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España > Zamora > San Esteban del Molar
03-01-16 13:20 #12965978
Por:Marceloo

Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 243 Enero 2016

Venezuela candente
Ignacio Ramonet

El año 2016 podría ser de alta conflictividad en Venezuela. Por razones internas y por razones externas.
En el plano interior, la amplia victoria en las elecciones legislativas del pasado 6 de diciembre de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) configura una Asamblea nacional controlada –por mayoría cualificada, y por primera vez desde 1999– por fuerzas hostiles a la revolución bolivariana. Pero en cuyo seno, la bancada chavista del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) sigue siendo la más numerosa con 51 diputados. Lo cual permite augurar, a partir del 5 de enero, un enfrentamiento dialéctico de alta intensidad.

Con el control de los dos tercios de la cámara legislativa, la oposición cree sin duda que ha llegado la hora de la revancha y sueña con deconstruir pieza a pieza la revolución bolivariana. Teóricamente podría hacerlo. La Constitución lo permite siempre que se cuente también con el apoyo del Tribunal Superior de Justicia (TSJ), que hace funciones de Tribunal Constitucional, y del Poder Ciudadano (integrado por el Defensor del Pueblo, la Fiscal General y el Contralor General de la República. Pero sería un gravísimo error. La MUD no debe confundirse. Porque está claro –un simple análisis de los resultados lo demuestra– que los electores no le han dado mandato para ello, ni potestad absoluta para gobernar jurídicamente. El enfrentamiento institucional podría ser frontal y brutal.

Sociológicamente, el chavismo sigue siendo ampliamente mayoritario. En un eventual referéndum a favor o en contra de la revolución bolivariana, todos los estudios concluyen que una sólida mayoría votaría a favor de la continuidad del proceso. El 6 de diciembre pasado, se trataba únicamente de elecciones legislativas, de designar diputados, y no de cambiar de República, ni de cambiar de Presidente. Los ciudadanos, inteligentemente, aprovecharon para enviar un mensaje de alerta y de protesta a las autoridades. Muchos de ellos no imaginaban ni remotamente que otorgarían a la oposición una victoria tan excesiva. Nunca fue un voto de adhesión a un (oculto) programa de la MUD, sino un voto de advertencia a la actual Administración.

Y es bastante normal. Porque desde hace largos meses, como consecuencia –en parte– de una “guerra sucia” económica fomentada y auspiciada por las oficinas de la Internacional conservadora, y también –tal y como lo ha denunciado el Presidente Nicolás Maduro–, a causa de “la asfixia de la burocracia y de la corrupción”, la vida cotidiana se ha vuelto bastante infernal para la gente. El desabastecimiento de productos de primera necesidad –tanto alimentarios como de higiene personal y del hogar– y de medicamentos transforma el día a día de los venezolanos en una incesante lucha para resolver escaseces que casi nunca antes se conocieron a este nivel. Aunque muchos comentaristas no lo reconocen, las autoridades han hecho un esfuerzo colosal y prioritario para combatir esta plaga. Pero los electores consideraron que no fue suficiente. Y sancionaron con su voto negativo esa ausencia de victoria en un frente capital.

Esa es la causa principal de los adversos resultados del 6-D para el chavismo. Si a eso añadimos diversos problemas que siguen sin solución –como los temas de la inflación, de la inseguridad y de la corrupción, que contaminan la imagen de la revolución bolivariana–, completamos el diagnóstico de un malestar general que se ha tornado en sentimiento crítico contra los gobernantes.

La oposición, decíamos, cree que le ha llegado su hora: la hora de la restauración neoliberal. Y después de haber ocultado cuidadosamente su programa durante la campaña electoral, ya está anunciando en voz alta su intención de multiplicar las privatizaciones, de reducir los servicios públicos, de revocar las leyes laborales, de liquidar los logros sociales, de desmantelar los acuerdos internacionales... Ante semejante provocación (recordemos que el chavismo es sociológicamente mayoritario), el presidente Maduro ha alertado a la opinión pública y acelerado la constitución de un Parlamento Comunal cuya función en la arquitectura del Estado aún no está clara, pero que podría funcionar como un órgano representativo y consultivo de la sociedad en paralelo a la Asamblea Nacional.

Todo indica que puede haber choque de trenes. La sociedad venezolana es profundamente democrática y pacífica –tal y como lo ha demostrado en los últimos diecisiete años–, pero estamos ante un duro pulso entre las dos grandes fuerzas políticas, chavismo y derecha, que controlan, respectivamente, el poder ejecutivo y el poder legislativo. La tentación de recurrir a la calle y a las manifestaciones de masas va a ser muy grande. Con el peligro que ello conlleva en términos de enfrentamientos y de violencia.

Este escenario de guerra civil tampoco es el deseado por la mayoría de los electores cuyo mensaje del 6 de diciembre pasado significaba abiertamente una llamada al diálogo entre oficialismo y oposición con un propósito claro: que las dos fuerzas se entiendan para resolver los problemas estructurales del país.

Decíamos al principio que, en 2016, la conflictividad podría ser alta en Venezuela también por razones externas. Y es que este año se anuncia, en términos de coyuntura económica internacional, como uno de los peores en los dos últimos decenios. Esencialmente por tres razones: el ­derrumbe del precio de las materias primas y del petróleo, la crisis de crecimiento en China y el aumento del valor del dólar estadounidense.

Es inútil insistir en que los precios del petróleo tienen una incidencia fundamental en la vida económica de Venezuela, ya que más del 90% de los recursos en divisas del país proceden de la exportación del oro negro. En dieciocho meses, los precios del barril, que estaban en 115 dólares, se derrumbaron a 30 dólares... Y no es imposible que, a lo largo del año, bajen hasta 20 dólares... Para cualquier país petrolero (Angola, Argelia, México, etc.), eso representa en sí una catástrofe, pero para Venezuela (y, en cierta medida, Ecuador o Bolivia), que redistribuye en políticas sociales lo esencial de su renta petrolera, significa un golpe muy duro y una amenaza mortal para el equilibrio de la revolución bolivariana.

El segundo parámetro exterior es China. Este país ha modificado su modelo de desarrollo y crecimiento apostando ahora por su mercado interior (1.500 millones de consumidores), por el aumento de los servicios y de la calidad de vida que la contaminación amenazaba de muerte. Las tasas de crecimiento, antes del 10 o 12%, se han reducido al 6 o 7%. Consecuencia: la importación de materias primas (minerales o agrícolas) se ha reducido, lo cual ha acarreado un derrumbe de los precios que afecta de manera frontal a los países exportadores latinoamericanos de metales (Perú, Chile) y de soja (Argentina, Brasil). Las crisis políticas que están viviendo estos dos últimos países no son ajenas a esta situación, y ello afecta indirectamente también a Caracas, socio importante de Brasilia y Buenos Aires en el marco del MERCOSUR.

Por último, el dólar. La decisión que tomó el 16 de diciembre pasado la Reserva Federal de subir los tipos de interés en un 0,25%, después de nueve años sin hacerlo, aumenta la fuerza del dólar. Que el dólar sea más rentable en Estados Unidos alienta a los inversores a retirar sus capitales –invertidos masivamente en los “países emergentes” desde que empezó la crisis en 2008–, y a desplazarlos hacia Norteamérica. Consecuencia: el valor de la moneda de los “países emergentes” (Brasil, Colombia, Chile) se desploma y se devalúa doblemente por el reforzamiento del dólar y por la huida de capitales. Y todos los productos importados se encarecen.

Semejante contexto latinoamericano e internacional dibuja, para 2016, un entorno poco favorable para la economía de Venezuela. Y coloca muy cuesta arriba la perspectiva de hallar soluciones rápidas para resolver los problemas del país. Desde que ganó las elecciones el 14 de abril de 2013, el presidente Nicolás Maduro ha lanzado llamadas a la oposición y al sector privado en repetidas ocasiones para establecer un Diálogo Nacional. Es muy importante, ante las tempestades que se avecinan, que la MUD responda ahora a esas llamadas con espíritu constructivo de responsabilidad. Venezuela se lo merece.
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02-04-16 22:02 #13075189 -> 12965978
Por:Marceloo

RE:Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 246 Abril 2016


Berta Cáceres,crimen político
Ignacio Ramonet


Se llamaba Berta. Berta Cáceres. El 4 de marzo pasado iba a cumplir 43 años. La víspera, la mataron. En Honduras. Por ambientalista. Por insumisa. Por defender la naturaleza. Por oponerse a las multinacionales extractivistas. Por reclamar los derechos ancestrales de los Lencas, su pueblo indígena.

A la edad de 20 años, siendo estudiante universitaria, Berta había fundado el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) que hoy reúne a unas doscientas comunidades nativas y se ha convertido en el movimiento ecologista más combativo. El régimen hondureño, nacido de un golpe de Estado, ha cedido el 30% del territorio nacional a transnacionales mineras e hidroeléctricas. Hay decenas de megapresas en construcción y más de 300 empresas extractivistas que saquean el territorio mediante la corrupción gubernamental. Pero el COPINH ha conseguido detener la construcción de embalses, paralizar proyectos de deforestación, congelar explotaciones mineras, evitar la destrucción de lugares sagrados y obtener la restitución de tierras expoliadas a las comunidades indígenas.

Por eso, en la madrugada del pasado 3 de marzo, mientras dormía, dos sicarios de unos escuadrones de la muerte se introdujeron en su vivienda de la ciudad La Esperanza y asesinaron a Berta Cáceres.

Se trata de un crimen político. Desde que, en junio de 2009, el presidente constitucional de Honduras Manuel Zelaya fue derrocado por un golpe de Estado –contra el que Berta protestó con inaudito coraje, encabezando las manifestaciones contra los golpistas–, este país se ha convertido en uno de los más violentos del planeta y en un paraíso para las grandes transnacionales depredadoras y para las organizaciones criminales. En ese contexto, el régimen de Juan Orlando Hernández y la oligarquía hondureña siguen asesinando impunemente a quienes se oponen a sus atropellos. En estos últimos siete años, decenas de dirigentes campesinos, líderes sindicales, militantes de movimientos sociales, defensores de los derechos humanos, periodistas rebeldes, educadores y ambientalistas han sido exterminados. Con total impunidad. Nada se investiga, nada se aclara. Nadie es sancionado. Y los medios de comunicación dominantes internacionales (tan dispuestos a poner el grito en el cielo al menor desliz que pudiera cometerse en Venezuela) apenas mencionan ese horror y esa barbarie.

El mismo día en que mataron a Berta Cáceres, la ONG Global Witness, de Londres, denunció que Honduras es “el país más peligroso del mundo para los activistas por el medio ambiente” . De los 116 asesinatos de ecologistas que hubo en el planeta en 2015, casi las tres cuartas partes se produjeron en Latinoamérica y la mayoría de ellos en Honduras, uno de los países más empobrecidos del continente.

En 2015, Berta Cáceres recibió el más prestigioso galardón internacional ecologista, el Premio Goldman, el “Nobel verde”, por su resistencia contra la construcción de un megaembalse hidroeléctrico que amenaza con expulsar de sus tierras a miles de indígenas. Con su audaz lucha, Berta consiguió que la empresa de propiedad estatal china Sinohydro, la mayor constructora de embalses hidroeléctricos del planeta, y un organismo ligado al Banco Mundial dieran marcha atrás y retiraran su participación en la construcción del embalse de Agua Zarca, sobre el río Gualcarque, río sagrado de los Lencas en la sierra de Puca Opalaca. Movilizadas por Berta y el COPINH, las comunidades indígenas bloquearon el acceso a las obras durante más de un año... Y consiguieron que algunos de los intereses empresariales y financieros más poderosos del mundo renunciaran a involucrarse en el proyecto. Esa victoria fue también la causa más directa del asesinato de Berta.

Impulsada por la empresa hondureña DESA (Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima) con aporte financiero del Banco Ficohsa (Financiera Comercial Hondureña S.A.), que recibió fondos del Banco Mundial (BM), la construcción del megaembalse de Agua Zarca se inició en 2010. El proyecto cuenta con el apoyo financiero del Banco Centroamericano de Inversión Económica (BCIE), y de dos instituciones financieras europeas: el Banco holandés de desarrollo, Nederlandse Financierings-Maatschappij voor Ontwikkelingslanden N.V., (FMO) y del Fondo Finlandés para la Cooperación Industrial (FINNFUND) . También está involucrada la empresa alemana Voith Hydro Holding GmbH & Co. KG, contratada para la construcción de las turbinas. Todas estas empresas tienen una responsabilidad en el asesinato de Berta Cáceres. No pueden lavarse las manos.

Porque tanto los ambientalistas como el pueblo Lenca defienden un derecho legítimo. Denuncian la violación del Convenio 169 “sobre pueblos indígenas y tribales” de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) , firmado por Honduras en 1995, porque no ha existido una Consulta Previa Libre e Informada (CPLI) de las personas afectadas por el megaembalse, como lo exige igualmente la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007).

Berta sabía que era una mujer marcada para morir. Había sido amenazada en numerosas ocasiones. Estaba en la mira de los escuadrones de la muerte, sicarios de los amos de Honduras. Pero ella solía decir: “Nos tienen miedo porque no les tenemos miedo” . Cuando recibió el Premio Goldman le preguntaron si ese galardón podía constituir un escudo de protección, y respondió: “El Gobierno trata de vincular los asesinatos de defensores ambientales con la violencia común, pero hay suficientes elementos para demostrar que existe una política planificada y financiada para criminalizar la lucha de los movimientos sociales. Ojalá me equivoque, pero creo que, en ­lugar de disminuir, la persecución contra las y los luchadores va a recrudecerse”. No se equivocó .

La presa de Agua Zarca se sigue construyendo. Y los que se oponen a ello siguen siendo asesinados sin miramientos como lo acaba también de ser –diez días después del asesinato de Berta– el líder ambientalista hondureño Nelson García.

Los mismos que mataron a Gan­dhi, a Martin Luther King, a Monseñor Romero y a Chico Mendes le cortaron la vida a Berta, maravillosa flor de los campos de Honduras. Pero no silenciarán su lucha. Como dice Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.
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20-07-16 02:31 #13211235 -> 13075189
Por:Marceloo

RE:Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº:249 Julio de 2016

¡Libertad para Julian Assange!
Ignacio Ramonet

Se acaban de cumplir cuatro años desde que, el 19 de junio de 2012, el ciberactivista australiano Julian Assange, paladín de la lucha por una información libre, se vio obligado a refugiarse en las oficinas de la embajada de Ecuador en Londres. Este pequeño país latinoamericano tuvo el coraje de brindarle asilo diplomático cuando el fundador de Wikileaks se hallaba perseguido y acosado por los gobiernos de Estados Unidos y de varios de sus aliados (Reino Unido, Suecia). La justicia sueca exige que Assange acuda a Estocolmo a presentar directamente su testimonio sobre las acusaciones de agresión sexual hechas por dos mujeres a las que él habría mentido sobre el uso de un preservativo.

Julian Assange rechaza estas acusaciones y sostiene que las relaciones con estas dos demandantes fueron consentidas, y afirma ser víctima de un complot organizado por Washington. El fundador de Wikileaksse niega a ir a Suecia, a menos que la justicia de ese país le garantice que no será extraditado a Estados Unidos, donde podría ser detenido, conducido ante un tribunal y, quizás, según sus abogados, condenado a la pena de muerte por delito de espionaje.

En varias ocasiones, Assange también ha propuesto responder por videoconferencia las preguntas de los encargados suecos de la investigación. Pero éstos han rechazado esa posibilidad, argumentando que él huyó de Suecia aunque sabía que había una investigación abierta contra él. El 11 de mayo de 2015, el Tribunal Supremo sueco rechazó de nuevo su demanda de que fuera anulada la orden de detención que pesaba sobre él.

En realidad, el único crimen de Julian Assange es haber fundadoWikileaks. En todas partes ha habido acalorados debates sobre si esa plataforma de información hizo prosperar o no la causa de la libertad de prensa, si resulta bueno o malo para la democracia, si se debe o no censurar esta plataforma. Lo que es seguro es que el papel de Wikileaks en la difusión de medio millón de informes secretos relativos a los abusos cometidos por militares en Afganistán e Irak, y de unos 250 mil comunicados enviados por las embajadas de Estados Unidos al Departamento de Estado, constituye un hito en la historia del periodismo que ha marcado un antes y un después. Wikileaks fue creada en 2006 por un grupo de internautas anónimos, con Julian Assange como portavoz, y asumió la misión de recibir y hacer públicas filtraciones de información (leaks) garantizando la protección de las fuentes.

Recordemos las tres razones que, según Julian Assange, motivaron su creación. “La primera, la muerte a escala mundial de la sociedad civil. Rápidos flujos financieros por transferencias electrónicas de fondos que se mueven más rápido que la sanción política o moral, destrozando la sociedad civil a lo ancho del mundo. […] En este sentido, la sociedad civil está muerta, ya no existe, y hay una amplia clase de gente que lo sabe y está aprovechando que saben que está muerta para acumular riqueza y poder. La segunda […] es que hay un enorme y creciente Estado de seguridad oculto que se está extendiendo por el mundo, principalmente basado en Estados Unidos […] La tercera es que los medios de comunicación internacionales son un desastre […] el entorno de los medios internacionales es tan malo y tan distorsionador que nos iría mejor si no hubiera ningún medio, ninguno.”

Assange aporta una visión radicalmente crítica del periodismo. En una entrevista llega incluso a afirmar que “dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista. (…) El mayor abuso fue la guerra (de Irak y Afganistán) contada por los periodistas. Algunos participan en la creación de guerras a través de su falta de cuestionamiento, su falta de integridad y su cobarde peloteo a las fuentes gubernamentales”.

La filosofía de Wikileaks se basa en un principio fundamental: los secretos existen para ser desvelados. Toda información oculta nace con vocación de ser revelada y puesta a disposición de los ciudadanos. Las democracias no deben ocultar nada, los dirigentes políticos tampoco. Si las acciones públicas de estos últimos no son incompatibles con sus actuaciones públicas o privadas, las democracias no deberían temer la difusión deinformación filtrada. En este caso –y sólo en este– ello significaría que son moralmente ejemplares y que el modelo político que encarnan –juzgado como el menos imperfecto de todos– podría de verdad extenderse, sin obstáculo ético alguno, al conjunto del planeta.

¿Por qué tendrían que callarse los periodistas en una democracia cuando un responsable político afirma una cosa en público y se contradice en privado?

Wikileaks ofrece a los internautas la posibilidad de hacer públicos, a través de su plataforma, grabaciones, videos o textos confidenciales sin indagar en cómo han sido obtenidos pero cuya autenticidad verifica. Wikileaks vive de las donaciones de internautas y de fundaciones, y no acepta ayudas públicas ni publicidad. Un buen número de instancias públicas ha reconocido la utilidad de su trabajo. En 2008 recibió el Index on Censorship Award, que otorga el semanal británico The Economist, y en 2009 Amnistía Internacional le concedió el premio al mejor medio de comunicación nuevo por haber sacado a la luz, en noviembre de 2008, un documento censurado relativo a un caso de malversación de fondos efectuado por el entorno del antiguo presidente de Kenia, Daniel Arap Moi.

Desde su creación, Wikileaks ha sido un festín permanente de secretos, una auténtica fábrica de primicias. Ha difundido bastantes más revelaciones que muchos prestigiosos medios en décadas… Entre los mayores escándalos que sacó a la luz destacan: los documentos que denunciaban las técnicas utilizadas por el banco privado suizo Julius Baer para facilitar la evasión fiscal; el manual de procedimiento penal del ejército estadunidense en la base de Guantánamo; la lista de nombres, direcciones, números de teléfono y profesiones de los miembros del Partido Nacional Británico (BNP, de extrema derecha), en la que figuraban policías; la lista pormenorizada de correos electrónicos intercambiados con el exterior por las víctimas de los atentados del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001; los documentos que probaban el carácter fraudulento de la quiebra del banco islandés The New Kaupthing; los protocolos secretos de la iglesia de la cienciología; el historial de los correos personales enviados durante la campaña electoral por Sarah Palin, candidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos, a John McCain desde su ordenador profesional (lo que la legislación estadunidense prohíbe); los expedientes del juicio del asesino Marc Dutroux, incluido el listado con los números de teléfono, cuentas bancarias y direcciones de todas las personas investigadas en este célebre caso de pedofilia; sin olvidar los recientes Panama papers difundidos en abril pasado.

Por todo eso, al igual que Edward Snowden y Chelsea Manning, Julian Assange forma parte de un nuevo grupo de disidentes políticos que luchan por un modo distinto de emancipación y son actualmente rastreados, perseguidos y hostigados no por regímenes autoritarios, sino por Estados que pretenden serdemocracias ejemplares...

En febrero pasado, el grupo de trabajo sobre detenciones arbitrarias de la Organización de Naciones Unidas, que depende del Comité de Derechos Humanos de la ONU, determinó que Julian Assange se encuentra detenido arbitrariamente tanto por Reino Unido como por Suecia. Los expertos independientes internacionales también señalaron que tanto las autoridades suecas como las británicas deberían poner fin a su detención yrespetar su derecho a recibir una justa compensación. Según ese jurado internacional, Julian Assange ha sido sometido a diferentes formas de privación de libertad: detención inicial en la prisión de Wandsworth en Londres en régimen de aislamiento,seguida del arresto domiciliario, y después el confinamiento en la embajada de Ecuador.

Aunque el pronunciamiento del grupo de expertos internacionales de la ONU no es vinculante, supone una gran victoria moral en el campo de las relaciones públicas para Julian Assange al darle la razón en su larga lucha contra las arbitrariedades de las autoridades suecas y británicas.

A este respecto, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, informó que su gobierno brinda asilo y protección al fundador de Wikileaksporque Assange carece de garantías de respeto a sus derechos humanos y a sus derechos en materia de justicia. Por su parte, el canciller ecuatoriano, Guillaume Long, declaró que Ecuadormantiene preocupaciones legítimas sobre los derechos humanos de Assange y que Quito considera que hay, contra Assange, algún tipo depersecución política, motivos por los cuales Ecuador le sigue otorgando asilo.

Para reclamar la libertad de Julian Assange, sus amigos de todo el mundo organizaron, entre el 19 y el 24 de junio pasado, en varias capitales del planeta (Atenas, Belgrado, Berlín, Bruselas, Buenos Aires, Madrid, Milán, Montevideo, Nápoles, Nueva York, Quito, París, Sarajevo), una serie de actos y conferencias con la participación de importantes personalidades y grandes intelectuales (Noam Chomsky, Edgar Morin, Slavo Zizek, Arundhati Roy, Ken Loach, Yanis Varoufakis, Baltasar Garzón, Amy Goodman, Ignacio Escolar, Emir Sader, Eva Golinger, Evgeny Morozov).

En Quito (Ecuador), el simposio fue organizado por el Centro Internacional de Estudios Superiores para América Latina (Ciespal) y contó con una intervención del propio Assange a través de una videoconferencia. Durante cinco días se debatieron temas como El caso Assange a la luz del derecho internacional y los derechos humanos, Geopolítica y luchas desde el sur, Tecnopolítica y ciberguerra, y “De los Pentagon papers a los Panama papers”.

El académico español Francisco Sierra, director de Ciespal, declaró:Creemos que, en realidad, el problema de Assange es ese: el de la libertad de información. Cuando no hay libertad de información, de movimiento, ni de reunión, no hay derechos humanos. Y, por tanto, el primer derecho es a la comunicación, y hay que poner en evidencia que el caso Assange es un conflicto grave de derecho a la comunicación.

Todos estos eventos solidarios a lo ancho de la geografía mundial se fijaron dos objetivos. En primer lugar, reivindicar los derechos que le han sido negados a Julian Assange, como la presunción de inocencia o la libertad de movimiento. Y en segundo lugar, recordar lo que representa Wikileaks, es decir, el reto tan actual sobre la libertad de información y de comunicación en un mundo permanentemente vigilado.
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29-07-16 20:35 #13212772 -> 13211235
Por:Marceloo

RE:Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 250 Agosto 2016

Frente al terrorismo
Ignacio Ramonet

Lo preparó todo con minuciosidad. Cerró su cuenta bancaria. Vendió su auto. Evitó cualquier contacto con la organización. No acudió a ninguna reunión. No rezó. Se procuró el arma fatal sin que nadie pudiera sospechar el uso que haría de ella. La colocó en lugar seguro. Esperó. Esperó. Llegado el día D, procedió al ensayo del crimen. Transitó y recorrió el futuro itinerario de sangre. Midió los obstáculos. Imaginó los remedios. Y cuando llegó la hora, puso por fin en marcha el camión de la muerte…

La inaudita bestialidad (1) del atentado de Niza, el pasado 14 de julio –que viene a sumarse a otras masacres yihadistas recientes, en particular las de Orlando (49 muertos) y Estambul (43 muertos)– nos obliga, una vez más, a interrogarnos sobre esa forma de violencia política que llamamos terrorismo. Aunque, en este caso, habría que hablar de “hiperterrorismo” para significar que ya no es como antes. Un límite impensable, inconcebible, ha sido franqueado. La agresión es de tal desmesura que no se parece a nada conocido. Hasta tal punto que no se sabe cómo llamarlo: ¿atentado?, ¿ataque?, ¿acto de guerra? Como si se hubiesen borrado los confines de la violencia. Y ya no se podrá volver atrás. Todos saben que los crímenes inaugurales se reproducirán. En otra parte y en circunstancias diferentes sin duda, pero se repetirán. La historia de los conflictos enseña que, cuando aparece una nueva arma, por monstruosos que sean sus efectos, siempre se vuelve a emplear... Alguien, de nuevo, en algún lugar, lanzará a toda velocidad un camión de diecinueve toneladas contra una multitud de personas inocentes…

Sobre todo porque este nuevo terrorismo tiene, entre sus objetivos, el de impactar las mentes, sobrecoger el entendimiento. Es un terrorismo brutal y global. Global en su organización, pero también en su alcance y sus objetivos.

Y que no reivindica nada muy preciso. Ni la independencia de un territorio, ni concesiones políticas concretas, ni la instauración de un tipo particular de régimen. Esta nueva forma de terror total se manifiesta como una suerte de castigo o de represalia contra un “comportamiento general”, sin mayor precisión, de los países occidentales.

El término “terrorismo” también es impreciso. Desde hace dos siglos, ha sido utilizado para designar, indistintamente, a todos aquellos que recurren, con razón o sin ella, a la violencia para intentar cambiar el orden político. La experiencia histórica muestra que, en ciertos casos, esa violencia resultó necesaria. “Sic semper tirannis”, gritaba Bruto al apuñalar a Julio César, que había derribado la República. “Todas las acciones son legítimas para luchar contra los tiranos”, afirmaba igualmente, en 1792, el revolucionario francés Gracchus Babeuf.

Sobre ese irreductible fenómeno político, que suscita a la vez espanto y cólera, incomprensión y repelencia, emoción y fascinación, se han escrito miles de textos. Y hasta, por lo menos, dos obras maestras: la novela Los Endemoniados (1872), de Fiódor Dostoyevski, y la obra de teatro Los Justos (1949), de Albert Camus. Aunque, cuando el islamismo yihadista está globalizando el terror a niveles jamás vistos hasta ahora, el proyecto de “matar por una idea o por una causa” aparece cada vez más aberrante. Y se impone ese rechazo definitivo que Juan Goytisolo expresó magistralmente en su frase: “Matar a un inocente no es defender una causa, es matar a un inocente”.

Sin embargo, sabemos que muchos de los que, en un momento, defendieron el terrorismo como “recurso legítimo de los afligidos”, fueron luego hombres o mujeres de Estado respetados. Por ejemplo, los dirigentes surgidos de la Resistencia francesa (De Gaulle, Chaban-Delmas) que las autoridades alemanas de ocupación calificaban de “terroristas”; Menahem Begin, antiguo jefe del Irgún, convertido en primer ministro de Israel; Abdelaziz Buteflika, ex responsable del FLN argelino, devenido presidente de Argelia; Nelson Mandela, antiguo jefe del African National Congress (ANC), presidente de Sudáfrica y premio Nobel de la Paz; Dilma Rousseff, presidenta de Brasil; Salvador Sánchez Cerén, actual presidente de El Salvador, etc.

Como principio de acción y método de lucha, el terrorismo ha sido reivindicado, según las circunstancias, por casi todas las familias políticas. El primer teórico que propuso, en 1848, una “doctrina del terrorismo” no fue un islamista alienado, sino el republicano alemán Karl Heinzen en su ensayo Der Mord (El Homicidio), en el cual declara que todos los procedimientos son buenos, incluso el atentado-suicida, para apresurar el advenimiento de... la democracia. Como antimonárquico radical, Heinzen escribe: “Si debéis hacer saltar la mitad de un continente y propiciar un baño de sangre para destruir el partido de los bárbaros, no tengáis ningún escrúpulo. Aquel que no sacrifica gozosamente su vida para tener la satisfacción de exterminar a un millón de bárbaros no es un verdadero republicano” (2).

La actual “ofensiva mundial del yihadismo” y la propaganda antiterrorista que la acompaña pueden hacer creer que el terrorismo es una exclusividad islamista. Lo cual es obviamente erróneo. Hasta hace muy poco, otros terroristas estaban en acción en muchas partes del mundo no musulmán: los del IRA y los legitimistas en Irlanda del Norte; los de ETA en España; los de las FARC y los paramilitares en Colombia; los Tigres tamiles en Sri Lanka; los del Frente Moro en Filipinas, etc.

Lo que sí es cierto es que la hiperbrutalidad alucinante del actual terrorismo islamista (tanto el de Al Qaeda como el de la Organización del Estado Islámico, OEI) parece haber conducido a casi todas las demás organizaciones armadas del mundo (excepto al PKK kurdo) a firmar apresuradamente un alto el fuego y un abandono de las armas. Como si, ante la intensidad de la conmoción popular, no desearan verse para nada comparadas con las atrocidades yihadistas.

También cabe recordar que, hasta hace muy poco, una potencia democrática como Estados Unidos no consideraba que apoyar a ciertos grupos terroristas fuese forzosamente inmoral... Por medio de la Central Intelligence Agency (CIA), Washington preconizaba atentados en lugares públicos, secuestros de oponentes, desvíos de aviones, sabotajes, asesinatos...

Contra Cuba, Washington lo hizo durante más de cincuenta años. Recordemos, por ejemplo, este testimonio de Philip Agee, ex agente de la CIA: “Me estaba entrenando en una base secreta, en Virginia, en marzo de 1960, cuando Eisenhower aprobó el proyecto que llevaría a la invasión de Cuba por Playa Girón. Estábamos aprendiendo los trucos del oficio de espía incluyendo la intervención de teléfonos, micrófonos ocultos, artes marciales, manejo de armas, explosivos, sabotajes... Ese mismo mes, la CIA, en su esfuerzo por privar a Cuba de armas antes de la inminente invasión de exiliados, hizo volar un buque francés, Le Coubre, cuando estaba descargando un cargamento de armas de Bélgica en un muelle de La Habana. Más de 100 personas murieron en aquella explosión... En abril del año siguiente, otra operación de sabotaje de la CIA con bombas incendiarias destruyó los almacenes El Encanto, principal tienda por departamentos de la capital, provocando decenas de víctimas... En 1976, la CIA planificó, con la ayuda del agente Luis Posada Carriles, otro atentado, en esta ocasión contra un avión de Cubana de Aviación en el que murieron las 73 personas de a bordo... Desde 1959, el terrorismo de EEUU contra Cuba ha costado unas 3.500 vidas y ha dejado a más de 2.000 personas lisiadas. Los que no conocen esta historia pueden encontrarla en la clásica cronología de Jane Franklin, ‘The Cuban Revolution and the United States (3)’” (4).

En Nicaragua, en los años 1980, Washington actuó con igual brutalidad contra los sandinistas. Y en Afganistán contra los soviéticos. Allí, en Afganistán, con el apoyo de dos Estados muy poco democráticos –Arabia Saudí y Pakistán–, Washington alentó, también en la década de 1980, la creación de brigadas islamistas reclutadas en el mundo arabomusulmán y compuestas por los que los medios de comunicación dominantes llamaban entonces los “freedom fighters”, combatientes de la libertad... Sabemos que fue en esas circunstancias cuando la CIA captó y formó a un tal Osama Ben Laden, quien fundaría posteriormente Al Qaeda…

Los desastrosos errores y los crímenes cometidos por las potencias que invadieron Irak en 2003 (5) constituyen las principales causas del terrorismo yihadista actual. A ello se han añadido los disparates de las intervenciones en Libia (2011) y en Siria (2014). Algunas capitales occidentales siguen pensando que la potencia militar masiva es suficiente para acabar con el terrorismo. Pero, en la historia militar, abundan los ejemplos de grandes potencias incapaces de derrotar a adversarios más débiles. Basta con recordar los fracasos estadounidenses en Vietnam en 1975, o en Somalia en 1994. En efecto, en un combate asimétrico, aquél que puede más, no necesariamente gana: “Durante cerca de treinta años, el poder británico se mostró incapaz de derrotar a un ejército tan minúsculo como el IRA –recuerda el historiador Eric Hobsbawm–, ciertamente el IRA no tuvo la ventaja, pero tampoco fue vencido” (6).

Como la mayoría de las Fuerzas Armadas, las de las grandes potencias occidentales han sido formadas para combatir a otros Estados y no para enfrentarse a un “enemigo invisible e imprevisible”. Pero en el siglo XXI, las guerras entre Estados están en trance de volverse anacrónicas. La aplastante victoria de Estados Unidos en Irak, a principios de los años 2000, no es una buena referencia. El ejemplo puede incluso revelarse engañoso. “Nuestra ofensiva fue victoriosa –explica el ex general estadounidense de los Marines, Anthony Zinni–, porque tuvimos la oportunidad de encontrar al único malvado en el mundo lo suficientemente estúpido como para aceptar enfrentarse a Estados Unidos en un combate simétrico” (7). Los conflictos de nuevo tipo, cuando el fuerte se enfrenta al débil o al loco, son más fáciles de comenzar que de terminar. Y el empleo masivo de medios militares pesados no permite necesariamente alcanzar los objetivos buscados.

La lucha contra el terrorismo también autoriza, en materia de gobernación y de política interior, todas las medidas autoritarias y todos los excesos, incluso una versión moderna del “autoritarismo democrático” que tomaría como blanco, más allá de las organizaciones terroristas en sí mismas, a todos los que se opongan a las políticas globalizadoras y neoliberales. Por eso, hoy, es de temer que la caza de los “terroristas” provoque –como lo estamos viendo en Turquía después del extraño golpe de Estado fallido del pasado 16 de julio– peligrosos resbalones y atentados a las principales libertades y derechos humanos. La historia nos enseña que, bajo pretexto de luchar contra el terrorismo, muchos Gobiernos, incluso democráticos, no dudan en reducir el perímetro de la democracia (Chulillo. Ojo a lo que viene. Podríamos haber entrado en un nuevo periodo de la historia contemporánea, donde volvería a ser posible aportar soluciones autoritarias a problemas políticos…

(1) Ochenta y cuatro muertos, de ellos una decena de niños, y más de doscientos heridos, de los cuales unos veinte entre la vida y la muerte...
(2) Citado por Jean-Claude Buisson en: Emmanuel de Waresquiel (bajo la dir. de), Le Siècle rebelle. Dictionnaire de la contestation au XXe (El Siglo Rebelde. Diccionario de la contestación en el siglo XX), Larousse, París, 1999.
(3) Ocean Press, Minneapolis, 1997.
(4) Philip Agee, “El terrorismo y la sociedad civil como instrumentos de la política de EEUU hacia Cuba”, Rebelión, 26 de julio de 2003. https://ww.rebelion.org/noticia.php?id=18132
(5) Véase, por ejemplo, el “Informe Chilcot”, que establece un balance de la intervención británica en Irak en 2003. Cf. Le Monde, París, 6 de julio de 2016.
(6) La Repubblica, Roma, 18 de septiembre de 2001.
(7) El Mundo, Madrid, 29 de septiembre de 2001.
(Chulillo Véase Ignacio Ramonet, El Imperio de la vigilancia, Clave intelectual, Madrid, 2016.
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07-09-16 22:56 #13234811 -> 13212772
Por:Marceloo

RE:Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 251 Septiembre 2016

¿Fin del fenómeno Trump?
Ignacio Ramonet


Según las encuestas, y aunque faltan dos meses para las elecciones presidenciales del próximo 8 de noviembre en Estados Unidos, las cosas parecerían estar ya claras en lo que concierne al resultado: la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, resultaría electa y se convertiría así –venciendo además toda una serie de prejuicios machistas–, en la primera mujer que gobernaría los destinos de la principal potencia mundial de nuestro tiempo.

La pregunta es: ¿qué ha ocurrido con el candidato del Partido Republicano, el tan “irresistible” y mediático Donald Trump? ¿Por qué, de pronto, el magnate se desploma en las encuestas? . Siete de cada diez estadounidenses no se sentirían “orgullosos” de tenerlo como presidente, y solo el 43% lo juzgaría “cualificado” para sentarse en el Despacho Oval (mientras que el 65% sí juzga, en cambio, que la Sra. Clinton está cualificada).

Conviene recordar que, en Estados Unidos, las elecciones presidenciales no son nacionales, ni directas. Se trata más bien de cincuenta elecciones locales, una por estado, que determinan un número preestablecido de 538 grandes electores quienes, en realidad, son los que eligen al (o a la) jefe de Estado. Por lo cual, las encuestas de ámbito nacional tienen apenas un valor indicativo y relativo.

Ante sondeos tan negativos, el candidato republicano remodeló su equipo a mediados de agosto y nombró a un nuevo jefe de campaña, Steve Bannon, director del ultraconservador Breitbart News Network. También empezó a modificar su discurso en dirección a dos grupos de electores decisivos, los afroamericanos y los hispanos.

¿Conseguirá Trump invertir la tendencia y lograr imponerse en la recta final de la campaña? No se puede descartar. Porque este personaje atípico, con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ha desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.

Hay que entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.

Ese fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la carrera por la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en apariencia, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la ascensión de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la derecha. Para muchos electores irritados por lo “políticamente correcto”, que creen que ya no se puede decir lo que se piensa so pena de ser acusado de racista, la “palabra libre” de Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es percibida como un auténtico desahogo.

A ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la “rebelión de las bases”. Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por los efectos de la globalización económica.

Hay que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo se define como un “conservador con sentido común” y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y estrella archipopular de la telerrealidad, Trump no es un antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo político en sí, sino a los políticos que lo han estado dirigiendo. Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja política, de la “casta”. Y promete inyectar honestidad en el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.

Los medios de comunicación han dado gran difusión a algunas de sus declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o “ubuescas”. Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes ilegales mexicanos son “corruptos, delincuentes y violadores”. O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país, mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en Juego de Tronos, de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21.000 millones de dólares sería financiado por el Gobierno de México. En ese mismo orden de ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los inmigrantes musulmanes... Y atacó con vehemencia a los padres de un oficial estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto en combate en 2004, en Irak.

También su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un hombre y una mujer, es “la base de una sociedad libre”, y su crítica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho constitucional. Trump apoya las llamadas “leyes de libertad religiosa”, impulsadas por los conservadores en varios estados, para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus declaraciones sobre el “engaño” del cambio climático que, según Trump, es un concepto “creado por y para los chinos, para hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda competitividad”.

Este catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito, masivamente difundido por los medios de comunicación dominantes no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo. Y la principal pregunta que mucha gente se plantea es: ¿cómo es posible que un personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadra.

Para responder a esa pregunta ha habido que hendir la muralla informativa y analizar más de cerca el programa completo del candidato republicano y descubrir qué otros puntos fundamentales defiende, silenciados por los grandes medios. Éstos no le perdonan, en primer lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los “deshonestos” medios. Trump suele afirmar: “No estoy compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los corruptos medios de comunicación” (4). En un tweet reciente, por ejemplo, escribió: “Si los repugnantes y corruptos medios me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%”.

Por considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre otros: The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed. Y hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como candidato favorito...

Otra razón por la que los grandes medios de comunicación atacan a Trump es porque denuncia la globalización económica, convencido de que ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien remunerados desaparecieron. Es un ferviente proteccionista. Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados. “Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados Unidos vuelva a ser un gran país”, suele afirmar, retomando su eslogan de campaña.

Partidario del brexit, Donald Trump ha desvelado que, si llega a ser presidente, tratará de sacar a EEUU del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia, sacará al país del mismo: “El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos”.

En regiones como el rust belt, el “cinturón de óxido” del noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas manufactureras han dejado altos niveles de desempleo y de pobreza, este mensaje de Trump está calando hondo. Así como su rechazo de los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social Security (jubilación) y del Medicare (seguro sanitario) que desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes republicanos desean suprimir. Trump ha prometido no tocar estos avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a resolver los problemas de los “sin techo”, reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.

Contra la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que ganan fortunas y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall. Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de esta medida.

En política internacional, Trump quiere establecer una alianza con Rusia para combatir con eficacia a la Organización del Estado Islámico (OEI o ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú. También, contrariamente a muchos líderes de su partido, ha declarado aprobar el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

Todas estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables y odiosas declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo por los grandes medios de comunicación dominantes. Pero sí explican mejor el porqué de su éxito en amplios sectores del electorado estadounidense.
Puntos:
20-10-16 23:26 #13356749 -> 13234811
Por:Marceloo

RE:Panorama del Mundo Actual
Le Monde Diplomatique
Nº: 252 Octubre 2016

La hora de la economía colaborativa
Ignacio Ramonet

La economía colaborativa es un modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas digitales. Se inspira en las utopías del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es: “lo mío es tuyo” , o sea compartir en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque. Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con gente que lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese sector son: Netflix, Uber, Airbnb, Blabacar, etc. Treinta años después de la expansión masiva de la Web, los hábitos de consumo han cambiado. Se impone la idea de que la opción más inteligente hoy es usar algo en común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio. Todo esto plantea una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está operando, ante nuestros ojos, una nueva mutación.

Imaginemos que, un domingo, usted decide realizar un trabajo casero de reparación. Debe perforar varios agujeros en una pared. Y resulta que no posee un taladrador. ¿Salir a comprar uno un día festivo? Complicado… ¿Qué hacer? Lo que usted ignora es que, a escasos metros de su casa, viven varias personas dispuestas a ayudarle. No saberlo es como si no existieran. Entonces, ¿por qué no disponer de una plataforma digital que le informe de ello… que le diga que ahí, muy cerca, vive un vecino dispuesto a asistirlo y, al vecino, que una persona necesita su ayuda y que está dispuesta a pagar algo por esa ayuda?.

Tal es la base de la economía colaborativa y del consumo colaborativo. Usted se ahorra la compra de un taladrador que quizás no vuelva a usar jamás y el vecino se gana unos euros que le ayudan a terminar el mes. Gana también el planeta porque no hará falta fabricar (con lo que eso conlleva de contaminación del medio ambiente) tantas herramientas individuales que apenas usamos, cuando podemos compartirlas. En Estados Unidos, por ejemplo, hay unos 80 millones de taladradores cuyo uso medio, en toda la vida de la herramienta, es de apenas 13 minutos... Se reduce el consumismo. Se crea un entorno más sostenible. Y se evita un despilfarro porque, lo que de verdad necesitamos, es el agujero, no el taladrador…

En un movimiento irresistible, miles de plataformas digitales de intercambio de productos y servicios se están expandiendo a toda velocidad. La cantidad de bienes y servicios que pueden imaginarse mediante plataformas online, ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es literalmente infinita. Solo en España hay más de cuatrocientas plataformas que operan en diferentes categorías. Y el 53% de los españoles declaran estar dispuestos a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo.

A nivel planetario, la economía colaborativa crece actualmente entre el 15% y el 17% al año. Con algunos ejemplos de crecimiento absolutamente espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta a pasajeros con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68.000 millones de dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online de alojamientos para particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a más 40 millones de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni una sola habitación) más de 30.000 millones de dólares.

El éxito de estos modelos de economía colaborativa plantea un desafío abierto a las empresas tradicionales. En Europa, Uber y Airbnb han chocado de frente contra el mundo del taxi y de la hostelería respectivamente, que les acusan de competencia desleal. Pero nada podrá parar un cambio que, en gran medida, es la consecuencia de la crisis del 2008 y del empobrecimiento general de la sociedad. Es un camino sin retorno. Ahora la gente desea consumir a menor precio, y también disponer de otras fuentes de ingresos inconcebibles antes de Internet. Con el consumo colaborativo crece, asimismo, el sentimiento de ser menos pasivo, más dueño del juego. Y la posibilidad de la reversibilidad, de la alternancia de funciones, poder pasar de consumidor a vendedor o alquilador, y viceversa. Lo que algunos llaman “prosumidor”, una síntesis de productor y consumidor.

Otro rasgo fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que la base de la sociedad de consumo–, es el sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir, comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial de una época en la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (viviendas, coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes, cuadros, teléfonos, etc.) constituía la principal razón de la existencia. Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido materialista de posesión era inherente al ser humano. Recordemos que George W. Bush ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en 2004, prometiendo una “sociedad de propietarios” y repitiendo: “Cuantos más propietarios haya en nuestro país, más vitalidad económica habrá en nuestro país”.

Se equivocó doblemente. Primero porque la crisis del 2008 destrozó esa idea que había empujado a las familias a ser propietarias, y a los bancos –embriagados por la especulación inmobiliaria–, a prestar (las célebres subprimes) sin la mínima precaución. Así estalló todo. Quebraron los bancos hipotecarios y hasta el propio Lehman Brothers, uno de los establecimientos financieros aparentemente más sólidos del mundo... Y segundo, porque, discretamente, nuevos actores nacidos de Internet empezaron a dinamitar el orden económico establecido. Por ejemplo: Napster, una plataforma para compartir música que iba a provocar, en muy poco tiempo, el derrumbe de toda la industria musical y la quiebra de los megagrupos multinacionales que dominaban el sector. E igual iba a pasar con la prensa, los operadores turísticos, el sector hotelero, el mundo del libro y la edición, la venta por correspondencia, el cine, la industria del motor, el mundo financiero y hasta la enseñanza universitaria con el auge de los MOOC (Masive Open Online Courses o cursos online gratuitos).

En un momento como el actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites políticas, financieras y bancarias, la economía colaborativa aporta además respuestas a los ciudadanos en busca de sentido y de ética responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios todos que, en otros momentos, fueron argamasa de utopías comunitarias y de idealismos socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado de su reciente periodo ultraliberal.

En este amanecer de la economía colaborativa, las perspectivas de éxito son inauditas porque, en muchos casos, ya no se necesitan las indispensables palancas del aporte de capital inicial y de búsqueda de inversores. Hemos visto cómo Airbnb, por ejemplo, gana una millonada a partir de alojamientos que ni siquiera son de su propiedad.

En cuanto al empleo, en una sociedad caracterizada por la precariedad y el trabajo basura, cada ciudadano puede ahora, utilizando su ordenador o simplemente su teléfono inteligente, proveer bienes y servicios sin depender de un empleador. Su función sería –además de compartir, intercambiar, alquilar, prestar o regalar– la de un intermediario. Cosa nada nueva en la economía: ha existido desde el inicio del capitalismo. La diferencia reside ahora en la tremenda eficiencia con la que –mediante poderosos algoritmos que, casi instantáneamente, calculan ofertas, demandas, flujos y volúmenes–, las nuevas tecnologías analizan y definen los ciclos de oferta-demanda.

Por otra parte, en un contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal para la supervivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo globalizado. Ahí también, la economía colaborativa ofrece soluciones menos agresivas para el planeta.

¿Podrá cambiar el mundo? ¿Puede transformar el capitalismo? Muchos indicios nos conducen a pensar, junto con el ensayista estadounidense Jeremy Rifkin, que estamos asistiendo al ocaso de la 2ª revolución industrial, basada en el uso masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga, como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar. Por el momento coexisten las dos ramas: una economía de mercado depredadora dominada por un sistema financiero brutal, y una economía del compartir, basada en las interacciones entre las personas y en el intercambio de bienes y servicios casi gratuitos... Aunque la dinámica está decididamente a favor de esta última.

Quedan muchas tareas pendientes: garantizar y mejorar los derechos de los trabajadores; regular el pago de tasas e impuestos de las nuevas plataformas; evitar la expansión de la economía sumergida... Pero el avance de esta nueva economía y la explosión de un nuevo modo de consumir parecen imparables. En todo caso, revelan el anhelo de una sociedad exasperada por los estragos del capitalismo salvaje. Y que aspira de nuevo, como lo reclamaba el poeta Rimbaud, a cambiar la vida.
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