El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 42ª Sección Ni tampoco conocía siempre las especies y luz de aquella alma beatísima más de la visión clara de la Divinidad. Pero en las demás que tenía de los Misterios de la Iglesia militante, conocía las especies imaginarias de las potencias interiores de Jesucristo Señor nuestro y también conocía cómo dependían de su voluntad santísima y que decretaba y ordenaba todas aquellas obras para tales tiempos, lugares y ocasiones, y conocía por otro modo cómo la voluntad humana del Salvador se conformaba con la Divina y era gobernada por ella en todo cuanto determinaba y disponía. Y toda esta armonía Divina se extendía a mover la voluntad y potencias de la misma Reina y Señora del Cielo y de la Tierra, para que obrase y cooperase con la propia voluntad de su Hijo santísimo y mediante ella, con la Divina, y por este modo había una similitud inefable entre Jesucristo y María, que concurría como coadjutora de la fábrica de la nueva Ley Evangélica y de la Iglesia Cristiana.- Y todos estos o cultísimos sacramentos, se ejecutaban de ordinario en aquel humilde oratorio de María, donde se celebró el mayor de los misterios de la Encarnación del Verbo Divino en su virginal tálamo; que si bien era tan estrecho y pobre, que sólo consistía en unas paredes desnudas y muy angostas, pero ocupo en él, toda la grandeza infinita del que es inmenso y de él salió todo lo que ha dado y da la majestad y deidad que hoy tienen todos los Templos ricos de la redondez y sus innumerables Santuarios.- En esta sancta sanctorum oraba de ordinario el sumo sacerdote de la nueva Ley de Jesucristo Señor nuestro, y su continua oración se conducía en hacer al Padre fervorosas peticiones por los hombres y conferir con su Madre todas las obras de la redención y los ricos dones y tesoros de gracia que prevenía para dejarlos en el Nuevo Testamento, a los hijos de la luz y de la nueva Iglesia Evangélica Cristiana, vinculados en ella. María, pedía muchas veces al Eterno Padre, que los pecados de los hombres y su durísima ingratitud no fuesen causa para impedirles la redención; y como Jesucristo tuvo siempre igualmente en su ciencia previstas y presentes las culpas del linaje humano y la condenación de tantas almas ingratas a este beneficio, el saber el Verbo humanizado que había de morir por ellos, le puso siempre a Jesús, en grande agonía y le obligó muchas veces a sudar sangre.- Y aunque los Evangelistas hacen mención de sola una vez antes de la pasión cuando se encontraba orando en el huerto. Fue decretado este ocultamiento por la propia y Divina Trinidad, para que no escribieran todos los sucesos de su vida, ni la de su Madre María, hasta llegado el tiempo para darlo a conocer. Es sin duda que este sudor, lo tuvo muchas veces y lo vio su Madre María.- Jesús ora por la Humanidad.- La postura con que oraba nuestro bien y Maestro Jesús, era algunas veces arrodillado, otras postrado y en forma de cruz, otras en el aire en la misma postura, que amaba mucho; y solía decir orando y en presencia de su Madre: Oh cruz dichosísima ¿cuándo me hallaré en tus brazos y tú recibirás los míos, para que en ti clavados estén patentes para recibir a todos los pecadores? Pero si bajé del Cielo para llamarlos al camino de mi imitación y participación, siempre están abiertos para abrazarlos y enriquecerlos a todos. Venid, pues, todos los que estáis ciegos, a la luz; venid, pobres, a los tesoros de mi gracia; venid, párvulos, a las caricias y regalos de vuestro Padre verdadero; venir, afligidos y fatigados, que yo os aliviaré y refrigeraré.- 206 Venid, justos, que sois mi posesión y herencia; venid, todos los hijos de Adán, que a todos os llamo. Yo soy el camino, la verdad y la vida y a nadie se la negaré si la queréis recibir. Eterno Padre mío, hechuras son de vuestra mano, no los despreciéis, que yo me ofrezco por ellos a la muerte de la cruz, para entregarlos justificados y libres, si ellos lo admiten, y restituidos al gremio de vuestros electos y Reino Celestial, donde sea vuestro nombre glorificado.- En todo este oratorio, se hallaba presente la piadosa Madre y en la pureza de su alma, como en cristal sin mancha, reverberaba la luz de su Unigénito y como eco de sus voces interiores y exteriores las repetía y María las imitaba en todo, acompañándole en las oraciones y peticiones y en la misma postura que las hacía el Salvador. Y cuando la gran Señora le vio por primera vez sudar sangre, quedó, como la amorosa madre, traspasado el corazón de dolor, con admiración del efecto que causaban en Jesucristo, los pecados de los hombres y su desagradecimiento. Prevenida María, por el mismo Señor que todo lo conocía, la Divina Madre; y con la dolorosa angustia convertida a los mortales decía:.- ¡Oh hijos de los hombres, qué poco entendéis cuánto estima el Creador en vosotros su imagen y semejanza, pues en precio de vuestro rescate ofrece su misma sangre y os aprecia más, y la derrama por la humanidad! ¡Oh quién tuviera vuestra voluntad en la mía, para reduciros a su amor y obediencia! Benditos sean de su diestra los justos y agradecidos, que han de ser hijos fieles de su Padre. Sean llenos de su luz y de los tesoros de su gracia los que han de corresponder los deseos ardientes de mi Señor, para darles su salud eterna. ¡Oh quién fuera esclava humilde de los hijos de Adán, para obligarlos, con servirlos, a que pusieran término a sus culpas y al propio daño! Señor y Dueño mío, vida y lumbre de mi alma, ¿quién es de corazón tan duro y villano, tan enemigo de sí mismo, que no se reconoce obligado y preso de vuestros beneficios? ¿Quién tan ingrato y desconocido, que ignore vuestro amor ardentísimo? ¿Y cómo sufrirá mi corazón por los hombres, tan beneficiados de vuestras manos, sean tan rebeldes y groseros? Oh hijos de Adán, convertid vuestra impiedad inhumana contra mí. Afligidme y despreciadme, con tal que paguéis a mi querido Dueño el amor y reverencia que le debéis a su bondad. Vos, Hijo y Señor mío, sois lumbre de la lumbre, Hijo del Eterno Padre, figura de su sustancia, eterno y tan infinito como Él, igual en la esencia y atributos, por la parte que sois con Él un Dios y una suprema Majestad. Sois escogido entre millares, hermosísimo sobre los hijos de los hombres, santo, inocente y sin defecto alguno; pues, ¿cómo, bien eterno, ignoran los mortales el objeto nobilísimo de su amor, el principio que les dio ser y el fin en que consiste su verdadera felicidad? ¡Oh si diera yo la vida para que todos salieran de su engaño!.- De esta manera, María siempre oraba a su Hijo por toda la humanidad. Otras muchas razones decía con éstas María, en cuya noticia desfallece mi corazón y mi lengua, para explicar los afectos tan ardientes de aquella paloma; y con este amor y profundísima reverencia limpiaba la sangre que sudaba su Hijo. Otras veces le hallaba en diferente y contraria disposición, lleno de gloria y resplandor, transfigurado como después lo estuvo en el monte Tabor, y cuando nació que también lo hizo transfigurado, quedando la materia de la carne anulada, y acompañado de gran multitud de Ángeles en forma humana que le adoraban y con sonoras y dulces voces cantaban himnos y nuevos cánticos de alabanza al Unigénito del Padre hecho hombre.- 207 Y estas músicas celestiales oía María y asistía a ellas otras veces, aunque no estuviese Jesucristo Señor nuestro transfigurado, porque la voluntad Divina ordenaba en algunas ocasiones que la parte sensitiva de la humanidad del Verbo recibiese aquel alivio, como en otras le tenía transfigurado con la redundancia de la gloria del alma que se comunicaba al cuerpo, aunque esto fue pocas veces. Pero cuando María le hallaba y miraba en aquella forma gloriosa, o cuando sentía las músicas de los Ángeles, participaba con tanta abundancia de aquel júbilo y deleite Celestial, que si no fuera su Espíritu tan robusto y no la confortara su mismo Hijo y Señor, desfallecieran todas sus fuerzas naturales; y también los Santos Ángeles la confortaban en los éxtasis del cuerpo que en tales ocasiones María, solía llegar a sentir.- Sucedía muchas veces que, estando su Hijo santísimo en alguna de estas disposiciones de congoja o gozo orando al Eterno Padre y como confiriendo los misterios altísimos de la redención, le respondía la misma persona del Padre, aprobando o concediendo lo que pedía el Hijo para el remedio de los hombres, o representándole a la humanidad santísima los decretos ocultos de la predestinación o permiso de la reprobación y condenación de muchos por el abuso del libre albedrío (Dios quiere que todos se salven y da gracia suficiente a todos.- Pero los que se condenen, que se condenen por su propia culpa, y por el uso que hagan del Libre Albdrío. Hay predestinación a la gloria, pero no hay predestinación antecedente o previa para librase del infierno). Todo esto lo entendía y oía la Reina y Señora del Cielo, humillándose hasta la tierra. Con incomparable temor reverencial adoraba al Todopoderoso y acompañaba a su Unigénito en las oraciones y peticiones y en el agradecimiento que ofrecía al Padre por sus grandes obras y dignación con los hombres, y alababa sus juicios investigables.- Y todos estos secretos y misterios confería la prudentísima María en el consejo de su pecho y los guardaba en el archivo de su dilatado corazón y de todo se servía como de fomento y materia con que encender más y conservar el fuego del Santuario que en su interior ardía; porque ninguno de estos beneficios ni secretos favores que recibía era en ella ocioso y sin fruto, a todos correspondía según el mayor agrado y gusto del Señor, a todo daba el lleno y correspondencia que convenía, para que se lograsen los fines del Altísimo y todas sus obras quedasen conocidas y agradecidas, cuanto de una pura criatura era posible.- María cumple 33 años.- Ha corrido y pasado el tiempo, habiendo cumplido Jesús los dieciocho años, y María cumplir treinta y tres años. y la de treinta y tres años es la edad de su perfección y aumento natural y pertenece al fin de la juventud, como unos dicen, o al principio de ella, como otros cuentan; pero en cualquiera división de las edades es el término de la perfección natural comúnmente treinta y tres años, y en él permanece muy poco porque luego comienza a declinar la naturaleza corruptible, que nunca permanece en un estado, como la luna que llegando al punto de su llenado de luz; comienza la declinación de la edad media adelante, no sólo no crece el cuerpo en la longitud, pero aunque reciba algún aumento en la profundidad y grueso, no es aumento de perfección. Antes suele ser vicio de la naturaleza. Y por esta razón murió Jesucristo cumplida la edad de los treinta y tres años, porque su amor ardentísimo quiso esperar que su cuerpo sagrado llegase al término de su natural perfección y vigor y en todo proporcionado para ofrecer por nosotros su humanidad con todos los dones de la naturaleza y gracia, no porque ésta creciese en él, sino para que le correspondiese la naturaleza y nada le faltase que dar y sacrificar por el linaje humano.- 208 Por esta misma razón, dicen que creó el Altísimo a nuestros primeros padres Adán y Eva en la perfección que tuvieran de la edad, que corresponde a los treinta y tres años; si bien es verdad que en aquella edad primera y segunda del mundo, cuando la vida era más larga, dividiendo las edades de los hombres en seis o siete, o más o menos partes, había de tocar a cada una muchos más años que ahora, cuando después del Rey David a la senectud tocan los setenta años.- María, llego a los treinta y tres años y en el cumplimiento de ellos se halló su virginal cuerpo en la perfección natural tan proporcionada y hermosa, que era de admiración, no sólo de la naturaleza humana, sino de los mismos Espíritus Angélicos. Había crecido en la altura y en la forma de grosura proporcionadamente en todos los miembros, hasta el término de la perfección suma de una humana criatura, y quedó semejante a la humanidad santísima de su Hijo cuando estaba en aquella edad, y en el rostro y color se parecían en extremo, guardando la diferencia de que Jesucristo era perfectísimo varón y su Madre, con proporción, perfectísima de mujer. Y aunque en los demás mortales regularmente comienza desde esta edad la declinación y caída de la natural perfección, porque desfallece algo el húmedo radical y el calor innato, y se desigualan las realidades de nuestro cuerpo terrenal, que suele comenzar a encanecerse el pelo y a caerse, arrugar el rostro, a enfriarse la sangre y debilitar algo las fuerzas y todo el conjunto del cuerpo humano, sin que el conjunto de estas trasformaciones, se pueda detenerle del todo, y comienza a declinar a la senectud y corrupción; pero en María no fue así, porque su admirable composición y vigor se conservaron en aquella perfección y estado que adquirió cumplidos los treinta y tres años, sin retroceder ni desfallecer en ella, y cuando llegó a los setenta años que vivió, María, estaba en la misma entereza que en los de treinta y tres años, y con las mismas fuerzas y disposición del virginal cuerpo, aunque María murió a los setenta años.- Conoció la gran Señora este beneficio y privilegio que le concedía el Altísimo y le dio gracias por él y entendió que era para que siempre se conservase en ella la semejanza de la humanidad de su Hijo santísimo. Aun en esta perfección de la naturaleza, si bien sería con diferencia en la vida; porque el Señor la daría en aquella edad y la divina Señora la tendría más larga, pero siempre con esta correspondencia. José, aunque no era muy viejo, pero cuando la Señora del mundo llegó a los treinta y tres años estaba ya muy quebrantado en las fuerzas del cuerpo, porque los cuidados y peregrinaciones y el continuo trabajo que había tenido para sustentar a su esposa y al Señor del mundo le habían debilitado más que la propia edad; y el mismo Señor, que le quería adelantar en el ejercicio de la paciencia y otras virtudes, dio lugar a que padeciese algunas enfermedades y dolores, que le impedían mucho para el trabajo corporal. Conociendo esto la prudentísima esposa, que siempre le había estimado, querido y servido más que ninguna otra del mundo a su marido, le habló y le dijo: Esposo y señor mío, me hallo muy obligada de vuestra fidelidad y trabajo, desvelo y cuidado que siempre habéis tenido, pues con el sudor de vuestra cara hasta ahora habéis dado alimento a vuestra sierva y a mi Hijo santísimo y Dios verdadero y en esta solicitud habéis gastado vuestras fuerzas y lo mejor de vuestra salud y vida, amparándome y cuidando de la mía; de la mano del Altísimo recibiréis el galardón de tales obras y las bendiciones de dulzura que merecéis. Yo os suplico, señor mío, que descanséis ahora del trabajo, pues ya no lo pueden tolerar vuestras flacas fuerzas. Yo quiero ser agradecida y trabajar ahora para vuestro servicio en lo que el Señor nos diere todavía de vida terrenal.- 209 José deja el trabajo.- Oyó José, las razones de su dulcísima esposa, vertiendo muchísimas lágrimas de humilde agradecimiento y consuelo, y aunque hizo alguna instancia pidiéndola permitiese que continuase siempre con su trabajo, pero al fin se rindió a sus ruegos, obedeciendo a su esposa y Señora del mundo. Y de allí en adelante cesó en el trabajo corporal de sus manos con que ganaba la comida para todos tres, y los instrumentos de su oficio de carpintero los dieron de limosna, para que nada estuviera ocioso y superfluo en aquella casa y familia. Desocupado ya José de este cuidado, se convirtió todo a la contemplación de los misterios que guardaba en depósito y ejercicio de las virtudes, y como en esto fue tan feliz y bienaventurado, estando a la vista y conversación de la Divina Sabiduría humanizada y de la que era Madre de ella, llegó el varón de Dios a tanto colmo de santidad en orden a sí mismo, que después de su Divina esposa, se adelantó a todos y ninguno a él. Y como la misma Señora del Cielo, también su Hijo santísimo, que asistían y servían en sus enfermedades al felicísimo varón, le consolaban y alentaban con tanta puntualidad, no hay términos para manifestar los afectos de humildad, reverencia y amor que este beneficio causaba en el corazón sencillo y agradecido de José; que fue sin duda de admiración y gozo para los Espíritus Angélicos y de sumo agrado y beneplácito al Altísimo.- Tomó por su cuenta la Señora del mundo sustentar desde entonces con su trabajo a su Hijo santísimo y a su esposo José, disponiéndolo así la eterna Sabiduría para el colmo de todo género de virtudes y merecimientos y para ejemplo y confusión de las hijas e hijos de Adán y Eva. Propuso por dechado a esta mujer fuerte, vestida de hermosura y fortaleza, como en aquella edad la tenía, ceñida de valor y reforzar su brazo para extender sus palmas a los pobres, para comprar el campo y plantar la viña con el fruto de sus manos. Confió en ella el corazón de su varón, no sólo de su esposo José, sino el de su Hijo Dios y hombre verdadero, maestro de la pobreza y pobre de los pobres, y no se hallaron frustrados. Comenzó la gran Reina y Señora del Cielo, a trabajar más, hilando y tejiendo lino y lana.- No le faltaran al Señor medios para sustentar la vida humana y la de su Madre y la de José, pues no sólo con el pan se sustenta y vive el hombre, pero con su palabra podía hacerlo, como él mismo lo dijo y también podía milagrosamente traer cada día la comida; pero faltaría al mundo este ejemplar de ver a su Madre, Señora de todo lo creado, trabajar para adquirir la comida, y a la misma Virgen le faltara este premio si no hubiera tenido aquellos merecimientos. Todo lo ordenó el Maestro de nuestra salvación con admirable providencia para gloria de la gran Reina y enseñanza nuestra. La diligencia y cuidado con que prudente acudía a todo, no se puede explicar con palabras. María, trabajaba mucho; y porque guardaba siempre la soledad y retiro, la acudía aquella dichosísima mujer su vecina, y llevaba las labores que hacía María, y le traía lo necesario. Y cuando le decía lo que había de hacer o traer jamás fue imperando, sino rogándola y pidiéndole con suma humildad, explorando primero su voluntad, y para que precediera el saberla le decía si quería o gustaba hacerlo. Su Hijo santísimo y la Divina Madre, no comían carne; su sustento era sólo de pescados, frutas, y yerbas, y esto con admirable templanza y abstinencia. José aderezaba comida de carne, y aunque en todo resplandecía la necesidad y pobreza, suplía uno y otro el aliño y sazón que le daba María, y su fervorosa voluntad y agrado con que lo administraba. María, dormía poco y gran parte de la noche, la gastaba algunas veces en el trabajo y lo permitía el Señor más que cuando estaba en Egipto.- 210 |