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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
20-05-14 06:27 #12050597
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 31ª Sección
En las conversaciones que José y María tenían, José con lágrimas de júbilo decía a María:

¿Es posible, Señora mía, que en vuestros brazos castísimos he de ver a mi Dios y Reparador? ¿Que le adoraré en ellos, le oiré y tocaré, y mis ojos verán su divino rostro, y será el sudor del mío tan bien afortunado que se ha de emplear en su servicio y sustento, que vivirá con nosotros y comeremos a su mesa, le hablaremos y conversaremos? ¿De dónde a mí tan grande dicha que nadie la pudo merecer? ¡Oh, cómo me duele ser tan pobre! ¡Quién tuviera ricos palacios para recibirle y muchos tesoros que ofrecerle! Y maría le respondió: Señor y esposo mío, razón es que vuestro afecto cuidadoso se extienda a todo lo posible en obsequio de su Creador, pero no quiere este gran Dios y Señor nuestro venir al mundo por medio de las riquezas y majestad temporal y ostentosa, porque de ninguna de estas cosas necesita, ni por ellas bajara de los cielos a la tierra.-

Él sólo viene a remediar al mundo y encaminar a los hombres por las sendas rectas de la vida eterna, y esto ha de ser por medio de la humildad y la pobreza, y en ella quiere nacer, vivir y morir, para desterrar de los corazones mortales la pesada codicia y arrogancia que les impide a los mortales su felicidad. Por esto escogió nuestra pobre y humilde casa, y no nos quiere ricos de los bienes aparentes, falaces y transitorios, que son vanidad de vanidades y aflicción de espíritu, oprimen, y oscurecen el entendimiento para conocer y penetrar la luz.
José otras veces la pedía a María, que le enseñase la condición y ser de las virtudes, en especial del amor de Dios, para saber cómo había de proceder con el Altísimo humanizado y para no ser reprobado por siervo inútil e incapaz de servirle.-

En estas practicas María le enseñaba y algunas veces, y otras la lección de las Escrituras Santas, mezclaban con el trabajo corporal, cuando era forzoso acudir a él. Y aunque pudiera aliviar a José la compasión de la amabilísima Señora, que con rara discreción se la mostraba de verle trabajado y cansado, pero a este alivio añadía la doctrina celestial, con cuya atención el santo dichoso trabajaba más con las virtudes que con las manos. Y la mansísima paloma, con prudencia de Virgen sapientísima, le asistía con este divino alimento, declarándole el fruto dichosísimo de los trabajos. Y como en su estimación se juzgaba indigna de que su esposo la sustentase con ellos, con esta consideración estaba siempre humillada, como deudora de aquel sudor de José y recibiéndolo como una gran limosna y liberal favor. Todas estas razones la obligaban, como si fuera la criatura más inútil de la tierra. Y aunque no podía ayudar al esposo en el trabajo de su oficio, porque no era para las fuerzas de mujeres, y mucho menos para la modestia y compostura de la divina Reina, pero con todo eso, en lo que se ajustaba con ella le servía como una humilde criada, ni era posible que su discreta humildad y agradecimiento que a José tenía sufriese menor correspondencia de su pecho nobilísimo.-

Esta era la santidad y perfección que desprendía José en la escuela del cielo que tenía en su casa. Y por esta orden tal vez, porque no les recompensaban su trabajo, venían a estar necesitados y faltarles la comida a su tiempo, hasta que el Señor la proveía. Un día sucedió que pasada la hora ordinaria se hallaron sin tener cosa alguna que comer; y para dar gracias al Señor por este trabajo y esperar que abriese su poderosa mano, estuvieron en oración hasta muy tarde, y en el tiempo, los Ángeles les aprovisionaron de la comida y les pusieron la mesa, algunas frutas, pan blanquísimo y peces, y sobre todo un género de guisado o conserva de admirable suavidad y virtud. Y luego fueron algunos de los Ángeles a llamar a su Reina, y otros a José su esposo. Salieron de sus retiros, y reconociendo el beneficio del cielo, con lágrimas y fervor dieron gracias al Muy Alto, y comieron; y después hicieron grandiosos cánticos de alabanza.-
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Estaba ya muy adelante el divino embarazo de la Madre del eterno Verbo María santísima, y para obrar en todo con plenitud de celestial prudencia, aunque sabía que era preciso prevenir mantillas y lo demás necesario para el deseado parto, nada quiso disponer sin la voluntad y orden del Señor y de su santo esposo, para cumplir en todo con las condiciones de sierva obediente y fidelísima. Aunque en aquello que era oficio sólo de la madre, y madre sola de su Hijo santísimo, en quien ninguna criatura tenía parte, y pudiendo obrar por sí sola, no lo hizo, sino que habló a su esposo José, y le dijo: Señor mío, ya es tiempo de prevenir las cosas necesarias para el nacimiento de mi Hijo santísimo. Y aunque Su Majestad infinita quiere ser tratado como los hijos de los hombres, humillándose a padecer sus penalidades, pero de nuestra parte es razón que en su servicio y obsequio, en el cuidado de su niñez y asistencia mostremos que le reconocemos por nuestro Dios y verdadero Rey y Señor. Si me dais licencia, comenzaré a disponer los fajos y mantillas para recibirle y criarle. Yo tengo una tela, hilada de mi mano que servirá ahora para los primeros paños de lino, y vos, señor, buscaréis otra de lana que sea suave, blanda y de color humilde para las mantillas; que para más adelante yo le haré una túnica inconsútil y tejida, que será a propósito. Y para que acertemos en todo, hagamos especial oración, pidiendo a Su Alteza nos gobierne, encamine y nos manifieste su voluntad divina, de manera que procedamos con su mayor agrado.-

Esposa y Señora mía respondió José, si con la misma sangre del corazón fuera posible servir a mi Señor y Dios y hacer lo que mandáis, yo me tuviera por satisfecho y por dichoso de derramarla con tremendos tormentos, y en falta de esto quisiera tener grandes riquezas y brocados con que serviros en esta ocasión. Disponed lo que fuere conveniente, que en todo quiero obedeceros como vuestro siervo.-
Jesús antes de nacer, habla con sus padres terrenales. Hicieron oración, y a cada uno singularmente respondió el Altísimo con una misma voz, renovando la ciencia y noticia que antes había tenido la soberana Señora muchas veces; porque de nuevo dijo Su Majestad a ella y a su esposo José: Yo he venido del Cielo a la Tierra, para levantar la humildad y humillar la soberbia, para honrar la pobreza y despreciar las riquezas, a deshacer la vanidad y fundar la verdad y a hacer aprecio digno de los trabajos. Y por esto es mi voluntad, que en la humanidad que he recibido me tratéis en lo exterior como si fuera hijo de ambos, y en el interior me reconoceréis por Hijo de mi eterno Padre y verdadero Dios, con la veneración y amor que como a hombre y Dios se me debe.-

Confirmados María y José con esta voz divina en la sabiduría con que habían de proceder en la crianza del niño Dios, confirieron el más alto y perfecto estilo de reverenciarle como a su verdadero Dios infinito que se ha visto en puras criaturas y tratarle juntamente en los ojos del mundo como si fuera hijo de ambos, pues así lo pensarían los hombres y lo quería el mismo Señor. Y este acuerdo y mandato cumplieron con tanta plenitud, que fue admiración del Cielo; Determinaron asimismo, que en la esfera y estado de su pobreza era razón hacer en obsequio del niño Dios cuanto fuese posible, sin exceder ni faltar para que el sacramento del Rey estuviese oculto con el velo de la humilde pobreza y el encendido amor que tenían no quedase frustrado en lo que podían ejecutarle.-

Luego José, buscó dos telas de lana, como la divina esposa había dicho: una blanca y otra de color más morado que pardo, las mayores que pudo hallar, y de ellas cortó María, las primeras mantillas para su Hijo santísimo; y de la tela que ella había hilado y tejido cortó las camisillas y sabanillas en que empañarle. Era esta tela muy delicada, como de tales manos, y la comenzó desde el día en que entró en su casa con José, con intento de llevarla a ofrecer al templo. Y aunque este deseo se conmutó tan mejorado, con todo eso, de la que sobró, hechas las alhajitas del niño Dios, cumplió la ofrenda en el templo de Jerusalén. Todos estos aliños y ropa necesaria para el divino parto los hizo la gran Señora por sus propias manos y los cosió y aderezó estando siempre de rodillas y con lágrimas de incomparable devoción.-
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Previno José flores y yerbas, las que pudo hallar, y otras cosas aromáticas de las que María, como diligente Madre, hizo agua olorosa más que de Ángeles, y rociando los fajos consagrados para el sacrificio que esperaba, los dobló y aliñó y los puso en una caja, la que después llevó consigo misma hacia Belén, donde nacería en una cueva, Jesús de Nazaret.-

Estaba María enterada de todos los misterios de su Hijo y sabía ya las profecías y el cumplimiento de ellas y que el Unigénito del Padre y suyo había de nacer en Belén como peregrino y pobre. Pero nada de todo esto manifestó a José, porque sin orden del Señor no declaraba su secreto. Y lo que no se le mandaba decir, todo lo callaba con admirable prudencia, no obstante el deseo de consolar a su fidelísimo esposo José, porque María se quería dejar a su gobierno y obediencia y no proceder como prudente y sabia consigo misma e ir contra el consejo del Sabio. Trataron luego de lo que debían hacer, porque ya se acercaba el parto de la divina Señora, estando su embarazo tan adelante, y José la dijo a María:

Reina del Cielo y de la Tierra y Señora mía, si no tenéis orden del Altísimo para otra cosa, me parece forzoso que yo vaya a cumplir con este edicto del emperador. Y aunque bastaría ir solo porque a las cabezas de las familias les compete esta labor, no me atreveré a dejaros sin asistir a vuestro servicio, ni yo tampoco viviré sin vuestra presencia, ni tendré un punto de sosiego estando ausente; y es posible que mi corazón se inquiete sin veros. Y para que vayáis conmigo a nuestra ciudad de Belén, donde nos toca esta profesión de la obediencia del emperador, veo que vuestro divino parto está muy cerca, y así por esto como por mi gran pobreza temo poneros en tan evidente riesgo. Si os sucediese el parto en el camino con descomodidad y no poderlo reparar, sería para mí de incomparable desconsuelo. Este cuidado me aflige. Os Suplico, Señora mía, lo presentéis delante el Altísimo y le pidáis oiga mis deseos de no apartarme de vuestra compañía. Obedeció la humilde esposa a lo que ordenaba José, y, aunque no ignoraba la voluntad divina, tampoco quiso omitir esta acción de pura obediencia, y María como súbdita presentó al Señor la voluntad y deseos de su esposo, y la respondió Su Majestad diciendo:

Amiga y paloma mía, obedece a mi siervo José en lo que te ha propuesto y desea. Acompáñale en la jornada. Yo seré contigo y te asistiré con mi paternal amor y protección en los trabajos y tribulaciones que por mí padecerás y, aunque serán muy grandes, te sacará gloriosa de todas mi brazo poderoso. Tus pasos serán hermosos a mis ojos, no temas y camina, porque ésta es mi voluntad. Luego mandó el Señor, a vista de María, a los Ángeles de su guarda, con nueva intimación y precepto que la sirviesen en aquella jornada con especial asistencia y advertido cuidado, según los magníficos y misteriosos sucesos que se le ofrecerían en toda ella. Y sobre los mil ángeles que de ordinario la guardaban, mandó el mismo Señor a otros nueve mil más para que asistiesen a su Reina y Señora del Cielo, y la sirviesen de suerte que la acompañasen todos los diez mil Ángeles juntos, desde el día que comenzase la jornada. Así lo cumplieron todos los Ángeles, como fidelísimos siervos y ministros del Señor, y la sirvieron.-
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Volvió María, con la respuesta a José y le declaró la voluntad del Altísimo de que le obedeciese y acompañase en su jornada hacia Belén. Con que el esposo quedó lleno de nuevo júbilo y consuelo, y reconociendo este gran favor de la mano del Señor, le dio gracias con profundos actos de humildad y reverencia, y hablando a su divina esposa, la dijo: Señora mía, y causa de mi alegría, de mi felicidad y dicha, sólo me resta dolerme en este viaje de los trabajos que en él habéis de padecer, por no tener caudal para vencerlos y llevaros con la comodidad que yo quisiera preveniros para la peregrinación. Pero deudos y conocidos y amigos hallaremos en Belén de nuestra familia, que yo espero nos recibirán con caridad, y allí descansaréis de la molestia del camino, si lo dispone el Altísimo, como yo vuestro siervo lo deseo.-

Era verdad que el esposo José lo prevenía así con su afecto, mas el Señor tenía dispuesto lo que él entonces ignoraba; y porque se le frustraron sus deseos sintió después mayor amargura y dolor. No declaró María a José lo que en el Señor tenía previsto del misterio de su divino parto, aunque sabía no sucedería lo que él pensaba, pero antes bien animándole, le dijo: Esposo y señor mío, yo voy con mucho gusto en vuestra compañía y haremos la jornada como pobres en el nombre del Altísimo, pues no desprecia Su Alteza la misma pobreza, que viene a buscar con tanto amor. Y supuesto será su protección y amparo con nosotros en la necesidad y en el trabajo, pongamos en ella nuestra confianza. Y vos, señor mío, poned por su cuenta todos vuestros cuidados.-

Determinaron luego el día de su partida, y el esposo con diligencia salió por Nazaret a buscar alguna bestezuela en que llevar a la Señora del mundo; y no fácilmente pudo hallarla, por la mucha gente que salía a diferentes ciudades a cumplir con el mismo edicto del emperador. Pero después de muchas diligencias y penoso cuidado halló José una jumenta humilde, que si pudiéramos llamarle dichoso, lo había sido entre todos los animales irracionales, pues no sólo llevó a la Reina de todo lo creado, y en ella al Rey y Señor de los reyes y señores, sino que después más tarde, se halló presente en el nacimiento del niño y dio a su Creador el obsequio que los hombres y mujeres de belén le negaron.-

Previnieron lo necesario para el viaje, y era la recámara de los divinos caminantes con el mismo aparato que llevaron en la primera peregrinación que hicieron a casa de Zacarías, porque sólo llevaban pan y fruta y algunos peces, que era el ordinario manjar y regalo del que usaban para cubrir sus necesidades. Y como la prudentísima María, tenía luz de que tardaría mucho tiempo en volver a su casa, no sólo llevó consigo las mantillas y fajos prevenidos para su divino parto, sino que dispuso las otras cosas con disimulación, de manera que todas estuviesen al intento de los fines del Señor y sucesos que esperaba; y dejaron como encargada de su casa, a quien cuidase de ella mientras volvían. Llegó el día y hora de partir para Belén, y como el fidelísimo y dichoso José trataba ya con nueva y suma reverencia a su soberana esposa, andaba como vigilante y cuidadoso siervo inquiriendo y procurando en qué darla gusto y servirla, y la pidió con grande afecto le advirtiese de todo lo que deseaba y que él ignorase para su agrado, descanso y alivio, y dar beneplácito al Señor que llevaba en su vientre. Agradeció la humilde María estos afectos de su esposo, y remitiéndolos a la gloria y obsequio de su Hijo, le consoló y animó para el trabajo del camino, con asegurarle de nuevo el agrado que tenía Su Majestad de todos sus cuidados, y que recibiesen con igualdad y alegría del corazón las penalidades que como pobres les seguirían en la jornada.-
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Y para darle principio se hincó de rodillas la Emperatriz de las alturas y pidió a José le diese su bendición. Y aunque el varón de Dios se encogió mucho y dificultó el hacerlo por la dignidad de su esposa, pero ella venció en humildad y le obligó a que se la diese. Lo hizo José con gran temor y reverencia, y luego con abundantes lágrimas se postró en tierra y la pidió le ofreciese de nuevo a su Hijo y le alcanzase con su perdón y su divina gracia.-

Con esta preparación partieron de Nazaret hacia Belén, en medio del invierno, que hacían el viaje más penoso y desacomodado. Pero la Madre de la vida, que lo llevaba en su vientre, sólo atendía a sus divinos efectos y recíprocos coloquios, mirándole siempre en su tálamo virginal, imitándole en sus obras y dándole mayor agrado y gloria que todo el resto de las criaturas juntas.-

José y María, partieron de Nazaret para Belén, a los ojos del mundo tan solos como pobres y humildes peregrinos, sin que nadie de los mortales los reputase ni estimase más de lo que con él tienen granjeado la humildad y pobreza. Pero, No caminaban solos, pobres ni despreciados, sino prósperos, abundantes y magníficos: eran el objeto más digno del eterno Padre y de su amor inmenso y lo más estimable de sus ojos, llevaban consigo el tesoro del Cielo y de la misma Divinidad. El Omnipotente no los iba a dejas solos en este viaje, y los veneraban toda la Corte de los Ciudadanos Celestiales y reconocían las criaturas insensibles la viva y verdadera arca del Testamento, mejor que las aguas del Jordán a su figura y sombra cuando corteses se dividieron para hacerle franco el paso a ella y a los que la seguían.-

En este viaje, los acompañaban los diez mil Ángeles, fueron señalados por el mismo Dios para que sirviesen a Su Majestad y a su santísima Madre en toda esta jornada; y estos escuadrones celestiales iban en forma humana visibles solamente para María, más resplandecientes cada uno que otros tantos soles, haciéndola escolta. Fuera de estos diez mil Ángeles asistían otros muchos que bajaban y subían a los cielos, enviados por el Padre Eterno a su Unigénito humanizado y a su Madre, y de ellos volvían con las misivas que eran enviados y despachados. Estos Ángeles hacían de embajadores entre a Sagrada familia y Dios, y utilizaban para ello un Globo resplandeciente y lleno de luz.-

Con este real Globo, oculto a los mortales, caminaban María y José, seguros de que a sus pies no les ofendería la piedra de la tribulación, porque mandó a sus Ángeles el Señor que los llevasen en las manos de su defensa y custodia. Y este mandato cumplían los ministros fidelísimos, sirviendo como vasallos a su gran Reina y Señora del Cielo, con admiración de alabanza y gozo, viendo recopilados en una pura criatura tantos sacramentos juntos.-

Esta jornada de Nazaret hacia Belén, duró cinco días; que por el embarazo de María, ordenó José llevarla muy despacio. Y nunca la soberana Reina conoció noche en este viaje; porque, algunos días que caminaban parte de ella, despedían los Ángeles tan grande resplandor como todas las iluminarías del cielo juntas cuando al mediodía tienen su mayor fuerza en la más clara serenidad. De este beneficio y de la vista de los Ángeles gozaba también José en aquellas horas de las noche; y entonces se formaba un coro Celestial de todos juntos, en que la gran Señora y su esposo alternaban con los soberanos Espíritus admirables cánticos e himnos de alabanza, con que los campos se convertían en nuevos Cielos. Y de la vista y resplandor de sus ministros y vasallos gozó la Reina en todo el viaje, y de dulcísimos coloquios interiores que tenía con ellos.-
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