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España > Toledo > Escalona
16-11-09 19:00 #3868647
Por:luismgon

La muerte atrincherada (Dedicado a Stosstrppen)
En primer lugar gracias por levantarme el animo, hoy es uno de esos días tontos que creo que todo el mundo pasamos, en fin es mejor olvidarlo y seguir, porque debo de reconocer que abandonar es de cobardes y yo creo que no lo soy así que voy a continuar, quiero darte las gracias, igualmente a guerreoaskalon1, condelucanor, toypodrido2 por animarme a seguir en mi tarea, te diré que si ya te tenia preparada la información que me pedías, la cual es muy extensa pero voy a intentar resumirte:

La Gran Guerra de Marc Ferro es una síntesis muy precisa y amena sobre la primera guerra mundial. Alternando entre la descripción casi novelada de los acontecimientos bélicos, unos brillantes análisis teóricos objetivos y precisos y algunos textos originales, Marc Ferro nos ofrece un retrato escalofriante de la gran guerra.

El capítulo reservado a la lucha en las trincheras resulta particularmente estremecedor en todo el cúmulo de horrores que supuso aquella contienda entre las grandes potencias occidentales. Aunque en un principio la guerra se preveía muy breve por parte de todos los contendientes, enseguida se estancó en largos frentes que apenas variaron a lo largo de toda la lucha. Así, durante años se mantuvo una guerra de posiciones, en la que las trincheras se convirtieron en el sepelio de miles de hombres. Allí se manifestó por vez primera todo el horror y la capacidad destructiva que se había alcanzado tras la segunda revolución industrial. Donde antaño una carga de caballería cambiaba el rumbo de una batalla, ahora era la resistencia épica y desquiciada de los soldados frente a los gases, las ametralladoras, el hambre y la locura.

Estos son algunos de los textos que incluyo en la información que te he podido conseguir. Casi todo se basa en los hechos reales de varios soldados en diferentes frentes.
«El ayudante-jefe Daguenet, del Regimiento de Infantería 321, ha descrito su llegada a las trincheras:
"Al recorrer el pasadizo de Haumont, los obuses alemanes nos enfilaron y el pasadizo se llenó de cadáveres por todos los sitios. Los moribundos, entre el barro, con los estertores de la agonía, nos piden de beber o nos suplican que los rematemos. La nieve sigue cayendo y la artillería está causando pérdidas a cada instante. Cuando llegamos al mojón B no me quedan más que 17 hombres de los 39 que tenía al salir".

He aquí la decoración de una trinchera en la región de Champaña:
"Un olor infecto se nos agarra a la garganta al llegar a nuestra nueva trinchera, a la derecha de los Éparges. Llueve a torrentes y nos encontramos con que hay lonas de tiendas de campaña clavadas en los muros de la trinchera. Al alba del día siguiente constatamos con estupor que nuestras trincheras están hechas sobre un montón de cadáveres y que las lonas que han colocado nuestros predecesores están para ocultar a la vista los cuerpos y restos humanos que allí hay".

Un poco más lejos, Raymond Naegelen ha contemplado esta escena:
"A lo largo de todo el frente de la colina de Souain yacen, desde septiembre de 1915, los soldados barridos por las ametralladoras, extendidos cara a tierra y alineados como si estuviesen en plena maniobra. La lluvia cae sobre ellos inexorable, y las balas siguen rompiendo sus huesos blanqueados. Una noche, Jackes, que iba de patrulla, ha visto huir ratas saliendo por debajo de sus capotes desteñidos, enormes ratas engordadas con carne humana. Latiéndole el corazón, se arrastraba hacia un muerto cuyo casco había rodado; el hombre mostraba su cabeza vacía de carne en una mueca siniestra, desnudo el cráneo, devorados los ojos. La dentadura postiza se había deslizado sobre la camisa podrida y de la boca abierta salió una bestia inmunda".

Y ésta es la espera en la trinchera:
"Nos ha llegado la orden de la brigada: “tenéis que resistir cueste lo que cueste, no retroceder bajo ningún pretexto y dejaros matar hasta el último antes que ceder una pulgada de terreno”. De este modo dicen los hombres la cosa está clara. Es la segunda noche que vamos a pasar sin dormir. En cuanto oscurece, el frío cae sobre nosotros y nuestros pies son como bloques de hielo..."

Muchos soldados murieron enterrados, y así nos lo cuenta Gustavo Heder, del 28 Regimiento de Infantería:
"Desentierro a un poilu de la 270, más fácil de sacar. Hay todavía varios enterrados que gritan; los alemanes deben oírles porque nos abrasan desde cubierto con sus ametralladoras. No es posible trabajar de pie y por un momento casi tengo ganas de marcharme, pero la verdad es que no puedo dejar así a los camaradas… Intento desprender al viejo Mazé, que sigue gritando; pero cuánta más tierra quito, más se hunde; lo desentierro por fin hasta el pecho y puede respirar un poco mejor…"

En Verdún, toda una sección del campo de batalla reunía a sus heridos en un túnel fuera de uso, el túnel de Tavannes.
El lugarteniente de Bencech, que fue llevado allí, anotó sus impresiones:
"Llegamos al túnel. ¿Estaremos realmente condenados a vivir aquí? Prefiero la lucha al aire libre, el abrazo de la muerte en terreno descubierto. Fuera se tiene el riesgo de una bala, pero aquí el peligro de la locura. Una pila de sacos de tierra se levanta hasta la bóveda y cierra nuestro refugio. Fuera sigue la tormenta de la noche y el martilleo continuo de los obuses de todos los calibres. Por encima de nosotros, bajo la bóveda que retumba, algunas bombillas sucias arrojan una claridad dudosa y enjambres de moscas danzan a su alrededor en zarabanda. Acuden al asalto de nuestra epidermis con su zumbido irritante y los manotazos no logran apartarlas.

Las caras de todos están húmedas y el aire es tibio y nauseabundo. Acostado en la arena cenagosa, sobre el carril, mirando a la bóveda o faz contra tierra, hechos un ovillo, estos hombres embrutecidos esperan, duermen, roncan, sueñan y ni siquiera se mueven cuando un camarada les aplasta un pie.

En algunos sitios corre un chorro. ¿Es sangre u orina? Se nos agarra a la garganta y nos revuelve el estómago un olor fuerte, animal, en el que surgen relentes de pólvora, de éter, de azufre y de cloro, un olor de deyecciones y de cadáveres, de sudor y de suciedad humana. Es imposible tomar alimento. Solamente el agua de café de la cantimplora tibia y espumosa calma un poco la fiebre que nos anima… Me llega un cabo muy joven, solo, con las dos manos arrancadas de raíz por los puños, que mira sus dos muñones rojos y horribles con los ojos desorbitados».

Espero y deseo que esta información te sirva para documentarte en lo que andabas buscando.

Gracias por leerme
luismgon
Puntos:
16-11-09 19:22 #3868972 -> 3868647
Por:Stosstruppen

RE: La muerte atrincherada (Dedicado a Stosstrppen)
Gracias Luis.
Me permito recomendarte,recomendaros "El miedo" de Grabiel Chevallier,de la editorial "acantilado".Impresionante.
La edición de bolsillo es muy económica.

...¡Le preguntamos qué hizo usted!

--¿Si?....Pues bien,estuve de marcha día y noche,sin saber a donde iba.Hice ejercicio,pasé revistas,abrí trincheras,trasladé alambradas,sacos terreros,vigilé en la tronera.
Pase hambre sin tener nada que comer,sed sin tener nada que beber,sueño sin poder dormir,frío sin poder calentarme,y piojos muchas veces sin poder rascarme....¡Eso es todo!
--¿Todo?
--Si todo...O mejor dicho,no,no es nada.Les voy a decir la gran ocupación de la guerra,la única que cuenta:HE TENIDO MIEDO.
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