Villalba de Guardo - Palencia

RECUERDOS DE FEBRERO

El mes comienza con la fiesta de las Candelas que era feria en Guardo. Y, como las tareas aún son escasas se aprovechaba para acudir a ella a comprar o vender alguna vaca o, simplemente a disfrutar de la feria. Claro, que en el acudir o no a ella, tenía mucho que ver el tiempo que hiciera.
Seguía el ambiente frío, y había que buscar muchas veces y días, la protección del viento al remanso de las casas.
Las tardes, sobre todo, iban siendo más largas, y las heladas disminuyendo, con lo cual, las lagunas y arroyos comenzaban a deshelarse.
Aparecían las cigüeñas, anunciando con el crotorar de sus picos ( por aquí decimos machacar el ajo) que habían llegado de nuevo. Cumpliendo el viejo refrán “Por San Blas, la cigüeña verás, Si no la vieres, año de nieves”
Tenía a demás este mes una particularidad que lo hacía especial. El carnaval
Al menos durante unos días sobre todo el viernes y miércoles de carnaval los “cimarrones” y “maramitas” daban alegría al pueblo y sobre todo a los guajes.
Esta tradición se ha perdido. Yo solo la recuerdo de haberla visto una vez con seis o siete años.
Se sacaba” la bula” para poder comer carne en la Cuaresma, y todos los viernes llegaba el ayuno y la abstinencia con la obligación de comer pescado. Para el ”pescatero” era una buena temporada, y para los niños también pues sabíamos que todos los viernes podía haber alguna propina y dinerillo extra, por ir a pregonar por el pueblo la mercancía.
Pero había algo más en el ambiente que nos hacía felices. Los sábados y domingos sobre todo. Las calles del pueblo y las cocinas tenían un olor especial que se mezclaba con el huma de las chimeneas. Todo el pueblo y su ambiente olía a orejuelas. Bastaba con entrar en una casa para que nuestro olfato disparase la saliva en nuestra boca. En la casa y en su cocina había un olor a masa fermentada, a fritura o a orejuelas ya fritas y reposando.
La invitación si visitabas la casa era el dulce, y los postres de ese tiempo era esa delicia, de la que no quedaban en el plato, ni las migas.
Muchas veces, mediado el mes, había días agradables de sol y suaves temperaturas que se aprovechaban para hacer los arroyos, limpiar los prados u otras faenas de mantenimiento en las fincas. Así como, proveer de leña el leñero si éste había mermado por el frio invierno. Ya lo decía el refrán “por febrero busca la sombra el perro”. Se notaba, que aunque el invierno no había pasado lo peor del mismo no volvería.
“Quién pasa enero, pasa el año entero” decían los viejos del pueblo.
Febrero, era además el mes del recuerdo de lo breve de nuestra existencia. De que, tarde o temprano éramos polvo y en polvo nos convertiríamos. Polvo de estrellas, como algún sabio nos ha definido , pero polvo al fin y al cabo.
Nuestra cabeza se manchaba un poco el miércoles de Ceniza par recordarnos que antes o después llegaría nuestra hora.
Hoy, se esconde a la muerte de todos. Entonces se nos hacia presente en cada ocasión, como algo más inherente a la vida. Y, al menos una vez al año, obligatoriamente.