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Villaescusa de Haro - Cuenca

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España > Cuenca > Villaescusa de Haro
22-01-08 20:25 #652316
Por:Luz gonzalez

historias de la vida cotidiana. La maestra

La señorita Tere, o doña Maria Teresa (o la Tere de Bernardino, para entendernos) era la maestra de las mayores. Don Paco, su marido, el maestro de los chicos. Para los pequeños había otros, un maestro para los chicos y una maestra para las chicas, los párvulos estaban todos juntos, niños y niñas y casi siempre era una mujer la que les daba clase.
La señorita Tere, la maestra de mayores, aunque fuera tan seria era mi preferida, a lo mejor porque yo también era la preferida de ella. Pero entonces no lo sabía, creía que quería más a mi amiga Trini.
Todos los días por la mañana nos pedía la lección. Nos levantábamos de nuestros sitios y contestábamos a las preguntas que nos hacía. Si no la sabías pasabas al último puesto, de tal manera que la que más estudiaba, o mejor dicho, la que siempre se sabía las preguntas estaba la primera y la que no contestaba nunca porque o se las sabía se quedaba la última. Luego decían que es que la maestra les tenía manía.
Por la tarde dábamos Historia, Economía doméstica o Formación del Espíritu Nacional. Después cosíamos. O mejor dicho, cosían. Yo siempre me ofrecía para leer en voz alta porque era costumbre que una lo hiciera mientras las otras aprendían a hacer labores.
A mí se me daban muy mal. Luego, cuando había que presentar el trapo con la vainica, los bodoques y los ojales hechos le pedía a mi tía Salomé que me los hiciera. Aunque no engañaba a nadie. La maestra sabía que yo era incapaz de hacer esas cosas tan bien hechas pero me ponía un aprobado.
Las que mejor cosían eran las compañeras que tenía detrás: la Vale y la Sabina. Seguro que hoy sus hijas están como yo: sin saber coger una aguja. Según mi amiga Carmen Lidia es que yo me adelanté a los tiempos. Ella era de las que cosía muy bien, tenía el trapo de las labores sin una mancha siquiera. No como el mío que parecía una rodilla del fregadero.
Recuerdo algunas de las lecturas que hacíamos. Luego critican a las escuelas rurales pero allí leíamos libros clásicos de la literatura universal. “El Libro de la Selva”, por ejemplo. Las chicas de la escuela sabíamos quién era Mogli y Bahira mucho antes de que se hicieran tan populares por la televisión. Y sabíamos quién era Ruydard Kipling, algo que a lo mejor muchos chicos de ahora no saben.
También leíamos poemas de Quevedo y de Góngora, romances y cantares de gesta. El Poema de Mio Cid nos lo sabíamos muy bien. Además, en Belmonte, se estaba rodando la película del Cid. Todas las mañanas cuando salíamos para la escuela podíamos ver a los hombres del pueblo que se dirigían a su nuevo trabajo de extras de cine. Iban andando por el camino que sale de la Fuente vestidos de guerreros, unos de moros y otros de cristianos, con la cabeza y el cuerpo cubiertos con las mallas de hierro; lorigas, adargas, calzas, petos y espaldares puestos; escudos, cascos y espadas colgando de las mulas arreadas como si fueran caballos de la Edad Media dispuestos para la batalla. Veíamos la literatura en vivo y en directo. Por mi calle pasaban las huestes del Cid cada mañana y cada tarde. Algunas más afortunadas, como mi amiga Trini, las tenían en su casa. Su padre, Dionisio, trabajaba de extra en la película. Para que no tuviera envidia mi padre me decía que él también tenía un papel, pero que no se traía el traje a casa para no estropearlo. El caso es que me tenía que conformar con jugar con el de Dionisio.
Teníamos un libro de lectura que se llamaba “Floresta”. Tenía leyendas de Bécquer, una selección de sus Rimas, la canción del Pirata de Espronceda que casi todos los chicos nos sabíamos de memoria y villancicos, que no eran los de Navidad, de Lope de Vega y de otros autores españoles.
También leíamos otro libro del que aprendíamos geografía y que me gustaba mucho. Se trataba de dos amigos. Uno de ellos era falangista y tenía muchas virtudes. El otro era más pequeño y aprendía a ser un buen camarada. Viajaban por San Sebastián y por Bilbao y describían como era el paisaje por esas tierras por las que pasaban: el clima las costumbres que tenían, etc. Pero esto debió ser en la escuela de pequeños, o con otra maestra que no fuera Maria Teresa porque le he preguntado por el título y no recuerda que lo hayamos leído con ella.
Lo que si recuerda es habernos hablado del mar y de las mareas. Algo que para mí sigue siendo un misterio. Eso de que las aguas del mar suban por la noche atraídas por la luna y que bajen por la mañana no deja de sorprenderme. La maestra nos explicó que un verano estaba en la playa en Galicia y se olvidó las zapatillas. Al día siguiente no estaban porque se las había llevado la marea.
- ¿Qué es la marea? - le preguntamos.
- Las mareas son los movimientos del mar. Las aguas que suben por influjo de la luna.
Se me quedó fijado en la memoria. Debe ser verdad que la infancia determina lo que será nuestra vida después. Aquellas cosas que aprendí en la escuela despertaron mi curiosidad y mi atracción por los misterios de la luna. Luego cuando fui mayor escribí una novela con ese título “Bajo el influjo cambiante de la luna”. Algún día la publicaré y se la dedicaré a mi maestra María Teresa (a la señorita Tere como la llamábamos entonces).

Puntos:
22-01-08 22:03 #652606 -> 652316
Por:la ultima

RE: historias de la vida cotidiana. La maestra
como siempre, me has hecho pasar un rato genial, mil gracias
Puntos:

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