¿ Sueño o realidad? Es una espléndida y luminosa mañana de primavera y la brisa del amanecer trae desde las cercanas sierras del Pinche y desde los compartimentados, floridos y verdes valles de Navalajara y el Valle del Melonar, los olorosos efluvios y embriagadores aromas de las jaras, eucaliptus y del nazareno y florecido romero. Martina, una joven treinteañera, de padres lugareños nacida en tierras lejanas. Camina despreocupada, alegre y decidida por el pedregoso y empinado sendero bordeado de extensos olivares, jalonado cada cierto espacio de algunos verdes prados y pequeños huertos que cultivan al lado del arroyo. Corren malos tiempos para los trabajadores, y en época de crisis, como siempre, la única solución y manera de sortear el paro es emigrar. Martina de esto sabe poco, sólo de oídas. ¡Cuántas veces le habrán contado sus padres, obligados a emigrar, historias parecidas! Ella jamás ha prestado atención y ajena, desconocedora de la cruda realidad de aquellos miserables años sesenta, no sabía nada más que salir por peteneras contestando con manifiesto desdén y desgana: “ ¡ Vénga ya papás! ¡Dejaros ya de batallitas, historietas y cuentos del ayer que me estaís rayando¡” *** Hace ya muchos años que la abuela Engracia y el abuelo Alberto fallecieron sin conocer en la vida nada más que trabajos y miserias, sin llegar a disfrutar plenamente de sus hijos y sus nietos. Los hijos se vieron obligados a emigrar y buscar el sustento familiar en otras tierras y aunque sus padres le han hablado a sus hijos con perseverancia y asiduidad de ellos, el paso del tiempo los ha dejado casi en el olvido. La abuela Engracia, ¿ Qué tendrá la fallecida años ha, la abuela Engracia entre sus manos que ronda de continuo entre los sueños de Martina, desde que tenía uso de razón, y que ésta Martina, a pesar de estar muerta jamás llegó a sentir ningún miedo ni temor de ella? Recuerda por sus padres, que vivía en una modesta casa, en la plazuela del Rincón, siempre llena de gente y del griterío de los niños,y que a pesar de su escaso saber, ni leía ni escribía, tenía tanta dulzura, sensibilidad y un don especial en sus manos capaz de detestar con las yemas sutiles de los dedos de sus manos las dolencias del cuerpo y males de los huesos;era experta y avezada en sanar con un simple masaje u apretón los diferentes molestias, torceduras, esguinces y roturas de estos. Dicen los que la conocieron, que de sus menudas y frágiles manos manaba un calor tan salutífero y agradable que envolvía la zona enferma y afectada y calmaba en un instante la dolencia o curaba el dolor. ¿ Quién la dotó de semejante poder sobrenatural que el mismo médico del lugar, llegado el caso las remitía sin ningún pudor hasta “las manos sanadoras de ella”? Martina notaba que a pesar de los años y la distancia su abuela permanecía siempre junto a ella y a veces creía sentir su respirar en su rostro y unas suaves caricias en su cara. *** Han pasado pocos años desde entonces, y por azar y cosas del destino, Martina sufre en propias carnes las mismas situaciones de inquietud, impotencia y paro laboral que sintieron sus padres. La situación ha cambiado, y ella, Martina la niña nacida en la distancia,en tierras lejanas, que creció en un ambiente familiar obrero, lleno de cariño, amor y desvelo, tiene que deshacer el camino recorrido, buscar la protección paternal y retornar a las tierras extremeñas donde nacieron, murieron y se enterraron sus antepasados y quizás algún día aún lejano, den también alojo a sus padres, con la vista puesta en un mañana cercano y con la esperanza de regresar pronto a su hogar. “ Sony” en un perro pequeño, caniche, que corretea inquieto a su lado y va de acá para allá en pos de todo bicho viviente u hoja que se menea. ¡De pronto se detiene, mueve el rabo y ladra! Sus ojos inquietos y despiertos atisban una lagartija que toma plácidamente el sol sobre una roca; sobresaltada y avispata, rauda levanta la cabeza y sale zapeando hasta perderse entre unas jaras. La joven Martina se espabila y sale de su inaudible soliloquio lleno de oscuros, tortuosos y nublados pensamientos. Al girar el camino, a la derecha, allá en lo alto inhiesta y altiva se divisa la conocida y renombrada Sierra de Dios Padre, en cuya cima, dice las tradiciones y costumbres ancestrales del lugar, hubo una vez una ermita, que nadie de los ancianos del lugar recuerda. Sea cierto o no, la verdad es que hoy en día, sobre ese mismo solar se levanta una nueva, con su pequeña y recogida capilla, su zócalo de piedra vista, coronando el conjunto por una majestuosa y encalada cruz blanca latina que puede percibirse y otear desde muchos kilómetros en la redonda. A estas horas, el tempranero sol pelea por desbordar y saltar la Sierra de Dios Padre mientras en los pinares cercanos se escucha el graznido onomatopéyico de los cuervos y en los olivos el gorjear alegre y armonioso de los jilgueros. Mira al frente y en lo más alto de la cuesta, camino del Bardal, al lado de una esbelta madroñera, observa una figura que parece de mujer. De poca enjundia, diminuta, envuelta en telas negras ya raídas, pañuelo también negro atado al moño, cobija la cabeza dejando visible sólo la cara. Sigue su paso y conforme se acerca, cree ver una cara conocida que le resulta familiar, la fallecida abuela Engracia, pero no puede ser verdad. Sigue avanzando y conforme se aproxima, cada vez más inquieta y temerosa, pero a la vez llena de zozobra, alegría y esperanza, percibe que sí, que es su abuela Engracia que con brazos abiertos y gestos explícitos y cariñosos, con lágrimas en los ojos la llama de manera reiterada e insistente. ¡ Hija, hace muchos años que te espero! ¿ Cómo has tardado tanto en venir? ¡Desde hace tiempo,tengo un hermoso e inetimable regalo para ti!, dice la efusiva abuela al mismo tiempo que extiende sus huesudas y arrugadas manos que llegan a posarse con dulzura extrema sobre las tiernas y jóvenes manos de su sorprendida y desconcertada nieta. En ese mismo instante un ligero calor, un fino y prolongado escalofrío recorrieron todo su ser en un segundo, haciendo parpadear de manera ostentosa sus ojos y que su vista se nublase, mientras una ligera brisa templada mecía con suavidad las ramas de los olivos, madroñeras y jarales circundantes. Al volver en sí, no había nadie. A sus pies descubrió al pequeño” Sony” su perro, agazapado en el suelo que asustado y cabizbajo buscaba azorado y nervioso refugio entre los protectores y acogedores tobillos de sus piernas. El sol lucía en todo su esplendor y al mirar al cielo, Martina descubrió en lo más alto la figura nívea de una anciana, su abuela, que se desvanecía poco a poco hasta llegar a desaparecer. Martina tiene miedo a contar a la gente su verdad, y teme que la tilden de bruja, maga, arpía, embaucadora o hechicera y sólo su entorno familiar conoce sus asombrosos poderes y benefactores secretos, que han podido constatar y comprobar más de una vez. A menudo cuando está en la soledad y silencio de la alcoba, antes de dar las buenas noches a la abuela y dormir, Martina se pregunta: ¿Porqué desperdiciar este incalculable poder y don de Dios, pudiendo ser útil y ayudar a los demás? ¿ Acaso la abuela Engracia tendrá la solución y me sacará un día de este entuerto? Hoy día, la pregunta sigue ahí sin encontrar aún respuesta. *** PD.( Esta pequeña historia está inspirada en una que me contaron hace unos días,y quiero agradecer a esa familia la idea de este relato y mostrar de esta forma mi mas sincero respeto y afecto a la jóven "Martina". |