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Villalba de Guardo - Palencia

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09-02-11 17:44 #7036078
Por:delaheraluis

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UNA HISTORIA DE NISIO

Nunca sabremos en que rincón de la mente humana, ni en que momento de nuestra existencia surge la chispa que nos impulsa a gastar una broma, provocar a los demás tomándoles el pelo y esperar su reacción.
Aquella mañana de primavera, aún siendo limpia, anunciaba ya antes de que el sol saliese, que el día iba a ser más caliente de lo habitual en aquella época. No había brisa fresca, pero se respiraba un ambiente húmedo y a tierra que llegaba hasta el último rincón del cuerpo. A ello ayudaba la lluvia caída la tarde anterior, que aunque no muy abundante había regado la tierra y dejado los caminos limpios de polvo.
En aquellos días había que madrugar ya mucho porque el trabajo se acumulaba y el camino a recorrer hasta La Hoya Alta era largo y cuesta arriba.
El oficio temporal de hacer carbón vegetal de la cepa de la urz llamado de “canutillo” y que luego se vendía en Guardo o Saldaña y era muy apreciado para encender la fragua o las placas, era duro y solitario. Todo el día en el monte, con el cansancio, los sudores y los pensamientos esperando que el sol anunciase el fin de la jornada, para después volver a casa por el mismo camino y ya de noche.
Salir en la madrugada y ver asomarse el día para volver después de que el sol se hubiese puesto, la mayoría de las veces solo, era su rutina. Otras veces, acompañado por pastores u otros carboneros que hacían que el regreso fuese más animado.
En el aire, algunas veces, el otear del milano, el cernícalo o del aguilucho distraían la faena, y la mirada soñaba con el vuelo y se hacia compañera del ave volando libres en el ambiente limpio y el cielo azul intenso.
Nisio, salió de casa cuando las primeras luces del alba aparecían tibias sobre el horizonte. Aún se divisaba el lucero del Alba y alguna que otra estrella, de la que él no sabía su nombre. Al llegar a lo alto del Caraminchón, se le unió otro compañero de viaje. De lejos, le llegó el tintineo de las esquilas y cencerros de las vacas mezclados con sus mugidos y los silbidos de los pastores que estaban ya al final de la Cañada, lo que para él era señal de que se había dormido.
Apenas había llegado al Molino cuando observó de reojo que no estaba solo en el camino. Alguien seguía sus pasos, posiblemente con una tarea y un destino parecido o igual al suyo. Le fue entrando curiosidad por ver quién era, y aminoró su paso para volver de nuevo la vista de soslayo y cerciorarse de la identidad de quién le seguía. Cuando volvió la cabeza, adivinó en los andares la silueta del tío Eulogio, su vecino y amigo. De carácter serio, poco dado a la broma y con cierto genio.
Es difícil saber lo que pasó por la cabeza de Nisio. Qué reto le planteó su ingenio, como lo fue madurando en tan poco tiempo y que esperaba sacar de ello. Lo cierto es que de pronto a mitad de la Cañada cogió una ramita seca y en el polvo virgen del camino convenció a su compañero para que escribiese torpemente la palabra “bobo” una de las pocas palabras que sabía escribir y continuaron su camino. Antes de llegar al final del camino observaron que habían captado la atención de quién venia siguiéndoles y de nuevo volvieron a escribir lo mismo para presurosos emprender el camino de los Corrales de Arriba a la entrada del valle de Bartolo Barniedo y con ánimo expectante. Al subir la varga, los caminos del monte, sobre todo en los valles están llenos de curvas, recodos y robles, que ya por estos días habían comenzado a llenarse de amentos y hojitas, por lo que le fue fácil pararse a media varga y observar si el tío Eulogio que ya había visto lo escrito como reaccionaría.
Fueron segundos, muy largos los vividos hasta salir de la incertidumbre, pero valió la pena. Habían logrado captar la plena atención de tío Eulogio porque le vieron pararse de nuevo donde él había escrito y después de unos instantes borrar a patadas aquella palabra . Una pícara sonrisa iluminó su arrugado rostro y sus pulmones aspiraron con fuerza el aire fresco de la mañana, llenando su ser de energía.
Comenzaba el sol a despuntar por El Alto. Apresuró su paso y llegó a la majada. A partir de ahí, se perdía la protección de las latas de roble y por tanto hasta el anonimato. Las urces eran arbustos no demasiado altos y en la vera del camino apenas quedaba alguna mata de robles solitaria. Aún quedaba otra majada más antes de llegar a la Hoya Alta, el punto más elevado de todo el monte, también llamado por muchos el Alto de la Bandera desde que las tropas requetés recalaran en el pueblo, aquellas vísperas de la fiesta (historia de Canto el gallo)
Así pues, su única protección era guardar la distancia suficiente para no ser reconocido y apresurar el paso.
Pasaba por alto, que al igual que él había reconocido al objeto de su burla, éste, hacía rato que le había reconocido a él. Como olvidar esto en el pueblo, donde pocas cosas de las vidas ajenas escapaban a los demás y menos los andares.
Apenas había dado treinta pasos cuando la “chispa” se volvió a encender en su mente. ¿Y sí lo intentaba otra vez?
La mañana estaba alegre, le sonreía, y aquel polvo del camino humedecido por la lluvia de la noche se ofrecía provocador al garabato. Actuaron rápido, casi como unos autómatas. Antes de darse cuenta ya tenía en sus manos un trozo de urz y en el suelo estaba intentando escribir la palabra “tonto”. No era capaz de escribir otros insultos con sus pobres recuerdos de escuela .Pocas letras y amontonadas en un pequeño espacio del camino.
Ni siquiera Nisio se paró a pensar lo mal escrita que estaba y con paso ligero reanudaron el camino que sólo interrumpieron en lo alto de la varga para mirar de reojo y ver si su camino era seguido por quién ellos pensaban. Al tener certeza de ello ni siquiera se iluminó su cara con aquella pícara sonrisa, famosa en el pueblo, ni se iluminaron sus ojillos con aquella lucecita de satisfacción por lo hecho, como en la primera vez. Aquella idea que había puesto en marcha, le parecía ahora aburrida y hasta en cierto modo, un poco atrevida porque el ofendido podría enfadarse de verdad, y su genio en el pueblo era de sobra conocido.
En fin, no todo en la vida va a ser seriedad y trabajo. A veces se necesita un vaso de vino para alegrar la comida o una broma.
Se separó de su compañero en lo alto de Majada Lebanza.
No volvió a mirar más hacia atrás y al llegar a su destino, comenzó con su tarea. Dejó bajo una urz, a la sombra, su mochila con la bota y la comida. Puso encima su viejo tabardo traído de la milicia, regalo de algún vecino su negro paraguas y comenzó a cavar urces.
Primero con la azada había que romper las ramas y luego con el pico sacar aquella raíz de color rojo sangre, veteadas y que parecían vivas.
Ya de sobra conocía él cual eran las buenas. Las rojas y las albares. Las de fácil extracción de las otras y de las que se sacaban estupendas pipas para fumar aquel picado de olor inconfundible.
Cuando el cansancio y el sol apretaban, se tomaba un respiro y la libertad de un descanso. Pensaba en otras cosas vividas, sencillas y alegres porque su horizonte de miras también lo era. Allí en el pueblo tenía todo cuanto podía desear. Para que complicarse la vida. Para que le pasase como a Juan, que había dado un dinero para su pasaje a Alemania en busca de futuro y había vuelto con las orejas gachas. Mal vivir y mal comer. Estar en barracones y no poder echar un trago de vino, que era su debilidad. “Porque estaba por las nubes”.Aguantó lo suficiente para el pasaje de vuelta y a los dos meses en el pueblo y con menos dinero, Él no se complicaría la vida. Cómo pagar dos y tres duros por un vaso de vino cuando a él se lo ofrecían gratis y hasta hartarse si quisiera, sobre todo, cuando se iba por los pueblos a pedir con los lobos matados por Agustín, el mejor cazador del pueblo, que una vez desollados a pellejo cerrado y llenos paja, se los daba y recorría Las Calaveras y todo el contorno, pidiendo con ellos y sacando, algo de dinero, bebida y otras prebendas.
Como pastor y hombre de campo, no le hacía falta ni podía tener mejor reloj que el sol y cuanto le rodeaba. Con mirar al cielo la mayor de las veces, sabía la hora.
Trabajó otro rato hasta que supo que el momento de comer era llegado y su estómago agradecido le dio el asentimiento.
Se secó el sudor y se limpió las manos con aquel viejo retal, que hacia las veces de moquero y, sentándose al pie de la urz donde dejó sus cosas y su comida se dispuso a dar cuenta de ella y reposar un rato.
El cielo se iba poblando de aquellas nubes tan suaves y blanquecinas que parecían vellones de lana recién lavados y que el sabía que traían la lluvia.
El ambiente cargado de humedad y sofocante calor que amenazaba una tormenta, que nunca llegaba.
Pero llegó. Vaya si llegó. No era la que él esperaba pero llegó.
Después de dar cuenta de su tortilla de chorizo y demás viandas de la fiambrera, con su pan de centeno y su vino de “Campos”, descansó un ratito antes de ponerse a limpiar el fondo de la hoya de quemar para ir preparando las siguientes capas y dejar todo preparado para el encendido de mañana. Tuvo mucho cuidado en dejar un buen “tiro” para que la combustión no fallase y fuese además de buena, lenta y de un carbón óptimo.
Estaba colocando la primera capa de cepas cuando divisó una sombra reflejada en el fondo de la hoya y, a pesar de no ser un hombre miedoso, un escalofrío recorrió su espinazo. Levantó la vista hacia aquella figura puesta en el borde de la hoya y tragó saliva. Tanta debió tragar que no dijo nada. Aquella silueta a contraluz, con el sol en la espalda y elevada, parecía el doble de lo que en realidad era.
El tío Eulogio estaba allí, como un rey en su trono. Como el gato que esperaba caer sobre el ratón, con la mirada fría y más serio de lo que Nisio creía.
Así que bobo y tonto ¿eh? -Muy bien hombre. Ahora me lo vas a decir a la cara- dijo, con su áspera voz. Ahora te vas a disculpar –le dijo.
Fue al comenzar a bajar al fondo de la hoya cuando tropezó con algo y dando un traspiés se abrazó a Nisio cayendo sobre él. Los dos se quedaron tumbados en el suelo. Pero algo más debió de pasarle al tío Eulogio. Algún tirón , rotura o contractura le impedía levantarse y mientras tanto el pobre Nisio aguantando el peso del cuerpo que era bastante y callado, sin saber que decir ni que hacer y mucho menos, cuando el tío Eulogio comenzó a gritar: ¡Ay mi pierna y mi pie! ¡Ay como me duelen! ¡Socorro! ¡Ay mi pierna! ¡Ay mi pierna!
Nisio, perdió la cuenta de las veces que lo dijo y estaba cansado de soportar el peso de aquel cuerpo, que le estaba cortando el aire y sin pensarlo dos veces, dijo, con su habla entrecortada y medio tartaja. -¡Pero bueno, estás encima y todavía te quejas!
Dos truenos secos, acabaron la discusión y los males. La tormenta que había sido espectadora del hecho, tomo partido y acabó la disputa.
De vuelta a casa, la lluvia en el camino borraba sus huellas y lo dejaba preparado para otra tentación.
Aún hoy hay mayores del pueblo que recuerdan y dicen el dicho de Nisio
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