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Villalba de Guardo - Palencia

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11-01-11 16:41 #6846192
Por:delaheraluis

SIGUIENTE HISTORIA LA VENGANZA
LA VENGANZA
(Continuacion de la historia que os conte de las albarcas de JOSE)

Lo que nunca supo el pueblo, fue que no ocurrió nada de lo que la gente imaginaba,aquella noche de marras, pero ellos dejaron correr la creencia popular para darse “el pavo”.

Desde el día en el que el tìo Abilio le dio a José las albarcas y todo el pueblo supo que él y Luis habían sido los afortunados de pasar aquella noche con las mozas, estos, comenzaron a urdir un plan para saldar aquella ofensa y empezaron a pensar y a hablar sobre el asunto muy a menudo. Quedaron en que dicha respuesta no debía de ser inmediata porque podrían delatarles los hechos. Así que, armados de paciencia sus mentes comenzaron a ir y venir por pensamientos no muy sanos.
Al separarse aquel día acordaron dos cosas; tener paciencia e ir pensando en alguna broma pero sin causar daño.
La cantina del tio Abilio y la tia María estaba situada en el centro del pueblo (hoy se ha tirado y se está haciendo un centro de día para la gente del pueblo) y de la calle principal. Tenía un pequeño patio común, a un lado y otro de la entrada. Un viejo manzano a la derecha y una parra a la izquierda que daba agradable sombra en verano. Era gratificante sentarse bajo ella y jugar una partida de cartas bajo su cobijo.
Tenía la cantina el mostrador a mano derecha de la entrada. Un pasillo y un banco corrido frente al mismo. Al fondo de la estancia dos puertas una de acceso a la barra y a la bodega donde estaban las pipas de vino y la otra, a habitaciones superiores. En la parte izquierda, otra puerta que daba a un pequeño salón de juego con una pequeña hornacha que se encendía en mal tiempo y una cocina separada por una cristalera.
Había por aquel entonces otra cantina en el pueblo, al comienzo del Caraminchon, que además era el estanco, la del tio Chuchulin. Mas tarde esta cantina paso al tío Demetrio y la tia Aurea, treinta metros calle abajo de la del tio Abilio.
Era mas bien, un sitio oscuro y frío porque tan solo tenía dos ventanas, una en la sala de juegos y otra para la tienda.
Aquel olor de la vieja cantina, era singular, mezcla de vino, humedad, pescado y mil olores más, llenaba los sentidos de sensaciones y quedaba en el recuerdo para siempre.
Iban pasando los días y en los encuentros de ambos amigos siempre estaba presente aquella pequeña venganza y por mas que pensaban en ella no daban con la idea adecuada que poner en práctica.
Muchas eran las opciones barajadas: Secuestrar al gato, pinchar a la “Flamencota” nombre de la yegua del cantinero cuando estaba cargada para que se espantase, taparle el humero un día de invierno. Ya que por el callejón de la “cuadra del toro” que daba al tejadillo de la calleja donde se evacuaba el líquido ingerido de más en la cantina o para emergencias, no era difícil acceder. Pero el caso es, que por una u otra circunstancia no acertaban con la idea.
Tenía la tía María un gato romano macho, blanco y con alguna mancha gris al que cuidaba con esmero. El animal, dentro de su territorio cual era la cantina, se sentía confiado y feliz. Estaba tan lustroso que a más de uno se la había pasado por la cabeza cogerlo y cocinarlo. Seguro que no era el primer gato, ni sería el último en ser cocinado.
Pero, como cazar al animal, cocinarlo e invitar al tío Abilio a comerlo. No, desecharon la idea por difícil y hasta retorcida. Tampoco aquel animal, que siempre olía los arenques o el pescado en escabeche a las primeras de cambio y se pasaba las horas muertas en el alfeizar de la ventana no se merecía la muerte.
Poco a poco, con el pasar de los días, siempre era el gato el centro de sus deliberaciones. Así que, por pura lógica, decidieron que de una u otra manera el animal sería parte de su venganza. Más bien, su protagonista principal.
Decidido el animal, quedaba la segunda parte y…quien sabe si una tercera. ¿Qué hacer con él? ¿Cómo usarle para la venganza?- Bueno, algo se nos ocurrirá. Decían, porque aquel animal no era como los perros que se recorrían el pueblo de cabo a rabo y eran más nobles y se dejaban atusar y por tanto más confiados y fáciles de engañar.
Cuantas veces, habían cogido un perro, una o dos latas de conservas en las que metían algunas piedras y atada al rabo del animal lo soltaban por las calles. Se volvían locos corriendo por todo el pueblo y sin saber donde meterse. Travesuras de mozos y chicos que con un gato eran imposibles.
Aquella venganza estaba resultando más difícil de lo pensado pero su honor herido empujaba a ello.
El verano se echó encima y se olvidaron del animal. Las fiestas y las tareas ocupaban todo el tiempo.
Se vendían por entonces en la cantina unos arenques curados al humo y la sal en unas cajas circulares dispuestos en ellas en redondo con una precisión milimétrica. Cada pieza costaba un real y antes de comerla había que envolverla en papel de periódico o estraza y golpearla
para que las raspas y escamas se desprendiesen mejor y comerla más fácilmente.
Aquel día observaron que cuando el cantinero despachaba un arenque, si el gato estaba por allí, como casi siempre, acompañaba al comprador hasta la puerta del patio. Si el comprador se iba entraba en la cantina. Si se quedaba allí en el patio a comerla empezaba a maullar seductoramente para pedir su premio. Era listo el animal, pero a la vez, había dejado al descubierto su debilidad.
Antes de nada, José y Luís tenían que comprobar si aquella actuación había sido casual o era un hábito.
Aquel día, antes de abandonar la cantina quisieron comprobarlo.
Compraron un arenque y procuraron llamar la atención del animal cambiando el que les vendían por otro. Comprobaron que el animal se fijo en ello y les siguió hasta el patio con sus maullidos y arrumacos.
Quedaba una segunda parte ¿cómo engañarle para llevarle hasta la cuadra del tio Amancio a cincuenta metros de alli? Por las buenas y con el engaño del pescado, lo más lejos era la calle. Cogerlo en las manos, era difícil, por esquivo, y metido en un saco como todos los gatos alertaría a medio pueblo. No era fácil su venganza. ¿Por qué elegir al gato? Con lo fácil que era soltar la canilla de una carral y que el vino inundase la estancia.
Todo el pueblo sabe que en la época de celo los gatos desaparecen unos días de casa y el de la tía María no era ajeno a los instintos de la procreación abandonando la protección de la casa.
Decidieron pues, estar atentos a la próxima luna de celo y entonces nadie sospechará.
Rara era la casa del pueblo donde no había gatos. Ellos eran los encargados de mantener a raya a los numerosos ratones de la bodega, la casa o la cuadra. La mayoría de las casa tenían la cuadra pegada a la vivienda e incluso muchas se comunicaban interiormente. La panera estaba dentro de la vivienda en la mayoría de los casos. Así que, los ratones abundaban por las estancias.
Tampoco era difícil saber, cuando los gatos entraban en celo ya que sus lastimeros maullidos y lamentos llenaban el aire del pueblo. Esperarían ese momento.
Y…..como todo en la vida llega, también llegó ese día. Ahora pensaban que llevar al animal a su terreno sería más fácil, vamos, “pan comido” tenían sus estrategias.
Elegido el día y con las gatas de sus casas en celo, frotaron el culo de las mismas con la parte bajera de sus pantalones y en el momento en que la cantina estaba menos visitada se dejaron caer por la misma.
No tardo el gato, de fino olfato, en percibir los olores y seguir a Luís y a José calle abajo camino de la cuadra. Entraron por el portalón trasero y una vez allí, lo enjaularon. Todo había salido “cojonudo”, “a pedir de boca”.
Cuidaron al animal, a cuerpo de rey durante dos días y hasta le compraron algún arenque.
La cantina, en esa hora de la tarde del domingo, estaba a rebosar. La entrada del gato bufando y buscado por donde meterse entre las piernas de los parroquianos, dando saltos a diestro y siniestro y con el pelo aún húmedo y colorido fue todo un acontecimiento de sorpresa y algarabía. Los comentarios, las bromas y las risas fueron, de órdago a la grande . Cuando el gato se dejó coger por su dueña, sus manos se volvieron rojas al igual que el animal y una maldición brotó de su garganta.
Lo que hace la anilina o tinte para marcar las ovejas.
Cuando Luís y José entraron en la cantina, todavía seguían los comentarios y seguirían por varios días y aunque se unieron a la risa general por fuera. Sus cómplices miradas con un brillo especial y sus henchidos pechos se llenaron de una satisfacción inmensa al haber saldado su afrenta y notar que nadie sospechaba nada.
Jamás dijeron a nadie lo que hicieron para provocar aquella entrada y los bufidos del animal en la cantina. Pero algunos pelos del rabo del gato tardaron en salir. Algo olía a chamusquina, y la coloración del animal tardo algún tiempo en desaparecer.
El tío Abilio y la tía María tuvieron que responder muchas veces y durante algún tiempo a la misma pregunta.
Esta vez, nadie del pueblo supo, ni ha sabido hasta hoy, quién o quienes hicieron la broma.
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