Villaescusa de Haro - Cuenca

ERAN TARDES CUALESQUIERA

Recuerdo aquellas tardes. Eran tardes cualesquiera, tardes de aquellas largas , grises y frías. Tardes villaescuseras.
Nos sentábamos alrededor de aquella mesa camilla de faldas verdes, bajo la cual se sentía el calor de la estufa de butano en las piernas. No llovía, pero podía hacerlo de un momento a otro. No se oía a nadie por la calle.
Mi padre leía y dormitaba en un extremo del sofá. Se cubría un poco las piernas con las faldas de la mesa.
Mi madre estaba al otro lado del sofá tejiendo un jersey de lana. Suspiraba de vez en cuando.
- ¡Ay , señor!...
Y seguía con un tintineo de agujas regular y acompasado.
- ¿No tienes nada qué hacer?- me decía- Hay por ahí unas servilletas a las que podrías hacerles unos picos...
- Ya voy, ya voy...-contestaba sin ganas. Seguía sin moverme, con tedio, abulia, pereza, gusto por el calorcillo de la estufa en mis piernas llenas de cabrillas...
¡Plaf!, ¡Plaf!...Sonaba de repente el llamador de la puerta de la calle.
- ¡Copote, qué susto!- mi padre se levantaba con parsimonia a abrir. Un chorro de aire frío entraba, contrastando con el calor que se sentía bajo de las faldas de la mesa.
La hermana Enriqueta entraba en la sala de estar como tantas y tantas tardes a “echar la charlaílla” y matar un poco el tiempo.
- ¡Uy, Dios mío, qué tiempo más malo! Aquí estáis bien ¿eh?. Se nota el calorcillo al entrar. Juan, estabas sentado aquí?- decía tomando asiento en el sillón de al lado de mi padre.
- Siéntate donde quieras, yo me voy a dar una vueltecilla .
Él no era aficionado a quedarse en la charla de las mujeres. No oía bien ni le divertía. Era hombre de pocas palabras. Dejaba “las monsergas” para ellas, que sí les gustaba darle a la lengua y remover a Roma con Santiago.
- ¿Y qué mal le hacemos a nadie -solía decir mi madre- si no contamos ninguna mentira y sólo hablamos de nosotras?

- ¡Ay, chicas –decía la hermana Enriqueta- no creáis que tenía muchas ganas de salir, la verdad, con la tarde que hace..., pero es que si no, se hace la tarde más larga que un día sin pan!...
Yo me emperezaba y me encogía cada vez más, en un estado de semiinconsciencia, que permitía que ellas dos me ignoraran y hablaran de sus cosas , en un tono pausado y ronroneante, gustoso y cálido, a pesar de la dureza de los recuerdos.
- ¿Te has enterado que se ha casado la Mercedes?
- ¿Ah, sí?, ni me había enterado de que tenía novio...tú fíjate cómo han cambiado los tiempos, yo que estuve once años de novia...
- ¡Pues anda que lo mío!...Ni acordarme quiero...
- ¿Y vernos con ellos? Ahora la gente joven se ve cuando quiere y como quiere...Antes te venían a rondar a la ventana, y... ¡cuidado que no te pillaran, que si no ni eso!...Y encima la guerra...Estuve tres años sin verlo...Tú fíjate, ¡si aprendí a leer con las cartas que me mandaba!...Menuda vergüenza que me las leyera nadie...
- ¡Ea!...Y luego cuando te casabas...¿qué llevábamos? Cuatro mengajos y apáñate como puedas...Ahora si no tienen todo preparado y bien montado no se casan.
- ¡Pero se juntan!, sobre todo en la capital. ¡Menuda diferencia!...
- ¡Bah! Pues yo no lo veo mal, nuestros tiempos fueron muy malos. Se pasaba mucho...¡Hacen bien, qué leche!...
- ¿Te acuerdas cuando nos pasábamos el año cosiendo los trajes de los chicos para el Cristo?
- ¡Hombre, ese día de estreno todo el mundo!...Yo llevaba a mis dos chicas más hermosas que dos soles!...Daba gusto verlas. ¡Llamaban la atención!...
- ¡Cuánto hemos pasado para salir adelante!, pero no nos podemos quejar, nuestros hijos son buenos, y se saben ganar la vida...
- Ya, pero,¿cuántos se quedan aquí?- bueno, tú al menos tienes aquí a tres... pero yo, ¡tanto pasar, y estamos más solos que la una!
- ¡Ea! Así es la vida. Aquí no hay futuro y se tienen que ir fuera...

Me gustaba escucharlas. De la hermana Enriqueta me llamaban mucho la atención sus ojos (eran preciosos) y su forma de contar las cosas. De mi madre, admiraba su valentía ante todo lo que le había sucedido en la vida , a pesar de su falta de salud. A veces mencionaban a gente que yo no conocía, y contaban generalmente de todos, lo mucho que habían pasado para salir adelante. Recuerdo especialmente la historia de una mujer que tuvo once hijos, pero como tenía que llevárselos al campo para seguir trabajando, se le morían en el hato y sólo le quedaron dos. Otra mujer, que no se volvió a acostar más en la cama desde que murió su marido y decían que se pasaba las noches en vela...
Yo a veces intervenía diciéndoles que parecían “la alegría de huerta” siempre recordando cosas tan tristes...
- Ascensión, ¿de verdad hemos vivido tan mal?, a lo mejor la chica tiene razón y no es para tanto...
- Mujer, vivíamos mal en comparación a ahora, pero igual no nos dábamos ni cuenta...
- Bueno también teníamos ratos buenos, ¿te acuerdas de cuándo íbamos a amasar pan al horno? Aquello era una fiesta...Y hacíamos rolletes y galletas...
- ¿Y los bailes? Mejor que los de ahora, que sólo hacen ruido .
- ¿Y las romerías de San Isidro? ¿Y los mayos? ¿Y la noche de San Juan con las moragas?
- Eso sí que eran fiestas...

Tenían recuerdos buenos también, sencillos, pero buenos. Y muchas historias que contar, para que con los recuerdos , las tardes pasaran ligeras, y mis oídos curiosos las oyeran para que esos recuerdos, ahora, llenen tardes largas, grises y frías.
Tardes cualesquiera.

No estáis presentes, pero estáis conmigo. Hasta siempre, compañeras.

Muy buena, como siempre. Enhorabuena