San Esteban del Molar - Zamora

La crisis de la izquierda y el triunfo del capitalismo.

Nicolás Guerra Aguiar
11 de octubre del 2015

No es ningún descubrimiento que la caída del Muro de Berlín (1989) y la desaparición de la Unión Soviética (1991) revolucionaron el mundo occidental. Lo cual significó que en dos décadas el más riguroso, cruel e inhumano capitalismo se impuso sobre los planteamientos del socialismo, si ayer ilusionantes, hoy frustración. Consecuencia inmediata: se anularon los derechos sociales conseguidos hasta aquellos momentos con persecuciones, cárceles, sangre. Por tanto, hoy vuelve a imponerse “el látigo duro”, tal como denunció el poeta Ventura Doreste en Antología cercada hace ya siete décadas.

El capitalismo se mostró teatralmente humanizado, afectuoso y fraternal mientras existió la Unión Soviética. Sin rubor alguno llegó a identificarse con la libertad y la voluntad democrática. Mientras, sus poderosísimas empresas invadían África, Asia y la América latina con corrupciones, asesinatos de dirigentes, golpes de Estado pagados con dólares, francos y libras esterlinas. Y si no con los marines norteamericanos, que desembarcaban en tierras extranjeras ricas en oro, petróleo, agricultura, minas, mano de obra esclava…

Pero siempre, eso sí, siempre en nombre de la libertad y la independencia de los pueblos. E imponían gobiernos títeres que bendecían tropelías, barbaries, nuevas colonizaciones sin reparo alguno. Ya lo denunciaron, por ejemplo, los poetas de Saker-Ti, jóvenes guatemaltecos: mientras reclaman la democracia para Guatemala, llaman la atención ante despotismos y saqueos de la United Fruit Company, compañía propietaria de medio país y, a la vez, dueña de la única vía férrea.

Si echamos un vistazo muy somero a aquellos años recuperaríamos nombres de líderes ya interesadamente olvidados por el mundo occidental en cuanto que fueron asesinados, casi todos ellos relacionados con la independencia de su país. Así, en África: Lumumba (República Democrática del Congo); Rwagasore (Burundi); Olympio (Togo); Boganda (República Centroafricana); Ahmadu Bello (Nigeria); Mondiane (Mozambique); Chitepo (Zimbabue)… Allende, en Chile, fue víctima mortal de las compañías norteamericanas explotadoras del cobre. Y hubo muchísimos más, sometidos por la fuerza a los intereses multinacionales y gobiernos occidentales.

Sí, en efecto: en el siglo XXI estamos pagando el monopolio ideológico del sistema capitalista, hoy sin frenos ni impedimentos algunos para su expansión en los estadios de la sociedad. Aquel mundo prometido en el que todos los humanos gozarían de comida diaria, paz y distensión, sanidad gratuita, educación e, incluso, ciertas comodidades materiales resulta ser, a día de hoy, absoluta mentira, tomadura de pelo, sueño vendido desde arriba.

Hoy las tácticas son más civilizadas. El capitalismo ya no asesina físicamente: pone a su gente en los gobiernos. Por eso, en muy pocos años el retroceso de los derechos humanos y del trabajador marca notables diferencias con los de años anteriores. Así, por ejemplo, el “infeliz” mileurista era un privilegiado frente a la realidad actual: con el mismo trabajo que hace años (pero con muchas más horas), ¿en cuánto se ha quedado su sueldo? ¿Qué diplomado en Traducción e Intérprete hubiera aceptado en 2005 un puesto de recepcionista hotelero de nueve a siete de la tarde por 550 euros?

Y ante tales situaciones de flagrante explotación humana y semiesclavitud, ¿dónde están aquellos sindicatos que lucharon hasta los años 90 del siglo pasado por los derechos de los trabajadores? ¿Qué fue de quienes se definieron como fieles continuadores de Camacho, Redondo, García Salve, Sartorius, Sánchez Montero, los encausados en el Proceso de Burgos…? ¿Qué se hizo de todos los socialistas y comunistas (“rojos de mierda”) que en la década de los 70 e inicios de los 80, a sus veinte o treinta y pocos años, caminaban tras pancartas que pedían justicia, libertad, derechos, trabajo, equilibrios sociales, salarios dignos, educación para todos?

Fueron, salvo excepciones, absorbidos por el propio sistema contra el que alzaron puños e Internacionales en multitudinarios mítines fuera de salones dieciochescos con empalagosos recargamientos. Pasaron de la calle a los despachos; de barrios a palacetes; de guaguas a coches oficiales; de pagas obreras a nominillas de nuevos ricos; de tascas a comedores cargados de tenedores y camareros; de rones a especializaciones en vinos de Rioja, de la Ribera, e incluso de algún que otro francés. En fin: de vaqueros a trajes a medida; de cuellos abiertos a corbatas de seda… Y de paso a la búsqueda de algún solar coquetillo para sustituir el pisito por un chalecito (eso sí, sin ostentaciones), pues mi amigo el constructor me dice que siempre llegaremos a un acuerdo.

La izquierda de la que hacen su sentimiento, al menos de momento, ni está ni se le espera. Hoy la política es una profesión exquisitamente pagada por muy torpe e indocumentado que se sea (que se es). No gobiernan las Ideas, sino los intereses; no se busca a gente comprometida socialmente, solo a quienes callan y asienten ante los amos; no interesan, ni de coña, contestatarios, rebeldes, críticos, inconformistas. Buscan a personajes anodinos, hueros y vacíos como el olmo seco machadiano.

No, no hay una izquierda, por más que se les llene la boca cuando algunos se definen. Aunque el señor Iglesias siga con el puño cerrado y en alto… mientras rompe con el señor Garzón porque IU no lo elevará a los altares del máximo poder. Y el politburó de IU sigue aferrado a las siglas que le dio manjares durante años a la vez que se la iban cargando desde dentro. Y al PSOE ya le sobran la –S- de Socialista y la –O- de Obrero, aunque quedan socialistas, claro. Pero en Canarias -otro ejemplo- pactan repartos con la derechística ATÍstica, que tiene todo su derecho a serlo, y no esconde su faz para tales comportamientos.

La crisis económica no es obra de los trabajadores, en absoluto. Muy al contrario, son sus víctimas. Y lo son porque el capitalismo puro y duro ha triunfado ante silencios y colaboraciones de quienes ayer lo combatieron, hoy plácidamente acomodados en el Sistema. Pero impacta más, acaso, el sepulcral silencio de quienes padecen el látigo duro.