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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
02-05-14 06:32 #12003300
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 17ª Sección
María, en los tiernos años de su infancia, que ya era manifiesta su capacidad para leer las Escrituras, leía muy de ordinario en ellas; y como estaba llena de sabiduría, confería en su corazón lo que por las Divinas revelaciones sabía con lo que en las Escrituras estaba revelado para todos; y en esta lección y conferencias ocultas hacía peticiones y oraciones continuas y fervorosas por la redención del linaje humano y Encarnación del Verbo divino. Leía más de ordinario las Profecías de Isaías y Jeremías y los Salmos, por estar más expresos y repetidos en estos Profetas los Misterios del Mesías y de la Ley de Gracia; y sobre lo que de ellos entendía y comprendía, preguntaba y proponía cuestiones a los Ángeles que la protegían y que continuamente la acompañaban, pero que solo María podía ver. Y muchas veces del Misterio de la Humanidad del Verbo hablaba con incomparable ternura, y de que había de ser niño, nacer, criarse como los demás hombres y que había de nacer de madre virgen, crecer, padecer y morir por todos los hijos de Adán.-

A estas conferencias y preguntas le respondían sus Ángeles y Serafines, ilustrándola de nuevo, confirmándola y caldeando su ardiente y virginal corazón en nuevas llamas de Divino amor; pero ocultándole siempre su dignidad altísima a la que María pertenecía, aunque ella se ofrecía con humildad profundísima muchas veces por esclava del Señor y de la feliz Madre que había de elegir para nacer en el mundo. Otras veces, preguntando a los Ángeles Santos, decía con admiración: Príncipes y señores míos ¿es posible que el mismo Creador ha de nacer de una criatura y la ha de tener por Madre? ¿Que el Omnipotente e Infinito, el que fabricó los cielos y no cabe en ellos, ha de encerrarse en el vientre de una mujer y se ha de vestir de una breve naturaleza terrena? El que viste de hermosura los elementos, los cielos y a los mismos Ángeles ¿se ha de hacer pasible? ¿Y que ha de haber mujer de nuestra misma naturaleza humana, que sea tan dichosa que pueda llamar Hijo al mismo que de nada la hizo, y que ella se ha de oír llamar Madre del que es increado y creador de todo el universo? ¡Oh milagro inaudito! Si el mismo Autor no le manifestara, ¿cómo podía la capacidad terrenal hacer concepto tan magnífico? ¡Oh maravilla de sus maravillas! ¡Oh felices y bienaventurados los ojos que le vieren y los siglos que le merecieren! A estos afectos y exclamaciones amorosas le respondían los Santos Ángeles, declarándole los sacramentos divinos, fuera de lo que a ella le tocaba y pertenecía.-

Cualquiera de los altos, humildes y encendidos afectos de la niña María eran aquel cabello de la Esposa que hería el corazón de Dios, con tan dulce flecha de amor, que, si no fuera conveniente aguardar la edad competente y oportuna para concebir y parir al Verbo humanizado, no pudiera a nuestro modo de entender contenerse el agrado del Altísimo, sin tomar luego nuestra humanidad en sus entrañas; pero no lo hizo, aunque desde su niñez en la gracia y merecimientos estaba ya capaz, porque se disimulara mejor y ocultara el sacramento de la Encarnación, y la honra de su Madre estuviera también más oculta y más segura, correspondiendo su virginal parto a la edad natural de otras mujeres; y esta dilación entretenía el Señor con los afectos y cánticos agradables y escuchaba atento en su Hija y Esposa, que luego había de ser Madre digna del Eterno Verbo. Y fueron tantos y tan altos los cánticos y salmos que hizo nuestra Reina y Señora del Cielo.-

Para que la Iglesia Evangélica y Cristiana, se manifieste lo que fuese conveniente a la gloria accidental de los Bienaventurados. A más de esto, la Divina dignación condescendió con la voluntad de María, Señora para engrandecer su prudentísima humildad y dejar a los mortales este raro ejemplar en tan excelentes virtudes, que siempre quiso ocultar el sacramento del Rey; y cuando fuera necesario revelarlo, como el obsequio de Su Majestad para beneficio de la Iglesia Cristiana, procediendo María con tan Divina prudencia, que siendo Maestra no dejó de ser siempre humildísima discípula. En su niñez consultaba a los Ángeles y seguía su consejo; después que nació el Verbo Humanizado tuvo a su Unigénito por Maestro y Ejemplar en todas sus acciones; y al fin de sus misterios y subida a los Cielos obedecía la gran Reina y Señora que era de todo el universo, y aprendía de los Apóstoles.-
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Esta fue una de las razones por lo que Juan Evangelista, ocultó es significado real de estos Misterios que escribió de María en el Apocalipsis, los encubrió con tantos enigmas, para que no se pudiesen entender, hasta la hora determinante por Dios, para la revelación de todos ellos en la Iglesia Triunfante, Cristiana y Evangélica.-

Muerte de Joaquín, padre de María.-
El Señor se le aparece a María y la dice: Hermosa eres en tus pensamientos, hija del Príncipe, paloma mía y dilecta mía; yo admito tus deseos agradables a mis ojos y quiero que en su cumplimiento entiendas se llega el tiempo en que, por mí Divina disposición, tu padre Joaquín ha de pasar de la vida mortal para la inmortal y eterna; su muerte será muy breve y luego descansará en paz y será puesto con los Santos en el LIMBO, aguardando en este lugar, hasta la Redención de todo el linaje humano.-

Este aviso del Señor no turbó ni alteró el pecho real de la Princesa del Cielo María; pero como el amor de los hijos a los padres es deuda justa de la misma naturaleza, y en la santísima niña tenía este amor toda su perfección, no se podía excusar el natural dolor de carecer de su padre Joaquín, a quien santamente amaba como hija. Sintió la tierna y dulce niña María este doloroso movimiento compatible con la serenidad de su magnánimo corazón, y obrando en todo con grandeza, dando el punto a la gracia y a la naturaleza, hizo una ferviente oración por su padre Joaquín. Pidió al Señor le mirase como poderoso y Dios verdadero en el tránsito de su dichosa muerte y le defendiese del demonio, singularmente en aquella hora, y le conservase y constituyese en el número de sus electos, pues en su vida había confesado y engrandecido su Santo y admirable Nombre; y para obligar más a Su Majestad, se ofreció la fidelísima hija a padecer por su padre Joaquín todo lo que el Señor le ordenase.-

Aceptó Su Majestad esta petición y consoló a la divina niña, asegurándola que asistiría a su padre como misericordioso y piadoso remunerador de los que le aman y sirven y que le colocaría entre los Patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob; y la previno de nuevo para recibir y padecer otros trabajos. Ocho días antes de la muerte del Patriarca Joaquín tuvo María Santísima otro nuevo aviso del Señor, declarándole el día y hora en que había de morir, como en efecto sucedió, habiendo pasado sólo seis meses después que nuestra Reina entró a vivir en el Templo. Después que María tuvo estos avisos del Señor, pidió a los doce Ángeles que la guardaban, que asistiesen a su padre Joaquín en su enfermedad y le confortasen y consolasen en ella; y así lo hicieron. Y para la última hora de su tránsito envió a todos los de su guarda y pidió al Señor se los manifestase a su padre para que este los pudiera ver para mayor consuelo suyo. Concediendo el Altísimo la petición de María, y en todo confirmó el deseo de su electa, única y perfecta; y el Gran Patriarca y dichoso Joaquín vio a los mil Ángeles Santos que guardaban a su hija María, a cuyas peticiones y votos sobreabundó la gracia del Todopoderoso; y por su mandado dijeron los Ángeles a Joaquín estas razones.-
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Varón de Dios, sea el Altísimo y poderoso tu salud eterna y nos envía de su lugar santo como auxilio necesario y oportuno para tu salida del cuerpo terrenal, como la compañía para alma. María, tu hija, nos envía para asistir contigo en esta hora que has de pagar a tu Creador la deuda de la muerte natural. Ella es fidelísima y poderosa intercesora tuya con el Altísimo, en cuyo nombre y paz, partirás de este mundo consolado y alegre, porque te hizo padre de tan bendita hija. Y aunque Su Majestad incomprensible, por sus ocultos juicios, no te ha manifestado hasta ahora el sacramento y dignidad en que ha de constituir a tu hija, quiere Dios que lo conozcas ahora, para que le magnifiques y alabes y juntes el júbilo de tu espíritu con tal nueva al dolor y tristeza natural de la muerte.-

María, tu hija, es nuestra Reina y Señora del Cielo, es la escogida por el brazo del Omnipotente para que en sus entrañas se vista de carne y forma humana el Verbo Divino de Dios. Ella ha de ser la feliz Madre del Mesías y la bendita entre las mujeres, la superior a todas las criaturas y sólo al mismo Dios será inferior.-

Tu hija dichosísima ha de ser la Reparadora y Medianera de lo que perdió el linaje humano por la primera culpa y el monte alto donde se ha de formar y establecer la nueva ley de gracia; y si dejas ya en el mundo su Restauradora y una hija por quien le prepara Dios el remedio oportuno, parte de él con júbilo, con tu alma, y el Señor te bendice desde Sión, y te constituye entre la parte de los Santos, para que llegues a la vista y gozo de la feliz Jerusalén.-

Cuando los Ángeles Santos hablaron a Joaquín estas palabras, estaba su esposa Ana presente, asistiendo a la cabecera de su lecho, y las oyó y entendió por Divina disposición; y al mismo punto el Patriarca Joaquín perdió el habla y, entrando en la vereda común de toda carne mortal, comenzó a agonizar con una lucha maravillosa entre el júbilo de tan alegre nueva y el dolor propio de la muerte. En este conflicto con las potencias interiores hizo muchos y fervorosos actos de amor divino, de fe, de admiración, de alabanza, de agradecimiento y humillación, y otras virtudes ejercitó heroicamente; y así absorto en el nuevo conocimiento de tan Divino Misterio, llegó al término de la vida natural con la preciosa muerte de los santos.

El Alma de Joaquín, fue llevada por los Ángeles hasta el LIMBO de los Santos Padres y justos; y para nuevo consuelo y luz de la prolija noche con que vivían, ordenó el Altísimo que el Alma de Joaquín fuese el nuevo paraninfo y legado de su gran Majestad, que diese parte a toda aquella congregación de justos que allí lo estaban esperando, cómo amanecía ya el día de la eterna luz y que ya había nacido el alba en María, la hija de Joaquín y de Ana, de quien nacería el Sol de la Divinidad, Jesucristo Reparador de todo el linaje humano. Estas nuevas oyeron los Santos Padres y Justos del LIMBO, y con el júbilo que recibieron, hicieron nuevos cánticos de alabanza al Altísimo.-

Esta feliz muerte del patriarca Joaquín, sucedió al medio año de residencia de su hija María en el templo, teniendo María, cuatro años y medio de edad cuando su padre Joaquín falleció, y su padre tenía la edad de sesenta y ocho años, partidos y divididos en esta forma: de cuarenta y seis años recibió a Ana por esposa, a los veintidós años del matrimonio, tuvieron a María.-

Los Ángeles custodios de María, después de dejar el Alma de Joaquín en el LIMBO, volvieron luego a presencia de María, y la dieron noticia de todo lo sucedido en el tránsito del Alma de su padre; y luego la prudentísima niña solicitó con oraciones el consuelo de su madre Ana, pidiendo al Señor la gobernase y asistiese como padre en la soledad que la dejaba por la falta de su esposo Joaquín.-
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Muerte de Ana, madre de María.-
Dios envía a sus Ángeles para que comuniquen a María, la pronta muerte de Ana, diciéndoselo primero a la maestra de María, para que dándole la noticia, la consolase. Y la maestra, así lo hizo, y la niña sapientísima la oyó con disimulación y agrado, pero con paciencia y modestia de Reina, y que no ignoraba el suceso que la refería su maestra por nuevo. Pero como en todo era perfectísima, se fue luego al Templo repitiendo el sacrificio de alabanza, humildad, paciencia y otras virtudes y oraciones, procediendo siempre con pasos tan acelerados como hermosos en los ojos del Muy Alto. Y para el colmo de estas acciones, como de las demás, pedía a los Ángeles concurriesen con ella y la ayudasen a bendecirle y alabarle.-

Con este nuevo y doloroso aviso se enterneció el corazón de la piadosa hija y, postrándose en la presencia del Altísimo, hizo una fervorosa oración por la buena muerte de su madre Ana, y dijo: Rey de los siglos invisible y eterno, Señor inmortal y poderoso, autor de todo el universo, aunque soy polvo y ceniza y confieso que tendré desobligada a vuestra grandeza, no por eso dejaré de hablar a mi Señor y derramaré mi corazón en su presencia, esperando, Dios mío, que no despreciaréis a la que siempre ha confesado vuestro Santo Nombre. Enviad, Señor mío, en paz a vuestra sierva, que con invicta Fe y con Esperanza cierta ha deseado cumplir vuestro Divino beneplácito. Salga victoriosa y triunfante de sus enemigos al seguro puerto de los Santos Vuestros escogidos; confírmela Vuestro brazo poderoso; asístala en el término de la carrera de nuestra mortalidad la misma diestra que hizo perfectas sus pisadas y descanse, Padre mío, en la paz de Vuestra gracia y amistad la que siempre la procuró con verdadero corazón.-

No respondió el Señor de palabra a esta petición de su amada, pero la respuesta fue un admirable favor que hizo a ella y a su Madre Ana.-

Mandó Su Majestad aquella noche, que los Ángeles de María la llevasen personalmente a la presencia de su madre enferma y que en su lugar quedase sustituto uno de ellos, tomando cuerpo aéreo de su misma forma, para que no se notase la falta de María en el templo.-

Obedecieron los Ángeles al Divino mandato y llevaron a su Reina y Señora del Cielo a la casa y aposento de su madre Ana. Y hallándose María en la presencia de su Madre Ana, la dijo besándole la mano: Madre mía y mi Señora, sea el Altísimo vuestra luz y fortaleza y sea bendito, pues no ha querido su dignación que yo, pobre y necesitada, quedase sin el beneficio de vuestra última bendición; recíbala yo, madre mía, de vuestra mano.- Ana le dio su bendición, y con íntimo afecto dio al Señor las gracias por aquel beneficio, como quien conocía el sacramento de su hija, que era la Reina y Señora del Cielo, a la cual también agradeció el amor que en tal ocasión había manifestado.-

Luego María, confortó y animó para el trance de la muerte a su Madre Ana; y entre otras muchas razones de incomparable consuelo, le dijo éstas: Madre y querida de mi alma, necesario es que por la puerta de la muerte pasemos a la eterna vida que esperamos; amargo es y penoso el tránsito, pero fructuoso; porque se admite por el Divino beneplácito y es principio de la seguridad y sosiego y satisface asimismo por las negligencias y defectos de no haber empleado tan ajustadamente la vida como debe la criatura. Recibid, madre mía, la muerte y pagad con ella la común deuda con alegría de espíritu y partid segura a la compañía de los Santos Patriarcas, Profetas, Justos y Amigos de Dios, nuestros padres, donde con ellos esperaréis la Redención que nos enviará el Altísimo por medio de su salud y nuestro Salvador; la seguridad de esta esperanza será el alivio, mientras llega la posesión del bien que todos esperamos.
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Ana respondió a su Hija con el recíproco amor y consuelo digno de tal madre y tal hija en aquella ocasión, y con maternal caricia la dijo: María, hija mía querida, cumplid ahora con esta obligación, no me he olvidado en la presencia de nuestro Señor Dios y Creador, representándole mi necesidad de su Divina protección en esta hora; advertid lo que debéis a quien os concibió y tuvo en sus entrañas nueve meses y después sustentó en mis pechos y siempre os tiene en el corazón. Pedid, hija mía, al Señor, que extienda la mano de sus misericordias infinitas sobre esta inútil criatura que salió de ellas, y venga sobre mí su bendición en esta hora la de mi muerte, pues ahora y siempre he puesto mi confianza toda en solo su Santo Nombre, y no me desamparéis, amada mía, antes que cerréis mis ojos. Huérfana quedáis y sin amparo de los hombres, pero en la protección del Altísimo viviréis y esperaréis en sus misericordias antiguas. Caminad, hija de mi corazón, por el camino de las justificaciones del Señor y pedid a Su Majestad gobierne vuestros afectos y potencias y sea el maestro que os enseñe su Santa Ley.-

No salgáis del Templo antes de tomar estado, y éste sea con el sano consejo de los Sacerdotes del Señor y habiendo pedido continuamente a Dios que lo disponga de su mano; y si fuere su voluntad daros esposo, sea de Judá y de linaje de David. De la hacienda de vuestro padre Joaquín y la mía, que os pertenece, repartiréis con los pobres, con quienes seréis larga y caritativa. Guardaréis vuestro secreto en lo escondido de vuestro pecho y continuamente pediréis al Omnipotente quiera su misericordia enviar al mundo su salud y redención por el Mesías prometido. Ruego y suplico a su bondad infinita que sea vuestro amparo y venga sobre vos su bendición con la mía.-

Entre tan altos y divinos coloquios la dichosa madre Ana sintió las últimas congojas de la muerte, o de la vida, y reclinada en el trono de la gracia que eran los brazos de su Hija María Ana entregó su alma purísima a su Creador. Y habiéndole cerrado los ojos, como lo pidió a su hija, dejando el sagrado cuerpo de su madre Ana compuesto.-

Devolvieron los Ángeles a su Reina María a su lugar en el Templo. No impidió el Altísimo la fuerza del natural amor para que la divina Señora no sintiera con gran ternura y dolor la muerte de su feliz madre y con ella su propia soledad sin tal amparo. Pero estos movimientos dolorosos fueron en nuestra Reina y Señora del Cielo, perfectísimos, gobernados y regulados por la gracia de su inocente pureza y de su prudentísima inocencia; y con ella alabó al Muy Alto por las misericordias infinitas que en su Madre Ana, había mostrado en su vida y muerte; y siempre se continuaban las querellas dulces y amorosas de tener oculto al Señor.-

Mas no pudo saber la hija todo el consuelo de su dichosa madre en tenerla presente a su muerte, porque ignoraba la hija su propia dignidad y sacramento que si conocía la madre, la cual guardó siempre este secreto, como el Altísimo se lo había mandado Pero hallándose a su cabecera la que era lumbre de sus ojos, y la había de ser de todo el universo, y expirando en sus manos, no pudo desear más en su vida mortal, para darle fin más dichoso que todos los mortales hasta ella.
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