La Rambla - Cordoba

La crisis está produciendo cambios en las formas de vida cotidianas. Una de esas transformaciones, por ejemplo, nos la encontramos en la verdadera edad de oro que viven, otra vez, las sufridas fiambreras, casi comparable a la época de los años más duros de la postguerra civil española y bastante tiempo después. Ejemplos de ese nuevo esplendor los tenemos en los ámbitos más diversos. Un terreno abonado para su uso está directamente relacionado con el aumento del número de horas de trabajo semanal, consecuencia de la última reforma laboral. Eso ha hecho que, en muchos casos, las jornadas de trabajo continuas no sean posibles y en consecuencia tampoco lo sea almorzar en casa. Otra vez se impone el horario laboral en dos partes separadas por un intermedio y, más allá de los cambios que en otros ámbitos de la vida doméstica supone, el nuevo horario significa, sobre todo en las grandes ciudades, almorzar fuera de casa. Era algo que también ocurría en los tiempos del jolgorio, en que no llegó a desaparecer la jornada partida, pero entonces se buscaba un restaurante cercano al lugar de trabajo para almorzar. Eso es algo que ahora se ha convertido en un lujo, ya que almorzar en un restaurante supone un dispendio al alcance de pocos bolsillos. La consecuencia es que se ha vuelto a echar mano de las fiambreras, convertidas en todo un símbolo de la crisis. En ellas se lleva la comida de casa y se busca un lugar donde despachar el contenido de la fiambrera y reponer fuerzas en el intermedio laboral.
Las fiambreras de hoy nada tienen que ver con aquellas cacerolas de aluminio que ajustaban su cierre, mejor o peor, con presillas que ofrecían no pocos problemas. Hoy son de plástico, las hay térmicas y de diseño. Las tapaderas tienen vivos y variados colores, y sus tapas se ajustan de forma casi hermética al encajar sus bordes con una precisión extraordinaria, salvo rotura.
Las fiambreras tienen también otro campo de extraordinaria difusión ligado a estos días de verano y playa. Otro territorio propicio para su uso -en verdad nunca desaparecieron del panorama veraniego-, pero vuelven a vivir una época dorada junto a las neveras portátiles, al tiempo que los chiringuitos que han sobrevivido a la ley de costas andan de capa caída y con una clientela, sobre todo si se trata de veraneantes indígenas, que se limita a una o dos cervecitas, revisa cuidadosamente la cuenta a la hora de pagar y ni por asomo se plantea dejar las generosas propinas de antaño.
Como la crisis aprieta y el gratis de los comedores escolares está en vías de pasar a mejor vida, al menos temporalmente, en muchas casas se preparan, de cara al próximo curso escolar -para profesores y alumnos está ya a la vuelta de la esquina, mientras que padres y madres aún lo ven excesivamente lejano-, para utilizar fiambreras en las que poner la comida de los escolares. Lo malo del uso de la fiambrera en este ámbito es que todo apunta a que se va a cobrar un canon por el uso del comedor, lo que supone un peligroso ejemplo para quienes han recurrido a la fiambrera en oficinas y playas.
Cosas de la crisis.