De Riodevega hacia Muelas De Riodevega hacia Muelas Volviendo de Aguablanca, de noche, hay algunos puntos donde el camino se hace un tanto desapacible: esto ocurre en Riodevega, porque hay que cruzar el río y sus entornos de espeso matorral y porque hay que subir una pendiente por un camino borroso donde la piedra está suelta y resbaladiza... Un saludo Que yo no cruzo el puente, madre, que la noche es una trampa y apenas hay un rayo de luna ¿Pasarías tú la sombra de los espinos, las garras prensiles de los escaramujos, los pulpos insalvables de las escobas, que barren hacia un lado y hacia otro; la nada bajo los pies, siempre abisal, siempre repelente, siempre sospechosa? ¿Expondrías tú los pasos a su rastrera suerte, imaginando sin remedio lo que hay entre las cepas de los matojos y el espesor de la negrura? ¿Andarías a tientas un camino pendiente e inclinado, me explico: pendiente de arreglar, pendiente de una goma de tiempo que definitivamente lo borre, pendiente en su dirección y en su sentido, pero inclinado en su anchura hacia el barranco hondo del río, hacia su grieta negra? ¿Y antes, cruzarías la angostura del puente sin haber contado de día los agujeros negros entre sus tablas entarabincuntinculadas, los mágicos cruzados de las barandillas por las que se colarían elefantes de balanceo en caso de que el puente resistiera? ¿Pondrías tú los pies en los regueros multiplicados de la lluvia, irregulares, imprevisibles, profundos, caprichosos? ¿Te dejarías llevar a un huerto oscuro si, desde tus fueros internos, no vieras con cierta garantía la cara del peligro? El peligro es éste: arenas del tamaño de las avellanas del Principado de Asturias, chinas como puños de la Internacional Socialista, pedruscos de tropezón y dentadura rota, rocosas alegorías de Gibraltrar. Piedras sin pulir en escabroso libertinaje. Guijarros insufribles que golpean contra el hueso de las caídas, que siempre ha estado ahí, en los entornos del aroma de Fundador, que es exactamente redondo. Rocalla de coscorrón y de fractura locomotriz-locomotora. Tocones de arbustos desgajados, puntiagudos. Ramuja de brezo residual con el color de los fuegos extinguidos.... ”¡Negro, por ti me derrito!” ¿Quieres que me rompa la crisma? ¿Quieres matarme de nocturnidad no venturosa y sí completamente desencaminada? Desventura la mía, madre, que quieres que cruce el puente de las angustias y me adentre, sin los preservativos de rigor, en el camino de los tropezones y los deslizamientos. Y todo ello de noche, cuando rondan por ahí los jabalíes, las musarañas, los ofidios bífidos, los búhos enrocados, las culebras bastardas, los raposos coléricos o rábicos o colistas o coleópteros ¿Cómo lo diría? Los raposos con cola. Eso, los raposos con cola. Qué estupidez ¿no? La cola va implícita en los raposos. Y es hermosa, por cierto. Bien, la zorra de las uvas y de las gallinas, los cánidos montaraces, las procesiones de las estantiguas, los gamusinos, algún gato montés, animal o pasodoble, los murciélagos de Transilvania... Y no nombro al fantasma del cementerio para no atraer al diablo de la noche: una cabra montesa con los cuernos de Belcebú. - El lobo me ha curado de espantos -dijo Antonio- Puedes echarme alimañas o sabandijas, ya sean hiperbolizadas o mitológicas. - ¿De verdad? –enfatizó Isidro- ¿Y qué tal si te echo una víbora? - Joder, me acabas de tocar los escogorcios. - ¿Escogorcios? ¿Frutos inguinales? ¿Merendengues? ¿Barbaritos? ¿Abruños como puños, pilocojones en almíbar? ¿Nísperos de Callosa de Ensarriá, Marina Baixa, Alicante? No quería ir yo tan lejos. - La víbora no estaba en el menú... - Bueno, estaba ofidialmente sobreentendida. Había que encontrarle aplicación a la bifidez, que está en la lengua... Mariano Estrada Del libro “Aguablanca: caminos de ida y vuelta”
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