Maranchón - Guadalajara

¡HABLA PUEBLO , HABLA!

Constantemente estamos debatiendo acerca de la lengua y soy una defensora a ultranza de ésta. He de decir que le debo la vida. Si no existiera el lenguaje lo habría inventado. Pero a veces se nos olvida en las escuelas lo más importante, y es el hablar y comunicar, y por encima de todo, el crear a los niños esa necesidad y por tanto imbuirles en su práctica hasta que no sepan hacer otra cosa que emplear la lengua tanto escrita como oral para pedir , dar o estar . Encontrarle un sentido a eso de ir uniendo letras para formar una palabra y palabras encadenadas para frases, frases para párrafos hasta llegar a la meta de una narración o poema.
Una hermosa aventura que me enseñaron hace tantos años que hasta mis recuerdos se pierden en el tiempo. Con la lectura se combatía la soledad, el frío, la tristeza, las burlas e incluso una gripe crónica. De repente entrabas a formar parte de un grupo y todo lo malo que te sucedía desaparecía como por encanto. Ya no eras tu, y estabas dentro de un cuento de Cristian Andersen, o de los Hermanos Grima, por ejemplo.
Había muchos libros iguales y todos los niños y niñas los teníamos en nuestras manos forrados de azul. Ahí empezaba una maravillosa puesta a punto. No podíamos permitirnos perdernos cuando se nos instaba a seguir leyendo el cuento, y por tanto, debíamos estar atentos. Tampoco fallar una palabra por idéntico motivo: amor propio y orgullo personal. Al menos esa fue mi experiencia.
Si se inculcara el amor a la lectura desde niños y éstos pudieran acceder a la biblioteca del colegio, quizás cambiara el concepto de que el niño huye del libro, como pasa en muchas ocasiones.
He comprobado como sucede esto que digo comparando la biblioteca que vivé de niña a la biblioteca de mis hijos. Yo entraba en los recreos si en el patio hacía frío o me sentía mal. Y me dejaban hacerlo, e incluso si éramos varios nos daban la posibilidad de jugar a las damas o al parchís, o a nuestros juegos inventados. Debo delirar porque ese tiempo ya pasó y además no se volverá a repetir allá en el pueblo donde me enseñaron así y me dieron con ello armas en la vida.
Hace poco pasé por allí y supe que se encuentra en peligro de extinción. Gracias a dos o tres alumnos inmigrantes ha podido continuar un año más. Si no, esa escuela se hubiese cerrado.¡ con el tropel de niños que tenía cuando yo estudiaba allí! Casi todos éramos niños de padres trabajadores de la resina pues había muchísimas hectáreas de pinares que se perdían en el devenir de la historia de esos, mis pueblos.
Quizás les tomé más aprecio por tenerme que irme de allí cada invierno. Todos los inviernos de mi vida. El motivo era el trabajo de mi padre que era resinero, y cuando nos teníamos que ir a la capital de España para mi era como irme al séptimo infierno. No se cómo la gente llama cielo a lo que yo viví .Quizás, también es que no conocieron mis pueblos, que no eran míos, sino solo de acogida, como siguen siendo hoy, y ahora agonizan por el abandono. Y también debe ser el distinto punto de vista de una ciudad vivida desde otro ángulo. Madrid me producía una enfermedad rara que no se me quitaba hasta que llegaba Marzo y volvía a mis queridos pueblos por fin a respirar aire puro. En uno vivía, y en el otro estudiaba; y los dos formaban un conjunto que se complementaban. Los dos nos pertenecían y en los dos nos dejaban ser niños y enredarnos en todas partes. Cada rincón, incluso en los jardines, a los que accedíamos saltando la tapia o entrando por la puerta si estaban abiertos. Jugábamos entre los setos y los macizos de resistentes flores a mil juegos solos o en compañía pero como sabíamos que eran nuestros los cuidábamos con esmero. Así se ve que no tuvieron inconveniente en que lo tomásemos como un lugar de juego y diversión. Nosotros poníamos nuestros propios límites y sabíamos acatar las reglas más elementales del juego porque nos lo enseñaban a en el colegio jugando y por las tardes , al volver de clase a casa , seguíamos con ellos . El pueblo era nuestro y como tal lo tratábamos. Benditos recuerdos que no volverán.