvalida, pero sin duda presumo que hijo y madre son justos, porque siempre he procurado inclinarlos a los vicios comunes a los hombres y jamás he podido conseguir de ellos el menor desorden ni movimiento vicioso, que en todos los demás son tan ordinarios y naturales. Y conozco que el poderoso Dios me oculta el estado de estas dos almas, y el haberme celado si son justas o pecadoras, sin duda tiene algún misterio oculto contra nosotros; y aunque también en algunas ocasiones nos ha sucedido con otras almas escondérsenos el estado que tienen, pero han sido muy raras y no tanto como ahora; y cuando este hombre no sea el Mesías prometido, por lo menos serán justos y enemigos nuestros y esto basta para que los persigamos y procuremos derribar y descubrir quiénes son. Seguidme todos en esta empresa con grande esfuerzo, que yo seré el primero contra ellos. Con esta exhortación remató Lucifer su largo razonamiento, en el que propuso a los demonios otras muchas razones y consejos de maldad.- Lucifer, salió luego del infierno, siguiéndole innumerables legiones de demonios, para recorrer todo el mundo, y rodear con sus acechos toda la tierra, recorriéndola muchas veces por él mismo y los que le seguían, para inquirir con sus malicias y astucias, a todos los justos que había y encontraban, tentándolos a todos ellos provocándolos con maldades fraguadas en la malicia de estos enemigos. Pero la sabiduría de Jesucristo ocultó su persona y la de su Madre muchos días de la soberbia de Lucifer y no permitió que las viesen ni conociesen, hasta que Su Majestad fue al desierto, donde disponía y quería ser tentado después de su largo ayuno, y entonces el Señor, fue tentado por el propio Lucifer.- 226 Cuando en el infierno se congregó este concilio, como todo era patente a Jesucristo hizo Jesús, especial oración al Padre Eterno contra la malicia del Dragón; y en esta ocasión, entre otras peticiones, rogó y pidió diciendo: Eterno Dios altísimo y Padre mío, yo te adoro y engrandezco tu ser infinito e inmutable y te confieso por inmenso y sumo bien, a cuya Divina voluntad me ofrezco en sacrificio para vencer y quebrantar las fuerzas infernales y sus consejos de maldad contra mis criaturas. Yo pelearé por ellas contra mis enemigos y suyos y con mis obras y victorias del Dragón les dejaré esfuerzo y ejemplo de lo que contra él han de obrar, y su malicia quedará más débil para ofender a los que me sirven de corazón. Defiende, Padre mío, a las Almas de los engaños y crueldad de la antigua serpiente y sus secuaces, y concede a los justos la virtud poderosa de tu diestra, para que por mi intercesión y muerte en la Cruz, alcancen todos ellos, la victoria de sus tentaciones y peligros.- María, tuvo al mismo tiempo conocimiento de la maldad y consejos de Lucifer y vio en su Hijo, todo lo que pasaba y la oración que hacía, y como coadjutora de estos triunfos hizo la misma oración y peticiones con su Hijo al Eterno Padre. En esta ocasión, alcanzaron Jesús y María dulcísimos y grandes auxilios y premios que prometió el Padre para los que peleasen contra el Demonio, invocando el nombre de Jesús y el de María; de suerte que el que los pronunciase con reverencia y fe, oprimirá a los enemigos infernales y los ahuyentará y arrojará de sí en virtud de la oración y de las victorias y triunfos que alcanzaron Jesucristo y su Madre. Y de la protección que nos ofrecieron y dejaron contra este soberbio gigante y con este remedio y tantos como acrecentó el Señor en su Iglesia Evangélica y Cristiana, y ninguna excusa tendrán los que si no pelean legítima y esforzadamente, venciendo al Demonio, como enemigo de Dios Eterno, siguiendo a Jesucristo, e imitando su ejemplar vencimiento respectivamente.- María instruye a Sor María de Jesús y la dice: Hija mía, llora siempre con amargura de dolor la dura pertinacia y ceguedad de los mortales, para entender y conocer la protección amorosa que tienen en mi Hijo Jesús, porque Lucifer, es la misma tiniebla, error, engaño, infelicidad y muerte espiritual de muchas Almas de los mortales, y a sus seguidores aborrece y compele de todo mal, cuanto puede, y el fin será ardores sempiternos y penas crueles. Digan ahora los mortales si ignoran estas verdades en la Iglesia, que cada día se les enseña y propone; y si les dan crédito y las confiesan, ¿dónde está el juicio?, ¿quién los ha dementado?, ¿quién los olvida del mismo amor que se tienen a sí mismos?, ¿quién los hace tan crueles consigo propios? ¡Oh insania nunca bastantemente ponderada ni satisfecha para de los hijos de Adán! ¡Que así trabajan con ansia, y se desvelan toda la vida por enredarse en sus pasiones, desvanecerse en lo fabuloso y entregarse al fuego inextinguible y a la muerte y perdición eterna, como si fuera de burlas y no hubiera venido del Cielo mi Hijo Santísimo a morir en una cruz para merecerles este rescate! Consideren el precio, y conocerán el peso y estimación de lo que tanto costó al mismo Dios, que sin engaño lo conoce. En este infelicísimo error tiene menos gravedad la culpa de los idólatras y gentiles, ni la indignación del Altísimo se convierte tanto contra ellos como contra los fieles hijos de la Iglesia, que llegaron a conocer la Luz de esta verdad, y muchas Almas miran para el otro lado; Si en el siglo presente, esta Luz la tienen tan oscurecida y olvidada, entiendan y conozcan que es por culpa suya, por haber dado tanta mano larga a su enemigo Lucifer, que con infatigable malicia en ninguna otra cosa trabaja más que en ésta, procurando quitar el freno a los hombres, para que olvidados de sus postrimerías y de los tormentos eternos que les aguardan se entreguen como brutos irracionales a los deleites sensibles, olvidándose de sí mismos, gastando la vida en bienes aparentes, y cumplido su tiempo de vida terrenal, estos bajan como destino propio para el infierno, donde quedarán presas sus Almas por la eternidad.- Juan el Bautista, sale a predicar.- 227 El Precursor de Jesucristo, muerta su madre Isabel, perseveró en la soledad del desierto sin salir de él hasta el tiempo determinado por la Divina Sabiduría, viviendo más vida Angélica que humana, más de Serafín que de hombre terreno. Su conversación fue con los Ángeles y con el Señor de todo lo creado, y siendo éste sólo su trato y ocupación, jamás estuvo ocioso, continuando el amor y ejercicio de las virtudes heroicas que comenzó en el vientre de su madre Isabel, sin que la gracia estuviese en él ociosa ni vacía en ningún tiempo ni sin el, lleno de perfección que con todo su conato pudo comunicar a sus obras. Nunca se le turbaron los sentidos, retirados de los objetos terrenales, que suelen ser las ventanas por donde entra la muerte al Alma, disimulada en las imágenes de la hermosura mentirosa de las criaturas. Y como el felicísimo Juan, fue tan dichoso que en él, se anticipó la Divina luz a la de este sol material. Con aquélla puso en el olvido todo cuanto ésta le ofrecía y quedó su interior vista inmóvil y fijada en el objeto nobilísimo del ser de Dios y de sus infinitas perfecciones. En referencia a Juan Bautista en su soledad y retiro, recibió de María muchos días la comida por mano de los Ángeles que a ella la asistían, hasta que el niño Juan Bautista tuvo siete años, y desde esta edad hasta que tuvo nueve años, María solo le mandó pan, y a los nueve años cumplidos cesó este beneficio por parte de María; porque conoció en el Señor que era su voluntad Divina y deseos, que en lo restante comiese raíces, miel silvestre, bayas y langosta, de lo que se sustentó en el desierto, hasta que salió a predicar. Pero aunque le faltó el regalo de la comida por mano de María, siempre continuó enviándole a visitar por sus Ángeles a Juan, para que le consolasen y diesen noticia de sus ocupaciones, empleos y de los misterios que el Verbo humanizado obraba, aunque estas visitas no fueron más frecuentes que una vez cada ocho días.- Este gran favor, entre otros fines, fue necesario para que Juan Bautista tolerase la soledad, no porque el horror de ella y su penitencia le causase miedo, que para hacérsela deseable y muy dulce era suficiente su admirable santidad y gracia, pero fue conveniente para que el amor ardentísimo que tenía a Jesucristo y a su Madre, no se le hiciese tan molesta la ausencia y privación de su conversación y vista, que deseaba como santo y agradecido. Y no hay duda que le fuera de mayor mortificación y dolor detenerse en este deseo, que sufrir las inclemencias, ayunos, penitencias y horror de las montañas, si no le recompensara María, su y tía en parentesco, y esta privación con los continuos regalos de remitirle a sus Ángeles, para que le diesen nuevas de su amado. Juan preguntaba a los Ángeles por el Hijo y por la Madre con las ansias amorosas. Y Juan les enviaba de vuelta, íntimos afectos y suspiros del corazón herido de su amor y de su ausencia, y a María su tía, le pedía por medio de sus Ángeles que en su nombre le suplicase, para que le enviase su bendición y le adorase y le diese humilde reverencia. Juan Bautista en Espíritu y verdad y desde la soledad en que vivía adoraba al Señor y a su Madre. Y con estas ordinarias ocupaciones llegó el gran Precursor a la edad perfecta de treinta años, preparándole el poder divino para el ministerio que le había elegido. Llegó el tiempo destinado y aceptable de la eterna Sabiduría, en que la Voz del Verbo humanizado, que era Juan Bautista, se oyese clamar en el desierto. Y en el año quince del imperio de Tiberio César siendo príncipes de los sacerdotes Anas y Caifás fue hecha la palabra de Dios sobre Juan el Bautista, hijo de Zacarías, con residente en el desierto.- 228 Y cumplido el tiempo, salió Juan Bautista, con dirección a la ribera del río Jordán, predicando el Sacramento del Bautismo de penitencia para alcanzar la remisión de los pecados y disponer y preparar los corazones para que recibiesen al Mesías prometido y esperado por tantos siglos, y Juan así lo señalo con el dedo cuando se encontró delante del Señor en el propio río Jordán, para que todos lo pudiesen conocer. Esta palabra y mandato del Señor entendió y conoció Juan Bautista en un éxtasis que tuvo, donde por especial virtud o influjo del poder Divino fue iluminado y prevenido con plenitud de nuevos dones de la luz, de la Gracia y de la Ciencia del Espíritu Santo. Conoció en este rapto con más abundante sabiduría, los misterios de la Redención y tuvo una visión de la Divinidad abstractiva, pero tan admirable que le transformó y mudó en nuevo ser de santidad y gracia. Y en esta visión le mandó el Señor que saliese de la soledad para preparar los caminos de la predicación del Verbo humanizado con la suya y que ejercitase el oficio de precursor y todo lo que a su cumplimiento le tocaba, porque de todo fue informado y para todo se le dio gracia abundantísima.- Salió de la soledad el nuevo predicador Juan Bautista, vestido de unas pieles de camellos, ceñido con una cinta o correa también de pieles, descalzo el pie sobre la tierra, el rostro macilento y extenuado, el semblante gravísimo y admirable, y con incomparable modestia y humildad severa, el ánimo invencible y grande, el corazón inflamado en la caridad de Dios y de los hombres; sus palabras eran vivas, graves y abrasantes, como centellas de un rayo despedido del brazo poderoso de Dios y de su ser inmutable y Divino, apacible para los mansos, amable para los humildes, terrible para los soberbios, admirable espectáculo para los Ángeles y los hombres, formidable para los pecadores, horrible para los Demonios; y tal predicador, como instrumento del Verbo humanizado y como le había menester aquel pueblo hebreo, duro, ingrato y pertinaz, con gobernadores idólatras, mediante las figuras de los animales que surcan los Cielos, la tierra y las aguas por encima y debajo, con los sacerdotes avariciosos y soberbios, sin luz, sin profetas, sin piedad, sin temor de Dios después de tantos castigos y calamidades a donde sus propios pecados les habían traído, y para que en tan miserable estado se les abriesen los ojos y el corazón para conocer y recibir a su Reparador y Maestro Jesucristo.- Había hecho el santo anacoreta Juan Bautista muchos años antes, una grande cruz que tenía en su cabecera, y en ella hacía algunos ejercicios penales y puesto en ella oraba de ordinario en postura de crucificado. No quiso dejar este tesoro en aquel yermo y antes de salir de él se la envió a María, por los mismos Ángeles que en su nombre le visitaban, y que la dijesen cómo aquella cruz había sido la compañía más amable y de mayor recreo que en su larga soledad había tenido, y que se la enviaba como rica joya por lo que en ella se había de obrar, que el motivo de haberla hecho era éste; y también que los mismos Ángeles le habían dicho que su Hijo y Salvador del mundo oraba muchas veces puesto en otra cruz que tenía en su oratorio para este intento. Los artífices de esta cruz que tenía Juan Bautista fueron los Ángeles, que a petición suya la formaron de un árbol de aquel desierto, porque ni el santo tenía fuerzas ni instrumentos. Con este presente y embajada volvieron los santos príncipes a María, y ella lo recibió con dulcísimo dolor y amarga dulzura en lo íntimo de su castísimo corazón, confiriendo los misterios que muy en breve se obrarían en aquel durísimo madero, y hablando regaladamente con él le puso en su oratorio, donde la guardó María durante toda su vida terrenal con la otra cruz que tenía del Salvador. 229 Y después la prudentísima María dejó estas prendas y junto con otras a los Apóstoles por herencia inestimable, y ellos las llevaron por algunas provincias donde predicaron el Evangelio.- Sobre este suceso misterioso se me ofreció una duda que propuse a la Madre de sabiduría, y la dije: Reina del Cielo y Señora mía, santísima entre los santos y escogida entre todas las criaturas para ser la Madre del mismo Dios humanizado: en esto que dejo escrito se me ofrece una dificultad como a mujer ignorante y tarda y, si me dais licencia, deseo proponerla a vos, Señora, que sois maestra de la sabiduría y por vuestra dignación habéis querido hacer conmigo: Mi duda Madre, es por haber entendido que no sólo Juan Bautista, y vos mismo, teníais en reverencia a la cruz antes que vuestro Hijo muriese en ella, y siempre he creído que, hasta aquella hora en que se obró nuestra redención en el sagrado madero, sería el del patíbulo para castigar a los delincuentes y por esta causa era la cruz reputada por ignominiosa y contentible, y la Iglesia nos enseña, que todo su valor y dignidad le vino a la Santa Cruz del contacto que tuvo con ella nuestro Redentor y del misterio de la reparación humana que obró en ella Jesucristo.- María, responde a Sor María de Jesús y la dice: Hija mía. Verdad es lo que propones, que la cruz era afrenta pública. Antes que mi Hijo y mi Señor la honrara y santificara con su pasión y muerte, y por esto se le debe ahora la adoración y reverencia altísima que le da la Iglesia; y si algún ignorante de los misterios y razones que tuve yo, y también Juan Bautista, pretendiera dar culto y reverencia a la cruz antes de la redención humana, cometiera idolatría y error porque adoraba lo que no conocía por digno de adoración verdadera. Pero en nosotros hubo diferentes razones: La una, que teníamos infalible certeza de lo que en la cruz había de obrar nuestro Redentor; la otra, que antes de llegar a esta obra de la Redención había comenzado a santificar aquella sagrada señal con su contacto, cuando se ponía y oraba en ella, ofreciéndose a la muerte de su voluntad, y el Eterno Padre había aceptado estas obras y muerte prevista de mi Hijo santísimo con inmutable decreto y aprobación; y cualquier obra y contacto que tuvo el Verbo humanizado era de infinito valor y con él santificó aquel sagrado madero y le hizo digno de reverencia; y cuando yo se la daba, y también Juan Bautista, teníamos presente este misterio y verdad y no adorábamos a la cruz por sí misma y por lo material del madero, que no se le debía adoración hasta que se ejecutase en ella la redención, pero atendíamos y respetábamos la representación formal de lo que en ella haría el Verbo Encarnado, que era el término a donde miraba y pasaba la reverencia y adoración que dábamos a la cruz; y también ahora sucede así en la que le da la Iglesia.- Conforme a esta verdad debes ahora ponderar tu obligación, y de todos los mortales, en la reverencia y aprecio de la Cruz; porque si antes de morir en ella mi Hijo santísimo yo le imité y también su Precursor, así en el amor y reverencia como en los ejercicios que hacíamos en aquella santa señal, ¿qué deben hacer los fieles hijos de la Iglesia, después que a su Creador y Redentor le tienen crucificado a la vista de la fe y su imagen a los ojos corporales? Quiero, pues, hija mía, que tú te abraces con la Cruz con incomparable estimación, te la apliques como joya preciosísima de tu Esposo y te acostumbres a los ejercicios que en ella conoces y haces, sin que jamás por tu voluntad los dejes ni olvides, si la obediencia no te los impide. Y cuando llegares a tan venerables obras, sea con profunda reverencia y consideración de la muerte y pasión de tu Señor y de tu amado. 230 |