31-08-14 01:07 | #12207363 -> 12206503 |
Por:El Ciego del Molar ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: La poesía y los árboles A UN PINO Dionisio Ridruejo Pino esbelto y tranquilo, soledad de la tarde, tan concreto en la libre desolación del aire, tan alto cuando todo se confunde y abate y huye el sol a tu copa tibio y agonizante. Cómo me fortalece la paz de tu combate, ascensión sin fatiga, raíz honda y constante. Tu majestad envuelve el cielo sin celaje y en tu recio sosiego la tierra se complace. Mis ojos educados en tu sediento mástil ascienden y divisan la soledad más ágil, mientras sueña el silencio sin astros y sin aves como el solo decoro de tu verde ramaje. Pino esbelto y tranquilo, tu soledad te guarde, y consagre la mía desunida y errante, segada de su tierra, extraña de su aire, cuando aún es oro virgen la cumbre de la tarde y tú clamas e invocas el tiempo de mi carne y otro vuelo sin tiempo que se sueña y se hace. | |
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02-09-14 00:27 | #12210597 -> 12207363 |
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RE: La poesía y los árboles El testament d'Amèlia (Popular catalana) El árbol, el río, el hombre (Julio Cortázar - Popular catalana) Al árbol ya cortado No lo claves en tierra Porque su copa seca No engañara a los pájaros Al río que discurre No le levantes diques Porque en el aire libre Cabalgaran las nubes Al hombre desterrado No le hables de su casa La verdadera patria Caro lo está pagando El árbol ya cortado El río que discurre Y el hombre desterrado Caro lo están pagando | |
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02-09-14 00:29 | #12210602 -> 12210597 |
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RE: La poesía y los árboles | |
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16-10-14 15:56 | #12281698 -> 12210602 |
Por:Marceloo ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: La poesía y los árboles Árboles, necesarios como el aire que respiramos trece veces por minuto Pedro Luis Angosto | nuevatribuna.es | 16 Octubre 2014 Con su habitual clarividencia, decía Manuel Azaña que en España lo primero que se hacía antes de urbanizar o construir cualquier cosa, incluso antes de hacer el proyecto, era cortar todos los árboles afectados y los colindantes para que de ese modo a nadie se le ocurriera la peregrina idea de conservarlos con los costes adicionales que eso depararía. Esa arborifobia de la que hablaba el gran republicano complutense ha sido una constante a lo largo de nuestra historia y en todos los territorios peninsulares. El desastre urbanístico provocado por el desarrollismo de los años sesenta-setenta, que fue retomado ya en democracia tras la Ley del Suelo de 1998 de Aznar, destrozó la mayor parte del litoral mediterráneo español, desde Roses hasta Algeciras, sustituyendo bosques de altísimo valor ecológico por mamotretos de hormigón. su régimen pluviométrico. Cientos de miles de hectáreas fueron sacrificadas por orden ministerial durante la dictadura, cientos de miles durante la democracia vía incendios intencionados que nunca han sido perseguidos ni penados con el rigor necesario. Los primeros Ayuntamientos democráticos, imbuidos entonces de una ilusión regeneracionista que desapareció con la llegada de las burbujas, se encontraron con unas ciudades devastadas. Al comprobar el desastre causado por la dictadura, los primeros Alcaldes democráticos emprendieron la única labor que estaba en sus manos dados los medios exiguos con que contaban: Llenar todos y cada uno de los rincones de la ciudad de árboles, de modo que hoy, aunque el centro histórico sigue acusando el daño perpetrado en los años setenta, la ciudad ha recuperado parte de la belleza arrebatada gracias al nuevo manto verde que la acompaña. El árbol, qué duda cabe, es el mayor y mejor amigo del hombre, hasta el extremo de que sin él nuestra vida en el planeta Tierra sería imposible. El español no ha sido educado en el respeto al árbol, al árbol por el árbol, no porque dé éste o aquél fruto, sino porque además de ser absolutamente imprescindible para la vida animal, es bello, quizá una de las cosas más bellas que una persona puede admirar y disfrutar. El cambio climático es un hecho lo niegue quien lo niegue y España, por su situación geográfica, va a ser uno de los primeros países en sufrir sus letales consecuencias. Mimar los árboles que ya tenemos, elaborar un plan estatal que de modo científico llene de árboles las ciudades y sus alrededores, las vías de comunicación y las tierras de bajo rendimiento, las erosionadas y mutiladas por la acción natural o humana. Ese plan crearía miles de puestos de trabajo tan para la plantación como para el cuidado de los árboles, pero sobre todo sería una fuerte muralla contra los cambios que harán mermar las lluvias sobre toda la Península, que aumentarán la desertificación y la temperatura media hasta niveles difíciles de soportar. Estamos, pues ante una situación de urgencia vital, y, otra vez más, de nosotros depende poner los medios y los remedios | |
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21-10-14 22:33 | #12286596 -> 12281698 |
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RE: La poesía y los árboles POEMA DEL ÁRBOL Antonio Machado Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento... Hoy he visto en tus ramas la primera hoja verde, mojada de rocío, como un regalo de la primavera, buen árbol del estío. Y en esa verde punta que está brotando en ti de no sé dónde, hay algo que en silencio me pregunta o silenciosamente me responde. Sí, buen árbol; ya he visto como truecas el fango en flor, y sé lo que me dices; ya sé que con tus propias hojas secas se han nutrido de nuevo tus raíces. Y así también un día, este amor que murió calladamente, renacerá de mi melancolía en otro amor, igual y diferente. No; tu augurio risueño, tu instinto vegetal no se equivoca: Soñaré en otra almohada el mismo sueño, y daré el mismo beso en otra boca. Y, en cordial semejanza, buen árbol, quizá pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza que se parezca un poco a tu hoja verde | |
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22-10-14 18:27 | #12287432 -> 12286596 |
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RE: La poesía y los árboles La encina Antonio Machado Encinares castellanos en laderas y altozanos, serrijones y colinas llenos de oscura maleza, encinas, pardas encinas; humildad y fortaleza! Mientras que llenándoos va el hacha de calvijares, ¿nadie cantaros sabrá, encinares? El roble es la guerra, el roble dice el valor y el coraje, rabia inmoble en su torcido ramaje; y es más rudo que la encina, más nervudo, más altivo y más señor. El alto roble parece que recalca y ennudece su robustez como atleta que, erguido, afinca en el suelo. El pino es el mar y el cielo y la montaña: el planeta. La palmera es el desierto, el sol y la lejanía: la sed; una fuente fría soñada en el campo yerto. Las hayas son la leyenda. Alguien, en las viejas hayas, leía una historia horrenda de crímenes y batallas. ¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar? Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye, viva o lenta, que se emboca turbulenta o en remanso se dilata. En su eterno escalofrío copian del agua del río las vivas ondas de plata. De los parques las olmedas son las buenas arboledas que nos han visto jugar, cuando eran nuestros cabellos rubios y, con nieve en ellos, nos han de ver meditar. Tiene el manzano el olor de su poma, el eucalipto el aroma de sus hojas, de su flor el naranjo la fragancia; y es del huerto la elegancia el ciprés oscuro y yerto. ¿Qué tienes tú, negra encina campesina, con tus ramas sin color en el campo sin verdor; con tu tronco ceniciento sin esbeltez ni altiveza, con tu vigor sin tormento, y tu humildad que es firmeza? En tu copa ancha y redonda nada brilla, ni tu verdioscura fronda ni tu flor verdiamarilla. Nada es lindo ni arrogante en tu porte, ni guerrero, nada fiero que aderece su talante. Brotas derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de la vida, que es vivir como se puede. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina. Ya bajo el sol que calcina, ya contra el hielo invernizo, el bochorno y la borrasca, el agosto y el enero, los copos de la nevasca, los hilos del aguacero, siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena, ¡oh tú, robusta y serena, eterna encina rural de los negros encinares de la raya aragonesa y las crestas militares de la tierra pamplonesa; encinas de Extremadura, de Castilla, que hizo a España, encinas de la llanura, del cerro y de la montaña; encinas del alto llano que el joven Duero rodea, y del Tajo que serpea por el suelo toledano; encinas de junto al mar en Santander?, encinar que pones tu nota arisca, como un castellano ceño, en Córdoba la morisca, y tú, encinar madrileño, bajo Guadarrama frío, tan hermoso, tan sombrío, con tu adustez castellana corrigiendo, la vanidad y el atuendo y la hetiquez cortesana!… Ya sé, encinas campesinas, que os pintaron, con lebreles elegantes y corceles, los más egregios pinceles, y os cantaron los poetas augustales, que os asordan escopetas de cazadores reales; mas sois el campo y el lar y la sombra tutelar de los buenos aldeanos que visten parda estameña, y que cortan vuestra leña con sus manos | |
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23-10-14 12:29 | #12288043 -> 12287432 |
Por:Soitu ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: La poesía y los árboles Leyenda que da vida a un árbol que se encuentra en la localidad zamorana de Codesal, con el que se quiere simbolizar el amor eterno. En su cementerio se alza un roble centenario, del que se dice que tiene únicamente dos fuertes raíces que se hunden por separado en la tierra, abrazándose muchos metros más abajo. No es sino el testigo de una historia de amor desgraciada. Amores que van más allá de la muerte. “En un año indeterminado de un siglo perteneciente a la Edad Media, salieron de la localidad zamorana de Codesal tres arrieros que buscaban poder mercadear en tierras gallegas, sobre todo en el valle de Verín. Llegados hasta allí, se les dio tan bien las ventas que decidieron permanecer más días, haciendo amistad con los jóvenes lugareños. Una de las noches que estaba bebiendo en una posada criticaron las actuaciones del Señor de Verín, por considerar que oprimía más a sus vasallos que lo que ellos sufrían en tierras zamoranas. Llegadas estas críticas a oídos del Señor, mandó que los detuviesen, que les quitasen las mulas, las mercancías, y que les llevasen a su presencia. Tras confirmar los arrieros que efectivamente le habían criticado, y aunque pidieron perdón por ello, el Señor ordenó que los encarcelasen en el castillo. El carcelero tenía una hija muy bella que le ayudaba llevando la comida a los presos. Poco a poco fue trabando amistad con los arrieros, y más adelante se enamoró de uno de ellos, que le correspondió en ese sentimiento. Cuando llegaban las fiestas navideñas, la muchacha escuchó que el Señor había decidido poner en libertad a los encarcelados, no sin antes azotarlos, para después expulsarlos de Verín. La joven decidió ayudar a los arrieros, y robando las llaves a su padre abrió la celda les indicó dónde estaban las mulas y las mercancías que les había requisado el Señor. Los enamorados se despidieron jurándose amor eterno. Descubierta la huida, el carcelero tuvo que marcharse junto a su familia, pues sospechaba que su hija había tenido que ver en la marcha de los arrieros, aunque ella nunca lo confesó. Un día, ella decidió partir junto a unos segadores rumbo a Castilla para buscar a su enamorado. Llegados a Cospedal, y sin encontrar al arriero, falleció en el campo, dice la leyenda que de pena. Como nadie la conocía, fue enterrada en una esquina del viejo cementerio, mientras que los otros segadores gallegos regresaron a Verín. Sobre la montaña de tierra, en su tumba, una anciana de la localidad clavó una ramita de roble. Semanas más tarde regresó a Cospedal el arriero a quien le cuentan la historia, y, al comprender que se trataba de su amada, se dirigió hacia el cementerio donde lloró amargamente ante la tumba. Sin ganas de vivir más, decidió retirarse a un monasterio, donde permaneció hasta su muerte pidiendo que le enterrasen junto a la joven. Las lágrimas del arriero son las que hicieron germinar ese árbol, cuyas raíces se unen debajo de la tierra, celebrando la unión que no se pudo llevar a cabo sobre la superficie”. | |
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