El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 90ª Sección El día que María recibió esta misiva, conforme a las palabras del Arcángel Gabriel, era en el mes de agosto, el que correspondía tres años antes del glorioso tránsito de María. Y aunque a todos guardaba su secreto, sus obras a partir de entonces, todas eran como de quien ya comienza a despedirse y deseaba dejarlos a todos ricos y prósperos y llenos de beneficios celestiales.- Con el Apóstol Juan Evangelista, corrían diferentes razones que con los demás, porque a este Apóstol, le tenía por hijo y la asistía y servía singularmente a diferencia de los demás Apóstoles. Por esto le pareció a María darle la noticia del aviso, que le comunico el Arcángel Gabriel, de que pasados tres años moriría terrenalmente, y pasados algunos días le habló, pidiéndole primero la bendición y licencia, y con ella le dijo: Ya sabéis, hijo mío y mi señor, que entre las criaturas del Altísimo yo soy la más deudora y obligada al rendimiento de su divina voluntad; y si todo lo creado pende de ella, en mí se ha de cumplir enteramente su beneplácito por tiempos y eternidad; y Vos, hijo mío, debéis ayudarme en esto, como quien conoce los títulos con que soy toda de mi Dios y Señor. Su dignación y misericordia infinita me han manifestado que se llegará presto el término de mi vida mortal para pasar a la eterna, y del día que recibí este aviso me restan solo tres años en que se acabará mi destierro. Yo os suplico, señor mío, me ayudéis en este breve tiempo para que yo trabaje en dar gracias al Altísimo y algún retorno de los inmensos beneficios que de su liberalísimo amor tengo recibidos. Orad por mí, os lo suplico.- Y Juan, sin que pudiese contener el dolor y lágrimas, la respondió: Madre y Señora mía, a la voluntad del Altísimo y la Vuestra estoy rendido para obedecer en lo que me mandáis, aunque mis méritos no llegan a mi obligación y deseos. Pero Vos, Señora y Madre piadosísima, amparad a este pobre hijo Vuestro que se ha de ver solo y huérfano sin vuestra deseable compañía. No pudiendo Juan Evangelista añadir más palabras y razones, la emoción le oprimió las palabras, rompiendo a llorar y a derramar lágrimas por el dolor que estas palabras de María le causaban. Y aunque la dulcísima Reina le animó y consoló con suaves y eficaces razones, con todo esto desde aquel día, quedó el Apóstol penetrado el corazón con una flecha de dolor y tristeza que le debilitaba y le volvía macilento; como sucede a las flores que vivifica el sol y se les ausenta y esconde, que habiéndole seguido y acompañado en su carrera, a la tarde se desmayan y entristecen porque al sol pierden de vista. En este desconsuelo fueron piadosas las promesas de María, para que Juan Evangelista no desfalleciese en la vida, asegurando que ella sería la Madre y Abogada con su Hijo santísimo.- Juan evangelista, dio cuenta de este suceso a Santiago [Jacobo] el Menor, que como Obispo de Jerusalén asistía con él al servicio de la Emperatriz del mundo, como Pedro lo había ordenado y los dos Apóstoles quedaron prevenidos desde entonces y acompañaron con más frecuencia a su Reina y Señora, especialmente el Evangelista, que no se podía alejar de su presencia. Y corriendo el curso de estos tres últimos años de vida que le quedaban a María, ordenó el poder Divino con una oculta y suave fuerza, que todo el resto de la naturaleza comenzara a sentir el llanto y prevenir el luto para la muerte de la que con su vida daba hermosura y perfección a todo lo creado. Los Apóstoles, aunque estaban derramados por el mundo, comenzaron a sentir un nuevo cuidado que les llamaba la atención, con recelos de cuándo les faltaría su Maestra y amparo, porque ya les dictaba la Divina y oculta luz que no se podía dilatar mucho este plazo inevitable.- 446 Los otros fieles moradores de Jerusalén y vecinos de Palestina, reconocían en sí mismos como un secreto aviso de que su tesoro y alegría no sería ya por largo tiempo. Los cielos, astros y planetas, perdieron mucho de su hermosura y alegría, como lo pierde el día cuando se acerca la noche. Las aves del cielo hicieron singular demostración de tristeza en los dos últimos años, porque gran multitud de ellas acudían de ordinario donde estaba María y, rodeando su oratorio con extraordinarios vuelos y meneos, formaban en lugar de cánticos diversas voces tristes, como quien se lamentaba y gemía con dolor, hasta que la misma Señora las mandaba que alabasen a su Creador con sus cánticos naturales y sonoros; y de esta maravilla fue testigo muchas veces Juan Evangelista, que acompañaba a María en estas peticiones. Y pocos días antes del tránsito de la divina Madre, concurrieron a ella innumerables avecillas, postrando sus cabecitas y picos por el suelo y rompiendo sus pechos con gemidos, como quien dolorosamente se despedía para siempre, y la pedían su última bendición.- Y no solo las aves del aire hicieron este llanto, sino hasta los animales brutos de la tierra las acompañaron en esta despedida. Porque saliendo María un día a visitar los Sagrados Lugares de la Redención, como acostumbraba hacer, llegando al monte del Calvario la rodearon muchas fieras silvestres que de diversos montes habían venido a esperarla, y unas postrándose en tierra, otras humillando las cervices y todas formando tristes gemidos, estuvieron algunas horas manifestándola el dolor que sentían de que se ausentara de la tierra donde vivían, y a la que reconocían por Señora y honra de todo el Universo. Y la mayor maravilla que sucedió en el general sentimiento y mudanza de todas las criaturas fue que, por seis meses antes de la muerte de María, el sol, la luna y las estrellas, dieron menos luz que hasta entonces habían dado a los mortales y el día del dichoso tránsito se eclipsaron como sucedió cuando ocurrió la muerte del Redentor del mundo, la muerte de su Hijo.- Y aunque muchos hombres sabios y advertidos notaron estas novedades y mudanza en los orbes celestes, todos ignoraban la causa y sólo pudieron admirarse. Pero los Apóstoles y discípulos que, asistieron a su dulcísima y feliz muerte, conocieron entonces el sentimiento de toda la naturaleza insensible, que dignamente anticipó su llanto, cuando la naturaleza humana y capaz de razón no supo llorar la pérdida de su Reina, de su legítima Señora y de su verdadera hermosura y gloria. En aquel día lloraría la tierra y las familias de la casa de Dios, una por una, cada cual por su parte, y sería este llanto como el que sucedió con la muerte del Primogénito, sobre quien todos suelen llorar. En ningún tiempo ni ocasión se halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban. A todos los enfermos que se le pusieron presentes dio salud de cuerpo y alma, convirtió muchos a la verdad evangélica, trajo innumerables almas al estado de la gracia sacándolas de pecado. Remedió grandes necesidades de los pobres; a unos dándoles lo que tenía y lo que la ofrecían, a otros socorriéndolos por medio milagroso. Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y obediencia de la Iglesia y, como Señora y Tesorera única de las riquezas de la Divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso franquearlas con liberal misericordia antes de su muerte, para dejar enriquecidos a los hijos de quien se ausentaba como fieles de la Iglesia, y sobre todo esto los consoló y animó con las promesas de lo que hoy nos favorece a la diestra de su Hijo.- 447 Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al Evangelista Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgada, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de gloria. Y este efecto le comunicaba el sagrado cuerpo de su Hijo santísimo que, se le manifestaba transfigurado y más glorioso que en el monte Tabor. Y a todos los que así la miraban, a todos ellos los dejaba llenos de gozo y efectos tan divinos, que más podían sentirlos que declararlos.- Determinó la piadosa Reina despedirse de los Lugares Santos antes de su partida para el Cielo y pidiendo licencia a Juan Evangelista salió de casa en su compañía y de los Ángeles que asistían a María. Y aunque estos soberanos príncipes siempre la sirvieron y acompañaron en todos sus caminos, ocupaciones y jornadas, sin haberla dejado un instante sola desde el primer momento de su nacimiento, en esta ocasión se le manifestaron con mayor hermosura y resplandescencia, como quienes participaban ya del nuevo gozo del que estaba ya de camino. Y despidiéndose la divina Princesa de las ocupaciones humanas para caminar a la propia y verdadera patria, visitó todos los Lugares de la Redención, despidiéndose de cada uno con abundantes y dulces lágrimas, con memorias lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles de que llegasen con devoción y veneración a aquellos Sagrados Lugares por todos los futuros siglos de la Iglesia.- En el monte del Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a su Hijo santísimo la eficacia de la muerte y redención que obró en aquel santo lugar para todas las almas redimidas. Y en esta oración se encendió tanto en el ardor de su inefable caridad, que consumiera allí la vida si no fuera preservada por la virtud divina. Descendió luego del cielo en persona su Hijo y se le manifestó en aquel lugar donde Él había muerto. Y respondiendo a sus peticiones la dijo: Madre mía y paloma mía y coadjutora en la obra de la Redención humana, vuestros deseos y peticiones han llegado a mis oídos y corazón; yo os prometo que seré liberalísimo con los hombres, y les daré de mi gracia continuos auxilios y favores, para que con su voluntad libre merezcan en virtud de mi sangre la gloria que les tengo prevenida, si ellos mismos no la desprecian. En el Cielo seréis su Mediadora y Abogada, y a todos los que granjearen vuestra intercesión llenaré de mis tesoros y misericordias infinitas para la eternidad.- Está promesa renovó Jesucristo en el mismo lugar que redimió a la humanidad. Y la Madre postrada a sus pies le dio gracias por ello y le pidió que en aquel mismo lugar consagrado con su preciosa sangre y muerte le diese su última bendición. Se la dio Su Majestad y la ratificó su real palabra en todo lo que había prometido y se volvió a la diestra de su Eterno Padre. Quedó María confortada en sus congojas amorosas y prosiguiendo con su religiosa piedad besó la tierra del Calvario y la adoró, diciendo: Tierra santa y lugar sagrado, desde el cielo te miraré con la veneración que te debo en aquella luz que todo lo manifiesta en su misma fuente y origen, de donde salió el Verbo divino que en carne mortal os enriqueció. Luego encargó de nuevo a los Ángeles que asisten en custodia de aquellos Sagrados Lugares que ayudasen con inspiraciones santas a los fieles que con veneración los visitasen, para que conociesen y estimasen el admirable beneficio de la Redención que se había obrado en ellos. Les encomendó también la defensa de aquellos Santuarios. Y si la temeridad y pecados de los hombres no hubieran desmerecido este favor, sin duda los Ángeles les hubieran defendido para que los infieles y paganos no los profanaran, y en muchas cosas los defienden hasta el día de hoy. 448 En el monte del calvario, María se despide de la Iglesia María da las gracias a la Iglesia Cristiana, y dedicándola unas palabras la dice: Tesoro verdadero de mi alma, tú has sido el consuelo único de mi destierro; tú el refugio y alivio de mis trabajos; tú mi recreo, mi alegría mi esperanza; tú me has conservado en mi carrera; en ti he vivido peregrina de mi patria; y tú me has sustentado después que recibí en ti el ser de gracia, por tu cabeza y mía, en el hijo de Dios humanizado en mi vientre como lo fue Jesucristo, mi Hijo y mi Señor. En ti están los tesoros y riquezas de sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil peregrinación.- Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben reverencia; en ti son joyas ricas de inestimable precio las angustias, los trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte; todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza, y reservadas para sus mayores siervos y queridos amigos. Tú me has adornado y enriquecido con tus promesas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma, a tu Autor Sacramentado. Dichosa madre, Iglesia mía militante, rica y que estás y abundante de tantos tesoros Celestiales.- En ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi carrera terrenal. Aplícame la eficacia de tantos bienes, báñame copiosamente con el licor sagrado de la sangre del Cordero en ti depositada, y poderosa para santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozaran de tus tesoros Celestiales. Iglesia mía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal, mas en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá te miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y progresos.- 1º -- Deseo: Que en primer lugar, sean para exaltación de Vuestro santo nombre y para que siempre se haga Vuestra voluntad santa en la tierra como en el Cielo y todas las naciones vengan a Vuestro conocimiento, amor, culto y veneración de verdadero Dios.- 2º -- Deseo: los ofrezco por mis señores los Apóstoles y Sacerdotes, presentes y futuros, para que Vuestra inefable clemencia los haga idóneos ministros de su oficio y estado, con toda sabiduría, virtud y santidad, con que edifiquen y santifiquen a las almas redimidas con Vuestra sangre.- 3º -- Deseo: las aplico para bien espiritual de mis devotos que me sirvieren, invocaren y llamaren, para que reciban Vuestra gracia y protección y después la eterna vida.- 4º -- Deseo: Que os obliguéis de mis trabajos y servicios por todos los pecadores hijos de Adán, para que salgan del infeliz estado de la culpa. Y desde esta hora propongo y quiero pedir siempre por ellos en Vuestra divina presencia, mientras yo dure en el mundo. Esta es, Señor y Dios mío, mi última voluntad rendida siempre a la Vuestra para que alaben vuestro santo nombre como Hijo de Dios.- Concluyó la Reina este testamento y la Santísima Trinidad lo confirmó y aprobó y Jesucristo Redentor, como autorizándole en todo, lo firmó escribiendo en el corazón de su Madre estas palabras: Hágase como lo queréis y ordenáis.- 449 Cuando los hijos de Adán, en especial los que nacemos en la Ley de Gracia, no tuviéramos otra obligación hacia María, más que de habernos dejado como herederos de sus inmensos merecimientos y de todo lo que contiene su breve y misterioso testamento, no podíamos desempeñarnos de esta deuda aunque en su retorno ofreciéramos la vida con todos los tormentos de los esforzados Mártires y Santos. No hago comparación, porque no la hay, con los infinitos merecimientos y tesoros que Jesucristo nos dejó en la Iglesia. Pero ¿qué disculpa o qué descargo tendrán los réprobos, cuando ni de unos ni de otros se aprovecharon? Todo los despreciaron, olvidaron y perdieron. ¿Qué tormento y despecho será el suyo cuando sin remedio conozcan que perdieron para siempre tantos beneficios y tesoros por un deleite momentáneo? Confiesen la justicia y rectitud con que digna y justísimamente son castigados y arrojados de la cara del Señor y de su Madre piadosísima, a quien con temeridad astuta muchos desprecian. Luego que la gran Reina ordenó su testamento, dio gracias al Omnipotente y pidió licencia para hacerle otra petición; y con ella añadió y dijo: Clementísimo Señor mío y Padre de las misericordias, si fuere de Vuestra gloria y beneplácito, desea mi alma que para su tránsito se hallen presentes los Apóstoles, mis señores y ungidos Vuestros, con los otros discípulos, para que oren por mí y con su bendición parta yo de esta vida terrenal, para la eterna.- A esta petición la respondió su Hijo santísimo: Madre mía amantísima, ya vienen mis Apóstoles a Vuestra presencia y los que están cerca llegarán con brevedad, y por los demás que están muy lejos enviaré a mis Ángeles que los traigan; porque mi voluntad es que asistan todos a vuestro glorioso tránsito para consuelo vuestro y el de ellos, en veros partir a mis eternas moradas, y para lo que fuere de mayor gloria mía y vuestra. Este nuevo favor y los demás agradeció María a su Hijo y de rodillas postrada en tierra; vio como las divinas Personas se volvieron al cielo empíreo.- Salió la gran Señora a la puerta del oratorio a recibir al Vicario de Jesucristo , y luego Llegó Pablo, a quien la Reina hizo respectivamente la misma reverencia con iguales demostraciones del gozo que tenía de verle. La Saludaron los Apóstoles como a Madre del mismo Dios, como a su Reina y propia Señora de todo lo creado, pero con no menos dolor que reverencia, porque sabían que venían para su dichoso tránsito. El primero que llegó fue el Apóstol Pedro, porque lo trajo un Ángel desde Roma, donde estaba en aquella ocasión. Diciendo que allí se le Había aparecido el Ángel y le dijo cómo se llegaba cerca el tránsito de María, y que el Señor mandaba que lo acompañase a Jerusalén para hallarse presente. Y dándole el Ángel este aviso lo traslado desde Italia al cenáculo, donde estaba la Reina del mundo retirada en su oratorio.- Más tarde, llegaron los demás Apóstoles y los discípulos que vivían con ellos, de manera que tres días antes de que muriese María, estuvieron todos juntos y reunidos en el Cenáculo, y a todos los recibió María con profunda humildad, reverencia y caricia, pidiendo a cada uno que la bendijese, y todos lo hicieron y la saludaron con admirable veneración; y por orden de la misma Señora, dirigiéndose al Apóstol Juan, fueron todos hospedados y acomodados. Algunos de los apóstoles que fueron traídos por los Ángeles y del fin de su venida los habían ya informado, se fervorizaron con gran ternura en la consideración que les había de faltar su único amparo y consuelo, con que derramaron copiosas lágrimas. Otros lo ignoraban, en especial los discípulos, porque no tuvieron aviso exterior de los Ángeles, sino con inspiraciones interiores e impulso suave y eficaz en que conocieron ser voluntad de Dios que luego viniesen a Jerusalén, como así lo hicieron. 450 |