Morcín - Asturias

Después de esas 48 horas, que resultaron unas pocas más, de la muerte anunciada de Suárez, nos llegó la noticia del fatal desenlace de su penosa enfermedad.
Tras el alarde propagandístico de su hijo anunciándonos lo que iba a pasar, que bien podía haber quedado en la intimidad familiar, se multiplicaron los “botafumeiristas” engrandeciendo las virtudes del primer presidente de esa transición que hizo iguales a torturados y torturadores, a represores y a quienes luchaban por la libertad, a fascistas y a demócratas.
Como los méritos de Suárez fueron y están siendo profusamente aireados, yo sólo quiero aquí compararlos con los deméritos de los que vinieron después.
Suárez evolucionó desde posiciones netamente franquistas hacía la democracia, siquiera formal, y cambió la chaquetilla blanca del Movimiento Nacional por el traje normal de calle. Mientras fue presidente no se le conocieron, ni tuvo a su alrededor, negocios turbios para enriquecerse o enriquecer a los suyos, y una vez que dejó de serlo llevó una vida sin estridencias.
Otros, pasaron de planteamientos de izquierdas a posturas más acomodaticias, cambiaron la chaqueta de pana por los trajes de Ermenegildo Zegna, sustituyeron el Seat por el Mercedes o el Audi de lujo, se mudaron de un piso normal a un chalet en urbanización lujosa, se desviaron de la tan cacareada honradez para entrar en la cueva de Alí Babá, y abandonaron el encendido discurso hablando de “descamisaos” para dedicarse a dar conferencias pagadas a precios de mareo en los foros más escogidos para los más adinerados.
Puede que Suárez no haya sido tan bueno como machaconamente nos dicen estos días, y que se haya beneficiado de ese “detrás vendrá quien buenu me fadrá”.