Encinasola - Huelva

GÓMEZ Y COMPAÑA


Desde hacía varias horas el silencio era dueño y señor de la casa, las persianas a media altura la sumían en una penumbra íntima y agradable y un suave olor a insecticida llenaba todas las habitaciones. En el salón, frente al balcón, unas cuantas macetas quedaban ahítas de agua y a expensas del racionamiento de luz que les imponía la persiana a medio bajar.
Una mosca moribunda buscaba infructuosamente una salida de aquel salón y sólo conseguía chocar una y otra vez con los cristales. Un tenue rumor eléctrico procedente de la cocina hacía notar que en el frigorífico continuaba latiendo, reducidas sus pulsaciones al máximo, el motor que impulsaba el freón por su monótono circuito, ese zumbido y algún chasquido de muebles o paredes, eran las únicas notas disonantes en la sinfonía silenciosa de la casa vacía.
La casa formaba parte de una urbanización que durante el resto del año bullía de vida, los niños jugaban alegremente en los jardines y los coches, entrando y saliendo en sus angostas calles, mantenían un ruido constante que extrañamente llegaba a molestar. El vecindario parecía haber recuperado la antigua costumbre de la conversación y no era extraño ver tanto a mujeres como a hombres conversar sentados en un banco o simplemente pasear por los jardines de la barriada.
En verano, al producirse el éxodo vacacional, el barrio quedaba vacío y eso se notaba en el silencio y, sobre todo, en la falta de coches en las calles, que en otras épocas del año hacían casi imposible aparcar después de ciertas horas. La familia Gómez no era una excepción y desde hacía varios días preparaban el viaje. Ellos decían que no veraneaban, que simplemente cambiaban de residencia al apartamento que tenían en una playa cercana a la ciudad ya que, normalmente, el marido seguía trabajando mientras la familia disfrutaba del sol y los baños y ese año lo deseaban más que ningún otro ya que se habían mudado en primavera a esta casa y estaban deseando descansar después de tanto trajín y barullo. Aún no tenían mucha confianza con los vecinos, pero esperaban que pronto intimarían; después del verano, cuando las gentes viven un poco más en las casas, era el momento para intentar el acercamiento. Se veían buenas gentes y parecían llevarse bien entre ellos. Tenían hijos de edades similares a los suyos y también era positivo que los chicos se relacionaran con los nuevos vecinos. Cada cosa a su tiempo, que tampoco era bueno forzar los acontecimientos.

Habían repasado todo varias veces y aunque en la casa de la playa tenían todo lo necesario, siempre iban cargados y eso era motivo de discusión por parte del padre, que se quejaba de la cantidad de bolsas, bultos y paquetes que se acumulaban a la hora de partir. Por fin todo estaba bien y el coche cargado, las macetas regadas, las persianas bajadas, los grifos cerrados, los enchufes quitados y el frigorífico, lo único que quedaba conectado, al mínimo,
El coche está cargado, todos montados y el padre da la última vuelta a la casa, nunca está de más una revisión final. La puerta de seguridad cierra con característico ruido de soplido y las cuatro vueltas de llave cierran la casa a cal y canto a cualquier extraño. Nunca se sabe, como están las cosas, todas las seguridades son pocas.
Este momento tiene algo de rito para el padre de los Gómez, un hombre entrado en la cincuentena y un poco hipocondríaco, que lucha con el largo y pesado invierno, con sus largas y deprimentes noches, con sus melancólicas tardes y sus grises días con la sola ayuda del recuerdo y el anhelo del verano, del buen tiempo, de los días soleados, del disfrute de la brisa marina en los largos paseos por la orilla del mar y de esos baños que lo reconcilian con sus primeros ancestros que, según dicen, venían del mar.
El señor Gómez se encaminó escaleras abajo, era temprano aún, pero no quería que el calor los cogiera por el camino. El coche no tenía aire acondicionado y no quería escuchar las quejas de todos cuando el sol apretara.

Se coge la sombrilla, la mesa, el flotador, la nevera, doce sillas, la tortilla, el transistor.. Todo eso metido en seiscientos.

Qué cambiado está todo.
Sí que lo está, sí que lo está, hija.
¿Te acuerdas de cuando estrenamos la casa?
Cómo no me voy a acordar. Tú eras muy pequeña todavía y en cuanto entraste elegiste tu habitación. Siempre habías soñado con una ventana desde la que se vieran árboles y ésta la tenía, tu habitación. Ahora parece ocuparla un chico, a juzgar por los adornos y esos enormes zapatones que asoman bajo la cama.
¿Será éste de la foto en la playa?
Es posible.

Pues no está nada mal ¿sabes? nada mal. Tendré que visitarlo más a menudo.
- Mira Juan, no han cambiado los muebles del salón, son los nuestros ¿Te acuerdas de cuando los compramos?
-Son inteligentes, unos muebles como estos no se encuentran todos los días y tú no los querías por no sé qué historia del color. Quién iba a pensar que poco tiempo después...
Bueno, bueno, no te pongas triste, que donde estamos tampoco podemos quejarnos.
-No, si no me quejo, pero tanto luchar para esto, para que ahora estos disfruten de nuestras cosas. No es justo.
-Nosotros no necesitamos nada ya y ahora estamos juntos para siempre. -! Bueno, esto es el colmo, tampoco han cambiado la cama, ¡Qué poco pudor! al menos podrían haber pensado que nosotros aquí...!
- Pero no seas tonto Juan, ellos compraron el piso amueblado y acabas de decir que ya no se encuentran muebles como estos.
¿De qué te ríes?
-De cuando estrenamos el dormitorio ¿te acuerdas?
Mujer, que está la niña.
Todavía se te olvida que como estamos ahora lo sabemos todo y nada nos puede parecer malo. Como diría un escritor, estamos por encima del bien y del mal.
Eso te ha salido muy bonito pero el niño todavía no ha venido, hasta aquí llega tarde. Si, ya lo sé, lo conocen todos y lo paran por todas partes después de aquello.
El pobre luchó hasta el último momento contra las llamas para sacarnos del coche, pero la explosión del depósito lo cogió también. Nunca llenabas el tanque y ese día lo pusiste a rebosar.
Acabarás acusándome de aquello, como si la culpa hubiera sido mía. De no haber sido por el maldito borracho aquel que venía por la izquierda, sin luz y a casi doscientos por hora no habría ocurrido nada, además, no me gusta recordar aquello y tú lo sabes.
Papá, mamá, ya está bien, dejadlo ya, cada vez que discutís volvéis a lo mismo de siempre; ya está todo de más. ¿Sabéis? la habitación de Juanito la ocupa ahora una chica. Es curioso: la mía la ocupa un chico y la de él una chica y es bastante guapa, le gustará cuando la vea.
-Hola a todos ¿Hace mucho que esperáis?

-No demasiado, pero ya nos tenías impacientes.
-Tú siempre igual, mamá. No acabas de acostumbrarte y no te enteras de que lo único que nos sobra ahora es tiempo, tenemos toda la eternidad para nosotros y después de aquello no nos puede pasar nada más, ya nos ha pasado todo.
-Tienes razón hijo, tienes razón. Bueno, volvemos a estar todos juntos en casa. No puedo dejar de emocionarme cuando pienso en los años que pasamos aquí. Aquí crecisteis y dejé de mirar por el balcón de día, para ver si estabais jugando en la calle, para mirar por la noche a ver cuando veníais, pero pasó aquello...
-Ya está bien mujer, no llores. Yo también siento algo parecido pero no tienes motivos para ponerte así o ¿es que no ves que estamos todos juntos de nuevo y para siempre? ¿No ves que estamos ora vez en nuestra casa y nos podemos quedar el tiempo que queramos?
-¿Cuándo vengan los Gómez nos podremos quedar?
-No lo sé, tal vez no sea prudente. Estos parecen buena gente y les podemos dar algún susto.
-Tal vez tengas razón, pero estoy tan a gusto en mi casita...
-¿Habéis visto? en mi habitación duerme una chica y, por cierto, aún no han arreglado el interruptor de la cabecera. Parece tener novio pero no vale gran cosa el chaval. Es posible que ella y yo...bueno, que seamos amigos.
-No seas tonto, hermano, ¿te olvidas que estamos en diferentes planos de consciencia?
-No seas tonto hermano, no seas tonto hermano, siempre igual, con la lección aprendida y queriendo corregir a todo el mundo. ¿Pues sabes lo que te digo? que me pienso quedar y ligarme a la chavalita que vive aquí, para que te enteres.
-Ya vale de discusión, niños, ya está bien. ¿Os habéis fijado en las cosas de esta gente? Parecen sencillos, creo que somos bastante parecidos. Son prácticos, pero no sin cierto gusto y la casa está muy limpia y cuidada.
-Yo también la tenía así.
-Claro mujer. Sabía que dirías algo parecido. Bueno, procurad no cambiar las cosas de como están y tened cuidado que no nos detecten desde fuera y piensen que hay ladrones en la casa o, peor, que hay espíritus, ja, ja, ja.

¿Has pillao? En este no hay sexo...

Pues mira, 4103, te voy a decir lo que yo he pillado:
Hay sexo para ¿variar?
Y que este guión guarda cierta simlitud con un exitoso planteamiento salido de la imaginación de Alejandro Amenábar.
Pero en "castizo", claro está...

-Esto es una conspiración, la han tomado conmigo. No puede ser, esto no puede ser.
-¿Qué ocurre? hay que ver cómo te pones por cualquier cosa.- Preguntó sorprendida la señora Gómez.
- Léelo, léelo tú misma y así te enteras mejor. Que tenemos que volver a casa, eso es lo que ocurre, que nos han jodido las vacaciones. Todo el año empujando el almanaque, contando los meses y los días y ahora...mierda, eso es lo que ocurre, mierda.

La fábrica en la que trabajaba el señor Gómez sufría una grave avería y requerían su presencia de forma urgente como experto y responsable del área de compresores de alta presión.
-Bueno, no te pongas así que parece que te va a dar algo. Si nos tenemos que ir nos vamos y ya está. A lo mejor en un par de día se resuelve todo y podemos volver tranquilos.
-Sí...en un par de días. Tu no conoces aquello, ya estará todo parado y frío y luego hay que dejarlo todo en marcha y en condiciones normales y eso son, por lo menos, quince días, sin contar con lo que vaya saliendo, que luego empiezan que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. En fin, que nos tenemos que ir, al menos yo...si os queréis quedar tú y los niños...
-No, no, nos vamos todos, que en esas paradas hay mucho descontrol de horas y como yo no esté pendiente tú ni comes ni duermes, que te conozco y a los niños les queda mucho verano por delante. Nos vamos todos.


-Los vecinos siguen siendo los mismos ¿Os habéis fijado?
-Sí hija y me han dado ganas de llamar a alguna de las vecinas.
-A veces me paso largos ratos mirando por la ventana, antes hacía lo mismo observando a las gentes. Ya entonces me gustaba ve sin ser visto, así que ahora os podéis imaginar como disfrutaré.
- Ya sabemos que siempre has sido un curiosón, hermanito, pero ahora juegas con ventaja, no lo olvides.
-Yo seré un curiosón pero tú ¿a quién llamaste por teléfono hace un rato?
-No volváis a llamar por teléfono a nadie, ya os lo dije: nuestra estancia aquí tiene que pasar desapercibida.-Intervino enérgico el padre.

- Está bien, está bien, no te pongas así. ¿A quién llamaste hija?
- A María, mi mejor amiga. Cogió el teléfono y al escuchar su voz preguntando quién llamaba, me dieron ganas de llorar. Lo siento, no volverá a pasar, pero ahora contaré lo que hiciste el otro día, cuando vino la vecina del tercero a regar las macetas, que te vi sin que te dieras cuenta: la asustaste soplándole en el oído y moviéndole las macetas que estaba regando.
-Escuchad todos, tengo un presentimiento. No se si os pasa lo mismo, pero desde aquello parece que he desarrollado un sentido especial, como si supiera lo que va a ocurrir. Bueno, lo que ocurre es que parece que presiento que los dueños de la casa van a volver. No preguntéis por qué ni cómo, no lo sé, pero presiento que van a venir y, si eso ocurre, si el presentimiento se cumple, no sé lo que vamos a hacer. Ya veremos.

La familia Gómez, a regañadientes, aceptó el contratiempo de la interrupción de las vacaciones. A lo niños- aunque ambos habían pasado de los dieciocho años, se les seguía llamando los niños-, casi les había gustado la idea de acortar las vacaciones, era algo que no se atrevían a confesar al padre, pero estaban hartos de aguantar estoicamente los casi tres meses de veraneo en la casa de la playa haciendo todos los días lo mismo, aguantando a las visitas casi siempre indeseadas e intempestivas, soportando los chistes de los amigos de papá y el odioso olor a sardinas asadas y viendo como la noche se extendía por la playa preñada de sugestivos aromas y sonidos pero "nadie decente anda por ahí a esas horas", así que a aguantar y a esperar el fin de semana en que gozaban de un poco de más libertad, "la condicional", como la llamaban ellos.
Juan, el mayor de los hijos, era un chico bastante maduro para su edad, al menos eso era lo que escuchaba decir constantemente a su padre, y si bien era verdad que sus gustos y aficiones eran sedentarios y caseros, tampoco se encontraba él tan maduro, o es que su idea de la madurez era otra. Pasaba casi todo el día en casa, a media mañana bajaba a bañarse a la playa y si encontraba a algún conocido se paraba a hablar un rato. Después de comer se retiraba a su habitación a leer o a estudiar y allí permanecía hasta avanzada la tarde en que salía a dar una vuelta. Tenía amigas más o menos íntimas, pero había decidido no complicarse demasiado la vida hasta no terminar los estudios. Una prueba más de su madurez, según su padre.

Eva, la hija, era otra historia. De haber vivido a principios de siglo hubiera sido sufragista. De haber tenido edad en los sesenta hubiera sido una hipy radical. Cogió los últimos coletazos del punk y permaneció durante semanas encerrada en casa ya que, según su padre, "una hija mía no anda así por la calle. Hasta ahí podíamos llegar". Ahora, en los noventa, pertenecía a una rama radical del ecologismo político que, poco más o menos, pregonaba una vuelta al siglo dieciocho en que las mujeres debían tejer sus propios vestidos y los de la familia y adaptar la vida a las horas de sol. Había que cerrar todas las centrales nucleares, todas las refinerías, todas las minas. Había que dejar de pescar y cultivar la tierra y vivir de lo que aquella diera por si misma.
Al parecer, todas estas doctrinas y premisas, sólo tenían valor de las puertas de casa para afuera, ya que de puertas para adentro, Eva se manifestaba como la más convencida consumista de energía y productos de todo tipo. Durante el veraneo se inclinaba a la vertiente naturista con algún escarceo nudista, naturalmente cuando nadie la veía, pero en el fondo se cansaba de tanto sol y tanta paz y echaba de menos la ciudad y las reuniones de protesta en las que se programaba cambiar el mundo empezando de nuevo. A ser posible ella quisiera empezar de nuevo con un chico, Odín (nombre de guerra, el autentico es Plácido, pero no encaja con la beligerancia ecologista), pero parece que el tal Odín está más por los rayos y los truenos que por ella.