Villalba de Guardo - Palencia

LOBI, LA TRÁGICA HISTORIA DE UN GRAN PERRO

Aquella tarde de otoño, me lleve una gran alegría. Ver una pelea de perros, no es un espectáculo muy gratificante. Pero en esta ocasión, sentía que parte de mi rabia y frustración de adolescente, tenían un premio. Al perro del pueblo, más odiado por mí, le estaba dando una paliza otro perro.
En el pueblo, ver una pelea de canes, era muy normal, y, hasta algo habitual. A algunas personas, les gustaba azuzar a sus perros contra otros, y a veces, hasta nosotros, los jóvenes, cuando no sabíamos que hacer, habíamos provocado alguna, y, algún perro inocente era el sufridor de alguna broma, más o menos pesada.
Rara era la casa del pueblo donde no había perro, por diversos motivos: la caza, el cuidado del ganado, la guarda de la casa y otras. Tener perro era casi una necesidad y una gran ayuda.
La primera vez que vi a Lobi, creo que así se llamaba, fue en la plaza del pueblo, una tarde, de no sé qué día ni estación, pero si sé que era un día soleado.
Subido en un camión de marca “Ebro”, creo, Cumplía su misión de guardar y vigilar la carga de cajas de gaseosas, sifones y otras bebidas.
Allí, apoyado, en perfecto equilibrio, encima de tanta botella, como si fuese su trono, parecía el rey de los perros. Altivo, de mirada limpia e inteligente, las orejas tiesas y el rabo relajado, de cara algo alargada. Tenía un hermoso pelaje, cuyo brillo hacía pensar que estaba bien alimentado y cuidado
Enseguida se ponía en guardia si te acercabas demasiado al camión. Te miraba y solo con eso parecía adivinar tus intenciones.
Era un hermoso ejemplar, casi seguro, que de un cruce de pastor alemán y perro lobo, Quizás de ahí viniese su nombre.
Impresionaba su blanca dentadura, cuando en un gesto de aviso abría su boca y dejaba ver sus amenazantes y largos colmillos.
Estaba bien educado y obedecía a su dueño con fe ciega.
Su dueño, era “Fonso”, “Pocho”, para las gentes el pueblo y del entorno.
Aquel perro, se hizo tan famoso como su amo, y, tan famosos los dos, que hasta Fonso, buscó novia en el pueblo, Agustina y con ella casó, aquí vivió, y, hasta fue alcalde del pueblo.
Ya podía estar el dueño repartiendo los encargos o hablando con alguien que no había problema por la vigilancia de la carga, Si estaba el amo delante y te acercabas a comprar o encargar algo, el animal era amigable y hasta te provocaba mendigando una caria o palabra de afecto. Pero si su dueño no estaba la cosa cambiaba por completo.
Yo tenía un perro de nombre “Tarzán” de color negro y canela de tamaño medio, que se ganó en nombre por su agilidad y cabriolas que hacía. Fue el perro más listo que hubo en casa y al que más quise. Daba saltos mortales hacia atrás y dominaba otras muchas habilidades, que hacían las delicias de grandes y pequeños. Valía para todo: la caza, el cuidado del ganado, corría la piedra, se enfrentaba a culebras y lagartos y era un as en cazar erizos.
Recuerdo un día que al llamarle casi me llevo un guantazo
Pasaba yo, camino de “Regalapisa” cuando le llamé en alto, frente a la casa del tío Felix, que tenía alquilada al hijo del viejo caminero, que estaba en la puerta y al que el pueblo apodaba “Tarzán” sin yo saberlo. Cuando llamé al perro, él, se dio por aludido y vino hacia mí en actitud agresiva. Y, menos mal que entendió mis disculpas y le dije que era amigo de su hermano pequeño Julio, el que se cayó de un árbol en el “Sotín Mayor” al subir a coger un nido de cigüeña y se rompió una pierna. Pasé un mal rato, y a partir de entonces, cuide muy, mucho, llamar al perro en su presencia.
Algunas veces, había observado a mi perro con heridas, arañazos e hinchazones sin saber, ¿de qué?
Ya mi padre, me había dicho de qué eran y quién era el causante. Así qué, a partir de aquel momento puse cuidado y presté atención.
Tenía el tío Miguel, un perro negro, no recuerdo el nombre, que era el amo del pueblo. El jefe, el que podía con todos y al que todos los demás perros temían. No había can, que al verle no le rindiera pleitesía de mansedumbre y metiese el rabo entre las piernas. Pero a veces, cuando el perro guardaba sus dominios, se sentía valiente y defendía su propiedad aunque acabase “zurrado”.
Una mañana de verano que madrugué para ir con la “cienda” mi pobre perro estaba siendo asfisiado por este otro y sangraba por algunas partes de su cuerpo. Por más que le amenacé y reñí, no le soltaba. Me vi obligado a coger un palo, el primero que encontré, y, ni por esas. Así que, cogí otro más grande y pesado y con toda mi furia y rabia le di en los huevos. Acto seguido, le soltó dando aullidos lastimeros, mientras le tiraba piedras y marcaba mi territorio. A partir de entonces, sabía que acercarse a aquella casa era peligroso. Eso los perros lo aprenden rápido porque son muy listos.
No pude llevar a mi pobre perro malherido a cuidar las vacas esa mañana, ya que se quedó con mi padre para curarse las heridas. Sebo, se les solía aplicar y algún hungüento.
Desde ese día el perro negro y yo, fuimos enemigos confesos.
Siempre que se acercaba a nuestra casa o pasaba cerca, la primera piedra del camino tenía un destino, y más de una vez hizo blanco. Hasta que el animal entendió y aprendió que aquella casa era peligrosa y se desviaba.
Por contra partida, había un paso obligado que yo debía hacer al ir a “Regalapisa”,“ Las Suertes” y en especial cuando debía ir al “Cercado” a hierba, a regar los prados o cuidar las vacas. Cuando pasaba por delante de su puerta y estaba el perro, debía poner mucha atención. Todos en el pueblo sabíamos que cuando a un perro le castigas y no eres su dueño te puede cobrar el daño causado. Desde aquel día, siempre que pasaba por delante de la casa del tío Miguel y de tía Simona, en mi mano, no faltaba un buen palo u otra herramienta, que enseñaba al perro, parta que la viese y supiese lo que le esperaba si intentaba algo. Su mirada y la mía se cruzaban, en un desafío de reto y advertencia.
No recuerdo bien, a qué me mandó mi padre subir aquella tarde al corral. Quizás fuese a colocar la poda de chopo para que las ovejas tuviesen que comer en el invierno.
Al llegar a la casa del médico, decidí subir la cuesta, como era habitual, en vez de dar la vuelta al “ Caraminchón” y al llegar a lo alto, delante de la entrada norte de la casa de la “ Señorita”. Allí estaba Lobi, peleando con el perro del tío Miguel.
Me alegró al momento.
Esta vez, se había encontrado “ la horma de su zapato” y, estaba recibiendo una buena paliza. Ahora sufría, lo que él había dado a los demás. Las personas que allí estaban contemplando la lucha pensaban lo mismo que yo, y animábamos a Lobi. Tenía mordido, con fuerza, por lo alto del cuello a su enemigo, sin soltarle. Y, allí vi, una prueba más de su inteligencia, al ver como doblaba y levantaba hacía atrás sus patas delanteras para ponerlas lejos del alcance de la boca de su oponente.
Qué pelea, reñida y disputada, pero con un claro ganador. Hubo varios momentos en los que Lobi soltaba a su presa y, como esta, no se rendía de nuevo se enzarzaban hasta que, pasado un tiempo,
logró la total sumisión de su enemigo, que tumbado boca arriba, y ofreciendo su cuello, se rindió al ganador. Metió el rabo entre las patas y en actitud sumisa, no sin antes recibir un último mordisco y dar un aullido lastimero, se alejó despacio cuesta abajo lamiéndose sus heridas.
He de confesar, que a partir de aquel día, Lobi, fue mi héroe, le miré de otra forma y creció mi admiración por él.
Mi satisfacción era grande, porque al final, veía que mi perro había sido vengado por otro. Y que la naturaleza tiene sus leyes, que a veces se cumplen, y el más fuerte,casi siempre triunfa e impone su ley.
Tiempo más tarde, dos o tres años, me enteré de que Lobi apareció ahorcado. Trágico final, que dejaba algunos interrogantes: ¿venganza?, ¿envidia? sobre su autoría, y a mí, con una pena, porque estimaba, que aquel hermoso perro, no se lo merecía.

golfos que matan animales que mundo mas cruel