"El papel de celofán" (dedicado a todo el que sea niño) Queridos amigos. Dedico este cuento a todos los niños que sé que leen el foro y, en especial, a todas las madres. Hay que perderse más a menudo en los bosques de la infancia. Es "justo y necesario". Un abrazo Érase una vez que se era dos hijitas y su mamá celebrando un día muy especial: - ¡Te quiero mucho mamá! .- Le regalaron poemas, frases bonitas y algunos regalos. A mamá se le caían las lágrimas de emoción. - ¡Sois únicas! ¿Sabéis lo que os digo? Nos vamos ahora mismo de excursión. - ¿A donde, a donde, a donde? - A las lagunas de las Islillas. - ¡¡Bieeeeennnnnnnnnnnn!! Después de preparar las meriendas y todas las cosas necesarias por si se hacía de noche, emprendieron camino hacia aquel paisaje tan cercano a su casa y misterioso a la vez por las cosas que se contaban del mismo. - A mi me dan miedo las lagunas .- dijo Mon a su hermana mayor. - Anda, tonta. Flis nos protegerá. - Allí está todo lleno de mosquitos. Flis también tiene miedo.- Respondió Mon señalando a su perro que también les acompañaba. Por fin, después de un rato andando, llegaron un poco sudorosas al rellano de césped que hacía de frontera con la enorme arboleda. En ese lugar los álamos gigantescos, los almendros y la vegetación tapaban las dos grandes charcas que se encontraban a los lados del camino. De repente Isabel, la hermana mayor, alertó a su madre: - Mami, mami, ¿Donde está el perro? ¿Donde se ha metido flis? - No pasa nada, hija. Estará olisqueando algún pato en el río. Pero las dos hermanas no quedaron muy conformes y, unidas, se apartaron un poco del camino y se dirigieron en busca de su perro en dirección a las lagunas. La tarde iba cayendo y las dos niñas no dejaban de gritar el nombre de su mascota hasta, casi, quedar afónicas. - ¡¡Flis, flis, flis!! ¿Dónde estás? .- Las dos niñas iban cogidas de la mano, hasta que se encontraron al borde de las charcas llenas de agua, cieno y juncos. - Isabel, tengo miedo. Se está haciendo de noche..- dijo Mon cogiendo fuertemente de la chaqueta a su hermana. - No te preocupes, mamá estará cerca.- Pero lo cierto es que las sombras se iban adentrando cada vez más en el bosque de árboles enormes y, allí, los pájaros habían dejado de cantar y ahora solo se oía el sonido que emitían las ranas, los grillos y las lechuzas. Las dos niñas se habían acurrucado ya protegidas tras un árbol y llamaban desconsoladas a su madre. - Pero hijitas, qué hacéis aquí tan apartadas del camino.- Las tres se abrazaron con fuerza. Parecía como un nuevo reencuentro después de los largos viajes por el extranjero de su madre. - ¡Mamá! Estábamos buscando a flis pero no aparece. - Es raro. ¿No habéis escuchado ningún ladrido? - No. Aquí solo hay mosquitos y extraños sonidos.- Contestó Isabel Al decir esto, el cielo se nubló, se levantó un torbellino de viento que movió las copas de los árboles. Empezó a llover y así, de repente, sin aviso, comenzaron a aparecer rayos y truenos y cada vez a caer agua con más fuerza. Las tres se abrazaron y no llegaron a descubrir cuál de ellas tenía más miedo, sobretodo cuando los relámpagos alumbraban el bosque y se reflejaban en las grandes charcas. - Mira mamá.- Dijo Mon señalando a un extraño hombre que apareció delante de ellas, completamente empapado. - Mamá .- preguntó Isabel, sin dejar de mirar a aquel personaje salido del bosque - ¿Porqué se marchó el abuelo? - Porque todo le daba miedo.- Contestó su madre abrazándolas, intentando tenerlas muy cerca para darles calor y protección.- ¿Quién es usted buen hombre? - Yo no soy nadie. Vivo por aquí, entre esta maleza. Aquí soy feliz.- En ese instante un relámpago alumbró a Flis que se encontraba a la vera del extraño. - Mira Mon, parece flis. Pero está como raro ¿Verdad?.-Exclamó Isabel. - Si, como si no nos conociera. ¡¡Flis, flis!!.- Dijo Mon con todas sus fuerzas. - Es mi perro querida niña. Viene conmigo desde hace mucho tiempo.- Contestó el hombre. - ¡Mentira, mentira! - Contestó Mon con todas sus fuerzas.- ¡Eres un mentiroso! - Niña, cariño, no se contesta así a un extraño. Tenemos que ser educadas. -¡No, no quiero ser educada! ¡Se ha llevado a nuestro perro! La tormenta era cada vez más fuerte y, como si no hubiera escuchado nada, el hombre hizo un gesto para que le siguieran. Le hicieron caso y, pronto, aparecieron en mitad del bosque delante de lo que parecía una casa de piedra muy vieja y con huecos por donde entraba el agua. Dentro había un hogar de leña recién encendido. Se estaba muy a gusto y mamá nos dijo que nos quitáramos las chaquetas y nos sentáramos al resguardo del fuego. - ¿Mamá porqué nos abandonó el abuelo? - Preguntó Mon. - No lo sé hija, de verdad que no lo sé. La casa era pequeña, sin habitaciones, solo con un salón y un cuarto pequeñito donde probablemente dormía aquel extraño. Los ladrillos de las paredes eran libros firmados por todos los escritores del mundo, y las baldosas del suelo pinturas secretas de los artistas que les habían enseñado en el colegio. Daba repelús pisar aquel suelo. Desde el principio, sonaba como una especie de música que ellas jamás habíamos escuchado. Era una mezcla de ópera y rap, con mucho piano y muchas trompetas y baterías. Les hacía gracia y, al mismo tiempo, les animaba a bailar un ritmo tan escondido e interminable. Al final, optaron por sentirse felices y ya no deseaban moverse de allí hasta que no acabara la tormenta. Su perro, bueno, el perro que creían suyo, se tumbó al lado del sofá donde el hombre se sentó a mirar las ascuas sin decir nada. De vez en cuando movía la leña y notaban nuevamente un calor especialmente acogedor. - Se va la tormenta.- Dijo mamá, señalando las chaquetas y las cosas convenciéndolas para volver a casa. - Estamos aquí muy bien, mami, ¿Podemos quedarnos un rato? .- Dijo Isabel entusiasmada con la mezcla de colores que fabricaba la pequeña hoguera, la música y las pinturas y libros que seguían exponiéndose delante de sus ojos sin cesar. - Se va la tormenta. Vamos.- Repitió su madre. Esa manera de hablar era rotunda y, desde ese instante, sabían que allí se acababa la aventura. Solo faltaba saber si flis se vendría con ellas o, a lo mejor, solo era el doble, el farsante de su verdadero perro. Se pusieron las chaquetas y se dirigieron hacia la puerta de la chabola. La música parecía sonar con más fuerza. El anfitrión sonreía y les decía adiós con la mano, como con desgana. Parecía feliz. - Flis, flis, ¡Vamos! .- gritaba Mon un poco angustiada. Pero allí no se escuchaba ningún ladrido ni aparecía la silueta nerviosa del perro. Parecía, por fin, que su verdadera mascota se había perdido en aquel laberinto de árboles y charcas y que nunca más volverían a verle. Mon soltó un par de sollozos, pero mamá la cogió de la mano con fuerza y la animó a seguir el camino con su palabras llenas de carácter y sabiduría: - Vamos hija, flis volverá a casa él solo como otras veces ha hecho. Y si no lo hace, os prometo que iremos a la tienda de animales y compraremos otro igual. Igual no, mejor. - Pero flis es flis, mamá. Cuando llegaron a casa, no tenían fuerzas para nada. Era de noche y decidieron pasar de la cena y concentrarse en "El hormiguero" de televisión. Pero tampoco tenían moral para muchas bromas y, al final, sin darse cuenta se durmieron las tres acurrucadas igual que en el bosque, y echando de menos el fuego que les ofreció el hombre desconocido de las lagunas. Echando en falta el silencio de aquella persona tan sabia y su cara descolorida, y su gesto sufrido y como agotado. Fue algunos años después, siendo ya Mon e Isabel dos adolescentes, cuando intentaron buscar sin éxito la casucha que les cobijó una tarde de tormenta en Las Islillas. Fue un tiempo después, incrédulas como aquel día, cuando se dieron cuenta, perdidas nuevamente entre la maraña de maleza, fusca y almendros; que la aventura de su infancia había sido invadida por un fantasma, por una poderosa fuerza que todavía dominaba aquel bosque silencioso. Fue entonces y, no antes, cuando se dieron cuenta, por fin, al escuchar el verdadero ladrido de su perro flis y una música muy particular, que en aquel páramo solo vivían seres misteriosos y escondidos que tenían, sin embargo, mucha necesidad de cariño. Es verdad, pensaron, que los fantasmas también necesitan amistad y calor, que el calor no se emana solo a través del fuego, sino de las palabras y los gestos. Fue entonces, siendo dos jovenzuelas, cuando al volver a tomar el camino polvoriento que debía llevarles a casa, miraron hacia atrás, hacia el frondoso bosque y encontraron nuevamente la silueta del hombre bondadoso de rostro blanquecino como de ahogado, despidiéndolas con la mano y emitiendo una gran carcajada que retumbó en todos los rincones de aquel arbolado. El perro también parecía despedirles con ladridos que ellas conocían perfectamente desde que eran pequeñas. Las dos hermanas se abrazaron y decidieron, enseguida, no dejar atrás jamás su infancia ni sus aventuras, ni el precioso tiempo en el que todo parece mágico y como envuelto en papel celofán. - ¿Mamá porqué se fue el abuelo? - Porque no era feliz aquí, hija.
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