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29-01-11 18:49 #6962952
Por:C0RRELINDES

mis muertes favoritas...(con perdón)
Parral, Chihuahua, 20 de juio de 1923.- Eran las ocho de la mañana del 20 de julio, todo estaba en aparente calma. Ana María Flores Sánchez, conocida como “La Maestrita”, sólo tenía 13 años de edad. De pronto escuchó tremenda balacera, el ruido venía en dirección al puente Guanajuato, en Parral.

Ella se encontraba a varios metros de distancia, por lo que no alcanzaba a distinguir el acontecimiento. En ese momento llega un niño anunciándole en voz alta: “¡Acaban de matar a Villa!”... Ana María comenzó a correr hacia el puente. Justo en la terminal del mismo se encontraba el cuerpo sin vida del General Francisco Villa. Pocos metros antes un cuerpo más, era Rosalío, mejor conocido como “Chalío”, él solo estaba mal herido, una bala le perforó la espalda.

Una vez que Ana María logró reaccionar y reconoció los cuerpos, apresuradamente se regresó al pueblo a pedir ayuda, llegó hasta la iglesia a comunicarle al cura tremendo suceso. Ya acompañada por él se acercó una vez más para ver de cerca a Villa, ya que no asimilaba lo que estaba sucediendo.

Ahí cerca se encontraba también el carro en que Francisco Villa se trasladaba antes de encontrarse con su muerte, junto al vehículo estaba Miguel Trillo, su secretario; detrás de la unidad, Daniel Tamayo, su asistente y el General Contreras, también herido. Él iba chorreando sangre, al parecer había perdido un brazo, sólo el destino de Villa y el de Miguel Trillo se escribieron hasta ese momento.

La gente del pueblo aún ignoraba la muerte de Pancho Villa, y es que la clorinizadora tronaba igual cada vez que empezaba el proceso del tratamiento del agua. Por ello, nadie se percató de que el estruendo provenía de la balacera que se desató en contra de Villa.

Han transcurrido más de 87 años desde el asesinato de Doroteo Arango, mejor conocido como Pancho Villa. La maestra Ana María Flores, radicada en Torreón, a sus 93 años de edad, recordó en el año 2003, en una entrevista con El Siglo de Torreón, esos momentos como si hubieran sucedido ayer. Con una claridad y exactitud sorprendentes, las imágenes vienen a su memoria, recuerdos que para ella siguen siendo muy dolorosos por la familiar cercanía que tenía con el General Villa.

La maestra está segura de que los enemigos de Pancho Villa tuvieron el tiempo necesario para planear su muerte, y con la misma claridad continúa narrando los hechos... “Tenían mucho tiempo, únicamente esperaban el momento”. Dice que Villa caminaba comúnmente por la plaza Guanajuato, pero sólo entre semana, por lo que siempre había afluencia de niños; sin embargo ese día era sábado, parecía un pueblo desolado.

Lo vieron pasar, se dirigía a visitar a una de sus tantas mujeres. Pancho Villa nunca se imaginó que ese día encontaría su muerte. Horas más tarde del asesinato empezó a llegar la gente a ver, a curiosear, “porque el gobierno nomás sabía que Villa andaba en Parral, y hacían salida de campamento o a alguna comunidad, como un simulacro, para que no hubieran autoridades en el pueblo”, comentó doña Ana María en tono de enojo, y en seguida mencionó las razones por las que los contrincantes de Villa habrían querido acabar con su vida.

“Desde mi punto de vista, Villa fue víctima del capitalismo, auspiciado por Calles desde luego y por Gabriel Chávez, quien era el jefe de los banqueros en Parral, que para mí fue el que patrocinó, el que dio facilidades a quienes lo mataron, porque un empleado de él les prestó la casa, mejor dicho el velador de la casa del banquero se salió para que entraran los asesinos, obviamente por orden del banquero Gabriel. Lo anterior, con la aprobación del Presidente Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, en ese entonces Secretario de la Defensa”, afirmó.

El cuerpo de Francisco Villa fue trasladado al hotel Hidalgo de su propiedad, para su velorio. “Ahí fue enterrado en un pozo, como un pordiosero, no había necesidad de llegar a esos extremos ya que él mismo mandó construir una capilla en Chihuahua para ser sepultado. Sin embargo su primera esposa, de nombre Luz, dio la orden de que no se lo llevaran a ninguna parte’’.

Ella comenta que además de Luz, también estaba presente Austrebertha, su segunda esposa; ambas compartían el mismo techo y al mismo hombre, pero esta última no se opuso a la decisión que tomó la primera cónyuge del General.

Una vez en el sepulcro, el cuerpo inherte de Pancho Villa fue desenterrado por los gringos para cortarle la cabeza y llevársela. Al término de estas palabras, la maestra hizo una breve pausa, y tajantemente afirmó: “Eso es lo que sé de Villa, tan cierto como si usted lo hubiera visto”, puntualizó
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30-01-11 20:47 #6968834 -> 6962952
Por:C0RRELINDES

RE: mis muertes favoritas...(con perdón)
"¿Una ramera? ¡sí!, pero una traidora, ¡jamás!" es una frase que se le atribuye a Mata Hari durante el juicio sumarísimo al que fue sometida.

La trama de espionaje en la que Mata Hari se vio envuelta es bastante enrevesada y en muchos puntos no del todo aclarada, pues hay versiones contradictorias sobre lo que ocurrió. Cuando estalla la Primera Guerra Mundial en julio de 1914 ella está en Berlín, donde baila en un importante music-hall, y tiene por amante al jefe de policía de esta ciudad.


Unos meses despues aparece en Holanda, residiendo en el Hotel Victoria de Amsterdam. En marzo de 1915 sale para Francia, y poco despues esta en Madrid. Un capitán inglés llamado Fernand Tuohy dice que bailó durante varios meses en un music-hall de Madrid al mismo tiempo que se ponía en contacto con agentes abiertamente partidarios de Alemania. Es entonces cuando sus actividades comienzan a despertar las sospechas para los servicios de inteligencia aliados, y a partir de entonces la mantendrán estrechamente vigilada.

En la primavera de 1916 vuelve a Francia, donde se aloja en el Gran Hotel de París, y segun los informes de los agentes franceses que seguían sus movimientos se dedicaba a relacionarse con oficiales de las naciones aliadas que se encontraban de paso allí. Es en esta epoca cuando Mata Hari conoció al que sería el amor de su vida, Vadim Masloff, un soldado ruso destinado en Francia, quien en ese momento estaba de permiso en París. Durante varios días y varias noches no se separaran uno del otro.

El siguiente episodio es el más difuso de todos porque hay dos versiones contradictorias, una la de Mata Hari y otra la de sus acusadores.

Segun Mata Hari ella fue a visitar al capitán Ledoux para solicitar que le extendiera un salvoconducto para Vittel, donde había un hospital militar en el que se encontraba su amado Vadim Masloff, al que acababan de herir en un ojo. Mata Hari dice que en el transcurso de esta entrevista Ledoux le ofrecio prestar servicios como espía a favor de Francia, y que ella aceptó.

En cambio segun la versión de Ledoux fue Mata Hari quien fue a ofrecerle sus servicios como espía, y que él rapidamente desconfió pues sabía que era sospechosa de trabajar a favor de los alemanes, por lo que decició dejarla actuar pero manteniéndola vigilada hasta descubrir lo que se traía entre manos.

El caso es que Mata Hari se embarco para Holanda (aunque haciendo el viaje a través de España, Portugal e Inglaterra), donde debería entrar en contacto con un agente francés que le daría instrucciones. Sin embargo en el trancurso del viaje fue interceptada por los ingleses que también la consideraban sospechosa, y tras interrogarla le dijeron que no podía ir a Holanda y que debía regresar a España.

Segun la versión de Mata Hari en el juicio, como en Madrid estaba desocupada, decidió trabajar por su cuenta para así demostrar su utilidad a los franceses que tanto desconfiaban de ella. Por eso entró en contacto con el agregado militar alemán Von Kalle. Tras conseguir información sobre un desembarco de tropas alemanas en Marruecos, le pasa esa información a Ledoux en París. Sin embargo los franceses no confían en ella, ya que siguen considerando que trabaja para Alemania, y que solo es una estratagema del enemigo.

Finalmente se produce el desenlace de la historia cuando los franceses interceptan un mensaje cifrado de los alemanes que confirmaba sus sospechas, ya que el mensaje se refería a uno de los agentes alemanes llamado H21 y cuyos movimientos eran exactamente los que había hecho Mata Hari en los ultimos tiempos. Ademas en el mensaje se dice cuales serán sus siguientes pasos: ir a París y recoger 5.000 dolares en pago a sus servicios que hay depositados en el Banco Comptoir d'Escompte.

De esta manera cuando Mata Hari llega a París en enero de 1917 ya tiene sobre ella a todo el servicio francés de contraespionaje. Efectivamente Mata Hari recoge el dinero en el Comptoir d'Escompte, lo cual será definitivamente su perdición. Tras vigilarla algunas semanas en espera de obtener más información se decide proceder a su detención, que se produce el 13 de febrero a las siete de la mañana en el numero 103 de la avenida de los Campos Elíseos.

El Final

Tras su arresto fue recluida en la prisión de San Lázaro en las afueras de París. Más tarde fue sometida a juicio acusada de espionaje, de ser una agente doble para Alemania y Francia, y de haber causado con ello de forma indirecta la muerte de miles de soldados. Al final se le encontró culpable, aunque sin pruebas concluyentes, y basadas en hipótesis que hoy no se sostendrían en un juicio moderno. De hecho, una asociación de su ciudad natal pidió hace algunos años al Ministerio de Justicia francés una revisión póstuma del caso, aunque aun no se han pronunciado.

Fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento en la mañana del 15 de octubre de 1917. Tenía 41 años. Sobre los detalles de este episodio circularon muchas leyendas, como que antes de morir se despidió de los soldados del pelotón agitando la mano, o que sólo vestía un abrigo de piel, del cual se despojó para persuadir a sus ejecutantes, o que los propios soldados tuvieron que ser vendados para no sucumbir a sus encantos. En todo caso, si parece probado que lanzó un beso de despedida a sus ejecutores y que, de los 12 soldados que constituyeron el pelotón de fusilamiento, sólo acertaron 4 disparos, uno de ellos en el corazón que le causó la muerte instantánea.

El oficial a cargo, como así era habitual en estos casos, ultimó el acto con un innecesario disparo de gracia en la sien. La noticia recorrió el mundo. Hay incluso una narración periodística que detalla este dramático momento describiendo la expresión de su rostro, forma de caída y disposición final del cuerpo en el suelo. También existe una fotografía a cierta distancia de los momentos previos a su ejecución, justo enfrente del pelotón de fusilamiento, cuando el oficial está leyendo los cargos.

Su cuerpo, que no fue enterrado, se empleó para el aprendizaje de anatomía de los estudiantes de medicina, como era habitual para los considerados criminales y ajusticiados en aquella época. Su cabeza embalsamada, que tenía el pelo teñido de rojo, como atestiguan quienes la vieron, permaneció en el Museo de Criminales de Francia hasta que en 1958, desapareció seguramente robada por un admirador.
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31-01-11 15:04 #6972574 -> 6968834
Por:C0RRELINDES

RE: mis muertes favoritas...(con perdón)
Gregori Efimovich nació en la Siberia Occidental aproximadamente en 1872. Nada se conocería de él a no ser porque creyéndose con poderes especiales logró curar al zarevich Alexis de la hemofilia, cosa que no había logrado ninguno de los médicos llegados al palacio de San Petersburgo. A partir de entonces Rasputín (como sería conocido) se convertiría en el protegido de la emperatriz Alexandra.
Rasputín llegó a tener tanto poder dentro del palacio de los zares que prácticamente no había decisión que no pasase por su juicio. La aristocracia rusa no veía con buenos ojos la presencia de aquel hijo de campesinos analfabetos en asuntos gubernamentales. Sin embargo era tal la capacidad de convicción, y el terror que su firmeza ejercía sobre todo, que nada pudo detener su escalada dentro del poder del gobierno del zar Nicolás II.
Los biógrafos no dejan de pintarlo como un verdadero monstruo diabólico, capaz de ejercer una dictadura feroz, completamente despiadado y concentrado en romper la barrera de cuanto pecado capital hubiera.
Ya sea desde los banquetes espectaculares que terminaban en grandes orgías o desde la toma de decisiones de gobierno, todos sus actos eran revestidos de un halo místico que obturaba cualquier oposición. Su mirada penetrante, su estampa la de guerrero bravo, su rostro anguloso y su barba oscura, hacia imaginar una fuerza extraña detrás de aquel simple hombre.
Como dijimos antes: existían sectores de la aristocracia cuyo mayor deseo era la desaparición de Rasputín. Algunos lo habían intentado con tal suerte que muchos llegaron a pensar que aquel ser era inmortal.
Presentado como un hombre de Dios, en realidad su vida era de lo más libertina. Un "jlysty" convencido, es decir: alguien dispuesto a cometer los mayores pecados ya que, según su filosofía, el mayor placer de Dios es perdonar a los más grandes pecadores.
Hechas estas consideraciones, no nos tentaremos es verter sobre Rasputín ningún juicio de valor, si es que ya la presentación no ha caído en ello con tanto adjetivo.
Nos ocuparemos de narrar, según las declaraciones del protagonista principal de la jornada del 28 de diciembre de 1916, las últimas horas del aparentemente inmortal Rasputín.
El príncipe Yusupov y un grupo de hombres habían preparado lo que sería la trampa para cazar a la bestia. En el sótano del palacio de Yusupov se disponía la mismísima tentación para un hombre de las características de Rasputín. Narrar los por menores de todo lo que debieron planear aquellos hombres para al fin alcanzar su objetivo sería demasiado extenso. Así pues, imaginemos la escena anteúltima: el príncipe Yusupov y Rasputín sentados en aquel sótano lleno de manjares, con una decoración cuidada y con un hogar de leños crepitantes.
Los amigos del príncipe habían dispuesto todo al detalle y esperaban en el piso de arriba el desenlace ansiado. Rasputín había sido engañado, no se imaginaría nunca que aquella sería su noche final.
Tanto la bebida como los bocadillos tenían la cantidad de cianuro necesaria como para matar a un batallón. Raputín y Yusupov hablaron animadamente durante bastante tiempo. Rasputín comentando sus triunfos respecto a todos los intentos de asesinato que había sufrido; el príncipe, tratando de equilibrar sus nervios, pues él estaba justo en eso de atentar contra la vida de su interlocutor en aquel momento, y parecía que aquel hombre sospechaba sus intenciones.
El tiempo corría y el hombre de confianza de los zares no probaba bocado de los tentadores dulces espolvoreados con veneno, ni bebía nada de todo lo que Yusupov le ofrecía.
Cuando los nervios de Yusupov estaban por quebrarse, Rasputín aceptó una copa de vino de Crimea y comenzó a devorar los dulces mientras dialogaba en un ambiente más relajado.
Yusupov, no podía creer lo que estaba viendo, el hombre aquel había ingerido la cantidad de veneno suficiente como para voltear a un regimiento. Más tarde el invitado pidió beber Madera y se rehusó a que le cambien el vaso. El príncipe quiso persuadirlo que no era de buen bebedor mezclar bebidas, sin embargo Rasputín negó el cambio. De nada le sirvió, el Madera también estaba envenenado. Todo estaba pensado para que la presa no escapara del destino que Yusupov y sus hombres le habían trazado, según sus convicciones, por el bien del imperio.
Debilitado por el veneno, Rasputín ya parecía reconocer lo que estaba pasando. Yusupov tomó un arma y pidiendo al cielo fuerzas para terminar con la ejecución le disparó al corazón. Aquel terror humano caía sobre la alfombra de oso dispuesta junto al hogar. Al oír el estampido, los hombres de arriba, Purichkevich, el doctor Sukhotin y el gran conde Demetri Pavlovich, corrieron escaleras abajo. En el caos de la marcha chocaron con el príncipe que no salía de su desesperación y torpemente dejaron sin luz el sótano. Una vez restablecido el orden vieron al hombre y lo examinaron para corroborar su muerte. La bala le había atravesado el corazón. Ahora restaba la segunda fase del plan: deshacerse del cuerpo.
Subieron para ultimar los detalles del traslado hasta la isla Petrovski. Sin embargo había temor; no podían creer que habían cumplido con su objetivo y bajaron a ver si todo estaba bien. Yusupov se acercó al cuerpo y lo sacudió para verificar su estado. En ese instante Rasputín se puso de pie: roja de sangre su blusa de seda, espuma en la boca y los ojos desorbitados de odio. El príncipe casi muere de terror. El cuerpo atiborrado de cianuro tenía una fuerza irracional y estaba trenzado en fiera lucha con su verdugo.
Yusupov logró escapar y llamar a Purichkevich para informarlo de que la bestia se resistía a morir. Mientras tanto, Rasputín, alcanzó una puerta secreta y logró salir a un patio interno. "Esa puerta debía estar cerrada", pero no fue así. Los perseguidores encontraron al "teóricamente" muerto en el patio y le dispararon hasta que cayó sobre un montículo de nieve. Eran cerca de las cinco de la madrugada de aquel 29 de diciembre de 1916 y Rasputín, ahora sí, había muerto. Aquellos hombres convencidos de que en aquel acto habían salvado a Rusia no podrían olvidar jamás lo sucedido entonces. Jamás podríamos saber la suerte de Rasputín de haber vivido apenas diez meses más para presenciar la revolución de octubre de 1917 que signaría el destino de aquélla región del planeta. Sí sabemos la suerte de Yusupov que debió huir de Rusia con su esposa Irina cuando estalló la revolución bolchevique. El príncipe se estableció en París, escribió algunos libros y realizó algunas inversiones que le permitieron vivir holgadamente. Con el fantasma de aquella noche dando vueltas para siempre en su memoria, Félix Yusupov murió en Francia en 1967. Tenía ochenta años y, aquel joven de 29 años que había dado muerte a uno de los más celebres y temidos personajes de la Rusia zarista, todavía recordaba cada detalle de lo que había ocurrido aquella noche de diciembre.
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01-02-11 14:18 #6981525 -> 6972574
Por:C0RRELINDES

RE: mis muertes favoritas...(con perdón)
Cuidado con lo que fumais algunos....en fín, continuo con mi entrada, hoy os dejo con una de mís historias favoritas ...


En la década de los años cuarenta del pasado siglo, recién terminada la Guerra Civil, 500.000 muchachas fueron enviadas por sus familias del campo a la ciudad. Son datos publicados en 1959 por el Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica, datos que van a misa.

Una de aquellas muchachas se llamaba Pilar Prades, y cuando a los 12 años abandonó su pueblo de Begis (Castellón) para trasladarse a Valencia poco podía imaginar que su nombre iba a figurar en los anales de la historia de España por la desgraciada condición de ser la última mujer ejecutada en el garrote vil.

Pilar llegó a Valencia siendo analfabeta y dejando atrás una niñez sin muñecas y una desgraciada infancia en la que acarrear cubos de agua y sacos de estiércol eran sus entretenimientos más habituales.

Poco agraciada, introvertida y de gesto adusto, duraba poco en las casas en las que entraba a servir. Su mirada era lo que peor efecto causaba en sus patronos, una mirada seca, dura, que traspasaba. Llegó a cambiar de señora hasta en tres ocasiones el mismo año.

Y así se fue haciendo mujer, sintiendo el rechazo que su persona provocaba, sin recibir jamás un mimo o una palabra cariñosa. Pero, como mandaba la tradición, también comenzó a preparar su ajuar, a bordar sábanas de hilo, toallas, manteles y servilletas aunque no llegaría a tener ocasión de experimentar cómo era el sexo masculino. Pasaba las tardes de los jueves y los domingos sentada en las sillas de El Farol, una sala de baile que frecuentaba con más pena que gloria, sin que nadie la sacara nunca a bailar.

En 1954, cumplidos ya los 26 años, entró a servir en la casa de un matrimonio, Enrique y Adela, que tenían una tocinería en la calle de Sagunto. La actividad y el movimiento de la tienda le gustaban a Pilar, y admiraba el porte y las maneras de su señora, una hermosa y corpulenta mujer que lucía unos delantales almidonados con encajes que tenían prendada a la sirvienta. Para ella, el momento más feliz era cuando le pedían que ayudara a despachar porque la tienda estaba llena.

Doña Adela cayó enferma en una fecha señalada, San José, y a partir de aquel día Pilar tuvo que ocuparse de ayudar a Enrique en el mostrador sin abandonar por ello las tareas de la casa. Es decir, hacía todo el trabajo de la señora sin ser la señora. Y también se ocupaba de cuidarla, le preparaba caldos y tisanas que le hacía beber mientras la llenaba de mimos y la divertía contándole un resumen de lo que había pasado en la tienda.

Vómitos, pérdida de peso, debilidad muscular… El estado de doña Adela era cada día más preocupante, y el médico de cabecera no lograba adivinar la causa de las dolencias. Y un día falleció y el desconsolado esposo se puso un traje negro y la llevó a enterrar al cementerio.

Pero la tocinería no cerró aquel día. Pilar convenció a Enrique, su patrón, de que el negocio es el negocio y había que cuidar a la clientela y de que ella misma se encargaría de despachar. Cuando el viudo regresó del entierro, al entrar en la tienda, una imagen le impactó vivamente: la de Pilar detrás del mostrador luciendo una amplia sonrisa en su rostro y vistiendo uno de aquellos delantales almidonados de la difunta. La criada había tomado el puesto de la señora. Enrique, sin darle ninguna explicación, puso a Pilar de patitas en la calle.

No tardó mucho en encontrar otra casa. Se la consiguió una amiga que había hecho en El Farol, Aurelia, que trabajaba como cocinera en el domicilio de un médico militar. Pilar entró en la misma casa para servir como doncella.

Y un día, en El Farol, surgió un problema entre las dos amigas a causa de un chico que le gustó a Pilar pero que sacó a bailar a Aurelia y luego se fue con ella. Aparentemente no ocurrió nada porque Pilar nada le dijo a su amiga y la siguió tratando igual que siempre e incluso la hizo compañía y le dedicó cuidados cuando una semana después Aurelia cayó enferma. Como en el caso de doña Adela, Pilar también se desvivió por la cocinera y la preparaba constantemente caldos y tisanas.

En un principio pareció que la enfermedad era del estómago a causa de los vómitos y diarreas, pero luego aparecieron nuevos síntomas, como hinchazón de las extremidades, y el médico militar consultó a otros colegas y entre todos diagnosticaron “polineuritis progresiva de origen desconocido” y decidieron internar a Aurelia en un hospital.

Un par de semanas más tarde fue la dueña de la casa, la esposa del médico militar, la que se puso enferma. Al principio parecía una gripe vulgar, pero se fueron manifestando síntomas muy parecidos a los que había presentado la cocinera, que seguía en el hospital con las extremidades prácticamente paralizadas.

El médico se alarmó, consultó de nuevo con otros especialistas y tomaron la decisión de realizar la prueba del propatiol, un inyectable que permite descubrir la presencia de un tóxico sin necesidad de realizar un análisis. El resultado fue definitivo, la causa de las dolencias de la mujer tenía nombre: arsénico.

Decidió entonces el médico indagar en la personalidad de la criada y se dirigió a la última casa en la que había servido, la del chacinero. Éste le informó de lo sucedido con su esposa y de cómo había despedido a Pilar tras el entierro porque no le gustó ver cómo la criada se consideraba sucesora de la difunta señora.

El médico militar presentó denuncia en la comisaría de Ruzafa, en Valencia, y exhumaron el cadáver de la chacinera, que apareció en pleno proceso de momificación, algo que solamente ocurre cuando en los restos hay presencia de una sustancia química. Los análisis confirmaron que había arsénico, y los policías, al registrar la habitación de Pilar, encontraron entre la ropa blanca de su ajuar, que guardaba en un baúl, una botellita de Diluvión, un veneno matahormigas compuesto de arsénico y melaza, sustancia que le confería un sabor dulzón.

Treinta y seis horas de interrogatorios, alimentada solamente con aspirinas, no bastaron para que Pilar se reconociera autora de los envenenamientos. Tan sólo aceptó que en una ocasión le había servido una infusión de boldo a la esposa del médico con un poco de aquel líquido dulce, sin saber lo que era, porque se le había acabado el azúcar. Pero de Aurelia y la chacinera, nada.

El abogado que se encargó de su defensa le advirtió a Pilar desde el primer momento que la amenaza de pena de muerte planeaba sobre el caso y le aconsejó que se declarara culpable para obtener una condena que oscilara entre los 12 y los 16 años. Pero ella se negó y defendió su inocencia hasta el final. Un planteamiento radicalmente distinto al que mantuvo Lea Papin tras asesinar, con la ayuda de su hermana Christine, a su señora y a la hija de ésta en 1933; crimen en el que se basó Jean Genet para escribir su obra teatral Las criadas.

“No estoy l0ca, sé bien lo que hago. Hace demasiado tiempo que soy criada; hemos demostrado nuestra fuerza”, afirmó Lea ante el tribunal.

Pilar Prades fue condenada a muerte por el asesinato de doña Adela y a dos penas de 20 años por los otros dos homicidios frustrados. El Tribunal Supremo confirmó la sentencia, se agotaron todos los recursos y las peticiones de clemencia resultaron inútiles. Sólo cabía esperar el indulto por parte del Jefe del Estado y había esperanzas de conseguirlo porque hacía diez años que no se ejecutaba a una mujer en España y en este periodo varias envenenadoras habían visto conmutada la pena capital. Pero para Pilar Prades no hubo piedad ni siquiera por parte de los jóvenes ministros tecnócratas del Opus Dei (Ullastres, Navarro Rubio…) y el Consejo de Ministros se dio por enterado de la sentencia, lo que significaba que se procediera inmediatamente a su ejecución. La fecha señalada fue el 19 de mayo de 1959, y la víspera se iniciaron en la prisión de Valencia los preparativos del siniestro ritual.

Antonio López Guerra, el verdugo, se presentó a las diez de la noche, tal y como le habían citado. Tenía ocho horas por delante porque “el trabajo” (como a él le gustaba decir) estaba previsto para las seis de la madrugada, antes de que amaneciera. Ocho horas para hacerse con el lugar y preparar el garrote, adaptando a la silla en la que se iba a sentar Pilar el palo, el torniquete, la argolla y los demás elementos que componían el nefasto instrumento. (El tal López Guerra, que dos meses después ejecutaría a Jarabo en Madrid, sería también el ejecutor de Salvador Puig Antich en marzo de 1974, el último ejecutado en el garrote vil).

Pero al verdugo nadie le había prevenido de que iba a ejecutar a una mujer, y allí empezaron los problemas de aquella dantesca noche. De entrada el verdugo se negó a ejecutar a Pilar.

“Una de las primeras condiciones que se debían poner al entrar en este destino es la de no tener que ejecutar nunca a una mujer. Ejecutar a una mujer es peor que ejecutar a treinta hombres. Tener que hacerlo con una mujer es lo más duro, y más con una muchacha joven de carnes tan blancas como aquélla”, le confesó años después el verdugo al escritor Daniel Sueiro.

Con una botella de coñac lograron convencer y darle valor al verdugo, pero en el cuerpo de guardia de la prisión no cesaron las dificultades. Todos los presentes estaban pendientes del teléfono por si llegaba el indulto en el último instante, lo que todos deseaban para poder ahorrarse el macabro espectáculo que les esperaba. Y Pilar, por su parte, gritando como una posesa: “¡Soy muy joven! ¡No quiero que me maten!”. Así narró el verdugo López Guerra los recuerdos de aquella noche a Daniel Sueiro:

“Todas las personas que estábamos allí, el presidente, los del tribunal, empleados de la prisión de mujeres y todos, hasta el cura, todos decaídos y desanimados porque una mujer es muy diferente a un hombre. Una hora lo menos esperando allí, desde las seis de la mañana hasta cerca de las siete, ya era completamente de día, se hizo de día y todos con las caras desencajadas y a uno de los oficiales le dio un mareo y tuvieron que llevárselo. Iban a dar las siete, ya de día, hacía sol y entonces ya sin poder aguantar voy y le digo que a ver qué hacemos, qué coñ0 pasa, cuándo se hace esto porque si no yo me voy. La muchacha debió de oírme, que seguía allí esperando, y entonces va y se dirige a mí y entonces fue cuando ella me preguntó si yo tenía mujer, si tenía una hija, sí, y por qué tenía tanta prisa, por qué tenía yo tantas ganas de matarla”.

Pero López Guerra no tenía ganas de matarla y al oír las palabras de Pilar dijo que sí tenía una hija y volvió a negarse a ejecutarla. Ya habían tocado las siete en el reloj de la prisión y el sol brillaba en el patio cuando la fuerza pública tuvo que llevar a rastras hasta el patíbulo tanto a la condenada como a su verdugo.

Una vuelta y media de manivela fue suficiente para romperle el cuello a aquella desgraciada muchacha que acababa de cumplir 31 años y que fue arrojada al otro mundo como lo había sido de niña de su pueblo a la ciudad. Se fue sin saber leer, sin conocer el amor y sin haber gozado un segundo de felicidad. Nadie fue a recoger sus restos.

El desaparecido fiscal José Vicente Chamorro, muy joven en aquellos días, tuvo que presenciar por obligación la ejecución y contó que lo vivido había sido suficiente para hacerle luchar toda su vida contra la pena de muerte. Y uno de los letrados, también testigo presencial, se la contó a su paisano y amigo Luis García Berlanga, y éste se la contó a Rafael Azcona, y así nació una de las más grandes películas del cine español, El verdugo.
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03-02-11 20:46 #6999303 -> 6981525
Por:C0RRELINDES

RE: mis muertes favoritas...(con perdón)
Regreso al futuro, para volver al pasado y contaros la última historia de esta entrada, (habrá una segunda) sín duda mi favorita . Un guión que lo hubiese firmado el mismísimo Alfred Hitchcock. Una historia de cine con un final de pelicula…….

Todo empezó hace exactamente un siglo, en 1909. Entonces Harlem era un barrio exclusivo y elegante, ocupado por familias acomodadas de raza blanca, nada que ver con la situación de hoy. Aquel año, Herman Collyer, ginecólogo de profesión, y su esposa, Susie, cantante de ópera, se instalaron en un brownstone (construcción de arenisca granate de cuatro plantas muy característica de los barrios residenciales de Nueva York) ubicado en la esquina de la Quinta Avenida con la calle 128. Los Collyer tenían justificada fama de excéntricos. El padre de familia, sin ir más lejos, tenía por costumbre acudir a su consulta en canoa. Los tabloides de la época se hacen eco del sentimiento de aprensión que despertaba entre sus vecinos la visión de su silueta mientras recorría las calles con una piragua invertida en alto, como un extraño bípedo sin cabeza. El matrimonio Collyer aguantó en la casa de Harlem una década. Cuando el flujo de población afroamericana empezó a cambiar el perfil del barrio, los blancos iniciaron el éxodo a otros lugares de la ciudad. Homer y Langley decidieron no seguir los pasos de sus padres. Rondaban a la sazón los veinte años de edad. De momento, la servidumbre se quedó con ellos.
Durante algún tiempo llevaron una vida relativamente normal: estudios en Columbia University (Homer se graduó en derecho de almirantazgo, y Langley, que además tocaba el piano y era inventor, en ingeniería); los primeros empleos esporádicos; incluso llegaron a dar alguna fiesta de sociedad. Al morir sus padres, heredaron una fortuna que les permitió afrontar sin traumas la era de la Depresión. En 1932, Homer, el hermano mayor, perdió la vista y jamás volvió a poner un pie en el vecindario. Su hermano ideó para él una receta consistente en consumir cien naranjas a la semana, y aunque salía esporádicamente a la calle, procuraba estar la mayor parte del tiempo encerrado en casa con él. Fue entonces cuando comenzó la compulsiva acumulación de periódicos y revistas. Las publicaciones que los vecinos tiraban iban a parar a la mansión. Langley Collyer las ataba con cuerdas, formando con ellas murallas que llegaban hasta el techo. Su idea, le confesó a un reportero que se las ingenió para entrevistarlo, era crear un gigantesco periódico viviente en el que se resumiera la historia de nuestro tiempo para que la leyera su hermano cuando recobrara la vista. Las incursiones nocturnas que efectuaba Langley en la basura no se limitaban a las publicaciones periódicas. Su compulsivo afán le llevó a recoger toda suerte de objetos imaginables.
La reclusión de los hermanos Collyer adquirió tintes de leyenda. Se decía que la mansión encerraba lujos y tesoros propios de Las mil y una noches y que en su interior se alzaban montañas de dinero que los hermanos se negaban a depositar en el banco. La mezcla de repulsa y fascinación que inspiraban se traducía a veces en actos de violencia. Los diarios neoyorquinos se interesaron por los enigmáticos reclusos de Harlem, publicando crónicas que magnificaban la leyenda.
Los Collyer reaccionaron reforzando su aislamiento. Desconectaron el timbre de la puerta. Cortaron el teléfono. Sellaron las ventanas con gruesas tablas de madera y dispusieron un sistema de trampas-cable hábilmente ocultas en lugares estratégicos de la red de túneles de papel que iba creciendo en el corazón de las tinieblas en el que, literalmente, se convirtió la casa. Por falta de pago, los Collyer se vieron privados del suministro de agua, gas y electricidad. El ingeniero Langley recurrió a subterfugios, como instalar el venerable Ford T de su padre en el comedor a fin de que hiciera las veces de generador eléctrico. Por las noches se aventuraba en un parque vecino para proveerse de agua.
Desde entonces hasta que les llegó la hora de la muerte, la historia de los Collyer se resume en una palabra: basura. Día tras día, año tras año, se dedicaron a acumular la más disparatada variedad de objetos abandonados en los vertederos de la vecindad.
Cualquiera que haya pasado algún tiempo en Nueva York, sabe que la basura tiene aquí un significado muy especial. Es la metáfora de algo que no resulta fácil definir, tal vez el alma sucia de Manhattan. La idea me hace tratar de entender las razones que llevaron a Doctorow a escribir una parábola sobre los hermanos Collyer. No es casualidad que lo haya hecho precisamente ahora. Los difíciles tiempos que atraviesa en estos momentos la ciudad hacen pensar en los años de la Depresión, que es cuando tuvo lugar la historia de Homer y Langley. Sea como fuere, la basura fue lo que precipitó el final de los hermanos Collyer.
El 21 de marzo de 1947, a las 8.53, se recibió en la comisaría local una llamada denunciando que había un cadáver en el brownstone. Cuando la policía hizo acto de presencia, había más de 600 personas aglomeradas frente a la casa, de la que emanaba un hedor insoportable. Los intentos de forzar la entrada principal no dieron resultado. Hubo que arrancar los goznes de la puerta. Al retirar las hojas de caoba apareció una muralla de objetos metálicos incrustados en un muro de periódicos sin fisuras. Un agente desvencijó una ventana del segundo piso dejando al descubierto un muro igualmente impenetrable. Se inició entonces la laboriosa operación de vaciar la casa. Los únicos seres capaces de desenvolverse con facilidad en el laberinto ciego en que se había convertido la mansión eran las ratas.
El primer cadáver no tardó en aparecer. A primera hora de la tarde, los equipos de rescate dieron con el cuerpo de Homer, el hermano ciego y paralítico. Estaba sentado en una silla con la cabeza apoyada en las rodillas, debajo de una bóveda de papel. El pelo le llegaba a los hombros e iba vestido con un albornoz harapiento. El forense dictaminó que había fenecido de inanición la noche anterior, después de pasar varios días sin comer. Los doce diarios que se publicaban a la sazón en Nueva York dieron la noticia de la muerte en portada. El cadáver de Langley no fue localizado hasta más de una semana después. Un alud de periódicos lo había sepultado vivo, a un par de metros de donde se encontraba su hermano, esperando que le llevara la cena. Se había enganchado en el cable de una de sus propias trampas, provocando el derrumbamiento de un túnel de papel. Su cuerpo se hallaba en avanzado estado de descomposición, medio devorado por las ratas. Llevaba puestas tres chaquetas, cuatro pares de pantalones y una bufanda de arpillera. Iba sin zapatos ni ropa interior. Al cabo de 19 días de desescombro se habían extraído 103 toneladas de basura. La vivienda se encontraba en un estado de podredumbre tal que las autoridades sanitarias decidieron que lo mejor sería demolerla.
La compleja operación de vaciar las entrañas podridas de la casa sacó a la luz la más delirante variedad de objetos que quepa imaginar. El catálogo que sigue es meramente indicativo: rastrillos, paraguas, bicicletas, cochecitos de niño, toda suerte de cajas y cofres, una colección de armas, lámparas (de pie, de araña y de pared), juegos de bolos, la capota de un landó; maniquíes, postales de chicas pin-up, bustos de escayola, retratos al óleo, una estufa de queroseno, 25.000 libros (de los cuales 2.500 eran de derecho), frascos con vísceras humanas, cientos de metros de sedas, brocados y damascos, alfombras, tapices, cuadros, relojes, una quijada de caballo, instrumentos musicales (banjos, cornetas, acordeones, un clavicordio, dos órganos, cinco violines y catorce pianos, verticales o de cola), partituras en Braille, cajas de música, un antiguo aparato de rayos X, instrumental clínico y quirúrgico, trenes y aviones de juguete, el viejo Ford T y la piragua de Herman Collyer...
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:08/08/2020
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