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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
16-07-14 06:36 #12145884
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 91ª Sección
El Apóstol Pedro, como cabeza de la Iglesia, los juntó a todos para informarlos de la causa de su venida y estando así congregados les dijo: Carísimos hijos y hermanos míos, el Señor nos ha llamado y traído a Jerusalén de las distintas partes tan remotas en las que nos encontrábamos. No sin causa grande y de sumo dolor para nosotros. Su Majestad quiere llevarse luego al trono de la eterna gloria a su Madre María, nuestra maestra, que es para todo, nuestro consuelo y amparo. Quiere su disposición divina que todos nos hallemos presentes a su felicísimo y glorioso tránsito. Cuando nuestro Maestro y Redentor se subió a la diestra de su Eterno Padre, aunque nos dejó huérfanos de su deseable vista, teníamos a su Madre María para nuestro refugio y verdadero consuelo en la vida terrenal y mortal de la carne; pero ahora que nuestra Madre y nuestra luz nos deja, ¿qué haremos? ¿Qué amparo y qué esperanza tendremos que nos aliente en nuestra peregrinación? ¡Ninguna hallo!, más de que todos en el transcurrir del tiempo, todos la seguiremos.-

No pudo alargarse más Pedro, la voz de la emoción lo atajó, y las lágrimas no pudo contener, y tampoco los demás Apóstoles le pudieron responder en grande espacio de tiempo, en el que con íntimos suspiros del corazón estuvieron derramando copiosas y tiernas lágrimas todos ellos. Pero después que el Vicario de Jesucristo se recobró un poco para hablar, añadió y dijo: Hijos míos, vamos a la presencia de nuestra Madre y Señora, acompañémosla lo que tuviere de vida y pidámosla nos deje su santa bendición. Fueron todos con Pedro al oratorio de la gran Reina y la hallaron de rodillas sobre una tarimilla que tenía para reclinarse cuando descansaba un poco. La Vieron todos hermosísima y llena de resplandor celestial y acompañada de los Ángeles que la asistían.-

La disposición natural del sagrado y virginal cuerpo y rostro María, era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde esta edad, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo arrugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco y magro, como sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta. La inmutabilidad en esto fue privilegio único de María, así porque correspondiera a la estabilidad de su alma purísima, como porque en ella fue correspondiente y consiguiente a la inmunidad que tuvo de la primera culpa de Adán, cuyos efectos en cuanto a esto no alcanzaron a su sagrado cuerpo ni a su alma purísima. Los Apóstoles y discípulos y algunos otros fieles ocuparon el oratorio de María, estando todos ordenadamente en su presencia, y Pedro junto con Juan Evangelista se pusieron a la cabecera de la tarima. La gran Señora los miró a todos con la modestia y reverencia que solía y hablando con ellos dijo: Carísimos hijos míos, dad licencia a vuestra sierva para hablar en vuestra presencia y manifestaros mis humildes deseos.-

Pedro la respondió: Todos te oirían con atención y la obedecerían en lo que mandase y la suplicó se sentase en la tarima para hablarles. Le pareció a Pedro que estaría algo fatigada de haber perseverado tanto de rodillas, y que en aquella postura estaba orando al Señor y para hablar con ellos era justo tomase asiento como Reina de todos. Pero la que era maestra de humildad y obediencia hasta la muerte, cumplió con estas virtudes aquella hora y respondió que obedecería en pidiéndoles a todos su bendición y que le permitieran este consuelo. Con el consentimiento de Pedro salió de la tarima y se puso de rodillas ante el mismo Apóstol y le dijo: Señor, como Pastor Universal y Cabeza de la Iglesia, os suplico que en vuestro nombre y suyo me deis vuestra bendición y perdonéis a esta sierva vuestra lo poco que os he servido en mi vida, para que ella parta a la eterna vida. Y si es vuestra voluntad, dad licencia para que Juan disponga de mis vestiduras, que son dos túnicas, dándolas a unas doncellas pobres, que su caridad me ha obligado siempre.-
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María se postró luego y besó los pies de Pedro como Vicario de Jesucristo, con abundantes lágrimas y no menor admiración con llanto del mismo Apóstol y todos los presentes. De Pedro pasó a Juan y puesta también a sus pies le dijo: Perdonad, hijo mío y mi señor, el no haber hecho con vos el oficio de Madre que debía, como me lo mandó el Señor, cuando de la cruz os señaló por hijo mío y a mí por madre vuestra. Yo os doy humildes y reconocidas gracias por la piedad con que como hijo me habéis asistido. Dadme vuestra bendición para subir a la compañía y eterna vista del que me creó.-

Prosiguió esta despedida la dulcísima Madre, hablando a todos los Apóstoles singularmente y algunos discípulos, y después a los demás presentes juntos, que eran muchos. Hecha esta diligencia se levantó en pie y hablando a toda aquella santa congregación en común dijo: Carísimos hijos míos y mis señores, siempre os he tenido en mi alma y escritos en mi corazón, donde tiernamente os he amado con la caridad y amor que me comunicó mi Hijo, a quien he mirado siempre en vosotros como en sus escogidos y amigos. Por su voluntad santa y eterna me voy a las moradas celestiales, donde os prometo, como Madre, que os tendré presentes en la clarísima luz de la Divinidad, cuya vista espera y desea mi alma con seguridad. La Iglesia a la que tengo por mi madre, os encomiendo con la exaltación del santo nombre del Altísimo, la dilatación de su Ley Evangélica Cristianan, la estimación y aprecio de las palabras de mi Hijo, la memoria de su vida y muerte y la ejecución de toda su Doctrina. Amad, hijos míos, a la Iglesia y de todo corazón unos a otros con aquel vínculo de la caridad y la paz que siempre os enseñó vuestro Maestro. Y a vos, Pedro, pontífice, os encomiendo a Juan mi hijo y también a los demás.-

Acabó de hablar María, cuyas palabras como flechas de divino fuego, penetraron y derritieron los corazones de todos los Apóstoles y circunstantes, y rompiendo todos en arroyos de lágrimas y dolor irreparable se postraron en tierra, enterneciendo a María, con gemidos y sollozos; lloraron todos juntos, y lloró también con ellos lloró la dulcísima María, que no quiso resistir a tan amargo y justo llanto de sus hijos. Y después de algún espacio de tiempo, les habló otra vez y les pidió que con ella y por ella orasen todos en silencio, y así lo hicieron. En esta inquietud sosegada, descendió del Cielo el Verbo humanizado en un trono de inefable gloria, acompañado de todos los santos de la humana naturaleza y de innumerables de los coros de los Ángeles, y se llenó de gloria la casa del cenáculo.-

María adoró al Señor y le besó los pies y postrada ante ellos hizo el último y profundísimo acto de reconocimiento y humillación en la vida mortal, y más que todos los hombres después que de sus culpas se humillaron, jamás se humillarán como María. María se encogió y su cuerpo se pegó al polvo cuando vio a su Señor. Jesucristo le dio la bendición y en presencia de los cortesanos del cielo la dijo estas palabras: Madre mía y carísima, a quien yo escogí para mi habitación, ya es llegada la hora en que habéis de pasar de la vida mortal a la del mundo de la gloria de mi Padre y mía, donde tenéis preparado el asiento a mi diestra, que gozaréis por toda la eternidad. Y porque hice que como Madre mía entraseis en el mundo libre y exenta de la culpa, tampoco para salir de él tiene licencia ni derecho de tocaros la muerte. Si no queréis pasar por ella, venid conmigo, para que participéis de mi gloria que tenéis merecida, sin cerrar los ojos a la muerte. Y María, se postró ante su Hijo y con alegre semblante le respondió: Hijo y Señor mío, yo os suplico que Vuestra Madre y sierva entré en la eterna vida por la puerta común de la muerte natural, como los demás hijos de Adán. Vos, que sois mi verdadero Dios, la padecisteis sin tener obligación a morir; justo es que como yo he procurado seguiros en la vida os acompañe también en el morir corporalmente.-
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Aprobó Jesucristo el sacrificio y voluntad de su Madre y dijo que se cumpliese lo que ella deseaba. Luego todos los Ángeles comenzaron a cantar con celestial armonía algunos versos de los cánticos de Salomón y otros nuevos.-

Jesús Bajó del cielo:
En esta ocasión para visitar a su Madre en un trono de gloria y acompañado de millares de Ángeles que le daban loores y magnificencia. Y llegándose hasta la Madre, la renovó y confortó en su dolencia y juntamente la dijo: Madre mía, directísima y escogida para nuestro beneplácito, los clamores y suspiros de vuestro amoroso pecho han herido mi corazón. Venid, paloma mía, a mi celestial patria, donde se convertirá vuestro dolor en gozo, vuestras lágrimas en alegría y allí descansaréis de vuestras penas.-

Luego los Santos Ángeles por mandado del mismo Jesucristo, la pusieron a la Reina en el trono y al lado de su Hijo y con música celestial subieron todos al empíreo cielo, y María adoró al trono de la Divina Trinidad. Jesucristo, la tenía siempre a su lado, causando accidental gozo a todos los cortesanos del Cielo; y manifestándole el mismo Señor, habló con el Eterno Padre, y le dijo: Padre mío y Dios eterno, esta mujer es la que me dio forma de hombre en su virginal tálamo, la que me alimentó de sus pechos y me sustentó con su trabajo; la que me acompañó en los míos y cooperó conmigo en las obras de la Redención humana; la que fue siempre fidelísima y ejecutó en todo nuestra voluntad con plenitud de nuestro agrado; es inmaculada y pura como digna Madre mía y por sus obras llegó al colmo de toda santidad y dones que nuestro poder infinito le ha comunicado; y cuando tuvo merecido el premio y pudo gozarle para no dejarle, careció de él por sola nuestra gloria y volvió a la Iglesia militante para su fundación, gobierno y magisterio [como Medianera de todas las gracias y con sus consejos]; y porque viva en ella para socorro de los fieles le dilatamos el descanso eterno, que muchas veces lo tiene merecido. En la suma bondad y equidad de nuestra providencia hay razón para que mi Madre sea remunerada en el amor y obras con que sobre todas las criaturas nos obliga, y no debe correr en ella la común ley de los demás. Y si yo para todas merecía premios infinitos y gracia sin medida, justo es que mi Madre las reciba sobre todo el resto de las que son tan inferiores, pues ella con sus obras corresponde a nuestra liberal grandeza y no tiene impedimento ni óbice para que se manifieste en ella el poder infinito de nuestro brazo y participe de nuestros tesoros como Reina y Señora de todo lo que tiene ser creado.-

A esta proposición de la humanidad de Jesucristo respondió el Eterno Padre y dijo: Hijo mío, en quien yo tengo la plenitud de mi agrado y complacencia: Vos sois primogénito y cabeza de los predestinados, y en vuestras manos puse todas las cosas para que juzguéis con equidad a todas los tribus y generaciones y a todas mis criaturas. Distribuid mis tesoros infinitos y haced participante a vuestra voluntad a nuestra Amada María, que os vistió de la carne pasible, conforme a su dignidad y mérito, en nuestra aceptación tan estimable.-

Con este beneplácito del Eterno Padre determinó Jesucristo en presencia de los Santos, y como prometiéndolo a su Madre, que desde aquel día, mientras ella viviese en la carne mortal, fuese levantada por los Ángeles al mismo Cielo empíreo todos los días del domingo que daba fin a los ejercicios que hacía en la tierra y correspondían a la Resurrección del mismo Señor, para que estando en presencia del Altísimo en alma y cuerpo celebrase allí el gozo de aquel misterio.-
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Determinó también la humanidad de Jesucristo, que en la comunión cotidiana se le manifestase su santísima humanidad unida a la divinidad, por otro nuevo y admirable modo, diferente del que había tenido en esta luz hasta aquel día, para que este beneficio fuese como arras y prenda rica de la gloria que para su Madre tenía preparada en su eternidad. Conocieron los Bienaventurados cuán justo era hacer estos favores a la divina Madre para gloria del Omnipotente y demostración de su grandeza, y por la dignidad y santidad de la gran Reina y por la digna retribución que sola ella daba a tales obras, y todos hicieron nuevos cánticos de gloria y alabanza al Señor, que en todas ellas era santo, justo y admirable. Convirtió luego las razones de Jesucristo a su Madre y la dijo: Madre mía amantísima, con vos estaré siempre en lo que os resta de vuestra mortal vida, y seré por nuevo modo tan admirable que hasta ahora no le conocieron los hombres ni los Ángeles. Con mi presencia no tendréis soledad y donde yo estoy será mi patria, en mí descansaréis de vuestras ansias, yo recompensaré vuestro destierro, aunque será corto el plazo; no sean penosas para vos las prisiones del mortal cuerpo que presto seréis libre de ellas. Y en el tiempo que llega el día, yo seré el término de vuestras aflicciones y alguna vez correré la cortina que impide vuestros deseos amorosos y para todo os doy mi real palabra.-

Entre estas promesas y favores estaba María en lo profundo de su inefable humildad alabando, engrandeciendo y agradeciendo al Omnipotente la liberalidad de tan grande beneficio y aniquilándose a sí misma en su propia estimación. Este espectáculo ni se puede explicar ni entender en esta vida terrenal y mortal. Ver al mismo Dios levantar a su digna Madre justamente a tan alta excelencia y estimación de su divina sabiduría y voluntad, y verla a ella en competencia del poder divino humillarse, abatirse y deshacerse, mereciendo en esto la misma exaltación que recibía. María, bajando de la nube en que la envolvieron, se postró en tierra como acostumbraba y allí se humilló después de este favor y beneficio, más que todos los hijos de Adán se reconocieron y humillaron después de sus pecados y miserias. Y desde aquel día por todos los que vivió María en la tierra, se cumplió en ella la promesa del Señor; porque todos los domingos, cuando acababa los ejercicios de la pasión, después de media noche, cuando llegaba la hora de la Resurrección, la levantaban y subían al Cielo empíreo sus Ángeles, que sentaban a María en su trono, dentro del Globo resplandeciente, oculto muchas veces este mismo Globo de luz por una nube, y así la subían al Cielo empíreo, donde Jesucristo su Hijo, la salía a recibir, y con un linaje de inefable abrazo la unía consigo mismo, resplandeciendo en ellos inmensa alegría llena de felicidad.-

Y aunque la presencia de Jesucristo, solo fue manifiesta para el Apóstol Pedro y Juan, los demás allí presentes, tuvieron especial ilustración y sintieron en su interior divinos y poderosos efectos, porque la música que tocaban los Ángeles la percibieron todos los que allí estaban reunidos. Salió también una fragancia divina que con la música se percibía hasta en la calle. Y la casa del Cenáculo se llenó de un resplandor admirable, viéndolo todos, y el Señor ordenó que para testigos de esta nueva maravilla concurriese mucha gente de Jerusalén que ocupaba las calles en ese mismo momento. Al comenzar a entonar los Ángeles la música, se reclinó María en su tarima, quedándole la túnica como unida al sagrado cuerpo, puestas las manos juntas y los ojos fijados en su Hijo Jesucristo, visible solamente para Pedro y Juan, y María toda enardecida en la llama de su divino amor Jesucristo. Y cuando los Ángeles llegaron a cantar aquellos versos de los Cantares. Levántate y date prisa, amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven que ya pasó el invierno, en estas palabras pronunció ella las que su Hijo santísimo en la Cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, María Cerró los ojos y expiró.-
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La enfermedad que le quitó la vida a María fue el amor, sin otro achaque ni accidente alguno. Pasó aquella purísima alma desde su virginal cuerpo a la diestra y trono de su Hijo santísimo, donde en un instante fue colocada con inmensa gloria. Y luego se comenzó a sentir que la música de los Ángeles se alejaba por la región del aire, porque toda aquella procesión de Ángeles y Santos, iba acompañando a su Rey y el Alma de su Reina, caminaron al cielo empíreo. El sagrado cuerpo de María, que había sido templo y sagrario de Dios vivo, quedó lleno de luz y resplandor y despidiendo de sí tan admirable y nueva fragancia que todos los circunstantes eran llenos de suavidad interior y exterior. Los Ángeles de la custodia de María quedaron guardando el tesoro inestimable de su virginal cuerpo, mientras el resto subieron al Cielo. Los Apóstoles y discípulos, entre lágrimas de dolor y júbilo de las maravillas que veían, quedaron como absortos por algún espacio y luego cantaron muchos himnos y salmos en obsequio de María ya difunta.

Sucedió este glorioso tránsito de la gran Reina del Cielo y de la Tierra, el viernes a las tres de la tarde, a la misma hora que su Hijo Jesucristo, el día trece del mes de agosto, del año 55. Teniendo María cuando falleció, la edad de 69 años, faltando veinticinco días para cumplir los 70 años, hasta el día ocho de septiembre que fue cuando nació María. Después de la muerte de Jesucristo, sobrevivió su Madre en el mundo terrenal, veinte y un años, cuatro meses y diecinueve días. El cómputo de los años de María es el siguiente: Cuando nació Cristo nuestro Salvador tenía su Madre Virgen quince años, tres meses y diez y siete días. Vivió el Señor treinta y tres años y tres meses, de manera que al tiempo de su sagrada pasión estaba María con la edad de cuarenta y ocho años, seis meses y diez y siete días; añadiendo a estos otros veinte y un años, cuatro meses y diez y nueve días, hacen los 69 años y 340 días.-

Sucedieron grandes maravillas y prodigios en esta preciosa muerte de la Reina y Señora del Cielo y de la Tierra. Porque se eclipsó el sol, y en señal de luto escondió su luz por algunas horas. A la casa del Cenáculo concurrieron muchas aves de diversos géneros y con tristes cantos y gemidos estuvieron algún tiempo clamoreando y moviendo a llanto a cuantos las oían. Se conmovió toda Jerusalén, y admirados concurrían muchos confesando a voces el poder de Dios y la grandeza de sus obras; otros estaban atónitos y como fuera de sí. Los Apóstoles y discípulos con otros fieles se deshacían en lágrimas y suspiros. Acudieron muchos enfermos a despedir a María, y todos fueron sanos. Salieron del purgatorio las almas que en él estaban. Y la mayor maravilla fue que, expirando María, en la misma hora tres personas expiraron también, un hombre en Jerusalén y dos mujeres vecinas del Cenáculo; y murieron en pecado sin penitencia, con que se condenaban, pero llegando su causa al tribunal de Cristo pidió misericordia para ellos la dulcísima Madre y fueron restituidos de nuevo a la vida, resucitando sus cuerpos, y después la mejoraron de manera que murieron en gracia y se salvaron.
Este privilegio no fue general para otros que en aquel día murieron en el mundo, sino para aquellos tres que concurrieron a la misma hora en Jerusalén. De lo que sucedió en el cielo y cuán festivo fue este día en la Jerusalén triunfante.-
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