LEYENDAS LA SIERPE DE CASTRO RUPIANO/MONTES DE VALDUEZA En los montes de Valdueza, en plena comarca de El Bierzo, a sus pies, se levantó un famoso castro de origen muy remoto, anterior a la época de la llegada de los romanos a las tierras bercianas. Era el castro Rupiano. Al pie de este Castro, en las faldas de uno de los montes de Valdueza, existía una profunda cueva. Esta cueva, de tamaño desconocido porque nadie nunca la había explorado, cobijaba ingentes tesoros de una riqueza incalculable. En sus galerías se encontraban miles de piezas de oro, de plata y de más metales preciosos, junto con cantidades enormes de piedras preciosas que harían inimaginablemente rico al hombre que las poseyera. Sin embargo, no pertenecían a nadie. La cueva estaba resguardada por una gigantesca serpiente. La serpiente era de un tamaño descomunal. Vivía en la cueva y no permitía el paso a nadie. Cualquier desventurado que se acercase por lo que ella consideraba sus propiedades, inmediatamente sucumbía en sus fauces y era devorado. Pero no sólo esto, sino que la serpiente, para alimentarse, salía de su refugio cada cierto tiempo. Era entonces cuando asolaba los campos y los pueblos de los montes de Valdueza, comiendo todo lo que encontraba a su paso, a los hombres y a los animales, sin respetar ningún ser vivo que se le cruzase en su mirada. La situación en la zona fue insostenible. Las gentes abandonaban sus casas y sus campos por temor a la sierpe gigante de la cueva. Y los que no podían huir porque no tenían a donde, se resignaban a ser alimento del monstruo en cualquier momento. Durante años el temor dominó los Montes de Valdueza, hasta que San Fructuoso hizo acto de aparición en la zona, dispuesto a remediar los problemas de sus habitantes. San Fructuoso ideó un plan para acabar con el terrible animal. Elaboró una gigantesca hogaza de pan, que él mismo amasó y coció, pero a la que añadió algunos ingredientes especialmente pensados para la serpiente. Así incluyó jugo de tejo, apio y otras plantas venenosas. Una vez que tenía la gran hogaza, aprovechando un momento de sueño del monstruo, la dejó ante la entrada de su cueva y se escondió en las cercanías a esperar el resultado. La serpiente de despertó hambrienta de su largo sueño y su sorpresa fue mayúscula cuando encontró la hogaza de pan preparada a la entrada de la cueva. Sin pensárselo dos veces, empezó a devorarla. No llevaba comida ni la mitad del pan, cuando empezó a sentirse mal. Poco a poco la serpiente empezó a tambalearse hasta que su enorme cuerpo cayó con un ensordecedor estruendo sobre el suelo. En ese momento, San Fructuoso salió corriendo de su escondrijo y arrancó una enorme estaca de castaño. Prendió una hoguera y en ella colocó la punta de la estaca hasta que estuvo incandescente. En ese momento, clavó con todas sus fuerzas la estaca en el gigante ojo de la serpiente, hundiéndoselo hasta el cerebro, para asegurarse de su muerte. A partir de entonces, en los Montes de Valdueza, todos los habitantes viven en tranquilidad, sin temor a ningún monstruo |