Villalba de Guardo - Palencia

Y CANTO EL GALLO

Corren aires de guerra civil por España entre los partidarios del Infante Don Carlos y los de la reina Isabel. Guerra llamada carlista.
Por toda España se van persiguiendo después de largos meses y escaramuzas y parece que cuando en el resto de la patria aprieta el calor, con la llegada del verano se vienen a pelear al norte. A primeros de agosto, una división expedicionaria carlista al mando del mariscal Miguel Gómez llega a León.
La columna de Espartero, defensor de la reina, le viene siguiendo con poca diferencia y por otros caminos paralelos. La batalla y lugar de encuentro tendrá lugar en el puerto del Tarna y habrá varios muertos según consta en las crónicas de dicha guerra.
En el camino de León a Guardo y una vez pasado Gradeces se desvían para coger el Camino Ancho.
En el alto de Tosorrebollo, el punto más alto de Villalba (1155 metros) se paran a descansar. Allí ponen y dejan una bandera al marcharse, sin saber con qué intención y a partir de ese momento, a dicho punto se le conoce por “El alto de la bandera”. Como lo recuerdan aún, muchos mayores del pueblo como Agustín y otros.
Desde dicho alto se domina todo el páramo al sur en una extensión hasta donde alcanza la vista y más allá.
Debía de subir la columna de Espartero de Saldaña a Guardo por la margen izquierda del rio o páramo del “Alto” y parte de ella o una avanzadilla llegó a Villalba el día 7 u 8 de agosto y hacen noche.
Las gentes del pueblo están en plenas faenas de siega, trilla y recolección de cereal.
Agosto se deja sentir con sus calores y serenas noches que sirven para reponer fuerzas.
Los que habían venido de segar en Tierras Nuevas ayer, ya trajeron la noticia de la bandera en Tosorrebollo y por todo el pueblo se había corrido la voz.
Los que vienen del Alto ya han visto la llegada de la tropa que al caer de la tarde, han enfilado la Varga Honda para bajar al pueblo.
Deslumbra, y les deja admirados, la vestimenta de la tropa tan vistosa y lucida, y, sobre todo, el caballo enjaezado del capitán, los tambores y todo lo que les acompaña.
El pueblo está inmerso en las tareas del campo y todos los espacios libres y eriales están llenos de cinas trillas, montones de paja y enseres para dichas faenas. Son pocos los espacios libres, por no decir ninguno.
Pero hay un lugar adecuado e ideal para la tropa; “El Corralón”, además, solo tiene dos accesos y espacio suficiente por lo que el capitán decide acampar allí a pasar la noche. A la caballería que les acompaña se la baja al rio a abrevar y desde aquel instante la curiosidad, sobre todo de los niños, fue creciente.
Nunca el pueblo había visto, que se supiese soldados uniformados y nunca los volvería a ver hasta 100 años más tarde y de forma trágica, en la revuelta del 34 de los mineros de Guardo.
Aquel día, la vida del pueblo se vio alterada hasta que el alcalde anunció que sólo pasarían la noche y en la mañana emprenderían camino hacia el norte de nuevo.
Antes de que la noche se echase encima, todo el pueblo había pasado por el Corralón. Antes de irse a la cama había que pasar para fisgar un poco.
Aquella noche, el toque de silencio de la corneta militar rasgo el aire sereno e invitó a todos a recogerse en sus casas.
Las fiestas del pueblo estaban muy próximas, apenas a siete días para Nuestra Señora y en cada casa se habían ido alimentando y cebando a algunos animales para el banquete de ese día, sobre todo, corderos, pollos y capones. Todas las casas del pueblo tenían, según su riqueza y familia, varios animales para su sustento, explotación y celebraciones. En cada casa no faltaban las gallinas y gallos, conejos, vacas, ovejas, etc, y la casa de tía Anastasia no era la excepción.
Tia Anastasia vivía en el Corralón y dentro de su gallinero en la fachada norte había un gallo “pedrés” altanero y hermoso del que se extraían plumas para hacer anzuelos con mosca para pescar las truchas “arco iris” del rio. Dicho animal, al que se le veía por dicho espacio, había visto ocupado su territorio vital y no debió de pasar desapercibido para parte de la tropa cuando se establecieron allí; lo que había obligado a tía Anastasia a recogerlo antes de tiempo.
No debió de guardarlo con mucha premura porque algunos de la tropa vieron en qué corral lo recogía.
El pueblo, debió de dormir aquella noche con cierto desasosiego y temor, esperando la llegada del alba con impaciencia para ver marchar a la tropa y recobrar la vida normal.
No había amanecido, cuando el toque de corneta de nuevo anunció diana y la marcha de la tropa. Con suma rapidez se puso en marcha la expedición y emprendieron rumbo a Guardo.
Parte de la gente, que por aquellas fechas madrugaba mucho para ir a las faenas del campo o a guardar la cienda se acercaron a despedirles al final del pueblo, hasta la última casa que era la del obispo Cossio.
No se habían alejado cincuenta metros del pueblo, cuando en medio de la tropa se escuchó con diáfana claridad el cantar de un gallo, lo que causó gran sospresa.
El capitán mandó parada y en medio del silencio y como si el animal intuyese que allí estaba su salvación volvió a cantar. Realizadas las investigaciones necesarias se descubrió de donde venían dichos cánticos. Procedían de dentro del tambor mayor y… ¡oh sorpresa! cuando se abrió, el gallo de tía Anastasia no esperó a ser cogido, voló y se dio a la fuga. Todos los presentes que conocían al animal comenzaron a murmurar.
Se ordenó la marcha de nuevo, y no sabemos, si el soldado, recibió o no algún castigo.
Luis de la Hera