31-08-10 18:41 | #6006157 -> 5944074 |
Por:enriquemartin62 ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: RINCON DEL POETA 16 Aqui dejo otra de Jose María Gabriel y Galan.. Poema Tradicional de Jose Maria Gabriel y Galan El huerto que heredé de mis mayores no tiene bellas flores de efímero vivir ni tenues frondas; tiene hiedra sagrada de hojas perennes y raíces hondas; fresca niñez y ancianidad honrada. Una bíblica higuera lo llena todo con su copa oscura, y una fuente con rica regadera, que música me da, le da frescura. Lo poco que en el mundo me ha quedado lo tengo en este huerto, siempre al estruendo mundanal cerrado, siempre a la voz de mi sentir abierto. En medio está enclavado del árido desierto, triste vivienda de la grey humana que duda de la tierra prometida, cada vez más lejana, cada vez hacia Oriente más hundida… Yo, cuando el sol del arenal me ciega y en fuerza de mirar siento borrosa la visión luminosa donde parece que jamás se llega… Cuando el sudor anega mis doloridos empañados ojos, cuando me hieren los aceros fríos de punzantes abrojos, cuando me azotan los hermanos míos que me encuentro de frente en el desierto, vertiendo sangre a ríos y lágrimas a mares, torno al huerto. Mi padre se sentaba en esta piedra, que coronó de hiedra la mano santa de mi santa madre… Fue un altar al amor en roca dura con dosel de verdura, trono de patriarca con mi padre y urna de santa con mi madre pura. Ya está solo el edén. Todo es desierto. Detrás de mis santísimos ancianos saliendo han ido del sagrado huerto mis amantes dulcísimos hermanos… ¡Los he visto morir, y yo no he muerto! ¡Jamás he comprendido por qué Dios ha querido que el vástago más ruin y débil sea el último habitante de este nido. Querrá Dios encerrarme tal vez para ganarme, porque en estas sagradas espesuras, donde pasos al cielo son los días, yo no puedo sentir cosas impuras, yo no puedo soñar cosas impías. He nacido en amenas, castizas y santísimas comarcas y corre por mis venas sangre de venerables patriarcas que me legaron enseñanzas buenas, huerto, escudo, solar y oro en sus arcas. Mas, en mi estéril soledad hundido, Amor me ha visitado. Amor me ha herido, y hervor de sangre que mi cuerpo inunda dice que no he nacido para morir estéril junto al nido de una raza fecunda. Dondequiera que estés, mujer hermosa, predestinada esposa, que merezcas posar aquí tu planta, que merezcas sentarte en esta piedra que coronó de hiedra la mano de una santa, ven al huerto querido, y a la sombra de Dios, Padre del mundo, pondremos cama nueva al viejo nido que mi sangre y mi Dios quieren fecundo. El cielo todavía no ha otorgado a mis ojos el consuelo de deber tu hermosura, ¡oh virgen mía!; pero te adoro en el azul del cielo, y en el tranquilo resbalar del día, y en el silencio de la noche oscura, y en la quietud del huerto sosegado, y en el recuerdo de la gente pura que me lo hizo sagrado. Te adoro en la memoria de aquella santa de sencilla historia que la tierra del huerto que he heredado santificó con su adorable planta y el dulce ambiente nos dejó inundado de perfumes de santa. Ven, casta virgen, al reclamo amigo de un alma de hombre que te espera ansiosa porque presiente que vendrán contigo el pudor de la virgen candorosa, la gravedad de la mujer cristiana, el casto amor de la leal esposa y el pecho maternal que juntos mana leche y amor para la prole sana que a Dios le place alegre y numerosa. ¡Dios que lo escuchas!, acelera el día, porque es tu sol incubador y hermoso, y la noche es estéril y sombría, la vida breve, el corazón fogoso, sensible el alma mía, soberano el Amor fructuoso y Tú eres Padre del inmenso mundo e hijo yo soy del mundo vigoroso que te plugo crear grande y fecundo. Alegra mi desierto con ruido de vivir cuyo concierto pueda sonarte a coro de angelillos… Ya ves que entre las hiedras encubierto hay un nido minúsculo en mi huerto con siete pajarillos… | |
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31-08-10 18:58 | #6006308 -> 6006157 |
Por:enriquemartin62 ![]() ![]() | ![]() ![]() |
RE: RINCON DEL POETA 16 CASTELLANA ¿Por qué estás triste, mujer? ¿Pues no te sé yo querer con un amor singular de aquellos que hacen llorar de doloroso placer? Crees que mi amor es menor porque tan hondo se encierra, y es que ignoras que el amor de los hijos de esta tierra no sabe ser hablador. ¿No está tu gozo cumplido viendo desde esta colina un pueblo a tus pies tendido, un sol que ante ti declina y un hombre a tu amor rendido? ¿Te place la patria mía? No en sus hondas soledades busques con vana porfía la estrepitosa alegría de las doradas ciudades. El campo que está a tus pies siempre es tan mudo, tan serio, tan grave, como hoy lo ves. No es mi patria un cementerio, pero un templo sí lo es, Busca en ella soledades, serenas melancolías, profundas tranquilidades, perennes monotonías y castizas realidades. Si tú gozarlas supieras, ahora mismo depusieras tu adusto ceño sombrío. ¿Qué de mi patria quisieras para alegrarte, bien mío? ¿Quieres que vaya a buscar cuarzos blancos al repecho, colorines al linar, nidos de alondra al barbecho y endrinas al espinar? Para que tú te regales, no dejaré una con vida veloz liebre en los eriales, ni esquiva perdiz hundida del cerro en los matorrales, ni conejillo bravío dormido bajo el carrasco, ni mirlo a orillas del río, ni sisón en el peñasco, ni alondras en el baldío. ¿Quieres que hiera en su vuelo a ese milano que el cielo raya con círculos anchos, y de sus garras los ganchos venga a clavar en el suelo, y, atrás la cabeza echada, las plumas te enseñe y rice de la pechuga alterada, y ante tus pies agonice con la pupila espantada? Si buscas flores sencillas, hay en el valle violetas, y gamarzas amarillas, y estrelladas tijeretas, y olorosas campanillas. Si quieres, rosa temprana, ver los sudores y afanes que cuesta el pan de mañana, ven y verás mis gañanes trajinando en la besana. O vamos a mis sembrados y allí verás emulados de tus labios los carmines, que parecen amasados con pétalos de alvergines. Verás mecerse, aireadas, del mar de la mies las olas, aquí y allá salpicadas de encendidas amapolas y de jaritas moradas. Y mientras gozas del vago rumor de aquel ancho lago de móviles verdes tules, yo una corona te hago de clavelillos azules; y con ella, nueva Ceres, reina serás, si tú quieres, de mis campos y labores, que reina de mis amores ya hace tiempo que lo eres. ¿Sientes ganas de llorar? También las sé yo sufrir cuando me pongo a pensar que Dios te puede llevar y hacerme sin ti vivir. Mas... ¡vamos al prado un rato, que en él hay sombra de encinas, murmullos de viento grato y agua fresca de regato rebosante de pamplinas! ¿Quieres que de esa ladera te baje un haz de tomillo, o que salte a esa pradera y te traiga un manojillo de oliente hierba triguera? ¿Lloras? Pues si es de ternura, deja ese llanto correr, que es un riego de dulzura, hijo de la fresca hondura del manantial del placer. Mas si lloras desconsuelos y torturas de los celos, ¡vive Dios, que lloras mal! Testigos me son los cielos de que mi amor es leal. Y si piensas que es menor porque tan hondo se encierra, recuerda que el hondo amor de los hijos de esta tierra no sabe ser hablador. Alégrate, pues, mujer, porque te sé yo querer con querer tan singular, que a veces me hace llorar de doloroso placer... CUENTAS DEL TÍO MARIANO Araba el tío Mariano la húmeda tierra gredosa, y entre la bruma lluviosa del horizonte lejano, con cierta noble ansiedad que a la amargura se junta, miraba, al volver la yunta, las torres de la ciudad. Allí los amos estaban de aquel pedazo de llano, ya convertido en pantano por lluvias que no amainaban. Y no pensaba el rentero que el amo estaba al abrigo del bofetón del hostigo y el frío del aguacero. Aspiraciones más parcas tentaban al viejo charro mientras hundía en el barro sus bien calzadas abarcas. Era un día de febrero revuelto, lluvioso y frío; cada camino era un río y un charco cada sendero. Bajaban por las quebradas turbios regatos zumbando, que iban el hoyo inundando de hoscas aguas coloradas. Y era el barbecho un fangal, y el prado un estanque era, y una charca la ribera, los valles un chapatal. Arrebataba el solano las gotas del aguacero, que eran las puntas de acero de su látigo inhumano. Iracundos los zagales bregaban con los corderos y los cabritos zagueros hundidos en los fangales. Y el pobre tío Mariano, con la anguarina calada, bajo un brazo la aguijada y en la mancera una mano, arando estaba en tal día por no perder una huebra, donde diz que el viento quiebra cosa que él solo diría, pues en aquella desnuda tierra llana sin abrigo le flagelaba el hostigo la cara con saña cruda. Y así malamente araba y echaba el hombre sus cuentas, las cuentas de aquellas rentas que por las tierras pagaba. Bien echadas las tenía, pero con mal resultado, y así, terco y porfiado, las iba haciendo aquel día; «Las rastras ya no las miento; hogaño, si pinta el año, no será ningún extraño que me arrimase a las ciento. Se ha derramao en sazón; la desará fue mu guapa, y si sigue asín, no escapa de haber buena granición.» (Este cálculo lo hacía con las leves omisiones de langosta, inundaciones, de pedriscos y sequía...) «¡Ahora, tanto pa calzar, tanto en vestir y en comer... (Y no hablaba de beber, porque era hablar... de la mar.) «Tanto pa contribuciones, tanto pa renta y simiente...» Y así fue del remanente practicando sustracciones. Y de las ciento supuestas sustrajo el tío Mariano tantas fanegas de grano, que al pasar de ciento éstas, puso cara de ansiedad, dijo con pena, mirando y el cuerpo zarandeando, las torres de la ciudad: «Si hogaño fuese allá un día y el amo bajar quisiera seis fanegas..., ¡cualisquiera, cualisquiera me tosía!...» ¡Señor del tío Mariano!: si acude a ti, sé piadoso, que harás un hogar dichoso con seis fanegas de grano. LO INAGOTABLE De rodillas delante de la fosa donde se pudre el mocetón garrido, la pobre vieja sin moverse pasa la tarde del domingo. Una tarde otoñal, helada y muda, de cielo muy azul, campiña yerta, y un sol amarillento que se muere de frío y de tristeza. Una vela amarilla que no alumbra, se quema, como el alma de la anciana, cuyos ojos decrépitos no lloran porque no tienen lágrimas. Todas se las tragó la avara tierra de la tumba del hijo malogrado, a cuyos pies la hierba está escaldada con las sales del llanto. Vagaba por los ámbitos vacíos del humilde y herboso cementerio, el aroma de muerte que despide la tierra de los muertos. Volaban sobre el templo los cernícalos y rasaban el viejo campanario los bandos de veloces aviones que pasaban chillando. Y de la plaza del lugar venían sones de tamboril y castañuelas, notas de gaita que al hablar de amores infundían tristeza. ¡Cómo bailaba la muchacha alegre para quien fue belleza vigorosa lo que era ya bajo viscosa hierba montón de carne rota! Montón de carne rota que una madre tuvo un día pegado a sus entrañas, y espejado en las niñas de sus ojos y en el centro del alma. Y ya está allí, deshecho en las tinieblas, el fuerte hastial de la feliz casita, el que ganaba el mendruguito blando que la anciana comía. Una alondra del páramo vecino se posó en la pared del campo santo para beber el rayo agonizante del frío sol dorado, y cantó una canción opaca y fría que ni siquiera le agitó el pechuelo que cien mañanas pareció romperse modulando gorjeos. ¡Sorda elegía que inspiró Natura junto a la tumba donde el mozo estaba, que tantas veces, cual la alondra aquella, le cantó la alborada! Se hundieron en sus grietas los cernícalos, y en los huecos del viejo campanario, poco a poco los raudos aviones se metieron chillando. Cayó el silencio sobre el pueblo humilde, murió la tarde y se marchó la alondra, y la vida le dijo a la ancianita que estaba ya muy sola. ¡Era preciso abandonar al hijo! Besó la tumba y apagó la vela, que derramó sobre la hierba húmeda dos lágrimas de cera. ¡Y dieron todavía otras dos lágrimas aquellos ojos que estrujó el dolor! Ni ignoradas ni estériles las dieron: ¡las vimos Dios y yo! DEL VIEJO, EL CONSEJO Deja la charla, Consuelo, que una moza casadera no debe estar en la era si no está el sol en el cielo. Tu hogar tendrás apagado, y al mozo que habla contigo le está devorando el trigo la yunta que ha abandonado. Mira que está oscureciendo, que en las riberas lejanas ya están cantando las ranas, ya están las aves durmiendo. Que tocan a la oración, y hay gentes murmuradoras cuyos ojos a estas horas cristales de aumento son. Y es que los oscureceres son unas horas menguadas que han hecho ya desgraciadas a muchas pobres mujeres. Mira, muchacha, que ha sido la tarde muy bochornosa y va a ser fresca y hermosa la noche que ha producido. Mira que son muy contadas las fuerzas de la memoria: mira que huelen a gloria las mieses amontonadas, y está tu galán delante, y está tu hermanillo ausente, y está el amor en creciente y está la luna en menguante; y a luz tan débil yo creo que sola a salir no atinas del laberinto de hacinas donde metida te veo. Tal vez si el mozo me oyera pensara que esto es perfidia, creyera que tengo envidia, que tengo celos dijera, pues con la venda de amor no viera que soy un viejo que solo con un consejo puedo acercarme a tu honor. Vete, muchacha, y no quieras llorar prematuros gozos, que sé lo que son los mozos y sé lo que son las eras; y en tales oscureceres pláticas tales de amores dicen los murmuradores que son de tales mujeres... y tienen razón, Consuelo, que una moza casadera no debe estar en la era si no está el sol en el cielo. | |
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