"Los grajos del sochantre" "Los grajos del sochantre" Esta tarde he leido en las páginas del suplemento de Ciencia y Naturaleza del Diario de León un reportaje de divulgación, que habla de la especial capacidad de los córvidos para utilizar objetos como herramientas, con una disposición mejor que la de los primates. Una especie de cuervos de Nueva Caledonia (?) parece que es capaz de utilizar hojas de árbol, trocitos de madera, y hasta los metales que le ponen los científicos a mano (quiero decir: a pico), para ingeniárselas y convertirlos en herramientas. ¡Qué listos los córvidos, por Dios!... Yo vivo en un barrio de León, privilegiado por lo cerca que está del Parque Natural de La Candamia. Justo al lado de mi casa, nada más cruzar una ronda ruidosa, tengo, a vista de pájaro, una chopera, que es en estos días de incipiente primavera una catedral de picachos desnudos . La finca tendrá unos quinientos chopos... (Tendría que pedir un informe más cabal al "técnico-contador de reuniones", para "disparatar" el número exacto, según interese a cada cual). Lo dejo en "quinientos árboles pelados", pelados y grises todavía. Pues, entre sus ramas (me puse ayer a contar), habrá, por lo menos, diez veces sesenta nidos, tejidos con palitos, broza de las sebes , tierra y basura... que acarrean afanósamente más de un millar de grajos, enormes, negros, brillantes y escandalosos. Me he quedado con ganas de "engalgar" a los chopos, como cuando era un niño esmirriado, para ver los "encofrados" de los nidos, y espantar a los negros pajarracos, al tiempo que ahuyentar la negrura que tenemos en León en estos días de invierno de propina. He optado por mirar la Guía Incafo, y aprender algo más de los grajos (o las grajas): "Corvus frugilegus". Pensaba poner aquí escuetas referencias; pero os voy a dejar con la miel en los lábios. Si os interesa de verdad, coged la Guía, o el Larousse..., y empapaos mejor que yo... He decidido contaros otra historia. Es la siguiente: En el barrio viejo, - y "Húmedo" - de León, hace muchos años que vivió un sochantre; es decir: un canónigo especial que tenía la función de dirigir el canto en la Santa Iglesia Catedral. Eran tiempos de negrura en el clero eclesial, representado en el vestir enlutado y brillante de las sotanas, y las tejas que tapaban las testas tonsuradas de los curas. Y eran tiempos de "friura" y de mucha necesidad... El viejo chantre malvivía, junto con su criada. Las malas lenguas de los parroquianos decían que el viejo cura hacía "maravillas". También con la criada. El canónigo presumía de que, a pesar de la premura, en su cena nunca faltaba un buen caldo de ave, y un muslo de la misma ave, que volaba a su cazuela cada día. Nos lo cuenta Luis Mateo Díez, en un relato negro e inquietante, de esos que se contaban en los "filandones" del crudo invierno leonés. Mateo Díez nos dibuja al viejo cura: amaneciendo en su terraza, con vistas a la Pulchra Leonina; acechando a los grajos, sigiloso; sonriendo, casi diabólicamente, con un pájaro negro muerto entre las manos, como un trofeo de caza. Y a la criada, enlutada también, desplumando al grajo; remendando con sus plumas brillantes la sotana raida de su amo; y cocinando en un pote sempiterno el caldo y la carne dura del bicho, hasta exprimirlo y ablandarla... Pero, ay: la maravilla de sorber cada día una sopa de ave, y de comer su carne macerada, día tras día, terminaba muy mal. El viejo cura se oscurecía cada tarde un poco más; su nariz crecía y se retorcía, volviéndose azulada y dura; su cuerpo se encorvaba más y más... Y lo peor de todo: su garganta se volvía, primero aguardentosa, y despues seca y dura, muda de voz humana... Un día, en el ensayo de los chantres, el canónigo quiso entonar un "gradual", para poner de ejemplo al coro. De su garganta llegó a salir un "cruaggg" soberbio y estentóreo. Los grajos que revoloteaban los picos de la Catedral, se asustaron; y la negra bandada de pajarracos huyó despavorida hasta las choperas de La Serna y La Candamia... Y por allí están. Hasta hoy. (Alfredo Escalada/23.03.2006) |