Santiago del Campo - Caceres

EL PASADO QUE VUELVE.
Una cálida tarde de verano. Allá al principio de los 70. Cuando la luz del atardecer se difuminaba en una lenta despedida. Con cierta desgana y apatía. Miraba los peldaños que me separaban de la puertas giratorias que daban acceso al hospital, donde me tocaba entrar de guardia. La Jiménez Díaz. Hasta las ocho del siguiente. Era algo poco alagüeno encerrarte ahí cuando los habitantes de Madrid salían a la calle a disfrutar del atardecer veraniego a charlar con los amigos en una terraza ante una mesa con una jarra de cerveza fresca. Yo me encontraba en un momento 'dulce'; un trabajo y una esposa con dos hijos pequeños me esperaban a la vuelta a casa.
Mientras intentaba subir los peldaños. Un matrimonio se despedía ante la puerta. Les acompañaban dos hijos de corta edad. Al padre le conocí al momento. Ingresado en mi planta.
Había cruzado algunas frases cuando deambulaba por el pasillo. Creo que le iban a intervenir al
día siguiente. Este sería el motivo de que la madre estuviese a esa hora allí con los pequeños.
El diagnostico, que él se temía, -aunque creo prefería ignorar,- eran unos nódulos en el sistema linfático. Ya filiado y no muy buen pronostico, creo recordar.
Y esta estampa familiar, me indujo a unos negros recuerdos. Con el adiós a su padre que ignoraban a esa edad las consecuencias que acarrearía a sus vidas. La madre al bajar al nivel del suelo junto a sus pequeños. Se despedían de su marido con gestos, del padre de sus hijos. A mi me impactó la escena que contemplé esa tarde noche. Lo normal es que los sanitarios aceptemos la muerte como el final a nuestra existencia a una edad respetable. Otra cosa son esos contados casos que intentas pasar página, que no puedan afectar tu vida normal, por que te hieren el alma.
No es para menos. Mi vida había sido una historia paralela, con mi padre. Un día me llevó mi
tio al hospital de Cáceres, donde había sido ingresado. Contaría yo poco más de cuatro años
y el familiar me llevó a lomos de una yegua, hasta allí. Yo a esa edad solo intuía que algo malo
pasaba. Mi padre se levantó para estar con migo; sus compañeros me ofrecieron algún un dulce... lo recuerdo todo. A no tardar mucho, fue enviado a morir a casa. Es lo que puedo contar ya como huérfano. Con dos hermanas más pequeñas. En un tiempo de escasez y hambruna me supondría un tremendo trauma con el que tuve que lidiar. Mi recurso ante tal desamparo, de hambre y frio. Sorber mis lágrimas, hasta que pude valerme sólo. Comprendo que me afectara la escena de esa despedida: esa tarde noche de esta familia, a la puerta del hospital. Este chico sería trasladado a otro departamento e ignoro como terminó. Mejor la duda.

En un hospital también ocurren cosas chuscas de todo tipo. Ya al final de los 60; el trafico se tornó peligroso. Había más coches y en mi paso por las urgencias, era casi distraído, sin querer ser irrespetuoso. Aquellos coches tan frágiles, sin cinturón de seguridad aún. Los conductores noveles, un poco de kaos si había. Eran dos compañeros de trabajo, él y ella. Un pinchazo en la noche por la carretera de la Coruña (de ahí nos llegaban todos los tráficos) otro que viene y se lo lleva por delante. Grave, a la UCI. Se acabó lo que prometía ser una aventura. A la compañera le piden datos. “No yo no soy familia” Bien avisar entonces... Llega la legitima. Cambian impresiones como dos personas maduras y responsables. Pasado un tiempo ya con todos los datos tomados. No pueden estar acompañando al accidentado en ese lugar.
Ambas toman el pasillo en paralelo, charlando amigablemente y se van. El accidentado después de una larga estancia en UCI muere por un traumatismo cerebral.

Otra persona nos ingresa ya cadáver. Lleva una postal de puño y letra. Un banquero que le invita
a su casa en Puerta de Hierro. Y una tarjeta en el que consta como 'Very Importan Persom'. Al hacceder a la carretera de la Coruña; otro se lo llevó por delante. El personaje, un hombre de edad media, fuerte y de buena presencia. Lo bajamos a las cámaras. Al enterarse los conocidos querían verlo a toda costa, algo poco frecuente. Alguno sería el juez de guardia. No dejaban de desfilar,con el mismo propósito. Uno de ellos después de abrir la bandeja y contemplarlo pausadamente, dirigiéndose a mi, me pregunta; ¿sabe quien es este señor? “Ni idea...”
¡Un nieto de la Emperatriz Sissi, de el Imperio Austro Úngaro.! Emilio Rey. Junio 2020