Laguna de Negrillos - Leon

Acto seguido, Jesús, mirando a la congregación de fieles con semblante apacible y majestuoso, juntó las manos y en su propia virtud se comenzó a levantar del suelo, como si de una pluma de paloma se tratase, dejando en él las señales o vestigios de sus sagradas plantas. Y con un suavísimo movimiento se fue encaminando por la región del aire, llevando tras de sí los ojos y el corazón de aquellos hijos primogénitos, que entre suspiros y lágrimas le seguían con tal afecto con la mirada de sus ojos. Y como al movimiento del primer móvil se mueven también los cielos inferiores que comprende su dilatada esfera, así Jesucristo, se llevó tras de sí mismo los coros Celestiales de los Ángeles y Santos Padres y los demás que le acompañaban glorificados, unos en cuerpo y alma, otros solo con sus almas, pero todos juntos y ordenados subieron y se levantaron de la tierra acompañando y siguiendo a su Rey, Capitán y Cabeza, como lo es Jesucristo, el Hijo de Dios humanizado.-

El nuevo y oculto sacramento que la diestra del Altísimo obró en esta ocasión, fue llevar consigo a su Madre para darle en el Cielo la posesión de la Gloria y del lugar que como a Madre verdadera le tenía señalado, y ella con sus méritos adquiridos. De este favor estaba enterada y prevenida María, antes que sucediese, porque su Hijo Jesucristo se lo había ofrecido en los cuarenta días que la acompañó después de su Milagrosa Resurrección.-

Y porque a ninguna otra criatura humana y viviente se le manifestase este sacramento por entonces, y para que en la congregación de los Apóstoles y demás fieles asistiese su Divina Maestra, perseverando con ellos en oración hasta la venida del Espíritu Santo, como se dice en los Actos de los Apóstoles, que obró el poder Divino por milagroso y admirable modo que María estuviese en dos partes al mismo tiempo, quedando con los hijos de la Iglesia siguiéndoles al cenáculo y asistiendo con ellos, y subiendo al Cielo, en compañía del Redentor del mundo, y en su mismo trono, a los cielos, donde estuvo María, tres días con el más perfecto uso de las potencias y sentidos, y al mismo tiempo en el cenáculo con los Apóstoles.-

María, en Espíritu, subió al Cielo con Jesucristo su Hijo.-
María, la Reina y Señora del Cielo y de la Tierra, fue levantada al Cielo junto con su Hijo y colocada a su diestra, cumpliéndose lo que dijo el Rey y Profeta David, que estuvo la Reina a su diestra con vestido dorado de resplandores de gloria y rodeada de variedad de dones y gracias a la vista de los Ángeles y Santos que ascendían al Cielo junto con Jesucristo. Y para que la admiración de este gran misterio despierte más la devoción, inflame la viva fe de los fieles y los incline a engrandecer al autor de tan rara y no pensada maravilla, advierto a los que lean este milagro que, desde que el Muy Alto me declaró su voluntad de que lo escribiese en esta Historia y me intimó este mandato para ejecutarlo, repetidísimas veces y en dilatado tiempo y largos años que han pasado me ha manifestado Su Majestad Diversos misterios y descubierto grandes sacramentos de los que dejo escritos para conocimiento de la Humanidad, repitiendo que esta Fe y Nuevo Evangelio Cristiano, se basa en la CIENCIA.-

La subida de María al Cielo, junto con su Hijo Jesucristo:
Era conveniente que en esta subida al Cielo y Gloria, de Jesucristo no se apartase de la Madre, como también lo era que ningún otro del linaje humano en cuerpo y alma llegase primero a la posesión de aquella eterna felicidad antes que María, aunque fueran su padre y madre y su esposo José y los demás, que a todos y al mismo Señor e Hijo Jesús, les faltara esta parte de gozo accidental en aquel día sin María y si entrara con ellos en la Patria Celestial como Madre de su Reparador y como Reina y Señora del Cielo y de la Tierra, y de todo lo creado, a quien ninguno de sus vasallos se debía anteponer en este favor y beneficio, por esta Razón, María subió al Cielo junto con Jesucristo.- 366

Jesucristo, llevó consigo a su Madre en la subida a los cielos, llena de resplandor y gloria ante la vista de los Ángeles y Santos, con increíble júbilo y admiración de todos. Y fue muy conveniente por entonces que los Apóstoles y los demás fieles ignorasen este misterio, porque si vieran ascender a su Madre y Maestra con Cristo, los afligiera el desconsuelo sin medida ni recurso de algún alivio, pues no les quedaba otro mayor que imaginar tenían consigo a la Señora y Madre piadosísima. Con todo eso, fueron grandes los suspiros, lágrimas y clamores que daban desde lo íntimo del alma, cuando vieron que su Maestro y Redentor se iba alejando de ellos por el aire. Y cuando ya le iban perdiendo de vista, se interpuso un Globo resplandeciente y lleno de Luz, por todas partes, entre el Señor y los que quedaban en la tierra, y con este Globo resplandeciente, que se puso en medio de Jesús y los ojos que le veían ascender por el aire, se les ocultó del todo la vista del Señor, y así dejaron de verle.-

Los Ángeles que subían de la tierra con sus Reyes Jesús y María, y los que volvieron de la región del aire, hablaron a la entrada con los demás que quedaron en las alturas y dijeron: Abrid, príncipes, abrid vuestras puertas eternales; levántense y estén patentes, para que entre en su morada el gran Rey de la Gloria, el Señor de las virtudes, el poderoso en las batallas y fuerte y vencedor, que viene victorioso y triunfador de todos sus enemigos. Abrid las puertas del soberano paraíso, y siempre estén patentes y franqueadas, que sube el nuevo Adán, reparador de todo su linaje humano, rico en misericordias, abundante en los tesoros de sus propios merecimientos, cargado de despojos y primicias de la copiosa Redención que con su muerte obró en el mundo terrenal. Ya restauró la ruina de la naturaleza y levantó la humana a la suprema dignidad de su mismo ser inmenso. Ya vuelve con el reino que le dio su Padre para los electos y los redimidos. Ya su liberal misericordia les deja a los mortales la potestad para que de Justicia pueden adquirir el derecho que perdieron por el pecado, para merecer con la observancia de su Ley la vida eterna como hermanos suyos y herederos de los bienes de su Padre; y para mayor gloria suya y gozo nuestro, trae consigo y a su lado a la Madre de piedad, que le dio la forma de hombre y que venció al demonio, y viene nuestra Reina y Señora, tan agradable y especiosa, que deleita a quien la mira. Salid, salid, Divinos cortesanos, veréis a nuestro Rey hermosísimo con la diadema que le dio su Madre, y a su Madre coronada con la gloria que le da su Hijo.-

Entre dos coros de Ángeles y Santos, pasaron Jesucristo y su Madre, y todos por su orden les dieron suprema adoración a cada uno y a los dos respectivamente, cantando nuevos cánticos de loores a los autores de la gracia y de la vida. El Eterno Padre sentó a su diestra en el trono de la Divinidad del Verbo humanizado Jesucristo, con tanta Gloria y Majestad, que puso en nueva admiración y temor reverencial a todos los moradores del Cielo, que conocían con visión clara e intuitiva la Divinidad de infinita gloria y perfecciones, encerrada y unida sustancialmente en una persona a la humanidad santísima, hermoseada y levantada a la preeminencia y gloria que de aquella inseparable unión le resultaba, que ni ojos le vieron, ni oídos lo oyeron, ni jamás pudo caber en pensamiento creado. El Omnipotente, en esta ocasión subió al Cielo, la humildad y sabiduría de María, porque entre tan divinos y admirables favores quedó como a la peana del Trono Real, deshecha en su propio conocimiento de pura y terrena criatura, y postrada María, adoró al Padre y le hizo nuevos cánticos de alabanza por la gloria que comunicaba a su Hijo, levantando en Él su humanidad deificada en tan excelsa grandeza y gloria. Fue para los Ángeles y Santos nuevo motivo de admiración y gozo al ver la humildad de su Reina, de quien como de un dechado vivo copiaban con santa emulación sus virtudes de adoración y reverencia. Se oyó luego una voz del Padre que la decía a María: 367

Hija mía, asciende más adelante. Y su Hijo santísimo también la llamó, diciendo: Madre mía, levántate y llega al lugar que yo te debo por lo que me has seguido e imitado. Y el Espíritu Santo la dijo: Esposa mía y amiga mía, llega a mis eternos brazos. Y luego se manifestó a todos los bienaventurados el decreto de la Beatísima Trinidad, con que señalaba por lugar y el asiento de la Madre a la diestra de su Hijo para toda la eternidad, por haberle dado el ser humanizado en su vientre terrenal, hechura de su misma sangre y por haberle criado, servido, imitado y seguido con plenitud de perfección posible a pura criatura, y que ninguna otra de la humana naturaleza tomase la posesión de aquel lugar y estado inamisible en el grado que le correspondía, antes que la Reina la tuviese y fuese colocada en el que se le señalaba de justicia para después de finalizada su vida terrenal, como superior en suma distancia a todo el restos de los santos.-

En cumplimiento de este Decreto, fue colocada María en el trono de la Divina Trinidad a la diestra de su Hijo Jesucristo, conociendo ella misma y los demás santos que se le daba la posesión de aquel lugar, no sólo por todas las eternidades, sino también dejando en la elección de su voluntad si quería permanecer en él, desde ahora mismo, si n pasar por muerte terrenal, como así ocurre con el resto de la humanidad. Sin dejarle desde entonces ni volver al mundo. Porque ésta era como voluntad condicionada de las Divinas personas, que cuanto era de parte del Señor se quedase en aquel estado. Y para que ella eligiese se le manifestó de nuevo el que tenía la Iglesia Militante en la tierra y la soledad y necesidad de los fieles, cuyo amparo se le dejaba a su elección. Este orden de la admirable Providencia del Altísimo fue dar ocasión a la Madre de Misericordia para que sobreexcediese y aventajase a sí misma y obligase al linaje humano con un acto de piedad y clemencia como el que hizo, semejante al de su Hijo en admitir el estado pasible, suspendiendo la gloria que pudo y debía recibir en el cuerpo para redimirnos. Le imitó en esto también su Madre, para que en todo fuese semejante al Verbo humanizado, y conociendo la gran Señora sin engaño todo lo que se le proponía, se levantó del trono y postrada ante el acatamiento de las Tres Personas de la Trinidad habló y dijo María:

Dios eterno y todopoderoso, Señor mío, el admitir luego este premio, que vuestra dignación me ofrece, ha de ser para descanso mío. El volver al mundo y trabajar más en la vida mortal entre los hijos de Adán, ayudando a los fieles de Vuestra Santa Iglesia, ha de ser de gloria y beneplácito de Vuestra Majestad y en beneficio de mis hijos los desterrados y viadores. Yo admito el trabajo y renuncio por ahora a este descanso y gozo que de vuestra presencia recibo. Bien conozco lo que poseo y recibo y lo sacrifico al amor que tenéis a los hombres. Admitid, Señor y Dueño de todo mi ser, mi sacrificio, y vuestra virtud Divina me gobierne en la empresa que me habéis fiado. Se dilate vuestra fe, sea ensalzado vuestro santo nombre y multiplíquese Vuestra Iglesia, adquirida con la sangre de vuestro Unigénito y mío, que yo me ofrezco de nuevo a trabajar por Vuestra Gloria y granjear las Almas que pudiere.-

El Altísimo renovó en María, todos los dones que hasta entonces la había comunicado y los confirmó y selló de nuevo en el grado que convenía, para enviarla otra vez por Madre y Maestra de la Nueva Iglesia, y el título que antes le había dado de Reina de todo lo creado, de Abogada y Señora de los fieles, y como en la cera blanda se imprime el sello, así en María por virtud de la Omnipotencia Divina, se reimprimió de nuevo el ser humano y la imagen de Cristo, para que con esta señal volviese a la Iglesia militante, donde había de ser huerto verdaderamente cerrado y sellado para guardar las aguas de la vida.-
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María en medio de sus glorias, y viendo su tristeza y llanto y que todos estaban casi absortos mirando a la región del aire, por donde su Redentor y Maestro se les había escondido, volvió la dulce Madre sus ojos desde el Globo resplandeciente, en la que ascendía y desde donde los asistía, y María, viendo y sintiendo el dolor de todos los que se quedaban mirando la marcha de su Señor, le pidió a Jesús amorosamente los consolasen aquellos hijuelos pobres que dejaban huérfanos en la tierra. Inclinado el Redentor del linaje humano con los ruegos de su Madre, despachó desde este Globo resplandeciente, a dos Ángeles con vestiduras Blancas y Resplandecientes, y que en forma humana se aparecieron a todos los discípulos y fieles y hablando con ellos les dijeron:. Varones galileos, no perseveréis en mirar al cielo con tanta admiración, porqué este Señor Jesús, que se alejó de vosotros y ascendió al Cielo, otra vez ha de volver con la misma Gloria y majestad que ahora le habéis visto subir y marchar.-

Con estas razones, consolaron estos Ángeles, a los Apóstoles y discípulos y a los demás, para que no desfalleciesen y esperasen retirados la venida y consolación que les daría él Espíritu Santo prometido por su Divino Maestro.-

María instruye a Sor María de Jesús y la dice.-
Hija mía: Poco me pareció lo que yo trabajé cuando conocí el premio que la bondad eterna que me tenía prevenido, y por esto dispuso con admirable providencia que volviese a la Iglesia Militante por mi propia voluntad y elección, porque venía a ser este orden de mayor gloria para mí y de exaltación para el Santo Nombre del Altísimo, y si conseguía el socorro de la Iglesia y de sus hijos por el modo más admirable y Santo. A mí me pareció muy debido carecer aquellos años que viví en el mundo de la felicidad que tenía en el Cielo y volver a granjear en el mundo nuevos frutos de obras y agrado para el Altísimo, porque todo lo debía a la bondad Divina que me levantó del polvo. Todo sea para gloria y honra del Altísimo, Rey de los siglos, inmortal e invisible.-
María desciende del Cielo.-

Quedando sentado Jesús a la diestra del Eterno Padre, y cumplidos los tres días enteros que María estuvo en el Cielo gozando en Alma y Cuerpo de la gloria y de la diestra de su Hijo y Dios verdadero y admitida su voluntad de volver a la tierra, María descendió del Cielo a la tierra, para que se plantase la Nueva Iglesia Evangélica Cristiana, con su asistencia y magisterio. María partió de nuevo del Cielo Supremo del Empíreo para el mundo Terrenal con la bendición de la Divina Trinidad. Mandó Su Majestad a innumerable multitud de Ángeles que la acompañasen, eligiendo para esto de todos los coros y muchos de los supremos serafines más inmediatos al trono de la Divinidad, y María, fue introducida en un Globo lleno de mucha luz y resplandor que la servía de litera preciosa y que los mismos Serafines gobernaban.-

No cabe en el pensamiento humano, terrenal y mortal, expresar la hermosura y resplandores exteriores con que María venía, y es cierto que ninguna criatura viviente la pudiera ver o mirar naturalmente sin perder la vida. Y por esto fue necesario que el Altísimo encubriera su resplandescencia a los que la miraban, hasta que se fuesen disminuyendo de intensidad las luces y los rayos que este Globo que traía a María, despedía. María, Llegó al cenáculo de Jerusalén, como sustituta de su Hijo de la Nueva Iglesia Evangélica Cristiana. Y en los dones de la gracia que le dieron para este ministerio venía tan próspera y abundante, que fue admiración nueva para los Ángeles y como asombro de los Santos, porque María, era una estampa viva de Jesucristo.-
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María, Bajó del Globo resplandeciente en el que venía y sin ser vista de los que asistían en el cenáculo se quedó en su ser natural, perdiendo la luminosidad poquito a poco. Y al tiempo que María se postró en tierra, se pegó al suelo y dijo: Dios altísimo y Señor mío, aquí está este vil gusanillo de la tierra, reconociendo que fui formada de ella, pasando del no ser al ser que tengo por Vuestra liberalísima clemencia. Reconozco también, oh altísimo Padre, que Vuestra dignación inefable me levantó del polvo, sin merecerlo yo, a la dignidad de Madre de Vuestro Unigénito. De todo mi corazón alabo y engrandezco Vuestra bondad inmensa, porque así me habéis favorecido. Y en agradecimiento de tantos beneficios, me ofrezco a vivir y trabajar de nuevo en esta vida mortal todo lo que Vuestra voluntad santa me ordene. Me sacrificaré por vuestra fiel sierva y de los hijos de la Nueva Iglesia Evangélica Cristiana, a todos ellos los presento ante Vuestra inmensa caridad y pido que los miréis como Dios y Padre clementísimo, y de lo íntimo de mi corazón Os lo suplico. Por ellos me ofrezco en sacrificio el carecer de Vuestra Gloria y descanso para servirlos y el haber elegido con entera voluntad padecer, dejando de gozaros, privándome de Vuestra clara vista por ejercitarme en lo que es tan de Vuestro agrado para vos. Se despidieron de la Reina los Ángeles que habían venido a acompañándola desde el Cielo, para volverse a él, dando a la tierra nuevos parabienes de que dejaban en ella por moradora a su gran Reina y Señora que ya lo era del Cielo y de la Tierra. Y advierto que, escribiendo yo esto, me dijeron los Ángeles que por qué no usaba más en esta Historia de llamar a María Reina y Señora de los Ángeles, que no me descuidase en hacerlo en lo que restaba por el gran gozo que en esto reciben los propios Ángeles.-

El Apóstol Juan Evangelista, pasó a donde estaba María en oración con los demás fieles. Y al punto que levantó los ojos para mirarla, Juan cayó en tierra postrado, con los efectos semejantes a los que él mismo y los dos Apóstoles sintieron en el Tabor cuando a su vista se transfiguró el Señor, porque eran muy semejantes los resplandores que envolvían a María que los de Jesús, los que percibió Juan Evangelista en el rostro de María. Y como le duraban aún las especies de la visión en que la vio Juan, descender del Cielo a María, y fue con mayor fuerza oprimida su natural flaqueza y cayó en tierra. Con la admiración y gozo que sintió Juan, que estuvo así postrado casi una hora, sin poderse levantar. Adoró profundamente a la Madre de su mismo Creador. Y no pudieron extrañar esto a los demás Apóstoles y discípulos que asistían en el cenáculo, porque a imitación de su Divino Maestro y con el ejemplar y enseñanza de María, en el tiempo que estuvieron los fieles aguardando al Espíritu Santo muchos ratos de la oración que tenían era en cruz y postrados. Estando así postrado el humilde y Apóstol Juan, llegó la piadosa Madre y le levantó del suelo, y manifestándose con el semblante más natural se le puso ella de rodillas y le habló María y le dijo a Juan: Señor, hijo mío, ya sabéis que vuestra obediencia me ha de gobernar en todas mis acciones, porque estáis en lugar de mi Hijo y mi Maestro para ordenarme todo lo que debo hacer, y de nuevo quiero pediros que cuidéis de hacerlo por el consuelo que tengo de obedecer. Oyendo el Apóstol Juan estas razones, se confundió y admiró sobre lo que en la gran Señora había visto y conocido y se volvió a postrar en su presencia, ofreciéndose por esclavo suyo y suplicándola que ella le mandase y gobernase en todo, y en esta porfía perseveró Juan Evangelista algún rato, hasta que vencido de la humildad de María, se sujetó a su voluntad y quedó determinado a obedecerla en mandarla, como ella lo deseaba; porque éste era para él el mayor acierto, y para nosotros raro y poderoso ejemplo con que se reprende nuestra soberbia y nos enseña a quebrantarla. Y si confesamos que somos hijos y devotos de esta Divina Madre y Maestra de humildad, es debido y justo en imitarla y seguirla.-
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