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Villalba de Guardo - Palencia

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España > Palencia > Villalba de Guardo
11-02-10 18:36 #4640885
Por:delaheraluis

SEXTA HISTORIA
LAS ALBARCAS DE JOSÉ

Se acercaban las Candelas y San Blas. Y como casi siempre por aquellas fechas el pueblo estaba vestido de blanco.
Hacía frío, tanto, que la brisa de la helada mañanera hería hasta el aliento, y aunque el cielo estaba intensamente azul y el sol en lo alto, la capa de nieve caída días atrás se resistía al deshielo.
Apenas había en estos días tareas que realizar, salvo las del cuidado del ganado y preparar los aperos para la primavera. Quizás por esto, los cuerpos de los jóvenes eran más vitales y estaban con más energías. Tenían más ganas de juergas y rondas que en otras épocas. Los hiladeros y las cantinas se poblaban en la tarde, de hombres deseosos de mantener animada charla mientras el morapio calentaba las gargantas y las ideas. La charla se daba sin premura y las noticias, chismorreos, chistes y ocurrencias se oían desde fuera muchas veces. Una de esas noticias había comenzado a sembrar inquietudes entre la mocedad. Dos mozas de Cornón , flamencotas y lucidas, poseedoras de dos exuberantes motivos en la parte delantera de su cuerpo, que además de tentación eran promesa de sueños, aventuras y andanzas que casi nunca se cumplían más que en la cabeza de los mozos habían llegado a casa de la tia Nicolasa a pasar unos días de visita familiar.
Lo cierto es, que aquellas mozas habían traído como la nieve, un poco de aire fresco entre la juventud masculina, desde el momento en el que alguien corrió la voz de su llegada.
Luis y José eran amigos de infancia y de aventuras. En más de una se habían visto juntos y con desigual suerte. Eran, lo que por aquí se dice un poco “ ruferos” es decir, amantes de la compañía femenina de las faldas y de fácil requiebro.
Habían estado toda la tarde dando vueltas por el pueblo y en el hiladero de tia Fausta sin ninguna suerte. Se habían tenido que ir a atender el ganado y a cenar para intentarlo después. Irían a la cantina y al hiladero de tia María y a ver que les deparaba la suerte.
No había mucha gente en la cantina cuando ellos llegaron después de cenar. Pero alguien comentó que las mozas habían pasado, no ha mucho, camino del hiladero de tía María. Oirlo, mirarse, y ponerse en camino, todo fue uno. Tanto, que no les dio tiempo ni de pedir que beber y... tuvieron suerte, porque ellos eran los únicos mozos que de momento estaban allí.
Se las arreglaron para hablar con ellas largo y tendido y hasta las acompañaron cuando fue la hora de irse a casa. Arrancándolas la promesa de que mañana por la noche, pues hoy no procedía, les dejarían abierta la ventana de la alcoba. Y así, poder acceder a ella para poder continuar con aquella charla tan del agrado de los cuatro y que por imperativos de la noche debían dejar, so pena de llegar tarde a casa y al igual que algunas otras veces tener que dormir en el pajar o la hornera y no estaba el tiempo para esas locuras como en verano.
Amaneció otro día como el anterior. Había ciertas épocas en el pueblo en que los días se parecían como gotas de agua. Pero aunque para todo el pueblo tuviesen esa similitud, para Luis y José no se parecían en nada. El brillo de sus ojos, lo pícaro de sus gestos. Esa complicidad de sus miradas que dejaban translucir una espera en la aventura, les delataba sin querer.
Poco a poco la noche fue tendiendo su fría capa y dando fin al día, un día, que se había pasado algo perezoso como no queriendo que la cita tuviese lugar. Y a mayor deseo de los mozos más lentas parecían las horas.
Llegó por fin el momento. Tenían suerte porque con la mirada al cielo supieron que sería una noche sin luna, lo que facilitaba su aventura. Estas cosas del tiempo, las lunas , los vientos y las lluvias se aprenden pronto en el pueblo, basta con recordar cuando se observa la naturaleza.
A la hora convenida Luis y José estaban preparados, además de ansiosos. Apenas se saludaron camino de la cita. Se fueron a la trasera de la casa a ver si la ventana era una invitación y la confirmación de la promesa echa ayer. Cuando vieron que lo estaba, se miraron a los ojos y sin necesidad de palabras entendieron que los dos estaban sintiendo lo mismo.
Debieron de estar un rato dudando porque las mozas se les insinuaron apartando las cortinas y como queriéndoles decir que... ¿a qué esperaban?
Pero la espera tenía una razón. Estaba alta la ventana y sin una escalera no era posible el objetivo. Así que, decidieron acercarse a la cuadra del padre de Luis, coger la escalera y volver.
Fue rápida la operación y hasta estaban de suerte porque amparados en la quietud del pueblo y con la complicidad de la noche nadie les había visto. Tampoco habían despertado la curiosidad de ningún perro, siempre en vigía y atentos a extraños movimientos. Todo estaba saliendo bien. Silenciosos, fijaron la escalera en la pared, se despojaron de sus albarcas, que quedaban cual centinelas al pie de la escalera y comenzaron a subir. El palpitar nervioso y agitado de sus corazones les parecía tan grande como para romper el silencio de la noche. Menos mal que tía Incolaza dormía para la otra fachada de la casa y además estaba un poco “teniente”.
De lo que pasó entre las paredes de aquella alcoba, esa noche del recién estrenado mes de febrero entre aquellos cuatro jóvenes no vamos a referir nada ,porque a nosotros no nos incumbe. Y las personas honradas tanto ellas como ellos no van pavoneándose de aventuras logradas o no que pueden deshonrar a unos y otras.
Y que bien hubiese salido todo de no ser por el tío Abilio. La suerte que tanto les había favorecido horas atrás se mostraba ahora, pícara y esquiva.
Antes de que el día clareara, pensaban abandonar la habitación. Luis, se marchó antes, pues ese día debía ir a los corrales del medio para pastorear las ovejas. José, que no hacia esa faena, se entretuvo un poco más saboreando la noche y los recuerdos. Pero el tio Abilio, cantinero y hombre madrugador, pasó por la ventana. Lo que no sabe un cantinero en un pueblo pequeño, no lo sabe nadie.
Mirar a la escalera. Saber de quien era la casa e imaginarse lo que allí había pasado, estaba pasando, o pasaría, todo fue uno, y con una burlona sonrisa para sus adentros, quiso saber quien o quienes habían sido los afortunados y nada mejor para ello que llevarse las albarcas que cual fieles guardianes habían estado al pie de la escalera toda la noche. Así que ni corto ni perezoso cogió las madreñas y se las llevó a la cantina. Las limpió un poco y las puso encima de las barricas de vino, a la vista de los que entraban. Pensaba descubrir por la mirada o los comentarios al dueño y saber de paso quien era el afortunado que había pasado aquella noche con las mozas.
Alguien las reclamará- pensó.
Cuando José bajó de la escalera y no vio las albarcas pensó que era una broma de Luis y sin darle más importancia, ni pensar en otras opciones se fue a la cuadra del tio Amancio, dejó la escalera y de allí a sus quehaceres. Tuvo que coger antes otras madreñas, porque sin éstas y en aquel tiempo no era fácil moverse por el pueblo sin tener los pies mojados. No eran su número y les faltaba algún “tarugo” pero hasta que hablase con Luis debía aguantarse y salir del paso.
Fue Marcos quien de sopetón, encendió la luz de alarma en su cabeza y enseguida se puso en guardia.
¿Oye José, hay unas albarcas en la cantina que se parecen a las tuyas! ¿No las habrás perdido? -dijo secamente y con aplomo.
Menos mal que fue presto en reaccionar y rápido de respuesta.
Las mías, las llevo puestas, amigo, ¿ves?- dijo indicando hacia sus pies.
Y no parece que creyese mucho en sus palabras a pesar de la evidencia, por la forma en que Marcos le dirigió la mirada antes de irse.
A pesar de gustarle el pueblo, muchas veces maldecía el conocimiento que había en él de las pertenencias ajenas. Se quedó pensativo el resto de la tarde y en la puerta de la cuadra, sentado en el tajo de ordeñar, daba rienda suelta a sus pensamientos mientras el limpio sol bañaba el pueblo y adormecía su cuerpo y sus sentidos, resentidos al pasar la noche en vela. Adelantó un poco la hora de dar la cena al ganado y del ordeño para ir a esperar al Puentín a su amigo Luis y que éste le sacase de dudas. Porque él, ni había querido, ni había tenido el valor de ir a la cantina para ver sus dichosas albarcas.
Cuando pasaron el Puente Grande, le disparó la pregunta
-¿Dónde has escondido mis madreñas?
Luis le miró entre las sombras de la noche y captó por el tono que algo no había salido bien.
-Yo, no sé nada de tus albarcas. Estaban al pie de la escalera con las mías cuando me fui esta mañana, y, allí se quedaron. ¿por qué lo preguntas?
José temeroso porque sus dudas se hacían fundamento le contó ansioso lo ocurrido y ambos pensaron que algún envidioso, sin duda, les quería hacer pasar un mal rato.
¿ Qué vamos a hacer?- interrogó José al aire
Como comprenderás, ni tú ni yo estamos esta noche para cantina aunque el cuerpo aguante, que en estas y otras nos hemos visto. Podemos dejar pasar unos días y ver si el tio Abilio se cansa y las quita de allí. –Contestó Luis.
Se juraron dejarlo para más adelante y no pasar por la cantina, dándose tiempo para ordenar sus ideas y poder disfrutar de la compañía femenina sin otras preocupaciones. No sabían los días que las mozas iban a estar por el pueblo. Así que su prioridad eran ellas y nada más.
A pesar del juramento y de todos los pesares. José, estuvo buscando una disculpa toda la mañana para poder acercarse a la cantina y asegurarse de que aquellas albarcas eran las suyas. Pero ni él encontró ninguna, ni nadie en casa le mandó de recado, a por alguna de las muchas cosas que se vendían en ella. Dejó pasar el día, lento y ocioso. Ni siquiera el recuerdo de los momentos vividos con las mozas, era capaz de lograr que las albarcas desaparecieran de su mente. No es que importase mucho aquel calzado de madera de castaño de forma puntiaguda y con dibujos e flores grabadas en su parte delantera, a veces pintadas de negro, otras al natural y la mayoría del color del estiércol o el barro. Si alguien en casa le preguntase por ellas; con decir que se habían roto o perdido o cualquier disculpa era suficiente. Pero la rechifla que a su costa se iba a organizar y la reputación de las mozas y la suya eran dos cuestiones que su orgullo no estaba dispuesto a soportar.
Aunque no supo a qué hora se había dormido, sí, que su último pensamiento del día fue para las mozas y no desagradable.
Amaneció el día algo gris, con aquel vientecillo del norte que despertaba los sentidos. Cuando la peña estaba nevada era lo normal. Se fueron a misa de domingo y subieron al coro con la mocedad masculina. Se pasaron la misa observando a las mozas que habían acudido y escuchando los cuchicheos que sobre las de Cornón hacían los demás. Se llevaban la palma, a pesar de que sus caras estaban semitapadas por aquel velo preceptivo y a veces insinuador. Desde aquel privilegiado observatorio que era el coro, y en primera fila, tenían ventaja. Ni siquiera Don Melecio, el cura, al oficiar de espaldas a ellos como era preceptivo, podía reprocharles nada, a pesar de que a veces mirase por el rabillo del ojo. En la iglesia cada uno tenía su puesto más o menos asiduo y respetado. En la parte delantera los reclinatorios ocupados por las mujeres casadas y mayores. En el resto de los bancos las niñas, niños y chicas solteras. Debajo del coro los hombres viejos y algún casado. Encima del coro sólo los mozos solteros y algún joven que ya gastaba pantalón largo y había osado ascender en el escalafón sin ser rechazado.
No quisieron juntarse con las mozas a la salida de misa, había que guardar las formas, y se fueron a la era del tío Santos para hablar y decidir al respecto.
Después de mucho darle vueltas a distintas opiniones y alternativas decidieron pasar por la cantina. Tampoco era el caso de romper las costumbres y que la gente comenzase a sospechar.
Y... allí estaban, sobre la carral de vino al pie de la ventana, iluminadas por el sol como un trofeo.
Pidieron un chato de vino y se sentaron en el banco que había frente al mostrador. Como siempre en domingo y a esas horas la cantina estaba en su salsa y tío Abilio y tía María despachaban sin cesar a todo el mundo.
Se llevaron un sobresalto cuando alguien en voz alta le preguntó al cantinero
-¿Qué tio Abilio, aún no ha aparecido el dueño de las albarcas?
No, hijo no. Pero no te preocupes, que tarde o temprano ya aparecerá. En el pueblo no se pierde nada que no se sepa de quién es.
Ganas le entraron a José de decir que aquellas madreñas tenían dueño y no estaban perdidas sino más bien que alguien se las había “apropiado”.Pero cualquiera decía nada. Así que calló. Apuró su vaso y salió arrepentido por haber entrado. Luis salió detrás y calle abajo se fueron hablando sobre el particular y se hicieron la promesa de que la próxima vez, si la había, si al entrar en la cantina estaba tía María, le pedirían las albarcas con el pretexto de examinarlas y bien se las llevaban, las romperían o las tirarían al tejado de enfrente.
Se despidieron de las mozas al comenzar en el “ El Alto” el camino de Cornón e Intorcisa , con la promesa de volverse a ver lo antes posible.
Bajaron el camino vecinal lentamente, sabiendo que cada paso que daban era a la vez distancia por la separación y acercamiento que disminuía el tiempo hasta la nueva cita. Habían pasado una buena semana, muy buena, y se les notaba.
Las tardes de mediados de febrero se alargaban perezosas camino de la primavera y ahora que ellos se daban cuenta, comenzaban a hacer planes de futuro. Así que como era domingo y aún temprano decidieron ir a la cantina a jugar una partida de tute. Ignoraban lo que en ella había pasado mientras ellos acompañaban a las mozas. De haber sabido la comidilla que a su costa se traían no hubiesen aparecido por allí en mucho tiempo. Seguro.
Pero la suerte es así y guía los pasos de las personas muchas veces a donde menos se desea.
Notaron al entrar que se hizo un pequeño silencio mientras las miradas presentes les daban un repaso. Había en el aire una cierta tensión, no violenta pero que se palpaba al respirar. Los ojos de Luis y de José se fueron raudos y mecánicamente hacia el rincón de las albarcas y algo dio un vuelco en sus estómagos. ¡No estaban!
¿Se habría aprovechado alguien para hacerse con ellas sin importarle los comentarios? Ahora eran ellos los que sentían curiosidad pensando que se habían acabado sus problemas. Pero en aquel ambiente... ¿por dónde empezar?.
Fue Constancio, el primo de José, quién rompió aquella tensión.
-Bueno primo –dijo- ¿Por qué no nos cuentas lo de las albarcas?
-Que te lo cuente quién se las ha llevado- dijo Luis saliendo al paso.
-Hombre, no creo que tu madre José pueda explicarnos mucho-intervino en la conversación el tío Abilio de manera burlona e irónica. Parecía que al cantinero le había cambiado la cara de repente y la espera por saciar su curiosidad se veía ahora colmada de una dicha y alegría de la que no solía hacer gala normalmente.
-¿Cómo que mi madre? -repitió José que no entendía que tenía ella que ver en aquel asunto.
Sí José vino hace un rato a por cerillas, y al ver las madreñas, las reconoció y se las llevó. Y , no creo que tu madre pasase la noche o la madrugada fuera de casa- prosiguió el cantinero con aire triunfante.
Las risas y los comentarios fueron dispares y de lo más burlonas. Se divirtieron un buen rato a su costa y en pocas horas serían el comentario de todo el pueblo. Habían intuido que desde que desaparecieron las albarcas, tarde o temprano, este momento tenía que llegar. Menos mal que las mozas estaban ya en su pueblo, lo que suponía un gran alivio.
Dos cosas les preocupaban después de este primer trago: La primera, lo que dirían en casa cuando fuesen preguntados , y la segunda, la factura que debían pasar al tío Abilio.
Respecto a la primera, no tenían nada de que arrepentirse y, aquella amistad, o algo más, que había nacido, ya diría el tiempo si sólo fue flor de un día y aventura de una noche, o principio de algo más hermoso y duradero. Respecto a la segunda, no tenían duda. Aquella faena que les había jugado el cantinero tenía que tener respuesta, y aunque no fuese inmediata, ya irían pensando en algo. Así no se podía quedar.
-¡Venga, invita la casa! Pero sólo a vosotros- dijo el tío Abilio todo satisfecho.
Y seguro que no lo hubiese hecho de haber sabido lo que algún tiempo después le pasaría.
Claro que para ello tendría que haber sabido primero quienes lo hicieron.







Puntos:
13-02-10 09:32 #4654745 -> 4640885
Por:sflaa

RE: SEXTA HISTORIA
Hola Luis
Acavo de leer tu sesta historia y como todas las historias que escribes me llenan de satisfacion. de saber que alquien del pueblo tiene gravadas en su mente estas cosas que me imajino que cuando era pequeño alquien se las contaria ¡¡¡Que memoria tienes y que maestria al contarlas!!!
Tengo mucha coriosidad por saber quien eran los personages.Me creo que Luis quiza sepa quien es, pero Jose el primo de Constancio no caigo quien puede ser .Sacame de mi asombro
Como se lo pasaban esas juventudes de aquellas epocas
Un saludo
Puntos:
14-02-10 16:04 #4661604 -> 4654745
Por:delaheraluis

RE: SEXTA HISTORIA
Muchas gracias Santiago. Además, ahora que lo pienso creo que he cometido un error o tengo una duda porque José no era primo sino hermano de Constancio he de mirarlo y corregirlo si está mal.
Luis es mi padre y José es Villacorta. Sabes que la cuadra de mi abuelo estaba al lado de su casa y además en su juventud fueron grandes amigos. El tio Abilio y los demás personajes como los lugares son los del pueblo.Las que no te puedo decir es quienes eran las chicas. Pero este año por las Candelas, que como sabes era una gran feria en Guardo me imagino que el tiempo ha debido ser muy parecido
Un abrazo para tí y todos los hijos del pueblo que lo lean
Puntos:

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