Boquerizu - Asturias

En nuestras latitudes, el Mal, o la Negación, o la oposición al Bien y al Orden, ha tenido durante siglos un único protagonista: el Demonio.
El Bien es lo contrario del Mal. El Bien en estado puro era Dios. El Mal era el Caos, o el Diablo, adoptase la cara o la forma que quisiere. Recitábamos de memoria los atributos del Ser Supremo: Ens, Res, Aliquid, Verum, Bonum. El Mal adquiría múltiples formas. Se creía que podía transfigurarse en cualquier animal sospechoso: un macho cabrío, un gato negro, una cucaracha, una rata de alcantarilla. Y su nombre genérico, como nos enseña la Biblia, siempre tan puntual, es Legión.
De todo ese acervo, surgieron tempranamente miles de muestras de su contacto con nosotros.
Quizás el compendio perfecto haya sido el Fausto de Johann Wolfgang Von Goethe. El encuentro entre Fausto y Mefistófeles. El episodio dialéctico cumbre. A la postre, como saben, triunfa un factor decisivo: el Amor. Antes de eso, y después, las variaciones sobre el mismo tema han sido infinitas. Y seguirán siéndolo hasta el Fin, me temo.
Nos convencieron de que el gran triunfo del Demonio es haber conseguido que nadie crea en él. Es decir: casi lo consigue. El caso es que llevamos siglos hablando del asunto, que diría Julian Barnes, y aún no hemos llegado a una conclusión definitiva.
La revista Time dedicó, hace años, un monográfico para intentar esclarecer el dilema. Prueba palpable de que era algo que interesaba a todo el mundo.
Y tras siglos de interés, los nórdicos han vuelto a poner el dedo en la llaga. Henning Mankell, el padre del comisario Wallander, fue uno de los que alertó sobre algo muy curioso que ya había preconizado su paisano Emanuel Swedenborg: que el Mal, o el Demonio, es algo inherente al Ser Humano. Y así aparece una y otra vez, como un actual Mister Hide, entre nosotros.
Aparece en el seno de una de las sociedades europeas más desarrolladas, que es la sueca. Y aparece en Oriente Medio, cuando un ejército de desalmados ametralla un convoy de ayuda al Pueblo Palestino. Y es, de pronto, cuando vemos a las verdaderas ratas de alcantarilla. A Belial en persona.
Tras Mankell, hemos visto proliferar los testimonios de que algo grave está pasando. Leímos La muerte en una noche de verano, de K.O. Dahl, o La Bestia, de Anders Roslund y Börge Helström.
El último, por ahora, y el más macabro, es Lars Kepler, que ha publicado (en Planeta) El hipnotista. Nos ha contagiado un escalofrío vertiginoso. Una sensación certera de que lo peor aún está por venir. Que vivimos en un mundo de locos, donde habrá que tener cuidado, incluso, con las personas más allegadas. Una pesadilla. Y un libro genial, harto recomendable.