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Albares de la Ribera - Leon

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España > Leon > Albares de la Ribera (Torre del Bierzo)
02-08-10 14:35 #5833608
Por:mercedes9

LEYENDAS -EL PIELAGO DEL MORO
El piélago del moro

Un paraje no identificado y que alguna vez fue conocido como El Piélago del Moro podría haber sido escenario del mayor desastre que vieron los siglos en el Valle de Laciana. Hoy ni se reconoce este topónimo ni se recuerda haberlo utilizado nunca. Pero, a tenor del orden en que son descritos los límites del concejo lacianiego en la Carta de Privilego que le fue otorgada por Alfonso X en 1270, podría apostarse a que el Piélago del Moro se encuentra en el nacimiento de la Veiga el Palo y que se trata del llano pantanoso que llaman Las Charcas, extendido al pie del Collao Alto.

En el cronicón titulado Antigüedades y Cosas Memorables del Principado de Asturias, Alonso de Carballo, basándose en los escritos de un historiador árabe de nombre Abentarique, relata cómo, allá por el siglo octavo, Don Pelayo ganó a los moros la villa de Cangas de Tineo, que era tierra fértil de trigo y generoso vino, lindas frutas, caças y pescas. Abenramín, rey de Toledo, tuvo un pesar gravísimo por haber perdido Cangas y parecióle que importaba mucho a su reputación recuperar la ciudad, de manera que juntó un ejército de doce mil ochocientos hombres nada menos y vino contra Asturias. La sola noticia de semejante amenaza debería acoquinar al más valiente, incluso si era asturiano. Pero el habilidoso estratega, experimentado en tantas escaramuzas como la de Covadonga, sabía que Abenramín no podría sacar provecho a tan multitudinaria tropa por la dificultad para hacerla maniobrar en estos laberintos de la cordillera. Así que, enterado Don Pelayo de lo que se le venía encima, acudió veloz con los suyos a cortar el paso al rey moro el cual, en cuanto tuvo conciencia del fregado en el que se había metido, corrió a acogerse por aquellas montañas de Laciana y dentro de dos días como llegó, sobrevino tal pestilencia en aquel paraje que de todo aquel ejército no quedaron más que mil personas.

Imaginemos por un momento al descomunal ejército árabe reculando en la Vega de Rengos, a las puertas de Cangas, y metiéndose por el valle de Gedrez, siguiendo curso arriba del río Narcea, tratando de guarecerse en la vertiente de las asturias cismontanas. Teniendo aquellos caminos la anchura justa para el rodar de un carro y fluyendo los moros en tan fabuloso caudal, es fácil de comprender que no irían en formación militar, de cuatro en fondo los peatones y de a dos los jinetes, porque, haciendo un cálculo somero, la columna alcanzaría unos diez kilómetros de larga, sin contar los carros de víveres, armas, tambores, chirimías y demás pertrechos. Para escapar de Don Pelayo y sus asnos salvajes, parece más creíble que los moros lo hicieran en tropel, los de a caballo por delante, en un frente completamente desordenado y tan ancho como permitiera el valle, saltando paredes, urces y piornos a todo galope. Así las cosas, no tendría nada de extraño que, tras franquear el Collao Alto, entraran en la Veiga el Palo sin el tiento necesario y se dieran de bruces con aquellas procelosas charcas. Los jinetes de atrás llegarían como ciegos, arremetiendo contra los de vanguardia, los caballos amontonándose, piafando, emitiendo relinchos angustiosos y tratando de mantener el cuello fuera del agua hasta el límite fatal del estiramiento. Una vez empantanados los ochocientos de caballería, irían llegando los doce mil infantes exhaustos y muertos de sed a ese piélago, lugar pantanoso o tremendal según la antigua acepción del término. Ocurriendo estos hechos apocalípticos en pleno estiaje, sobradamente se explicaría lo de la pestilencia que vino a los dos días y la mortandad subsiguiente.

Al caminante que hoy recorra aquel tremedal mullido y deliciosamente aromático, sobre el verde tapiz que retiembla bajo las pisadas, a cobijo del bosque de tersos abedules y arrugados robles con fantasmagóricas barbas de líquen grisáceo, envuelto en el placentero son de los arroyuelos que fluyen entre peñascos y matas de arándano, intuyendo la proximidad del oso que dormita encamado entre los piornos, aguardando a que la cómplice noche vista con su traje pardo a todos los gatos, sobresaltándose con el inesperado salto metálico de una trucha en aquellos profundos canales de agua impoluta que se ocultan tras los juncos …. le resultará difícil imaginar esta deleitosa Veiga el Palo -como la calificara el ilustre montañero Lueje- convertida en la deletérea Veiga el Palo que sugiere Alonso de Carballo.

Hace algunos años, este paraje de Las Charcas tuvo que ser rodeado por una cerca de estacas y alambradas de espino para prevenir que el ganado se metiera en lugar tan peligroso. Unas cuantas cabezas de bovino y más de un caballo perecieron ahogadas aquí y cuentan cómo, hace tiempo, hubo que rescatar a tres vacas que habían entremado y, fatalmente atrapadas, mugían en su desesperación y estiraban el pescuezo para mantener a duras penas el morro fuera del agua. La operación se efectuó de noche cerrada, con la colaboración de varios vecinos de Caboalles de Arriba, alumbrados con doce lámparas prestadas por la Mina Escondida y provistos de sogas que ataron tras los cuernos de los animales para tirar de ellos hasta ponerlos a salvo .
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